Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 18:15 horas
– Tanto el cámara como Gretchen están malheridos pero estables -anunció Chase cuando se hubieron reunido-. El policía a quien Bobby le ha disparado ya está en casa descansando.
– Gracias a Dios -dijo Talia-. A la pobre Gretchen le han pasado un montón de cosas esta semana.
– Como a todos -musitó Susannah, que estaba muy callada.
Luke se percató de que le había dado un bajón de adrenalina, y era consciente de que pronto le daría a él también. De momento seguía activo, y su corazón se disparaba cada vez que pensaba en el agujero del jersey de Susannah, justo a la altura del corazón.
Ahora llevaba una sudadera del GBI. Luke había entregado el jersey como prueba, junto con la pistola que llevaba guardada en el bolso. Sabía muy bien de dónde procedía, igual que sabía que Leo se habría asegurado de que no hubiera modo de relacionarlo con el arma.
Luke estaría en deuda con Leo el resto de su vida.
– De hecho, el cámara está más que contento -dijo Ed-. Cuando cayó, el objetivo quedó hacia arriba y obtuvo una imagen de la cara de Bobby. Ya la han pasado por la CNN.
– Hemos encontrado el coche de Marianne Woolf. Ella estaba dentro del maletero, atada y amordazada -explicó Luke-. Llevaba allí desde antes de la rueda de prensa de esta mañana. Ha recibido una llamada de Bobby diciéndole que quería verla, y cuando se han encontrado, ella le ha atacado y la ha encerrado en el maletero del coche. Antes le había robado la acreditación.
– ¿De dónde ha sacado Bobby la pistola? -quiso saber Pete-. Todo el mundo ha tenido que pasar por el detector de metales.
Luke y Chase intercambiaron una mirada. Aquello no iba a resultar agradable para nadie.
– La pistola estaba entre las pruebas que habíamos reunido -explicó Chase.
Se hizo un silencio sepulcral. En todos los semblantes se apreciaba la incredulidad, seguida del horror y luego de la ira. Y por fin de la suspicacia.
– ¿Y quién la ha sacado de aquí? -preguntó Pete con aire sombrío.
Hank Germanio puso mala cara cuando Pete y Nancy lo miraron con desconfianza. No dijo nada y Luke se sintió apenado por él.
Chloe entornó los ojos y miró a Chase y luego a Luke.
– Sabéis quién es. Decídnoslo. Decídnoslo ya.
La mirada de Chase aún estaba teñida de dolor.
– La policía de Atlanta ha encontrado el cadáver de Leigh en su casa, en la bañera. Se ha… -Se le oyó tragar saliva-. Se ha disparado en la boca.
Durante varios segundos nadie pronunció palabra, nadie respiró siquiera. La suspicacia que denotaban sus ojos volvió a transformarse en incredulidad, y luego dejó paso a una profunda conmoción.
– ¡Leigh! -preguntó por fin Talia-. ¿Leigh Smithson?
– ¿Leigh? -musitó Pete.
Chase volvió a tragar saliva.
– Sí.
– Pero ¿por qué? -preguntó Nancy, y su voz se quebró-. ¿Por qué lo ha hecho?
– No lo sabemos -dijo Chase, y apretó la mandíbula-. Todavía. Pero lo averiguaremos.
– Tiene sentido -dedujo Luke-. Ha habido testigos y sospechosos que han muerto antes de que pudiéramos dar con ellos. Leigh debía de estarle pasando información a Bobby. Al rastrear sus llamadas se ha descubierto que se había puesto en contacto con el número del teléfono que estaba en la chaqueta de Bobby.
Talia dio un respingo en la silla.
– Pero ¿cómo sabía ella lo que pasaba aquí dentro?
– Colocó un micrófono en la sala -explicó Ed.
– Os mantendré informados de la investigación sobre el móvil de Leigh -dijo Chase-. Ahora tenemos que concentrar nuestros esfuerzos en encontrar a Bobby. Ha desaparecido. Hemos puesto vigilancia en la Casa Ridgefield, en la nave del río y en la casa en la que vivía con Garth.
– Hemos registrado su ordenador -dijo Luke-. Y a sus clientes principales. No parece que esté con ninguno de ellos. Hemos hablado con todos los familiares de Davis y nadie la ha visto.
– ¿Qué hay del thích de Granville? -preguntó Susannah en voz baja.
Chase suspiró con desaliento.
– No niego que exista, Susannah, pero mientras no tengamos pruebas de que le ha hecho algo a alguien…
– Sí que ha hecho algo -lo interrumpió Susannah-. Monica dice que estuvo en la nave, que habló con Granville y que Granville le pidió que le ayudara a destruirla. Tanto si le ha puesto la mano encima a Monica como si no, sabía que ella estaba allí. Y eso lo convierte en cómplice de secuestro.
– Tiene razón -dijo Chloe.
«Tiene muchas razones», pensó Luke, y volvió a sentir que lo invadía un sentimiento de orgullo y admiración hacia ella. A pesar de todo lo que había tenido que soportar, su mente funcionaba con la precisión de un reloj.
– Además -prosiguió Susannah-, puede que Bobby se esconda allí.
Chase se frotó las sienes.
– Tiene razón. ¿Alguna idea?
– Tenemos que conseguir que el asesino de Darcy hable -sugirió Susannah-. Él sabe quién es pero tiene miedo.
– Avisaré a Al Landers -dijo Chloe-. Seguiremos intentándolo.
– Hemos enviado la foto de Bobby a todas las agencias de la zona metropolitana, y también al servicio aduanero, por si trata de salir del país -anunció Chase.
– Claro que eso sólo servirá si utiliza su nombre verdadero -observó Susannah.
– Otra vez tiene razón -reconoció Chase con tirantez-. Pero hasta que sepamos más cosas, eso es todo cuanto podemos hacer. Volveremos a reunirnos a las ocho de la mañana.
– Susannah -empezó Chloe-. ¿Podría concederme un minuto? Necesito hablar con usted.
Susannah permaneció sentada mientras todos los demás abandonaban la sala, a excepción de Luke. Chloe arqueó las cejas y Luke sacudió la cabeza, molesto por el mal ambiente que se había creado.
– Yo me quedo, Chloe.
Chloe se encogió de hombros. Cuando hubieron cerrado la puerta, ella se volvió hacia Susannah.
– La pistola.
– Era de mi padre -respondió Susannah.
– No está marcada ni registrada -dijo Chloe-. Le han borrado el número de serie.
– No se me ocurrió mirar el número de serie. Lo siento.
Chloe sacudió la cabeza.
– Vamos, por favor. Es demasiado lista para cometer un error como ese. Pero sigamos adelante. Llevaba un arma oculta sin permiso.
– Sí que tiene permiso -protestó Luke-. En Nueva York.
– Aquí no vale -dijo Chloe-. No está reconocido.
– ¿Adónde quieres ir a parar? -le espetó Luke. Sabía que tenía que llegar ese momento, pero aun así se estaba poniendo como loco.
– La cuestión es que todos los periodistas de la sala han visto a Susannah dispararle a esa mujer con una pistola que no está registrada y sin permiso para llevarla encima. No puedo pasarlo por alto.
– Por el amor de Dios, Chloe -protestó Luke, pero Susannah posó una mano sobre la suya.
– Está bien. Era consciente de lo que estaba haciendo cuando me guardé la pistola en el bolso. Sabía que Bobby no se detendría ante nada, y me sentía vulnerable. No quería morir, así que tomé una pistola de mi padre, me la guardé en el bolso y he disparado a esa mujer dentro de una sala llena de cámaras. -Miró a Chloe a los ojos-. ¿Presentará cargos contra mí?
Chloe pareció incomodarse.
– Joder, Susannah.
– Si no hubiera llevado la pistola, ahora no estaríamos hablando -dijo Susannah con calma-. Bobby me estaba apuntando desde dentro del bolsillo. Sabe que ya había disparado tres veces, y una me ha herido a mí. Por eso le he disparado yo, y no lo siento.
– No voy a presentar cargos por el disparo -dijo Chloe-. Está claro que ha sido en defensa propia. Pero, Susannah, ¿qué clase de ejemplo daría si la dejara libre después de haber quebrantado la ley? ¿Qué haría usted si fuera al revés? Sea sincera.
– Me vería obligada a presentar cargos contra usted -dijo Susannah.
Luke apretó los dientes.
– Susannah.
– La ley es clara, Luke. Chloe no tiene elección.
– Ya lo sé. -Chloe cerró los ojos-. Joder.
– Eso ya lo ha dicho -le espetó Susannah con ironía. Una de las comisuras de sus labios se curvó-. ¿Quiere consultarlo con la almohada, abogada?
Chloe, sorprendida, soltó una risita. Enseguida se puso seria.
– Podrían inhabilitarla.
La sonrisa de Susannah se desvaneció.
– Mejor inhabilitada que enterrada.
Luke volvió a pensar en el agujero de bala de su blusa y sintió la necesidad de exhalar un profundo suspiro.
– Yo habría hecho lo mismo -musitó Chloe-. Por eso me resulta tan difícil.
– Chloe, yo he hecho lo que tenía que hacer. Haga usted también lo que tenga que hacer. No me opondré.
– Si se opusiera, me sentiría mejor -se quejó Chloe.
– No es tarea mía conseguir que se sienta mejor -repuso Susannah sin alterarse.
Chloe se quedó mirándola.
– Mierda. ¿Es que no hay nada que le afecte?
– Sí -respondió Susannah con amargura-. Muchas cosas, pero se me ocurre una en particular. ¿A qué coño se refería ese periodista cuando ha dicho que Garth Davis negaba haberme violado?
Chloe suspiró.
– Tomlinson ha dicho que había recibido una llamada anónima informándole del asesinato de Darcy Williams y de que Garth Davis no la había violado a usted, y pidiéndole que lo consultara con el propio Garth. Él lo hizo y Garth negó categóricamente haberla agredido de ninguna forma.
– Pero la foto… -Susannah cerró la boca.
– Susannah aparecía en una de las fotografías de la caja -informó Luke, y reprimió el deseo de arrancarle la cabeza de cuajo a Garth Davis.
– Ya lo sé -dijo Chloe-. He hablado con el técnico que las está clasificando. Dice que había imágenes de desnudos y de violaciones. Dice que hubo, dieciséis víctimas a quienes fotografiaron desnudas, pero sólo a quince las violaron. Susannah, a usted no la violaron.
Susannah se puso tensa, pero no dijo nada, y Luke recordó la conversación que habían mantenido en la habitación de Monica el día anterior. «Violó como mínimo a una persona», había dicho refiriéndose a Simon. ¿Cómo lo sabía?
– Garth miente -dijo Susannah en voz baja; demasiado baja. La mano que asía la de Luke le tembló.
– Hablaremos con él -prometió Luke-. Pero hoy no. Te llevaré a casa.
Chloe se puso en pie.
– Lo consultaré con la almohada y mañana le comunicaré mi decisión.
Cuando Chloe se hubo marchado, Luke estrechó a Susannah entre sus brazos.
– Todo irá bien -musitó contra su pelo-. Pasé lo que pase.
Ella se aferró a él con fuerza, le temblaba todo el cuerpo.
– ¿Cómo lo sabes?
Él la besó en la frente antes de levantarle la barbilla para mirar la a los ojos.
– Porque has superado cosas muchísimo peores tú sola. Y ahora ya no lo estás.
Muchas emociones se mezclaron en su mirada. Luke comprendía la furia y el miedo. La gratitud le molestaba. Pero fue la esperanza lo que hizo que también a él se le humedecieran los ojos. Entonces ella le sonrió y se puso de puntillas para rozar los labios con los suyos en un gesto que hizo que todos los músculos de su cuerpo se tensaran.
– Entonces todo irá bien. Vámonos de aquí. Tengo la sensación de que podría dormir un año entero.
Dutton,
domingo, 4 de febrero, 19:45 horas
– Mierda -musitó Bobby, con los labios lívidos del dolor-. Ten cuidado.
Charles arqueó las cejas.
– Si lo prefieres puedo llamar al 911.
Bobby le lanzó una mirada furibunda.
– Te he dicho que sentía lo de esta mañana y te he dado mil gracias por acudir a socorrerme, a pesar de que has tardado muchísimo.
– Ya te he dicho que no podía soltarlo todo de las manos. Es taba con un cliente.
– ¿Cuál? -preguntó ella.
Él la miró con severidad.
– ¿Desde cuándo eso es asunto tuyo?
Ella bajó los ojos.
– Lo siento. Quítame eso de ahí, ¿vale?
De pronto él se echó a reír al recordar la mirada de Rose Bowie cuando su móvil empezó a vibrar sobre la mesa en el momento justo en que empezaba a establecer contacto con el más allá.
– La verdad es que has telefoneado en el momento perfecto. Pensaba que a Rose Bowie iba a darle un infarto.
– ¿Rose Bowie? ¿Qué quería esa vieja pordiosera?
– Le preocupaba que mañana hubiera alguna escena violenta en el funeral de su hija -dijo, estirando el brazo de Bobby mucho más de lo necesario-. Rose no quiere que ocurra nada parecido a lo que sucedió en el entierro de Sheila Cunningham. Como estaba bastante seguro de que no pensabas disparar a nadie más, le he dicho que podía estar tranquila.
– ¿Y te ha pagado por eso?
– Una cifra considerable, en parte por la predicción y en parte para que no le cuente a nadie que viene a verme. La candidatura de su marido no se vería nada beneficiada si se conocieran sus escarceos con las ciencias ocultas. Y a sus amigos de la Iglesia baptista tampoco les haría ninguna gracia.
Rose era una de sus mejores clientas. Claro que Carol Vartanian le pagaba mucho más. Charles echaba de menos aquellas sesiones. ¿Quién iba a imaginar que detrás de aquella apariencia fría latía el corazón de una mujer que despreciaba por completo a su marido? Empezó a ir a ver a Charles para que le predijera el futuro y él se había asegurado de que se confirmara lo suficiente para que Carol siguiera creyendo en cada palabra que brotara de su boca. Ella había seguido acudiendo movida por el perverso deseo de hacer precisamente lo que a su marido le dolería más.
Él había salido ganando con el hecho de que el sexo fuera la mejor arma de Carol Vartanian. Sí, la echaba de menos. Susannah se parecía mucho a su madre. «Habría supuesto un placer inmenso iniciarla, hacerle depender de cada una de mis palabras.» Pero esa jugada ya no era posible, si es que lo había sido alguna vez. Nunca había puesto en duda que Susannah iba a morir. El que fuera a tener una muerte dolorosa era un hecho inevitable desde la noche en que destruyó a uno de sus mejores y más brillantes alumnos.
«El ojo por ojo es una solución de tontos», decía siempre Pham. Su mentor nunca se equivocaba. Charles se inclinó sobre el brazo de Bobby y fue haciendo salir la bala de la herida con tirones bruscos.
– Te has arriesgado mucho viniendo aquí, a esta casa.
– Aquí no me buscarán, y aunque lo hicieran, hay un montón de sitios donde esconderse. Mierda -volvió a susurrar-. Qué daño.
Charles ya se imaginaba que le dolía. Le tendió una botella del mejor whisky de Arthur.
– Bebe.
Ella apartó la botella.
– No puedo emborracharme. Tengo que estar lúcida por si vienen a por mí.
– Acabas de decir que aquí no te buscarán. -Él volvió a dar un tirón y se ganó otra sarta de improperios.
– ¿Quién te enseñó a extraer balas, Joseph Mengele? -masculló ella.
– De hecho aprendí quitándome una de la pierna -dijo él sin alterarse.
Ella observó el bastón que había apoyado contra la mesa.
– Vaya.
Charles extrajo la bala retorciéndola. Hacía rato que podría haberlo hecho, pero jugar con Bobby se había convertido en un clásico. La sostuvo en la palma de la mano para que ella la viera.
– ¿Quieres guardártela de recuerdo? -se burló.
– ¿Lo hiciste tú con la que te disparó algún soldado del Vietcong?
Charles se planteó darle un bofetón que la dejara inconsciente. No habría tenido que golpearla muy fuerte, y precisamente le pareció que no tenía gracia destruirla cuando su autocontrol ya pendía de un hilo. Sin embargo, Bobby aún se controlaba, y en cierto grado, aunque pequeño, la admiraba por ello; por eso le respondió.
– Pues sí. Guardé la bala para recordar siempre el odio que sentí en ese momento. Era esencial sentirlo para sobrevivir. Y no fue ningún soldado del Vietcong quien me disparó -añadió. Después de todo, eso era motivo de orgullo.
Ella cerró los ojos y exhaló un hondo suspiro.
– Entonces, ¿quién te disparó?
No se lo había preguntado nunca hasta ese momento; no había tenido agallas. Toby Granville sí que se lo había preguntado hacía mucho, mucho tiempo. Entonces tenía trece años y estaba mucho más seguro de sí mismo de lo que Bobby lo había estado jamás. En aquel momento Charles le había respondido a Toby. Decidió responderle a Bobby ahora.
– Otro soldado norteamericano. Nos escapamos juntos.
Ella abrió los ojos, lo justo para que parecieran estrechas rendijas en su rostro. Él seguía limpiándole la herida.
– ¿De dónde?
– De un lugar infernal del sudeste de Asia conocido como campo de prisioneros.
Ella exhaló un suspiro entre dientes.
– Eso explica muchas cosas. -Se estremeció cuando él le pinchó con la aguja-. Señor. ¿Por qué te disparó?
– Por un mendrugo de pan -dijo él, con voz igualmente serena a pesar de que al pronunciar las palabras en voz alta su interior se puso al rojo vivo-. Luego me dejó tirado para que muriera.
– Es evidente que no moriste.
– Es evidente. -Pero eso sí que no lo compartía con nadie.
Ella apretó los dientes cuando él empezó a suturar la herida.
– ¿Y tu venganza?
– Tardó tiempo en llegar. -Charles pensó en el hombre encerrado en una prisión de Nueva York por un crimen que no había cometido para proteger a la familia que nunca tendría la oportunidad de conocer. El hombre que merecía todos los días de su tormento y más-. Pero era una venganza larga y valió la pena esperar. Todos los días sonrío al pensar que él está sufriendo, en cuerpo, mente y alma. Sufrirá el resto de su vida.
Ella permanecía callada mientras él seguía dando puntos.
– ¿Por qué no lo mataste? -preguntó al final.
– Porque en su caso la muerte era una venganza demasiado rápida.
Ella asintió. Los dientes le habían dejado una marca en el labio inferior, pero no se quejó. Esa era la chica dura a quien había conocido tantos años atrás. Esa era la valiente a quien hacía tanto tiempo que no veía. Él tiró con fuerza del hilo. Ella respiró hondo pero guardó silencio, así que la presionó más.
– En cuanto a Susannah…
– La quiero muerta -exclamó Bobby entre dientes-. Pero no quiero que tenga una muerte rápida.
– Bien -respondió él con un ligero exceso de vehemencia, y ella lo miró con los ojos entornados.
– Tú también la odias. ¿Por qué?
Él frunció el entrecejo, enfadado consigo mismo por mostrarse tan transparente.
– Tengo mis motivos.
Ella lo miró con mala cara.
– Llevas todos estos años avivando mi odio, animándome a que tome lo que es mío.
Él le vendó el brazo.
– Tal como debe ser. Susannah ha vivido una vida que te pertenecía a ti. -Le colocó el brazo en cabestrillo y retrocedió-. Ya he terminado.
– Yo no. Llevas años pidiéndome que la mate para ti. ¿Por qué odias a Susannah Vartanian? ¿Qué te ha quitado a ti? -Al ver que no le respondía, lo asió del brazo con la mano libre-. Dímelo. -Se elevó sobre él; sus fríos ojos azules arrojaban fuego, y durante un brevísimo instante él sintió un atisbo de miedo.
«Bien hecho», pensó, orgulloso de ella de nuevo. Le retiró la mano de la manga con cuidado.
– Siéntate antes de que te desmayes. Has perdido mucha sangre.
Ella lo hizo. Estaba pálida y temblorosa pero llena de fuerza.
– Dímelo -repitió, en voz más baja-. Si voy a matarla para ti, al menos tengo derecho a saber por qué. ¿Qué te ha quitado?
Charles la miró a los ojos. La propuesta le parecía justa.
– A Darcy Williams.
Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 19:45 horas
– Susannah, despiértate. No podemos llegar tarde.
Susannah se esforzó por abrir los ojos. Luego se incorporó de golpe mientras miraba alrededor.
– ¿Qué hacemos aquí? -«Aquí» quería decir el aeropuerto y Luke estaba aparcando el coche.
– Es una sorpresa -fue toda su respuesta-. Merecerá la pena, te lo prometo.
– ¿Qué hacemos aquí? -volvió a preguntar ella cuando él la guió hasta la zona de recogida de equipaje y la pared en la que había apoyada una maleta enorme-. ¿Has pedido que me enviaran la ropa? Pero ¿cómo…? -Se interrumpió cuando él la tomó por los hombros y le dio la vuelta. Susannah miró la maleta un momento y entonces su corazón se derritió-. ¡Oh! -Corrió hasta el rígido portamascotas apoyado en la pared y se arrodilló para mirar por la portezuela enrejada. Una cara familiar se asomó y se alegró mucho de verla. Thor-. ¿Cómo te las has arreglado para traerla?
– Al y yo hablamos con el personal de la residencia para que la mandaran.
Ella abrió la portezuela enrejada lo suficiente para poder acariciar a su suave perrita.
– Buena chica -musitó-. Te he echado de menos. Enseguida; enseguida saldrás. -Cerró la portezuela y miró a Luke, y la ternura que observó en su rostro hizo que se le pusiera un nudo en la garganta.
– La echabas de menos -dijo él-. He pensado que todo sería más fácil si ella estaba aquí.
Ella no se movió. Tragó saliva.
– Eres muy amable.
Él movió las cejas arriba y abajo.
– ¿Y?
Ella se echó a reír.
– Y también irresistible a más no poder. -Y de verdad lo era.
Le recordaba a un pirata, con su barba incipiente, sus ojos negros y su sonrisa maliciosa. La alegría la desbordó y se sorprendió a sí misma cuando le arrojó los brazos al cuello. Él también se sorprendió a juzgar por su repentina inspiración, pero ello no le impidió atraerla hacia sí y elevarla hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo.
Entonces ella también inspiró con fuerza al notar que de repente él se ponía rígido, completamente excitado. Notó que se le erizaba la piel y su cuerpo respondía, y en ese momento lo deseó.
«No tienes por qué parar esta vez. Él lo sabe todo, y no le importa. Deja de comportarte como una cobarde.» Se apartó para verle la cara y su ya acelerado corazón se disparó. La ternura había desaparecido por completo de su semblante y había dado paso a una violenta avidez.
– Gracias. -Ella le obsequió con un beso, rico y profundo, y notó que su imponente cuerpo se estremecía.
Él también lo necesitaba. Al percatarse sintió ganas de besarlo otra vez, y lo hizo hasta que le oyó emitir un gemido gutural en que se mezclaban el alivio y la frustración.
– Aquí no -dijo mientras echaba la cabeza hacia atrás y respiraba tan hondo que le presionó los senos con el tórax. Ella volvió a estremecerse, y mientras le acariciaba con la boca el firme perfil del cuello notó el latido de su pulso contra los labios.
Tras ellos Thor ladró desde la maleta portamascotas y devolvió a Susannah a la realidad.
– Oh.
Luke esbozó una sonrisa pícara cuando la bajó al suelo, lo bastante lejos de sí.
– ¿Podrías volver a darme las gracias de la misma forma cuando no estemos en un aeropuerto lleno de gente?
Ella se ruborizó, pero no quiso apartar la mirada.
– Sí.
Estiró los brazos como si fuera a atraerla hacia sí de nuevo, pero en vez de eso se llevó la mano al bolsillo y sacó una correa de nailon.
– Es de Cielo. Tenemos que ir a comprar otra para… -Levantó la maleta portamascotas con una mueca.
– Thor -dijo ella en tono amable-. ¿Qué pasa?
– Nada malo, sólo que un perro llamado Thor debería pesar más de diez kilos.
Ella le sonrió.
– Y un feo bulldog no debería llamarse Cielo.
Él dio un resoplido.
– No es tan fea.
Ella se echó a reír.
– Eres un blandengue.
– Vuelve a darme las gracias cuando estemos en casa y ya verás lo blandengue que soy.
A ella volvió a disparársele el corazón y descubrió que le gustaba aquella sensación, la expectativa. La emoción.
– A partir de este momento tenemos una cita.
Dutton,
domingo, 4 de febrero, 19:45 horas
Bobby observó a Charles limpiar metódicamente sus utensilios quirúrgicos. Tenía una buena colección. Bobby imaginó que algunos de los secretos que conocía tenía que arrancarlos un poco más a la fuerza que otros. Al haber probado ese día su bisturí, comprendió a la perfección por qué tenía tanto éxito a la hora de destruir las defensas de sus oponentes.
– Entonces… -Ladeó ligeramente la cabeza-. ¿Quién era Darcy Williams?
– Era mía.
Ella asintió. Por la mañana había utilizado la misma expresión.
– ¿Cómo Paul?
Él asintió.
– Como Paul.
– ¿Es hijo tuyo?
A él la pregunta le hizo sonreír.
– En cierto modo.
– ¿Lo has criado tú?
– Sí.
– ¿Y a Darcy también?
– Más o menos.
– Pero Susannah no mató a Darcy Williams.
Su mirada se tornó fría.
– Ella no le dio la paliza, pero hizo imprescindible que muriera.
– No lo entiendo.
– No pretendo que lo entiendas. -Cerró la bolsa-. Llámame cuando estés a punto para mover tu ficha. Me gustará estar presente.
Bobby lo observó marcharse, apoyándose más de lo habitual en el bastón.
– ¿Charles?
Él se volvió, con la expresión más dura que una piedra.
– ¿Qué?
Ella se llevó la mano al vendaje.
– Suelo pagar mis deudas. Aquí tienes un poco de información. Mi topo del GBI me ha informado de que Susannah Vartanian le ha descrito a una retratista cómo era el hombre que la violó en Nueva York. Le han pedido que enviara por fax el retrato al fiscal de Nueva York para que se lo mostrara al hombre que cumple condena por el asesinato de Darcy Williams.
Por primera vez en toda su vida Bobby vio que Charles palidecía.
– Y ¿lo ha hecho?
– No. -Bobby arqueó las cejas-. Hoy, cuando me ha recogido después de la rueda de prensa, le he preguntado por qué. Me ha respondido que el hombre del retrato era el policía que la pilló y no la detuvo, el que utilizaba el crimen que había cometido para chantajearla en espera de que llegara su momento. Puesto que el policía del retrato era Paul, no me ha costado mucho atar cabos. Y puesto que Paul es tan importante para ti…
Él hizo un único gesto afirmativo.
– Gracias, Bobby.
Era la primera vez que le daba las gracias por algo. Después de trece años le parecía demasiado poco. Demasiado tarde.
– Estamos en paz por lo de la bala. Señor.
Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 20:45 horas
– Qué bonito.
Susannah estaba de pie en la puerta del dormitorio de Luke sonriéndole a Thor, que se había ovillado junto a Cielo encima de una cesta llena de ropa de Luke. Habían comprado comida china y se la habían comido en la vajilla de porcelana de su madre mientras disfrutaban de una agradable conversación sobre temas intrascendentes. Por medio de una especie de acuerdo tácito habían evitado nombrar a Bobby, al thích y los cargos pendientes por llevar armas ocultas sin permiso.
Tampoco habían mencionado el beso del aeropuerto, pero su recuerdo persistía en ambos. Las expectativas estaban dulcemente presentes.
A Susannah el corazón le latía con fuerza y se preguntaba qué ocurriría después.
Luke se apostó tras ella.
– No, no es bonito -discrepó él-. La ropa estaba limpia.
– La próxima vez guárdala.
– La próxima vez guárdala -la imitó él con voz nasal-. Te pareces a mi madre.
La rodeó con los brazos a la altura del estómago, lo cual le provocó un agradable cosquilleo. La meció con suavidad de un lado a otro y ella echó la cabeza hacia atrás para apoyarla en su pecho, sintiéndose cómoda con un hombre por primera vez en toda su vida.
– Lo he pasado muy bien con tu familia.
– Bien. Estaban emocionadísimos de tenerte.
– ¿Y tú? -Tenía la intención de pronunciar las palabras en tono liviano y en cambio lo hizo en un susurro, sin apenas voz, con ansia.
Hubo un instante de silencio. Luego Luke le tiró del cuello de la sudadera prestada.
– No lo sé -dijo en tono quedo-. Aún no te he tenido. -Bajó los labios hasta la curvatura de su hombro y ella se estremeció y ladeó la cabeza para que cupiera mejor mientras contenía la respiración ansiosa por descubrir qué ocurriría después.
– ¿Quieres tenerme? -preguntó, pero él la acalló masajeándole los hombros.
– No hables -musitó mientras sus labios le rozaban con dulzura la piel y sus dedos hacían maravillas con sus escápulas-. Estás muy tensa. Quiero que te relajes. Quiero que dejes reposar la mente. No pienses en lo que va o lo que no va a pasar. Limítate a sentir. Siente esto. -Se enrolló su pelo en la mano y le echó la cabeza hacia atrás con suavidad. Luego le acarició el cuello a besos-. ¿Te gusta? -musitó cuando le oyó suspirar.
– Sí -susurró ella.
Él le volvió la cabeza hacia el otro lado y ella emitió un profundo gemido mientras él le obsequiaba con las mismas caricias estimulantes.
– Así es como debe ser -dijo él-. Tiene que gustarte, tienes que querer más. ¿Quieres más?
Con él era muy fácil, muy dulce. Asintió despacio y él se quedó quieto unos instantes. Entonces deslizó las manos bajo su sudadera y las posó en su cálida piel. Ella sintió que se le tensaban los músculos del vientre y le notó sonreír contra su cuello.
– ¿Tienes cosquillas?
– Es más bien una cuestión de nervios. -Se tensó más cuando los dedos de él ascendieron por sus costillas.
Le oyó tragar saliva y sus dedos se quedaron quietos.
– Creo que tendríamos que dejarlo aquí.
– ¿Por qué?
– Porque te deseo pero no quiero presionarte. Te quiero loca por mí, no asustada.
– No estoy asustada -protestó Susannah, pero incluso ella oía el temblor en su propia voz.
– No quieres estarlo. Y pronto dejarás de estarlo. Pero para poder contenerme tengo que parar ahora.
Se estaba conteniendo, pero aún no lo había dejado correr. A pesar de tener los dedos quietos, no los había retirado. Tenía los pulgares a milímetros de la base de sus senos, tentadores.
No quería estar asustada. Ese día se había enfrentado sin miedo a una asesina. Asustarse de aquello, de su propia sexualidad, le parecía absurdo y más que triste. Estaba entre los brazos de un hombre bueno, decente, que lo sabía todo sobre ella y aun así la deseaba. Ya se había echado atrás bastantes veces en la vida.
De ningún modo pensaba echarse atrás ahora.
Antes de que él pudiera pronunciar ninguna otra palabra, ella le levantó los brazos. A su propio gemido se unió el de él, que la ansiaba y le cubrió con las manos los senos ocultos tras el encaje. Le gustaba. Le gustaba mucho. Y no era suficiente. Pegó su cuerpo al de él y lo notó duro y a punto. Empezó a moverse de un lado a otro y le arrancó otro gemido de la garganta.
– No -dijo él, con los labios en su cuello-. Aún no. -Ella ejerció mayor presión contra él, cuyos pulgares rozaron sus pezones haciendo que una sensación eléctrica le recorriera la piel-. No es el momento. -Pero él respiraba con agitación junto a su oído y se impulsaba con las caderas a un ritmo que la estaba volviendo loca-. Mierda, Susannah. Pídeme que pare. Por favor.
Y lo habría hecho si ella se lo hubiera pedido. Susannah lo sabía; igual que sabía que no quería que lo hiciera.
– Hoy he estado a punto de morir.
– Ya lo sé. No puedo dejar de pensarlo una y otra vez. Pero ese no es motivo suficiente para que tengamos que hacer esto ahora, esta noche. Tenemos tiempo; mucho tiempo.
– Yo ya he esperado mucho tiempo. He venido para rehacer mi vida. Ayúdame a conseguirlo.
Él vaciló.
– ¿Cómo quieres que lo haga? -preguntó con voz gutural.
La pregunta le produjo una emoción morbosa y pensó en la caja cubierta de polvo que guardaba en el armario. Pero aquello era nuevo. Ella era nueva.
– Quiero probar si puedo hacerlo… normal.
– Susannah, de cualquier modo será normal. Te lo prometo.
– Quiero… verte la cara.
Él se quedó quieto, con la cara posada en su coronilla.
– Dame un minuto. -Ella contó los latidos de su corazón hasta que él retiró las manos de debajo de la sudadera-. Siéntate en la cama.
Ella le obedeció y lo observó levantar la cesta de la ropa, con perros incluidos. Abrió la puerta de entrada, los sacó a la calle y cerró de golpe. Entonces se arrodilló frente a ella.
– ¿Seguro que eso es lo que quieres?
Ella asintió mirándolo a los ojos.
– Seguro.
– Muy bien.
Esperaba que se levantara, pero él se quedó allí, acariciándole las pantorrillas.
– ¿Qué pasa?
Él sonrió.
– Estas mujeres de Nueva York… -bromeó-. Paciencia, Susannah. Espera un poco. -Alzó la cabeza, tenía los ojos muy brillantes-. No tengo intención de dejarte perder.
A ella se le puso un nudo en el pecho y no respondió, ante lo cual él sonrió.
– La primera vez que te vi, llevabas una falda como esta.
– Fue en el funeral de mis padres, la semana pasada -consiguió decir, y él asintió-. Ya entonces me pregunté qué se sentiría estando contigo, cómo serías sin aquella ropa tan seria. ¿Cómo eres?
Ella tragó saliva.
– Pídeme que te lo enseñe. Pídemelo bien.
Él se puso en cuclillas.
– Quítate la falda, por favor.
Con el corazón aporreándole el pecho, ella se levantó de la cama. Él le recorría las piernas con las manos, jugueteando, mientras ella se esforzaba por desabrocharse el botón de la espalda. Él la observó, con sus ojos negros e intensos. Al final ella tiró del botón hasta arrancarlo y él hizo una mueca.
– Era tu última falda decente.
– Te lo estás pasando en grande -lo acusó, vacilante. Él arqueó las cejas.
– ¿Y tú no?
Susannah se dio cuenta de que sí, lo estaba disfrutando. Se puso en pie y detuvo las manos sobre la cremallera. Ahora era ella quien le hacía esperar. La mirada de él se ensombreció. Tiró del bajo y ella lo satisfizo bajando la cremallera y luego la falda hasta la cadera.
Él se la siguió bajando hasta los pies mientras contemplaba la ropa interior de encaje que Mitra había elegido con tanto acierto.
– Bonitas bragas -dijo con voz gutural.
Ella se dispuso a bajárselas pero él la detuvo.
– Todavía no. Vuelve a sentarte. -Él se le acercó y le posó los labios en un muslo y luego en el otro, hasta que a Susannah le temblaron las piernas.
– Luke -susurró, aguardando a que su boca rozara la zona que sentía palpitar. Pero él no lo hizo; pasó de largo las braguitas y le levantó la sudadera lo justo para besarle el vientre.
– No puedo dejar de pensar en ti, arrodillada en medio del bosque en sujetador. -Tenía la voz entrecortada-. Enséñamelo otra vez, por favor.
Ella volvió a satisfacer su deseo, consciente de que aquello resultaba tan excitante para él como lo era para ella. Se pasó la sudadera por la cabeza, la dejó caer al suelo y aguardó. Él tomó aire y luego lo exhaló.
– Bonito. Muy bonito.
Le apartó las piernas con suavidad y se arrodilló frente a ella mientras iba subiendo las manos por su espalda. Fue besándola hasta llegar a su estómago; luego entre los senos. Ella aguardó, conteniendo la respiración, pero él siguió hacia arriba y la besó en el hueco de la garganta. La risa de ella sonó entrecortada.
– Luke. -Le notó sonreír contra su cuello.
– ¿Te lo estás pasando bien, Susannah?
A ella le entraron ganas de estrangularlo.
– Sí. No. Mierda. ¿A qué estás esperando?
– Te estoy haciendo el amor -dijo él con ligereza-. Tú quieres correr mucho pero yo he esperado esto mucho tiempo. -Le acarició el seno con la nariz a través del sujetador y ella ahogó un grito.
– Me conociste la semana pasada.
– Pero llevo esperándote toda la vida. -De repente levantó la cabeza y la miró con sus ojos penetrantes-. Es cierto. Parece una frase hecha, lo sé, pero es la pura verdad.
Ella le acarició la mejilla con el pulgar y su barba incipiente le hizo cosquillas en la piel.
– Ya lo sé. -Se inclinó hacia delante y posó los labios en los de él-. Yo también.
– Te deseo -susurró él, con voz trémula.
– Pues deja de juguetear -musitó ella-. Hazlo.
A Luke le tembló un músculo de la mandíbula.
– ¿Qué quieres?
– Tu boca. -Ella tragó saliva-. Bésame.
Él sonrió con picardía.
– ¿Dónde?
– En todas partes. -Dios, se sentía a punto de explotar. Le rodeó las mejillas con las manos y lo atrajo hacia su pecho. Él la besó con avidez y succionó con fuerza a través del encaje. Desplazó las manos hasta el cierre de la espalda y se lo desabrochó con una facilidad asombrosa. Pero ella no pensó en cómo habría aprendido a hacerlo porque ya le había quitado la prenda y su boca le rozaba la piel. Lo sostuvo contra sí, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, disfrutando el momento.
Él se retiró lo necesario para verle la cara.
– Susannah.
Ella levantó la cabeza y se concentró en su rostro, al que ya echaba de menos.
– ¿Qué?
– Mira -dijo él con gravedad-. Míranos.
Ella desplazó la mirada hasta el espejo del tocador y se le atoró la garganta ante la visión de la morena cabeza contra su pecho. Era una imagen muy erótica. Y muy dulce. La combinación la dejó sin aliento. Él le aferraba los muslos y sus dedos jugueteaban con el borde de sus braguitas de encaje que, como ella bien sabía, aunque limpias, estaban empapadas.
– Luke.
Él levantó la cabeza. Tenía los labios húmedos de succionarle los pezones.
– ¿Qué quieres?
Ella temblaba, fuera de control. Pero las palabras no brotaban de su boca.
Él bajó la mirada a sus braguitas y luego volvió a levantarla, llena de deseo.
– ¿Y bien?
– Por favor -susurró ella.
– Pídemelo -dijo él-. Pídemelo bien.
Ella apretó los labios. Tenía las mejillas encendidas pero no se movía. Él aguardó, y al fin ella se inclinó hacia delante y le susurró al oído.
– Hazlo con la boca. Por favor.
Él se colocó sus piernas sobre sus hombros, luego gimió. Y lo que ella quería decir se disipó porque él por fin la tenía en su boca. La besó, la lamió y la mordisqueó a través del encaje, hasta que creyó que iba a morir. Empujó las braguitas hasta que él las deslizó por sus piernas. La penetró con la lengua y ella gritó, con un grito fuerte y prolongado. Y, sin embargo, veía frustrada cómo el orgasmo titilaba fuera de su alcance.
– Luke, no puedo.
Él le introdujo dos dedos.
– Sí, sí que puedes. Córrete para mí, Susannah; deja que te vea.
La levantó y volvió a besarla, con dulzura, preparándola otra vez con lentitud hasta que de nuevo resollaba. Estaba muy cerca, al borde del final.
Muy cerca, pero no llegaba.
– No puedo. -Notó el escozor de las lágrimas en los ojos-. Mierda.
Él se puso en pie, se despojó de los pantalones y quitó el envoltorio a un preservativo.
– Ponte de pie.
Ella pestañeó para apartar las lágrimas y lo miró. Tenía la respiración agitada.
– ¿Qué pasa?
Él le asió la mano y la llevó hasta el tocador.
– Mírame -dijo con voz ronca mientras se enrollaba su pelo en la mano y la obligaba a levantar la cabeza-. Mírame la cara.
Ella lo hizo. Lo miró en el espejo mientras él le separaba las piernas con la rodilla y la penetraba con un impulso duro y profundo. Y con un pequeño grito ella se corrió, convulsionándose alrededor de él, cuyo rostro se crispó mientras empujaba con fuerza una vez, dos; y a la tercera, arrojó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre. Luego se dejó caer, empujándola contra el tocador.
Ella posó la mejilla en la fría madera.
– Oh, Dios mío.
Él respiraba con agitación, y cada vez que tomaba aire la presionaba un poco más contra el mueble.
– Te has corrido -dijo, con la voz llena de satisfacción.
– Sí. -Ella lo levantó por los codos y se lo quedó mirando en el espejo-. Gracias.
Él sonrió sin dejar de resoplar.
– Ha sido un placer. Cuando quieras no tienes más que pedirlo. Lo digo en serio.
La risa se abrió paso en el interior de Susannah.
– Lo he hecho. Dios mío. Lo he hecho; y sin… Vaciló.
– Sin parafernalia de ningún tipo -terminó él, alegre-. Sin látigo, sin cadenas ni esposas.
Ella se sonrojó.
– Sí. Lo he hecho sola. Sola.
Él arqueó las cejas.
– Yo te he ayudado.
Ella volvió a reír.
– Me parece que sí. Ahora, si no me voy a dormir, me moriré.
Él retrocedió, la tomó en sus brazos sin esfuerzo y la llevó a la cama. La arropó con el edredón.
– ¿Dónde quieres que duerma yo?
Ella lo miró.
– ¿Quieres despertarte solo a las tres de la madrugada?
Sus ojos emitieron un centelleo.
– No.
– Entonces duerme aquí. -Sonrió-. Te dejaré tranquilo, te lo prometo.
Él ahogó una risita.
– Lástima.
Dutton,
lunes, 5 de febrero, 00:45 horas
Las punzadas del brazo despertaron a Bobby de repente. Se sirvió una taza de agua en el juego de té de plata de la abuela Vartanian y se tomó el ibuprofeno que Charles le había dado. Luego trató de relajarse, cubierta con el saco de dormir que había recuperado del sótano. En la etiqueta aparecía pulcramente escrito el nombre de Daniel junto con el número de su tropa de los boy scouts. Cómo no; Daniel había sido boy scout. Alzó los ojos en señal de exasperación.
El saco olía a humedad, pero estaba limpio. Lo extendió sobre el somier del antiguo dormitorio de Susannah después de retirar lo que quedaba del colchón. Alguien había entrado y había destrozado la casa, había rajado todos los cojines y los colchones con una precisión metódica. Toby Granville o Randy Mansfield, pensó. Habían estado buscando la llave de la puta caja de seguridad de Simon Vartanian.
Toby y Simon habían escondido allí las fotografías que revelaban su participación en las violaciones; lo sabía. Ella misma las había sacado hacía unos años. Había resultado muy práctico que Rocky trabajara en el banco de su tío. Bobby sabía qué encerraban las cajas de seguridad de unos cuantos habitantes de Dutton. El hecho de conocer los secretos de quienes aún la trataban como si fuera una inmundicia que había tenido la suerte de casarse bien, le hacía sentirse muy poderosa.
No obstante, ahora nada de eso importaba. Necesitaba dinero para desaparecer. Podría vender algunas de las reliquias de la familia Vartanian, como el juego de té de plata. Esbozó una sonrisa de satisfacción ante la idea. Después de tanto tiempo, por fin lo poseía. Sabía que allí había más tesoros. Cuando tuviera a Susannah en sus manos, le obligaría a enseñarle todos los escondrijos de la casa.
Utilizaría el dinero que consiguiera vendiendo los objetos para hacerse con un pasaporte con otro nombre. Con otra foto. A esas horas la suya ya aparecía en todos los informativos del país, tal vez del mundo entero.
«Mierda. ¿En qué estaba pensando esta tarde? Me podrían haber pillado.»
Había estado pensando tal como Charles quería que pensara. Se había centrado en tratar de humillar a Susannah Vartanian y verla morir en un lugar público lleno de gente, porque eso era lo que quería Charles.
Él también odiaba a Susannah, y eso no dejaba de ser interesante. Sin embargo, lo que Charles quisiera o sintiera ya no importaba mucho. «Lo que importa es lo que quiero yo.»
«Y yo quiero que Susannah Vartanian muera. Me da igual que suceda en privado.»
Claro que ahora Bobby sabía que Susannah era mucho más fuerte de lo que había creído. «Primero tengo que curarme. Luego terminaré lo que tengo pendiente.» Dejaría que Charles creyera que mataba a Susannah para él y sólo ella sabría la verdad. «La mataré para mí.» Luego desaparecería.
Atlanta,
lunes, 5 de febrero, 2:45 horas
La despertaron unos sollozos. Susannah levantó la cabeza de la almohada y por un momento se sintió desorientada. No estaba en su cama y tenía el cuerpo dolorido, en todos los lugares posibles. El olor a cedro y el sonido de los suaves ronquidos de Thor la tranquilizaron de inmediato.
Se encontraba en la cama de Luke, pero él no estaba allí.
Se levantó despacio; de repente todos los golpes y las magulladuras de los últimos tres días se hacían sentir. Con una mueca se enfundó la camisa que Luke había dejado tirada en el suelo. Olía igual que él, a cedro mezclado con un sudor limpio.
«El viernes por la mañana tomé un avión en La Guardia con la intención de dar un giro a mi vida.»
Sin duda lo había logrado, pensó mientras se subía las mangas de la camisa.
Cielo se había situado frente al otro dormitorio de la casa. La puerta estaba entreabierta y Susannah la empujó lo suficiente para echar un vistazo dentro. Había montado un gimnasio y en una esquina colgaba un saco de boxeo. Abrazado a este, con los hombros agitándose al ritmo de su llanto, vio a Luke. A Susannah se le humedecieron los ojos. Durante los últimos días lo había visto emocionarse y entristecerse muchas veces, incluso a punto de llorar, pero eso… Ese llanto procedía de lo más profundo de su ser y a Susannah se le encogió el alma.
– Luke.
Su espalda desnuda se puso rígida de inmediato. Se apartó del saco hasta erguirse por completo, pero no se volvió.
– No era mi intención despertarte -dijo con tirantez.
– Son casi las tres, hora de despertarse -bromeó ella-. ¿Puedo pasar?
Él asintió sin volverse a mirarla. Ella le pasó las manos por la espalda y notó todos sus músculos tensos.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó con suavidad.
– Ha llamado Nate.
– Nate, del ICAC. -El temor le atenazó el estómago-. ¿Han encontrado a las hermanas de Becky? -La amiga de Monica había muerto en su desesperado intento por proteger a esas niñitas.
– Sí. En una página de internet en la que hay que pagar para descargarse el archivo. Nate ha enviado fotos de las niñas a todas las agencias de investigación después de que esta mañana encontráramos el piso vacío. -El piso cuya dirección Monica Cassidy había memorizado, manteniendo así su promesa de ayudar a las hermanas pequeñas de Becky-. Uno de nuestros homólogos europeos se ha puesto en contacto con él y le ha dicho que habían visto a las niñas. El propio Nate las ha visto esta noche en internet. -Apoyó la frente en el saco-. Está destrozado.
– Lo comprendo.
– Hemos visto a las niñas, Susannah… Sabemos que están en alguna parte, pasándolo mal, pero no las encontramos.
Ella apoyó la mejilla en su espalda y lo abrazó. No dijo nada; no quería responder a su auténtico sufrimiento con tópicos.
– Nate -prosiguió él- lleva días visionando cintas, mirando fotos. Tendría que haber estado con él; lo he dejado solo con todo el trabajo.
– Claro, y tú mientras has estado de vacaciones en Bali -musitó ella-. Luke, has salvado a mucha gente. Aún no hace veinticuatro horas que has liberado a diez chicas. No te castigues así.
– Ya lo sé. Pero ¿por qué con eso no basta?
– Porque eres tú, y tú te implicas; te implicas mucho. Sabes que has hecho todo lo posible porque eres incapaz de hacer menos. Tienes que aferrarte a eso.
Él le cubrió las manos con las suyas.
– Me has ayudado mucho. De verdad.
– Encontrarás a Bobby Davis, y luego podrás ayudar a Nate a buscar a las Snyder y a todas las demás niñas que te mantienen en vela a las tres de la madrugada. ¿Ha podido Nate dar con el padrastro de Becky?
– No, pero sabemos que Snyder las trajo una vez a la ciudad. Nate difundirá fotos de sus caras por las escuelas, a ver si así puede localizarlas. Claro que a estas horas podrían estar en cualquier parte del mundo. No hay nada que obligue a ese hombre a quedarse en Atlanta.
– Puede que sí. Puede que haya algo que lo ate aquí y tú no lo sepas. Para empezar, ¿qué te hace pensar que estuvo en Atlanta? ¿Cuándo? ¿Cuando aún tenía a Angel y a Becky?
– Lo hemos deducido por cosas que hemos visto en las fotos, por lo que hay en la habitación donde tenía a las chicas. Una gorra de los Braves, un tomahawk… Cosas de ese tipo, que regalan como propaganda.
– Cosas que tiene todo el mundo -dijo ella en voz baja contra su espalda.
– Sí. -La palabra traslucía amargura y desesperanza.
– Vuelve a la cama -dijo ella-. Necesitas descansar. Así estarás más lúcido.
– No puedo dormir.
– Vuelve a la cama de todos modos. -Ella tiró de él y él la siguió, pero cuando llegaron a la cama se paró en seco. Susannah llevaba puesta su camisa y al subirse a la cama esta se ahuecó y dejó al descubierto una oscura marca en su pecho, cortesía del disparo de Bobby. Su ira aumentó al recordar cuán cerca había estado de perderla.
Negó con la cabeza.
– Tú acuéstate -dijo-. Yo me voy a ver un rato la televisión.
Se conocían bien y sabía que en esos momentos era demasiado arriesgado meterse en la cama con ella. Tenía un gran cardenal y debía de dolerle como un demonio.
«Y yo ya estoy a punto para el segundo asalto.» Tragó saliva cuando ella se arrodilló sobre la cama y extendió sus pequeñas manos para atraerlo hacia sí. «Muy, muy a punto.»
– No me excluyas -musitó-. Yo no te he excluido a ti.
– No es lo mismo.
Ella frunció el entrecejo.
– ¿Porque estás en el lado negro? -Introdujo las manos por la cinturilla de sus tejanos y tiró de él-. No me importa.
Él la apartó con toda la suavidad de que fue capaz.
– A mí sí. -Se volvió para marcharse pero ella se apresuró y llegó a la puerta antes que él. Luego se apoyó en ella, alzó la barbilla y lo miró con gesto retador-. Susannah -le advirtió-, no es el momento.
– Ayer dijiste lo mismo, y te equivocabas.
Él soltó un reniego y trató de apartarla de su camino pero ella le echó los brazos al cuello y le rodeó la cintura con las piernas, aferrándose a él como una lapa.
– No -susurró-. No me apartes de ti.
Él agarró la puerta y se mantuvo así.
– ¿Es que no sabes que te haré daño?
Ella le besó el mentón.
– ¿Es que no sabes que necesito ayudarte?
– No puedes. -Sabía que la estaba provocando pero no se le ocurría de qué modo parar.
– Mírame -musitó ella mientras le besaba las mejillas, los labios cerrados con fuerza. Sin hacerle ningún caso, siguió besándole el hombro, lamiéndolo hasta el pecho. Él se resistió, hasta que ella le clavó los dientes en el hombro, con fuerza.
En ese momento perdió la contención. Se despojó de los tejanos con un gruñido y, con las manos temblorosas, sacó otro preservativo del cajón. Sin pensarlo, se tiró con ella en la cama. Susannah seguía aferrada a su cuello, rodeándole la cintura con las piernas, y él la penetró con fuerza.
Estaba tensa y húmeda, y él se impulsó dentro de ella hasta que la furia que hervía a fuego lento en su interior se desbordó y todo se volvió negro. Todo su cuerpo se tensó y su espalda se arqueó hacia atrás cuando lo azotó el orgasmo más intenso que jamás había experimentado. Se dio cuenta demasiado tarde de que ella no lo acompañaba. La había dejado atrás sin preocuparse en absoluto.
Palpitando, avergonzado, bajó la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. La había utilizado.
– Dios -musitó cuando fue capaz de hablar-. Lo siento, lo siento mucho.
– ¿Por qué?
No parecía molesta ni herida. Él levantó la cabeza y la miró. Le sonreía. Él la miró perplejo.
– ¿No te he hecho daño?
– Un poco, pero sobreviviré. ¿Cómo te sientes tú?
– Bien -dijo él en tono cauteloso.
Ella alzó los ojos en señal de exasperación.
– Vamos, por favor. Yo también estaba, no lo olvides. Ha estado más que bien.
Él exhaló un suspiro.
– Para mí sí. He sido un egoísta, no me he preocupado por ti.
– Ya lo sé, pero me lo compensarás la próxima vez. Dime, ¿cómo te sientes?
Su pícara sonrisa era contagiosa.
– Estupendamente.
Ella levantó la cabeza y lo besó en la barbilla.
– Y te he visto la cara -añadió, triunfal.
– Ya me la habías visto antes.
– Los espejos engañan. Esto era real. -Sus rasgos se suavizaron y la sonrisa se amplió y le iluminó el rostro-. Te crees que me has escatimado placer, pero no tienes ni idea de lo que esto significa para mí, Luke.
– Pues cuéntamelo -la invitó él en tono quedo.
La sonrisa de Susannah se desvaneció por completo y su mirada se cubrió de anhelo.
– ¿Sabes lo que significó para mí sentarme a la mesa con toda tu familia? ¿Sabes que era la primera vez que hacía una cosa parecida? Nunca, ni una sola vez en mi vida había disfrutado de una comida familiar con personas que se aman las unas a las otras. Tú lo has hecho posible. -Él abrió la boca para protestar, pero ella le posó los dedos sobre los labios-. Has hecho posible más que eso. Me has devuelto la vida. Yo también quería hacer algo por ti. Si en algo has sido egoísta es en resistirte tanto antes de permitírmelo.
– No quería hacerte daño.
Ella escrutó su rostro; luego negó con la cabeza.
– No. No querías hacerte daño tú.
Él apartó la mirada.
– Tienes razón.
– Muchas -dijo ella con ironía.
Él bajó la cabeza.
– Estoy cansadísimo -dijo-. No me recupero.
– Ya lo sé -dijo ella-. Duerme. Cuando te despiertes seguiré a tu lado.
– ¿De verdad? -preguntó, y una de las comisuras de los labios de ella se curvó hacia arriba.
– ¿Tú qué crees? ¿Adónde iba a ir? No tengo ropa.
Él abandonó pesaroso la calidez de su cuerpo y la colocó de forma que quedara acurrucada contra él.
– Puedes echar mano del conjunto de Stacie.
– Ya se lo he regalado. Además, no me imagino vestida así durante la lectura del acta de acusación si Chloe decide presentar cargos. El juez me confundirá con una puta a quien han detenido en una redada.
Su ironía no consiguió engañarlo.
– ¿Qué harás? -musitó, abrazándola más fuerte por la cintura-. ¿De verdad pueden prohibirte ejercer?
– Sí. Podría apelar, pero Chloe tiene razón: una sala llena de periodistas no es el mejor sitio para infringir la ley. Dentro de pocas horas apareceré en la portada de todos los periódicos. Anoche ya salí en todos los informativos de la tele. -Suspiró-. Seré el tema de todas las conversaciones de café, y mira que lo sabía desde el momento en que puse un pie fuera del avión el viernes por la mañana. Pero lo superaré. Lo peor que puede pasarme es que me conozca todo el mundo y tal vez que me juzguen culpable de un delito menor. Chloe lo suavizará bastante; no me han condenado nunca. Es lo que haría yo.
– No encontraste la pistola en casa de tu padre -dijo él en tono quedo, y ella no respondió-. Susannah.
– Hay cosas que es mejor no remover, Luke. Si lo sabes, podrían citarte a declarar y tendrías que explicarlo. Y, de cualquier forma, si volviera a pasarme, actuaría igual. ¿Tú no?
– Sí. Lo único que cambiará es que a partir de ahora le haré un regalo mejor a Leo por Navidad. -Tiró de su camisa y la besó en el hombro que había quedado al descubierto-. ¿Y qué harás si no puedes ejercer más de fiscal?
– No lo sé. Estaba pensando en lo que hoy le he respondido al periodista, que todas las mujeres están en su derecho de denunciar o no la agresión. Pero en mi papel de fiscal he estado todo este tiempo animando a las mujeres a hacerlo.
– Es tu trabajo condenar a los culpables.
– Ya lo sé, y he cumplido mi labor para con el estado. Pero una cosa es eso y otra comparecer en el juicio. Siempre me he preguntado cómo me habría sentido de haberme decidido a denunciar la agresión. Habría estado muy asustada, igual que lo están ellas. Se ven obligadas a revivirlo todo. El estado acusa al agresor, pero en realidad nadie defiende a la víctima.
– Estás pensando en hacerte defensora de víctimas.
– Si me inhabilitan, sí. Y aunque no lo hagan, creo que me costaría mucho estar presente en un juicio y conseguir que la atención no recayera sobre mí en lugar de sobre la víctima. Decida lo que decida Chloe, tendré que dedicarme a otra cosa. Hasta puede que monte un negocio de bebidas refrescantes.
Él dio un gran bostezo.
– ¿Habrá refrescos de cereza?
– De uva -le oyó responder adormilada-. A todo el mundo le gusta la uva. Ahora duerme, Loukaniko.
De repente él abrió los ojos como platos.
– ¿Qué has dicho?
– Que a todo el mundo le gusta la uva. Y que duermas -dijo enojada-. Haz el favor de dormirte ya.
– No, me refiero a lo de «Loukaniko».
Ella volvió la cabeza para mirarlo por encima del hombro.
– Leo me dijo que te llamabas así, que por eso tu madre te llama Lukamou.
Luke se mordió la lengua para evitar echarse a reír.
– Mmm… Lo de Lukamou es más bien… Significa más bien «cariño». «Loukaniko» suena a gran salchicha pringosa.
Ella se estremeció. Entonces entornó los ojos.
– Lo siento, la culpa es de Leo.
– El hermanito Leo acaba de perder puntos para su regalo de Navidad.
Ella se acurrucó contra él.
– Aunque me parece que en ciertas circunstancias respondes bien al nombre de Loukaniko.
Él se rió por lo bajo.
– Gracias. Lo tendré en cuenta.
– Duerme -dijo ella en tono quedo-. Lukamou.
Él la abrazó con más fuerza y, con un agradable suspiro, se relajó hasta quedarse dormido.