Capítulo 12

Dutton,

sábado, 3 de febrero, 11:05 horas

– No puedo hacerlo -protestó Rocky-. Me cogerán.

– Tienes miedo -se burló Bobby.

– Sí -confesó Rocky-. Tengo miedo. ¿Quieres que me plante en medio de la ciudad y le dispare a Susannah Vartanian en pleno cementerio? ¿Delante de todo el mundo?

– Con tanta gente no se sabrá quién ha sido -dijo Bobby-. Cuando hayas disparado, tira la pistola al suelo. Habrá mucha confusión y podrás escaparte.

– Es de locos.

Bobby se quedó callada.

– Creía que confiabas en mí.

– Y confío en ti, pero…

– Todas las veces has demostrado tener miedo -observó Bobby con dureza-. Ayer en la nave. Con la enfermera. Si cada vez tienes que esconderte, no me sirves. -Bobby arqueó las cejas-. Y, Rocky, de mí no se aparta nadie así como así.

– Ya lo sé -dijo Rocky. Si se negaba, moriría allí mismo. «No quiero morir.»

Bobby la estaba observando.

– Tienes miedo. Eres una fracasada. No me sirves.

Rocky se quedó mirando la pistola con la que Bobby le apuntaba.

– ¿Me dispararás? ¿Tal cual?

– Tal cual. Si eso es todo cuanto confías en mí, después de lo que he hecho por ti durante toda la vida… Tendrías que estarme agradecida, y sin embargo no haces más que darme disgustos y más disgustos. Los fracasados no me sirven para nada. Tú no me sirves para nada porque has fracasado demasiadas veces. Esta era tu última oportunidad para demostrarme que valía la pena salvarte. Conservarte.

Bobby permanecía sentada, tranquila y confiada. Rocky, en cambio, tenía ganas de gritar. Su interior era una amalgama de inseguridad y miedo. Si Bobby la echaba, ¿adónde iría? Se quedaría sola.

– ¿Puedo al menos usar una pistola con silenciador?

– No. El silenciador es de cobardes, y tú debes demostrarme que tienes el valor suficiente para ser mi protegida. Si hoy sales airosa, nunca más volverás a tener miedo, y así es como necesito a mi ayudante. Es lo que me hace falta. Así que elige. Vivir y servirme, o encogerte de miedo y morir.

Rocky se quedó mirando la pistola que Bobby empuñaba. Cualquiera de las dos opciones era una mierda. Claro que morir lo era más. Además, estaba hasta la coronilla de tener miedo.

– Dame la pistola. Lo haré. -«Pero cuando dispare no será Susannah Vartanian quien caiga. Caerás tú. Y luego les diré quién eres y lo que has hecho, y me dejarán en libertad.»


Dutton,

sábado, 3 de febrero, 11:35 horas

– ¿Se ha quedado alguien en casa? -susurró Luke-. Parece que todos los putos habitantes de la ciudad estén aquí.

– Lo están -musitó Susannah. Se encontraba en el cementerio, detrás de la Primera Iglesia Baptista de Dutton, de pie entre Luke y Al. Chase ocupaba un lugar entre la multitud y vigilaba junto con diez agentes de la policía del estado vestidos de paisano.

– ¿Ha visto a alguien que le resulte familiar? -preguntó Luke en voz baja.

– Las mismas caras entre las que me crié. Si quiere que le vaya contando algo, pregúnteme lo que necesite saber.

– Muy bien. ¿Quién es el pastor que se ha encargado del oficio religioso?

– Es el pastor Wertz -respondió ella en voz baja, y Luke agachó la cabeza para oírla mejor. Volvía a oler a cedro, pensó Susannah; había conseguido quitarse de encima el olor del fuego y de la muerte. Tomó aire y se llenó de su aroma antes de volver a concentrarse en el cementerio, el mismo que hacía apenas dos semanas había visitado junto con Daniel-. Wertz siempre ha sido el pastor, desde antes de que yo naciera. Mi padre lo consideraba un tonto. Eso podía querer decir que no se dejaba sobornar o bien que no era lo bastante inteligente para seguirle el juego. Wertz no ha cambiado mucho, solo que antes sus sermones eran mucho más largos. El de hoy no ha durado ni veinte minutos.

– Ya ha dado muchos -observó Al-. Puede que necesite tomarse las cosas con más calma para no gastar todas las energías de golpe.

Susannah pensó en todas las personas que habían muerto a manos de Mack O'Brien.

– Probablemente tengas razón.

– ¿Quién es ese hombre tan bien vestido, el mayor de los que acompañan el féretro? -preguntó Luke.

– Es el congresista Bob Bowie.

– Su hija fue la primera víctima de Mack O'Brien -musitó Luke, y ella asintió.

– A su lado están su esposa, Rose, y su hijo, Michael.

– ¿Y quién es el anciano delgado que hay al lado del hijo?

– El señor Dinwiddie. Es el mayordomo de la familia Bowie; siempre lo ha sido, desde que yo tengo uso de razón. El servicio de la casa de los Bowie reside con ellos; por eso mi madre les tenía celos. Quería que en casa también tuviéramos un mayordomo, pero mi padre no se lo permitió. «Los criados tienen las orejas muy grandes y la lengua muy suelta», decía. Siempre andaba demasiado ocupado haciendo tratos nocturnos para estar pendiente de un mayordomo.

– ¿Hay alguien más que crea que debo saber quién es?

– ¿Ve a esa anciana con el pelo tan hueco? Está tres filas por detrás. Es Angie Delacroix. Seguro que vale la pena hablar con ella de Granville o de cualquier otra persona. Es la dueña del centro de estética y está al corriente de todo lo que ocurre en Dutton; y lo que no sabe ella, lo sabe el trío de la barbería. Por ahí vienen.

Tres ancianos habían permanecido sentados en sendas sillas plegables junto a la tumba. Los tres se habían levantado al unísono y caminaban a través del césped.

– ¿El trío de la barbería? -preguntó Al mientras los ancianos se acercaban-. ¿Y esos quiénes son?

– Son tres ancianos que se pasan todo el día, de nueve a cinco y de lunes a viernes, sentados en el banco de delante de la barbería viendo pasar a la gente. Siempre se toman una hora para comer en el restaurante que hay justo enfrente. En Dutton son toda una institución. Los viejos de la ciudad tienen que esperar a que un miembro del trío muera para ocupar el espacio libre en el banco.

– Ajá -musitó Luke-. Y yo que creía que mi tío abuelo Yanni era raro porque les pintaba los ojos de azul a las estatuas de su jardín ¿Cuál de ellos era el profesor de inglés de Daniel? Ayer nos ayudó a descubrir a Mack O'Brien. Puede que esté dispuesto a proporcionarnos más información.

– Debe de referirse al señor Grant. Es el de la derecha. Los otros son el doctor Temblor y el doctor Sordid. Los tres me ponen los pelos de punta.

– Llamándose Temblor y Sordid no me extraña -bromeo Luke.

– Hacen honor a sus nombres. El doctor Temblor era mi dentista, y a estas alturas aún no soy capaz de oír una fresa sin echarme a temblar. El señor Grant siempre estaba hablando de poetas muertos. Quería que me dedicara al teatro. El doctor Sordid era mi profesor de biología. Era… diferente.

– ¿Qué quiere decir?

– Hacía que en "Todo en un día" Ben Stein pareciera hiperactivo.

– Pues sí que era animado, si -comento Luke con hilaridad en la voz.

– Sí. -Susannah se irguió cuando los tres hombres se detuvieron frente a ella-. Caballeros, permítanme que les presente al agente especial Papadopoulos y al ayudante del fiscal del distrito Al Landers. Estos son el doctor Temblor, el doctor Sordid y el señor Grant.

Los ancianos inclinaron la cabeza con cortesía.

– Señorita Susannah. -El doctor Temblor le tomó la mano-. No tuve la oportunidad de darle el pésame en el funeral de sus padres.

– Gracias, doctor Temblor -respondió ella en voz baja-. Le agradezco el gesto.

El siguiente hombre le dio un breve beso en la mejilla.

– Tienes muy buen aspecto, cariño.

– Usted también, señor Grant.

– Hemos oído lo que le ha sucedido a Daniel -dijo el señor Grant, preocupado-. ¿Va mejor?

– Sigue en cuidados intensivos, pero el pronóstico es excelente.

El señor Grant sacudió la cabeza.

– No puedo creer que hace tan solo veinticuatro horas me regalara un libro de poesía y en cambio ahora… Por suerte, es joven y fuerte. Saldrá adelante.

– Gracias, señor.

El tercer hombre la observaba con atención.

– Se la ve muy pálida, señorita Vartanian.

– Estoy cansada, doctor Sordid. Las últimas semanas he tenido mucho ajetreo.

– ¿Toma vitamina B12? No se habrá olvidado de la importancia de las vitaminas, ¿verdad?

– Nunca podría olvidarme de eso, señor.

El semblante del doctor Sordid se suavizó.

– Lo sentí mucho cuando me enteré de lo de su madre y su padre.

Susannah reprimió el escalofrío.

– Gracias, señor. Muchas gracias.

– Perdone -terció Luke-. Seguro que han oído que el doctor Granville murió ayer.

Los tres pusieron mala cara.

– Es una noticia terrible -comentó el doctor Temblor-. Antes de retirarme tenía la clínica dental al lado de su consultorio. Todos los días hablaba con él. A veces comíamos juntos. Mi hija llevaba allí a sus hijos para que les pusiera las vacunas. No tenía ni idea…

– Fue alumno mío -dijo el señor Grant con tristeza-. Tenía una mente brillante. Iba muy adelantado y se graduó dos años antes de lo que le tocaba. Qué pérdida. Temblor tiene razón; es una noticia terrible. Nos ha dejado a todos conmocionados.

El doctor Sordid parecía desolado.

– Era mi mejor alumno. Nadie asimilaba la biología como Toby Granville. Nadie imaginaba que en él residiera tal maldad. Es increíble.

– Lo comprendo -musitó Luke-. Ustedes tres ven muchas cosas de las que suceden en Dutton.

– Sí -respondió el doctor Temblor-. En el banco siempre hay al menos uno de los tres.

Susannah arqueó las cejas, sorprendida.

– Yo creía que tenían que estar los tres, de nueve a cinco.

– Bueno, no solemos faltar; a menos que se tenga un buen motivo, claro -explicó el señor Grant-. Como yo, que todas las semanas tengo que ir a rehabilitación por la rodilla, o Temblor, que tiene que hacer diálisis, o Sordid, que…

– Ya está bien -le espetó Sordid-. No nos han preguntado todo lo que hacemos, Grant. ¿Tiene alguna pregunta en concreto, agente Papadopoulos?

– Sí, señor -respondió Luke-. La tengo. ¿Han reparado en que el doctor Granville hablara con alguien en especial?

Los tres hombres fruncieron el entrecejo y se miraron.

– ¿Se refiere a una mujer? -preguntó Temblor-. ¿Quiere saber si tenía una aventura?

– No -lo corrigió Luke-. ¿Creen que la tenía?

– No -respondió Sordid-. Suena ridículo decir que era un buen feligrés, pero nunca lo vi comportarse de forma inapropiada. Era el médico de la ciudad y hablaba con todo el mundo.

– O sea que no se relacionaba con nadie en particular por amistad ni por trabajo.

– Que yo sepa, no -respondió el señor Grant-. ¿Temblor? ¿Sordid?

Los tres hombres negaron con la cabeza. Resultaba curiosa su reticencia a hablar mal de un hombre de quien se había descubierto que era un violador, un asesino y un pederasta. Claro que también podía deberse a la desconfianza que en general inspiraban los forasteros, pensó Susannah.

– Gracias -respondió Luke-. Habría preferido que nos conociéramos en otras circunstancias.

Los tres dirigieron a Susannah una adusta mirada y se encaminaron de nuevo a sus sillas plegables.

Susannah exhaló un suspiro.

– Qué interesante. Esperaba que se mostraran fríos con Al porque es del norte, pero no con usted, Luke.

– ¿Ah sí? Entonces me alegro de no haber abierto la boca -dijo Al un poco molesto.

Los labios de Susannah se curvaron ligeramente.

– Lo siento, Al, pero las viejas generaciones no olvidan así como así.

– Es normal que no les hayan gustado mis preguntas -opinó Luke-. Con lo de Granville se ha montado un buen escándalo y la mala fama repercute en toda la ciudad. ¿Quién es esa de la cámara?

– Marianne Woolf. Su marido es el propietario del Dutton Review.

Luke soltó un quedo silbido.

– Daniel dice que en el instituto hicieron una votación y salió elegida la más dispuesta a hacérselo con cualquiera. Ahora lo entiendo. Joder.

Susannah apartó de sí los celos incipientes. Los hombres siempre reaccionaban así ante Marianne. Además, la edad le sentaba muy bien. Susannah se preguntó si no sería la cirugía plástica lo que le sentaba tan bien, pero descartó la idea por considerarla mezquina.

– Marianne debe de ser la encargada de redactar la noticia para el Review -dijo-. Jim Woolf no está, y sus hermanos tampoco. Ayer enterraron a su hermana Lisa.

– Lisa Woolf es otra de las víctimas de O'Brien -le explicó Luke a Al.

Susannah no quería pensar en las víctimas de Mack. Guardaban demasiada relación con Simon, y este guardaba demasiada relación con ella.

– El hombre que hay junto al pastor Wertz es Corey Presto. El señor Presto es el propietario de la pizzería en la que trabajaba Sheila y donde la mataron.

– Conozco a Presto. Estuve en el escenario junto con Daniel después de que le dispararan a Sheila. -Luke estiró el cuello para escrutar la multitud y Susannah volvió a sentir frío-. Dos terceras partes de la gente que hay aquí son periodistas. Yo pensaba que el funeral de sus padres había sido un festín, pero esto es de locos.

Ella vaciló.

– Por cierto, gracias por asistir al funeral de mis padres. Sé que para Daniel significó mucho contar con usted y con su familia.

Él le estrechó el brazo.

– Mi familia es la familia de Daniel. No podíamos permitir que pasara por todo eso solo.

Ella se estremeció, no sabía si a causa del contacto físico o del sentimiento. Miró la multitud y le extrañó ver a una figura que permanecía apartada del resto.

– Qué raro.

Al Landers se puso tenso al instante.

– ¿El qué?

– Ha venido Kate, la hermana de Garth Davis. No esperaba verla aquí, dadas las circunstancias. Me refiero a que Sheila ha muerto por culpa de Garth. Es esa de ahí, la que está sola.

– Tal vez haya venido sólo a dar el pésame -aventuró Al.

– Tal vez -dijo Susannah poco convencida-. Pero es muy raro.

– Chis -les advirtió Luke-. Están a punto de empezar.

La ceremonia fue corta, y triste. Corey Presto, el propietario de la pizzería, permaneció de pie junto al pastor Wertz, llorando en silencio. Susannah no vio a ningún otro familiar ni amigo. De hecho, se preguntaba cuántos de los presentes conocían a Sheila Cunningham.

Dadas las expresiones de extrema curiosidad de casi todos, no muchos. Habían acudido porque Sheila se había convertido en noticia. En los días venideros muchas conversaciones de cafetería girarían en torno a ella.

«Es lo mismo que pasará conmigo cuando mi declaración salga a la luz.»

El pastor Wertz empezó a leer la Biblia con expresión apesadumbrada. Ya había oficiado dos funerales en dos días y le esperaban muchos más.

Susannah pensó en Daniel cuando Corey Presto depositó una rosa sobre el ataúd de Sheila. El día anterior su hermano había estado a punto de morir. Si Alex no hubiera actuado con rapidez, tal vez al cabo de unos días ella se habría visto allí de nuevo, asistiendo al entierro del último miembro de su familia.

«Y me habría quedado igual de sola que Sheila Cunningham.» Más, de hecho, porque por lo menos Sheila tenía a Corey Presto. «Yo no tengo a nadie.» Susannah tragó saliva y se sorprendió al notar que tenía las mejillas húmedas. Avergonzada, se las enjugó rápidamente con los dedos y dio un respingo cuando la mano de Luke le acarició el pelo y se detuvo sobre su espalda, proporcionándole calidez y seguridad. Por un momento sintió la tentación de recostar la cabeza sobre él.

Y por un momento deseó contar con un hombre como Luke Papadopoulos, decente y amable. Pero no tenía ninguna posibilidad, y menos después de lo que le había contado. Él se mostraba amable porque consideraba a Daniel uno más de la familia, y tal vez incluso le pareciera atractiva. Pero estaba claro que a un hombre cuya madre andaba con un rosario en el bolso no podía gustarle… «Una mujer como yo». Y no podía culparlo por ello. «Ni siquiera yo me gusto.»

El pastor Wertz llegó al último «amén» y Susannah se apartó de Luke física y emocionalmente. Al le puso un pañuelo en la mano.

– Se te ha corrido el rímel.

Ella rápidamente volvió a limpiarse la cara.

– ¿Ya no se nota?

Al la tomó de la barbilla y le levantó la cabeza.

– No. ¿Estás bien?

«No»

– Sí. -Se volvió hacia Luke-. No tiene por qué cuidar de mí. Estoy bien.

Luke no parecía convencido, pero asintió.

– Tengo que regresar. A las dos tengo una reunión. Llámeme si me necesita o si ve a alguien que le resulte familiar. -Miró alrededor-. Quiero hablar con Kate Davis. ¿La ve?

Susannah no la veía.

– Debe de haberse marchado. Puede que le haya resultado muy incómodo estar aquí.

Luke miró a Al.

– Hay policías por todas partes. Grite si es necesario.

Al lo observó marcharse. Luego se volvió hacia Susannah y la miró con expresión divertida.

– Es muy… agradable.

«Demasiado agradable para alguien como yo.»

– Vámonos. Hoy todavía no he pasado a ver a la desconocida.

Acababa de echar a andar cuando una mujer se cruzó en su camino. Era alta, rubia y mostraba una expresión seria.

– Hola -la saludó nerviosa-. Usted es Susannah Vartanian, ¿verdad?

Al la rodeó por el brazo en un gesto protector.

– Sí -respondió Susannah-. ¿La conozco?

– No lo creo. Soy Gretchen French.

La víctima que según Chloe Hathaway pensaba convocar una rueda de prensa. ¿Cómo era posible que lo hubiera descubierto tan pronto?

– ¿Qué puedo hacer por usted, señorita French?

– Hace unos días conocí a su hermano Daniel. He oído que Randy Mansfield le ha disparado.

El nudo que se le había puesto en la garganta desapareció.

– Sí, pero se pondrá bien.

Gretchen sonrió, pero parecía costarle.

– Solo quería que le diera las gracias de mi parte. Tanto él como Talia Scott me hicieron más soportables unos momentos muy difíciles. Es muy amable.

Susannah asintió.

– Se lo diré.

– Ha sido muy amable por su parte venir hoy al funeral de Sheila en lugar de Daniel.

Susannah notó que Al la abrazaba con más fuerza para darle ánimo.

– No es por eso por lo que estoy aquí.

– Entonces, ¿conocía a Sheila?

– No.

«Vamos, dilo. Dilo. Dilo y la segunda vez te costará menos.» Gretchen arrugó la frente.

– Entonces, ¿por qué ha venido?

Susannah respiró hondo.

– Por el mismo motivo que usted. -Soltó el aire en silencio-. A mí también me agredieron.

Gretchen se quedó boquiabierta.

– Pero… Yo… -Se quedó mirándola-. No tenía ni idea.

– Yo tampoco sabía lo de usted, ni lo de las otras. No lo supe hasta que Daniel me lo contó el jueves. Creía que yo era la única.

– Yo también. Dios mío. -Gretchen tomó aire para tranquilizarse-. Todas lo creíamos.

– Hoy le he entregado mi declaración a Chloe Hathaway, la ayudante del fiscal -explicó Susannah-. Daré testimonio en el juicio.

Gretchen seguía atónita.

– Será difícil.

Difícil. Empezaba a odiar la palabra.

– Será un verdadero infierno para todas.

– Supongo que usted lo sabe mejor que ninguna. He leído que ahora es abogada.

– Ahora -repitió Susannah, y Al volvió a estrecharle el brazo. «Pero puede que deje de serlo.» Al tenía razón al afirmar que la defensa haría hincapié en su condición de víctima. Pero ya se ocuparía de eso cuando llegara el momento; ahora debía estar al lado de las demás-. La señora Hathaway me ha explicado que piensa convocar una rueda de prensa. Si me dice dónde y cuándo será, allí estaré.

– Gracias.

– No me dé las gracias, por favor. Tenga mi tarjeta. Llámeme cuando esté todo organizado.

Agachó la cabeza para buscar su monedero en el momento en que un fuerte disparo cortaba el aire.

En un instante Susannah se encontró tendida en el suelo, y sus pulmones se quedaron sin aire cuando Al aterrizó sobre ella. El cementerio era un puro revuelo. La gente pasaba por su lado corriendo y gritando mientras la policía se movilizaba para restaurar el orden entre la multitud.

Aturdida, levantó la cabeza y sus ojos captaron la imagen de una mujer que permanecía impasible en medio del frenesí de actividad que la rodeaba. Iba vestida de negro, desde el velo de su sombrero hasta las puntas de sus dedos enguantados, pasando por el dobladillo de su anticuado vestido. El velo de encaje le llegaba por debajo de la barbilla y le cubría el rostro; sin embargo, de algún modo Susannah supo que la mujer la estaba mirando. «Me mira a mí.»

Y Susannah también la miró, momentáneamente hipnotizada.

Labios rojos. «Tiene los labios rojos; labios rojos.» El color se transparentaba perfectamente a través del encaje negro y creaba un efecto llamativo. Entonces la mujer se mezcló con la multitud y desapareció.

– ¿Estás bien? -gritó Al para vencer el fragor de los chillidos de pánico.

– Más o menos.

– Quédate tendida unos… Mierda. -Al se levantó de un salto y Susannah se puso de rodillas en el momento en que él tendía a Gretchen French en el suelo-. Está herida.

Veinte policías uniformados ocuparon la zona. Era la segunda vez que Susannah tenía que detener la hemorragia de una herida de bala en menos de veinticuatro horas. Gretchen estaba consciente, pero se la veía pálida y temblaba. La bala le había atravesado la parte más gruesa del brazo y de la herida manaba sangre sin cesar.

– Quédese quieta -dijo Susannah-. No se mueva. -Enrolló el pañuelo de bolsillo de Al y presionó con él el brazo de Gretchen-. Al, dame… -Levantó la cabeza y vio que Al miraba fijamente hacia delante con horror, y entonces Susannah notó que el corazón le daba un vuelco-. Joder. Oh, no.

Kate Davis se encontraba tendida en el suelo entre dos sepulcros con la mirada fija en el cielo y su falda blanca teñida del rojo de su sangre. Uno de sus brazos caía flácido hacia un lado. Todavía llevaba la pistola en la mano.

Dos agentes enfundaron sus armas Susannah siguió mirando, estupefacta. No había oído el disparo. Pero Kate Davis estaba muerta.

Al miró al suelo, anonadado.

– Le ha disparado a Gretchen French.

– Hágase a un lado, por favor. -Los paramédicos la apartaban para abrirse paso por segunda vez en veinticuatro horas. Susannah se levantó. Le flaqueaban las piernas.

– Al…

Él la rodeó con los brazos y evitó que cayera al suelo cuando las rodillas le fallaron. La cubrió con su propio cuerpo cuando empezaron a dispararse los flashes de las cámaras.

– Ven conmigo. -Tenía la respiración agitada-. Susannah, esta ciudad es una mierda.

– Sí -respondió Susannah casi sin aliento-. Ya lo sé.


Tanner aminoró la marcha y Bobby se deslizó en el asiento del acompañante.

– En marcha.

Tanner obedeció y tardaron poco más de diez segundos en cruzar las puertas del cementerio.

– ¿Lo ha hecho?

– Claro. -Tal como lo había planeado.

– ¿La ha reconocido alguien?

– No.

Tanner hizo una mueca de disgusto cuando Bobby se quitó el sombrero y el velo.

– El sombrero es espantoso pero el pintalabios lo es más. -Le tendió su pañuelo-. Límpiese la cara.

– Sheila siempre llevaba los labios pintados de este color. He pensado que sería un bonito detalle.

Tanner alzó los ojos en señal de exasperación y Bobby se retiró el pintalabios.

– ¿Dónde tiene la pistola?

– La de Rocky la he tirado al suelo, tal como tenía pensado. La otra aún la llevo en el bolsillo. -Bobby palpó el pequeño agujero en la tela-. Al final las lecciones de Charles me han servido de algo. He alcanzado los dos objetivos, uno con cada mano. Los especialistas en balística pasarán todo el día tratando de establecer correspondencias.

– Entonces, ¿Susannah Vartanian también está muerta?

– Claro que no.

Tanner se volvió de golpe con expresión furibunda.

– Ha dicho que lo había hecho. ¿Es que ha fallado?

Bobby también lo miró con ceño.

– No he fallado. Si hubiera querido darle a Susannah, lo habría hecho. Mi intención nunca ha sido que tuviera una muerte tan dulce. Si Charles puede jugar con ella, yo también.

– Entonces, ¿a quién más le ha disparado?

– No tengo ni idea -respondió Bobby en tono jovial-. A una mujer que ha tenido la desgracia de encontrarse junto a Susannah justo en ese momento. -Soltó una carcajada-. No me había sentido así desde… Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez. Puede que cuando maté al cabrón de Lyle.

– Su padre lo llevaba escrito en la frente -dijo Tanner con decisión.

«No era mi padre.»

– Rocky también. Volvamos a Ridgefield. Tenemos cosas que hacer antes de que salgas hacia Savannah.

Tanner se puso tenso.

– Baje la cabeza. Hay un coche de policía a las doce.

Bobby se agachó y se escondió detrás del salpicadero.

– No he visto ningún coche de policía.

– Iba de incógnito. Pero ya se ha marchado. Vámonos de aquí.


Dutton,

sábado, 3 de febrero, 12:05 horas

Luke salió del coche con el corazón desbocado.

«Se han oído disparos en el cementerio de Dutton.» En cuanto oyó la noticia por la radio, dio media vuelta y regresó a toda pastilla. Susannah ocupaba el asiento del acompañante de su vehículo de alquiler, rodeado de coches patrulla. Dos agentes de la policía del estado se dedicaban a controlar a la multitud y Al Landers, con cara de enojo, caminaba arriba y abajo junto al coche.

– ¿Qué ha pasado? -quiso saber Luke. Al sacudió la cabeza.

– Aún no lo sé, y creo que su jefe tampoco.

Luke asomó la cabeza por la ventanilla del coche. Susannah permanecía quieta, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Tenía la cara y la pechera del vestido negro veteadas de barro rojizo.

– ¿Está bien?

Ella le dirigió una mirada llena de hastío.

– Lo único que me ha rozado ha sido Al. Kate Davis ha muerto.

Luke arrugó la frente.

– ¿Kate Davis? Está de broma.

– Ojalá. La policía la ha matado a tiros después de que ella le disparara a Gretchen French.

Luke sacudió la cabeza para aclararse las ideas.

– ¿Kate Davis ha disparado? ¿En el cementerio?

– Sí -respondió Susannah con calma-. A Gretchen French. En el cementerio. Con una pistola.

– ¿A la víctima que Chloe ha mencionado esta mañana? ¿La que quería organizar una rueda de prensa junto con las otras víctimas?

– La misma. Gretchen no está malherida. Los paramédicos la están atendiendo.

Al asomó la cabeza por el otro lado con expresión sombría.

– Lo que no le ha dicho es que en ese momento ella estaba al lado de Gretchen.

A Luke se le puso un nudo en el estómago. Podrían haberla matado.

– Le pediré a la señorita French que me ponga al corriente de lo ocurrido -dijo con brusquedad-. Usted volverá conmigo.

Susannah lo miró sorprendida.

– Kate no me ha disparado a mí, le ha disparado a Gretchen. Además, está muerta; no podrá dispararle a nadie más.

– Hágame caso. Por favor.

Algo cambió en los ojos grises de Susannah.

– Ha sido muy amable, Luke, pero no tiene por qué cuidar d mí. Sé cuidarme sola.

Se había alejado a pesar de no haber movido un solo músculo.

– Hágame caso de todos modos -dijo él con la mandíbula tensa-. Susannah, estoy tan cansado que me cuesta concentrarme. Si encima estoy preocupado por usted, aún me costará más.

Eso cambió las cosas. Ella asintió.

– Muy bien. ¿Lo acompaño ya?

– No. Espere aquí hasta que vuelva. -Al y Luke se pusieron derechos e intercambiaron una mirada por encima del coche-. ¿Puede encargarse del coche de alquiler?

– Sí. Esa mujer, Kate Davis, era la hermana de Garth, el único miembro del club de Simon que queda vivo. ¿Es posible que se haya filtrado información sobre la declaración de Susannah?

– ¿Y que fuera ella el objetivo? -Luke ya se había planteado la posibilidad-. Lo descubriré.

Luke encontró a Chase junto al cadáver de Kate Davis. El hombre lo miró con amargura.

– Llevo un día fatal.

– Kate Davis también -repuso Luke-. ¿Quién le ha disparado?

– No lo sé -respondió Chase, con mayor amargura en la voz. Luke lo miró pensativo.

– ¿Quieres decir que no ha sido el GBI?

– No; quiero decir que no ha sido ningún agente de los que estaban destinados aquí. Ninguno ha disparado el arma, así que no sé quién ha matado a esta mujer -dijo Chase con irritación.

Luke miró alrededor, aguzando la vista.

– ¿Han disparado dos personas distintas?

– Eso parece.

– La bala le ha ido directa al corazón. Ha sido alguien con muy buena puntería.

– Sí, ya lo he notado. Por lo menos Kate no apuntaba tan bien. Gretchen se recuperará.

– Eso dice Susannah. Voy a llevármela a Atlanta conmigo. Entonces, ¿qué ha pasado?

– Kate Davis se encontraba entre un grupo de personas apiñadas junto a la tumba. Había una larga caravana de coches aguardando para salir del cementerio y la gente ha empezado a impacientarse.

– Yo había aparcado en el camino de acceso -dijo Luke-. He tenido que andar un poco pero he podido salir enseguida.

– Pero no has sido el único, y en parte ese ha sido e problema. Cuando se han producido los disparos, la gente ya había empezado a marcharse. Ha sido imposible retenerlos a todos.

Todavía quedaba mucha gente en el cementerio, muchos se alineaban junto a la cinta amarilla que había tendido uno de los agentes con la esperanza de presenciar la acción que se desplegaba en el escenario de un crimen de verdad.

– ¿Hay testigos?

– Los tres ancianos de las sillas plegables lo han visto todo de muy cerca. Dicen que han visto que Kate llevaba una chaqueta doblada en el brazo, y que parecía «inquieta». -Señaló la chaqueta tirada en el suelo, a medio metro del cadáver-. Al instante se ha oído un disparo y la gente ha empezado a chillar. Al Landers se ha echado sobre Susannah y la ha tirado al suelo, pero han herido a Gretchen French. Unos segundos más tarde dos policías habían desenfundado el arma y apuntaban a Kate. Uno le ha ordenado que bajara la pistola. Dicen que parecía atónita. -Chase lo miró a los ojos-. Y que ha dicho: «He fallado.»

A Luke se le heló la sangre en las venas.

– Mierda.

– Sí. Al cabo de un segundo ha caído desplomada. Debe de haber muerto antes de llegar al suelo. Tal como has dicho, quien haya sido tiene una puntería de la hostia.

– Y una pistola con silenciador.

– Eso también.

– Entonces la segunda persona se ha escapado. -Luke no permitió que el pánico que le atenazaba el vientre lo dominara. Habían errado el tiro y Susannah estaba ilesa. La herida de Gretchen no era importante-. Me alegro de que te encargues tú de los jefazos. Una cosa así nos hará quedar a la altura del betún.

– Más o menos esa expresión lo resume todo. No es necesario que te quedes, Luke. Ed se está ocupando del escenario y yo me las arreglaré con la prensa. -Hizo una mueca-. Seguro que todos han conseguido unas imágenes estupendas para los informativos.

– Menos mal que estábamos aquí -dijo Luke sin rodeos, y Chase alzó los ojos al cielo.

– Tenías razón. No era malgastar recursos.

– Gracias. Me marcho. Tengo que encontrarme con los padres de Kasey Knight a las dos; ya sabes, los padres de la primera víctima que hemos identificado. No me apetece nada, la verdad.

– Espera -dijo Chase-. ¿No querías ir a ver si Granville tenía a su nombre una caja de seguridad en algún banco de Dutton?

– He ido antes pero estaba cerrado -explicó Luke-. Hoy entierran en Atlanta al nieto de Rob Davis, el director del banco.

– Porque Rob Davis se la jugó a Mack O'Brien y él, como represalia, mató a su nieto. -Chase suspiró-. Ahora su sobrino, Garth, está en la cárcel, su esposa y sus hijos han desaparecido y Kate ha muerto. No me gustaría pertenecer a esa familia.

– Ni a la familia Vartanian -añadió Luke en voz baja.

– Ni a la familia Vartanian -convino Chase.

– Disculpen.

Luke y Chase se volvieron a mirar al pálido pastor Wertz, apostado tras ellos.

– ¿Sí, pastor? -dijo Chase-. ¿Hay algo qué podamos hacer por usted?

Wertz parecía aturdido.

– Esta tarde tenía previsto celebrar otro funeral. ¿Qué debo hacer?

– ¿A quién entierran? -preguntó Luke.

– A Gemma Martin -respondió el pastor-. Dios mío, esto no pinta bien. Nada bien.

– Es la tercera víctima de Mack O'Brien -musitó Chase-. ¿Se espera que asista mucha gente?

– La familia ha contratado a un equipo de seguridad para que no entre ningún periodista -explicó el pastor-. Aun así, están sobrevolando la zona. Se cuelan por todas partes. Es horrible. Horrible.

– Tenemos que acordonar toda la zona del cementerio -dijo Chase-. Es el escenario del crimen. Tendrán que aplazar el funeral y el entierro.

– Oh, no. Oh, no. -El pastor Wertz se retorcía las manos-. Se lo diré a la señora Martin, la abuela de Gemma. No le gustará nada, nada.

– Yo se lo diré, si cree que es mejor -se ofreció Chase, y el pastor asintió.

– Sí, sí que será mejor -Bajó la cabeza y suspiro-. Pobre Kate. Era la última persona de quien habría esperado una cosa así. Pero supongo que hasta las manos más limpias se manchan en momentos así, habiendo acusado Gretchen a su hermano de violación. Los padres de Kate y Garth se habrían llevado un gran disgusto al ver en qué se han convertido sus hijos. Estarían muy tristes. Muy, muy tristes.


Dutton,

sábado, 3 de febrero, 12:45 horas

Luke echó un vistazo a Susannah antes de volverse de nuevo hacia la carretera. Había mantenido los ojos pegados a la pantalla del ordenador desde que salieran del cementerio.

– ¿Qué está haciendo ahora?

– Buscando a la desconocida en páginas de niños desaparecidos. Anoche le dediqué unas tres horas.

– Ya tenemos a gente buscando en esas páginas. ¿Por qué no se recuesta y duerme un poco?

– Porque es mía -respondió Susannah con tranquilidad-. Además, ustedes solo tienen fotos de ella con la cara llena de golpes y los ojos cerrados. Yo la vi con los ojos abiertos, es posible que capte algo que los demás no captan. Y me volveré loca si no hago nada.

– Eso sí que lo comprendo. ¿Qué ha encontrado esta mañana con respecto a la esvástica?

– Nada emocionante. Usan esa cruz el hinduismo, el jainismo y el budismo. En todos los casos es un símbolo religioso y puede representar muchas cosas, desde la evolución de la vida hasta la buena suerte o la armonía. Significa cosas distintas según esté orientada hacia la derecha o hacia la izquierda. La mía mira hacia la derecha, lo que significa fortaleza e inteligencia. Si mirara hacia la izquierda, significaría amor y misericordia -dijo con mala cara.

Luke se quedó pensativo.

– Ninguna de las cruces mira hacia la izquierda.

– Eso me parece. De todos modos, la cruz gamada de los nazis siempre mira hacia la derecha.

– O sea que podría tener vinculación con algún grupo neonazi.

– Cabe la posibilidad, pero no lo creo. La cruz nazi tiene formas muy rectas y casi siempre está girada cuarenta y cinco grados. Nunca tiene las puntas terminadas en ángulo.

Él se quedó mirándola.

– ¿Por qué no se hizo quitar la suya?

– Como penitencia, supongo. -Vaciló; luego se encogió de hombros-. Tampoco iba a verla nadie, así que daba igual.

Él frunció el entrecejo.

– ¿Qué quiere decir?

– Quiero decir que no pienso volver a enseñársela a nadie.

La frente de Luke se arrugó aún más.

– ¿Se refiere a la playa o a una relación?

– A las dos cosas.

Su tono traslucía determinación.

– ¿Por qué?

Ella emitió un sonido que denotaba un gran enojo.

– Es muy entrometido, agente Papadopoulos.

– Luke -dijo él con más aspereza de la que pretendía, y ella volvió a encogerse de hombros, lo cual molestó a Luke-. Antes era amable; ahora soy un entrometido. -Aguardó, pero ella no dijo nada más-. ¿Es todo lo que piensa decir?

– Sí. Es todo.

Él se alegró de notar que el móvil le vibraba en el bolsillo. Estaba a punto de perder la paciencia, y eso era lo último que ninguno de los dos necesitaba.

– Papadopoulos.

– Luke, soy Leigh. Tengo unos cuantos mensajes para ti. ¿Es un mal momento?

«Sí.»

– No, está bien -respondió-. ¿Qué hay?

– El primero es de los Knight. Tenías que encontrarte con ellos a las dos pero no llegarán hasta las tres y media. El segundo es que tengo un posible apellido para Ashley C. Un tal Jacek Csorka, de Panama City, en Florida, ha denunciado la desaparición de su hija. Lleva desaparecida desde el miércoles pasado. No ha cumplido los dieciocho años.

– ¿Me dices el número? Bueno, díselo a Susannah. -Le tendió el móvil y dijo-: ¿Puede anotar el teléfono que le dará Leigh? -Susannah lo hizo y le devolvió el móvil a Luke-. ¿Qué más?

– Ha llamado Alex. Daniel está despierto.

Él respiró aliviado por primera vez en horas.

– Estupendo. ¿Qué hay de la chica?

– Sigue dormida.

– Supongo que no se puede tener todo. ¿Ha llamado alguien para dar información?

– Tenemos cientos de llamadas, pero no hay ninguna que resulte verosímil.

– Gracias, Leigh. Llámame en cuanto la chica se despierte. La chica sigue igual -dijo dirigiéndose a Susannah después de colgar. Ella continuaba con los ojos pegados a la pantalla-. Puede que la chica no aparezca ahí, Susannah.

– Tiene que estar. Ayer preguntó por su madre. Seguro que ella la quiere, y no puedo imaginarme que una madre no haga todo lo posible por encontrar a su hija.

En su voz se apreciaba cierta añoranza, y Luke se preguntó si ella lo notaba. Le rompía el corazón.

– Tengo que hacerle otra pregunta impertinente.

Ella suspiró.

– ¿Cuál es?

– ¿Ha tenido novio alguna vez?

Ella lo miró con severidad.

– No le veo ninguna gracia.

– No pretendía que fuera gracioso. Cuando iba a la universidad, antes de lo de Darcy, ¿tuvo novio?

– No -respondió ella en tono glacial, pero él no se inmutó.

– ¿Y en el instituto, antes de lo de Simon y Granville?

– No -volvió a responder ella; esta vez airada.

– ¿Y después de lo de Darcy?

– No -respondió ella con voz atronadora-. ¿Parará ya? Si esto es lo que tengo que oír para seguir con vida, por mí puede entregarme al malvado de Rocky y terminar de una vez.

– ¿Por qué? -preguntó él, sin hacer caso de su pataleta-. ¿Por qué no ha tenido novio después de lo de Darcy?

– Porque no -soltó, y entonces dejó caer los hombros-. ¿Usted me querría, agente Papadopoulos? -preguntó en tono cansino, y por una vez él no la contradijo-. Pues ya está. Bien sabe Dios que no me lo merezco. Y, lo más importante, ningún hombre decente se lo merece.

– ¿Yo soy decente? -preguntó él en voz baja.

– Me temo que sí, Luke -respondió ella, con tanta tristeza que a él se le partió el alma.

– O sea que siempre estará sola. ¿Es esa la penitencia que se ha impuesto?

– Sí.

Luke sacudió la cabeza, incapaz de aceptarlo.

– Se equivoca, Susannah. Está pagando por una cosa que no hizo. Usted fue la víctima.

– Usted no sabe lo que yo era -dijo con amargura.

– Pues cuéntemelo. Hábleme.

– ¿Por qué?

– Porque necesito saberlo. Quiero ayudarle. -Tomó aire-. Quiero conocerla, joder. -Sus manos aferraron el volante, y empezó a moverlas con nerviosismo-. La primera vez que la vi… deseé… conocerla. -A Luke, que solía ser muy bueno ligando, se le trababa la lengua-. La deseé -concluyó con un hilo de voz.

Ella estuvo un rato sin decir nada.

– Usted no desea a alguien como yo, Luke. Créame.

– ¿Porque una noche se acostó con un tío a quien no había visto nunca? ¿Y qué, joder?

– No fue una vez -susurró, tan bajito que él casi no lo oyó. Entonces tragó saliva-. No quiero seguir hablando con usted, de verdad. La situación ya es bastante difícil. Por favor.

Fue el temblor de desesperación de su voz lo que hizo que él dejara de presionarla.

– Muy bien. ¿Marca el número que le ha dado Leigh?

Ella lo hizo, y Luke habló con el señor Csorka, quien decidió salir inmediatamente de Florida con muestras de ADN de su hija Ashley. Luke esperaba poder identificar con éxito a la primera de las chicas desaparecidas. El señor Csorka llegaría esa misma tarde, a partir de las seis.

Luke repasó mentalmente todos los detalles que conocía del caso y trató de llenar el silencio que se había hecho en el interior del vehículo, pero cada pocos minutos miraba a Susannah deseando saber qué decirle. Al final hizo caso de su petición y dejó de hablarle. Cuando llegaron al hospital de Atlanta tenía la esperanza de que ella dijera algo, pero se limitó a cerrar el portátil y alejarse sin pronunciar palabra.

Luke, sintiéndose triste e impotente, la dejó marchar.

Aparcó con la intención de entrar a ver a Daniel, pero en ese momento volvió a sonarle el móvil.

– Luke, soy Nate. He estado mirando las fotos del ordenador de Mansfield.

Luke sintió una punzada de culpabilidad.

– Lamento haberte dejado solo con eso, Nate. Tengo un poco de tiempo antes de que lleguen los padres de Kasey Knight. Deja que hable un momento con Daniel e iré a ayudarte.

– De hecho ya he encontrado algo -dijo Nate con la voz llena de energía-. Ven ahora mismo.

Загрузка...