Dutton,
lunes, 5 de febrero, 13:50 horas
«Escápate.» Susannah trató de ascender por la escalera mientras Bobby pugnaba por hacerse con la pistola. La alfombra resbalaba y con las manos esposadas no podía sujetarse en ninguna parte. De repente una mano le aferró el tobillo y el sonido de la risa de satisfacción de Bobby le heló la sangre en las venas.
– Ya te tengo -se jactó Bobby-. Estás muerta, Vartanian.
Un disparo cortó el aire y Susannah se quedó petrificada, aguardando el dolor. Pero este no llegó.
Se dio media vuelta y durante unos instantes no pudo más que pestañear, aturdida ante la visión que se le ofrecía. Bobby yacía en la escalera, con la barbilla apoyada en un escalón de tal modo que miraba a Susannah. Tenía los ojos azules muy abiertos y expresión de sorpresa. En la espalda de su blusa se extendía una mancha de sangre. Susannah, helada, observó a Bobby incorporarse y empuñar la pistola una vez más. Se oyó un segundo disparo y el cuerpo de Bobby se sacudió antes de caer desplomado. Ahora la mirada de sus ojos azules era vacía.
Casi hiperventilando y sin poder apartar los ojos de los de Bobby, Susannah subió unos cuantos escalones más antes de levantar la cabeza. En la puerta de entrada estaba Luke, pálido, con la respiración agitada y la mano con que sujetaba la pistola lánguida junto a su cuerpo. Tras él, Pete se encontraba arrodillado al lado del cadáver de Hank. Luke, con movimientos rígidos, mecánicos, se dirigió a la escalera, se acercó a Bobby y le quitó la pistola de la mano. Comprobó su pulso. Luego miró a Susannah a los ojos; en su mirada oscura, hervían el miedo y la furia.
– Está muerta.
Un intenso alivio vació de aire los pulmones de Susannah y la dejó tan débil que se desplomó en la escalera y empezó a temblar, fuera de control. Al instante siguiente Luke le ayudaba a levantarse y la rodeaba con fuerza con los brazos, desesperado. Su susurro fue vehemente.
– ¿Te ha herido?
– No lo sé. -Se acurrucó en él. Lo necesitaba; estaba muy asustada, conmocionada-. Creo que no. -La oleada de terror menguó lo suficiente como para permitirle suspirar. Se apartó para verle la cara-. Hank ha muerto. Ella lo ha matado, yo lo he visto morir.
– Ya lo sé. He oído el disparo y he creído que eras tú. Creía que estabas muerta. -Los oscuros ojos de Luke emitieron un centelleo que era a la vez de ira y de dolor-. Le pedí a Hank que me esperara.
– No, no, Bobby lo ha engañado. Yo he intentado advertirle pero era demasiado tarde. Ha querido salvarme la vida y ahora está muerto. -Miró a Peter, arrodillado en silencio junto a Germanio con el rostro descompuesto-. Bobby le ha disparado a Talia. Está debajo de la escalera.
Pete se encontraba empujando la puerta del cuarto con el hombro cuando dos policías uniformados se acercaron con cuidado a la puerta de entrada.
– ¿Agente Papadopoulos? -preguntó uno, y Luke soltó a Susannah con suavidad y la ayudó a sentarse en la escalera. Justo en ese momento oyeron un ruido de madera al quebrarse. Pete había echado abajo la puerta del cuarto.
– Está viva -dijo Pete, casi sin aliento por el esfuerzo-. Mierda, Talia. Estás hecha un asco.
Pete se introdujo en el pequeño hueco mientras Luke le quitaba las esposas a Susannah y le frotaba las muñecas con suavidad. Dio un lento suspiro antes de volverse hacia los agentes.
– Campo libre -anunció Luke, de nuevo con voz serena-. Avisaremos a los técnicos del laboratorio criminológico y a la policía forense. ¿Pueden pedir una ambulancia? Tenemos que trasladar a la agente Scott a un hospital.
– ¡No! -la protesta de Talia retronó dentro del cuarto. Susannah oyó musitar unas palabras de enojo y Pete salió del hueco sosteniendo la banda de cinta adhesiva que antes cubría la boca de Talia.
– Por aquí estamos bien -le dijo a los agentes-. Gracias. -Cuando los policías se hubieron marchado, sacó a Talia del cuartucho. Aún llevaba las esposas y los grilletes y seguía atada. Tenía los pantalones manchados de sangre y en sus ojos se adivinaba rabia y vergüenza.
– Quítame las putas esposas -gruñó-. Por favor.
Pete hizo lo que le pedía y la colocó boca arriba.
– La ambulancia está de camino.
– No. -Talia se incorporó hasta quedar sentada-. Ya he tenido bastante con que me encerrara ahí. Saldré de aquí por mi propio pie. -Luke y Pete la asieron cada uno por un brazo y la levantaron. Ella hizo una mueca; tenía las mejillas encendidas-. Qué humillación -masculló.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Luke en tono prudente.
Talia le lanzó una mirada retadora.
– Esa perra se ha lanzado contra mí. Me ha atacado con una pistola eléctrica.
– ¿Cómo ha podido contigo? -se extrañó Pete.
Talia alzó la barbilla como advirtiéndoles de que no insistieran más.
– Tenía una cosa en el ojo.
«Lágrimas», pensó Susannah al recordar el tono con el que Talia le había ofrecido consuelo.
– Ahora esa perra está muerta -musitó Susannah-. Y Germanio también.
El aire retador de Talia se desvaneció de repente.
– Ya lo he oído. Y también la he oído a usted hablar por teléfono con Luke. Qué mente tan rápida. Luke, saca los diarios de Arthur del despacho; allí lo explica todo. Pete, ayúdame a salir de aquí, por favor; y haz que parezca que camino sola.
Pete la ayudó y vaciló un instante antes de pasar por encima del cadáver de Germanio.
– Joder, Hank -musitó-. Pondré al corriente a Chase y le preguntaré dónde andan los otros.
– ¿Qué otros? -quiso saber Susannah-. ¿Se refiere a Charles Grant? Ya lo sé todo, lo pone en los diarios de Arthur. ¿No lo habéis encontrado?
– Todavía no. ¿Puedes andar? -le preguntó Luke a Susannah.
– Sí. -Aferrada a la barandilla, Susannah pasó junto al cadáver de Bobby y se resistió al impulso de darle una patada. Luke le ayudó a bajar el escalón final, la atrajo de nuevo hacia sí y la rodeó fuerte con los brazos-. Estoy bien -susurró ella.
– Ya lo sé. -Se estremeció-. Pero no puedo dejar de imaginarla una y otra vez apuntándote con la pistola. Susannah, hemos encontrado algo que tienes que leer.
– En otro momento -dijo ella en tono cansino-. Hoy ya he leído bastante.
– Te llevaré a mi piso. Allí podrás tener un poco de paz y tranquilidad.
– No quiero tranquilidad. -Miró el cuerpo de Germanio y rápidamente apartó la vista-. No quiero pensar. Quiero… Necesito cola de contacto.
Él la miró perplejo.
– ¿Qué?
Ella levantó la cabeza.
– ¿Puedes llevarme a casa de tu madre, por favor?
Eso le hizo sonreír, a pesar de que sus ojos seguían trasluciendo preocupación.
– Sí que puedo hacerlo. Espera un momento. Iré a por los diarios de Arthur y luego te sacaré de aquí. -Avanzó por el pasillo hasta el despacho-. ¡Joder! -exclamó-. Susannah, en esta caja fuerte hay miles de dólares.
– Los diarios valen mucho más que eso -repuso ella-. Servirán para hacer justicia -añadió en un susurro, justo antes de que se le helara un grito en la garganta y una mano firme le tapara la boca. Volvían a apuntarle en la cabeza con una pistola. «Otra vez. Mierda.»
– Y por eso nunca saldrán de esta casa. -Le susurraron las palabras al oído con voz suave. «Señor Grant»-. Y por eso tú tampoco saldrás nunca de esta casa, querida.
Luke se arrodilló sobre una pierna para recoger los diarios del suelo del despacho de Arthur. De repente dejó caer los hombros. «Dios mío.» Tenía el estómago revuelto. No sabía si alguna vez sería capaz de borrar de su mente la imagen de Susannah trepando por la escalera y la de la pistola de Bobby apuntándole a la cabeza. «Está a salvo.» Oía las palabras en la mente pero su corazón seguía latiendo a un ritmo endemoniado. «Está a salvo.» Tal vez al cabo de un millón de años fuera capaz de creerlo.
Respiró hondo y se puso en pie con los diarios y los libros de cuentas en los brazos. Entonces notó un fuerte olor a gasolina y frunció el entrecejo. Se volvió, y la sangre se le heló en las venas, pero la pura furia reemplazó al instante la estupefacción de ver que volvían a apuntarle a Susannah con una pistola.
En la puerta se encontraba Charles Grant, y empuñaba su pistola contra la sien de Susannah. Tenía al lado una lata de gasolina y llevaba una mochila colgada al hombro. A través de la tela Luke distinguió con claridad la forma de las esquinas puntiagudas. Dentro de la mochila había una caja, al parecer de bastante peso. Atado con una correa a la mochila, Grant llevaba su bastón. Una rápida mirada a sus pies le reveló a Luke los mismos zapatos que había observado en la granulosa fotografía de Mansfield.
– Agente Papadopoulos -dijo el hombre con voz suave-. Siento no haber estado en casa para recibirte esta tarde. Ha sido una grosería que no me hayan anunciado tu visita.
A Luke la mente le iba a toda pastilla. «Utiliza lo que sabes.» No miró a Susannah. De haberlo hecho una sola vez se habría echado a temblar de miedo. Tenía que concentrarse en Grant.
– No nos ha hecho falta una visita guiada, ya hemos encontrado lo que buscábamos. Lo sabemos todo, señor Grant.
Charles sonrió.
– Seguro que así lo creéis.
Luke lo miró con cautela.
– Puede que tenga razón. Puede que no lo sepa todo. Por ejemplo, ¿cómo demonios ha entrado aquí? Hay coches vigilando la puerta.
– Hay un camino de acceso por detrás de la finca -explicó Susannah con un hilo de voz.
– Así es como el juez Vartanian recibía a sus visitantes nocturnos -dijo Charles.
– ¿Y así es como piensa salir de aquí? -preguntó Luke-. ¿Piensa escabullirse por la puerta de atrás como un criminal cualquiera?
– No exactamente. Suelta los diarios y deja el arma en el suelo.
«Está esperando a Paul Houston», pensó Luke, y deseó con toda su alma que Chase aún supiera dónde estaba Houston.
– Me parece que no lo voy a hacer.
– Entonces ella morirá.
– La matará de todos modos. Siempre ha querido hacerlo.
– Tú no tienes ni idea de lo que siempre he querido hacer -soltó Charles con desprecio.
– Creo que sí, porque sé bastantes más cosas que las que usted cree. -Hizo una pausa y arqueó una ceja-. Ray, ¿verdad? Ray Kraemer.
Charles se puso tenso y sus ojos emitieron un destello de rabia.
– Ahora ella tendrá una muerte dolorosa.
– Ya sé que usted sabe mucho de eso. He encontrado al juez Borenson. Es un puto cabrón.
– Entonces, no tengo nada que perder, ¿verdad? -preguntó Charles-. Me acusarán de asesinato de todos modos.
El hombre conservaba la serenidad en la voz pero la mano con que aferraba a Susannah por el hombro tenía los nudillos blancos.
– Asesinatos, Ray -repuso Luke-. Hemos encontrado sus diarios.
A Charles volvieron a centellearle los ojos, sin embargo su voz seguía siendo tranquila.
– Y, entonces, ¿qué importa uno más?
– ¿Escribía diarios? -preguntó Susannah-. ¿De verdad Arthur y usted eran tan arrogantes?
– Tal vez -respondió Charles, divertido-. Tu padre era un hombre de leyes, sus informes eran impecables. Y yo soy profesor de inglés, querida. Redactar forma parte de mi trabajo.
– Arthur no era mi padre y usted no es más que un asesino con mucha sangre fría -le espetó Susannah con aire impertérrito.
– Lo dices como si se tratase de algo malo -bromeó Charles-. Matar es un arte. Una pasión. Cuando se hace bien, resulta satisfactorio en extremo.
– ¿Y cuando se manipula a otros para que maten a quien uno quiere? -preguntó Susannah.
– Ah, eso es como ponerle la guinda al pastel. Agente Papadopoulos, el arma. -Charles le clavó más la pistola a Susannah y ella se estremeció y apretó la mandíbula con gesto de dolor-. Ahora mismo.
Luke se arrodilló y depositó con cuidado los cuadernos en el suelo. Decidió echar un vistazo a Susannah y vio que, con sus ojos grises entornados, observaba cada uno de sus movimientos. Él procedió despacio. Imaginaba que Grant no dispararía a Susannah, que pensaba utilizarla como rehén una vez que Paul Houston apareciera para llevárselo de allí.
– Se está entreteniendo, señor Grant -dijo ella-, O Kraemer, o comoquiera que se llame. ¿A qué está esperando? Tiene una pistola en mi cabeza. ¿Por qué no me mata de una vez?
Luke sabía que Susannah estaba chinchando a Charles expresamente. Había captado su plan y le estaba ayudando. Aun así, sus palabras lo dejaron sin respiración.
– ¿Quieres morir, Susannah? -preguntó Charles con suavidad.
– No. Pero me pregunto por qué se dedica a… matar el tiempo, en vez de matarme a mí.
Charles soltó una risita.
– Eres tan lista como Daniel y estás mucho más cuerda que Simon.
– Hablando de Simon -prosiguió ella con denuedo-, ¿sabía que estaba vivo durante todos esos años?
Él rió por lo bajo.
– ¿Quién crees que le enseñó a hacerse pasar tan bien por un anciano? -A Luke se le puso un nudo en el estómago. Simon Vartanian engañaba a sus víctimas disfrazándose de anciano. También había acechado a Susannah así vestido.
– ¿Usted? -musitó Susannah-. ¿Usted le enseñó?
– Ya lo creo. Simon creía que lo de acecharte en el parque, en Nueva York, era idea suya. Siempre resultaba mucho más fácil dejar que Simon creyera que las cosas eran idea suya, pero en realidad era yo quien lo planeaba. Por otra parte, tú… Podría haber hecho maravillas contigo, querida. -Su sonrisa se desvaneció-. Pero tú no quisiste jugar conmigo. Me evitabas.
– Había sido víctima de una violación. -Le tembló la voz de pura indignación-. Y usted lo sabía.
– Tengo que decir que me sorprendió que confesaras la historia de Darcy. No ha debido de ser fácil para ti admitir delante de todo el mundo lo depravada que eres, lo bajo que has llegado a caer. Darcy no tardó más que unos meses en convencerte.
Susannah apretó los puños.
– Usted reclutó a Marcy Linton y la utilizó para extorsionar a hombres ricos a quienes les gustaba practicar sexo con menores.
– Era una forma de ayudarla para que se pagara la universidad -dijo Charles con indiferencia.
– Ella no llegó a estudiar en la universidad. Usted la mató. ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que matarla?
La expresión indolente del rostro de Charles se trocó en una fría ira.
– Por ti. Tú le arruinaste la vida, la volviste una blanda.
– Darcy cambió de idea, ¿verdad? Recuerdo eso de la última noche. Trató de convencerme para no salir, pero para mí era una fecha especial; era el aniversario del día en que me habían violado -dijo con amargura-. Pensaba demostrarme a mí misma y al mundo entero que yo tenía el control. Pero nunca lo tuve. Usted era quien me controlaba. Usted lo organizó todo, hijo de puta; de principio a fin. Usted convenció a Simon y a Toby Granville para que me violaran. Es un puto cobarde.
Luke captó el movimiento casi imperceptible, la disminución de la fuerza con que Charles asía el hombro de Susannah justo en el momento en que ella quiso apartarse. Pero el hombre no estaba tan desprevenido. Con un gruñido, volvió a aferrarla y le clavó la pistola en la cabeza tan fuerte que ella gritó. Él le rodeó la garganta con el brazo y ella le clavó las uñas para poder respirar. Luke, sin querer, dio un paso adelante aun estando arrodillado.
– Cerda enana -masculló Charles-. Papadopoulos, ahora. Deja la pistola en el suelo ahora mismo o le parto el puto cuello. Parecerá que esté viva y yo seguiré contando con mi escudo humano.
Luke depositó la pistola en el suelo y extendió las manos.
– Ya está. Estoy desarmado.
– La pistola de recambio también.
– No tengo -mintió Luke-. Llevo botas, no zapatos como usted. Me gustan sus zapatos, Ray Kraemer. Es lo que nos ha ayudado a identificarlo. -Hablaba deprisa para no darle tregua a Charles-. Mansfield hizo unas fotos en la nave para asegurarse de tener algo con lo que defenderse. Incluso puede que pensara vengarse. En una sale un hombre con un bastón, y en el zapato izquierdo lleva una suela más gruesa. Es por el disparo de Michael Ellis en Vietnam. Le disparó en la pierna y lo dejó allí para que muriera como un perro. La pierna no le quedó bien y por eso necesita el bastón. -Luke esperaba que Susannah estuviera prestando atención.
– Cállate -le espetó Charles entre dientes.
– Por eso planeó vengarse de Ellis. Se hizo con su hijo, se lo apropió. Y sigue siendo suyo, ¿no, Ray Kraemer? -Cada vez que lo llamaba por su nombre verdadero, el hombre se estremecía-. Le resulta útil porque es policía y todo eso. Cree que ahora vendrá a sacarlo de aquí pero se equivoca. Tenemos a Paul Houston y va a ir a la cárcel por mucho, mucho tiempo. -Lo de que lo tenían era mentira, pero surtió efecto.
Charles se puso rojo de ira y su respiración se alteró.
– No. Él no puede ser vuestro.
«Sígueme, Susannah»
– Demasiado tarde, Ray Kraemer. Ya lo tengo. Paul es mío. A usted no le queda nada. -Con la última palabra, Susannah dio un fuerte puntapié a Charles en la pierna izquierda y los dos cayeron al suelo. Charles aterrizó sobre la mochila y los cantos puntiagudos de la caja lo dejaron sin respiración. Susannah aprovechó la ventaja para arañarle como si fuera una gata aprisionada.
En el momento en que se liberó de él, Luke se lanzó contra Charles, le agarró la muñeca con ambas manos y le clavó el codo en la garganta. Pero el anciano era mucho más fuerte de lo que parecía. A Luke los brazos le ardían de tanto forzarlos, hasta que oyó el chasquido del hueso y oyó el gran alarido. Charles soltó la pistola y Luke, impulsado por la rabia y la adrenalina, se sentó sobre su pecho y lo agarró por la garganta.
– Cabrón de mierda -le espetó. Apretó y apretó mientras lo agitaba por el cuello, hasta que Charles empezó a resollar. Luke siguió ejerciendo presión, notaba ceder la prominencia de su laringe. «Mátalo.» Echó el puño hacia atrás, y entonces se paró en seco. El hombre estaba incapacitado; herido; desarmado. «Mátalo.» Oyó las palabras resonar en su mente, un grito primario que palpitaba en cada centímetro de su cuerpo. «Mátalo. Mátalo con tus propias manos. Mátalo para Susannah.» Por Monica y Angel y Alicia Tremaine, y todas las demás víctimas.
«Espera.» La voz que le hablaba desde dentro era muy suave, pero firme. «Tú no eres así.» Sí; sí que lo era. Pero no era quien quería ser. Disgustado con Charles y con la pacífica voz que hablaba en su interior Luke aferró al hombre por las solapas, lo obligó a sentarse, y se inclinó sobre él.
– Espero que algún tío que también se está pudriendo en la cárcel lo mate como al perro que es.
Charles esbozó una sonrisa y al momento Luke notó un intenso dolor en los bíceps. Vio demasiado tarde la corta hoja del cuchillo que Charles sostenía con la otra mano. «Hijo de puta.»
– Tú eres el cobarde, no yo. Eres débil -gruñó Charles, mientras se volvía para asir la pistola con la mano sana-. Débil -repitió, y Luke lo agarró con fiereza, pero se detuvo en seco ante el horrendo sonido de un hueso aplastado.
Charles se venció hacia atrás y cayó sobre la alfombra con tanta fuerza que la cabeza le rebotó. Se quedó muy quieto, con la boca abierta. Luke, estupefacto, levantó la cabeza. Susannah estaba allí, sujetaba el bastón de Charles como si fuera un bate de béisbol. Tenía la mirada salvaje, turbulenta, clavada en el hombre que, junto con tantos otros, le había arruinado la vida.
– Yo no soy débil -dijo-. Ya no. Nunca más lo seré.
Luke la tomó con suavidad por la muñeca y tiró de ella hasta que lo miró a los ojos.
– Tú nunca has sido débil, Susannah. Nunca. Eres la mujer más fuerte que he conocido jamás.
Ella dejó caer los hombros y suspiró con fuerza.
– ¿Lo he matado? Por favor, dime que lo he hecho. Luke palpó la garganta de Charles.
– Sí, cariño. Creo que sí.
– ¡Bien! -exclamó orgullosa. Dejó caer el bastón. Por un momento no pudieron más que mirarse el uno al otro mientras recobraban el aliento. Entonces oyeron una voz procedente de la parte trasera de la casa.
– ¿Hay alguien? -Era Chase.
Luke exhaló un suspiro de alivio y se puso en pie. El corte del brazo le ardía como un demonio y le sangraba mucho. Por suerte, Charles no había alcanzado ninguna zona vital.
– Estamos aquí, Chase. -Con el brazo sano atrajo a Susannah hacia sí y hundió el rostro en su pelo-. Ya está.
Ella asintió contra su pecho.
– Estás herido.
– Sobreviviré.
Ella alzó la cabeza y sus labios esbozaron una sonrisa trémula.
– ¡Bien!
Él le devolvió la sonrisa.
– Claro que podrías curarme la herida. Quítate la blusa y véndamela, anda.
Por fin Susannah sonreía de oreja a oreja.
– Me parece que los médicos tienen vendas más apropiadas. Si acaso, recuérdame más tarde lo de la blusa.
– Dios mío. -Chase se detuvo en la puerta con cara de horror-. ¿Qué ha pasado aquí?
– ¿Qué ha pasado? -Otro hombre se abrió paso por detrás de Chase y Luke abrió la boca para advertirlo, pero captó a tiempo la mirada de Chase.
– Este es el agente Houston -dijo Chase muy serio-. Está buscando a un sospechoso y la pista lo ha traído hasta aquí. Nos hemos prestado a ayudarle. Houston, ¿es ese su hombre?
Houston se acercó tambaleándose.
– No.
– ¿No es su hombre? -preguntó Chase en tono cauteloso.
Houston cayó de rodillas junto al cadáver de Charles.
– Oh, Dios. Oh, no. -Levantó la cabeza, con los ojos llenos de rabia y miedo completamente fijos en Susannah-. Tú. Tú lo has matado.
El poco color que presentaban las mejillas de Susannah desapareció.
– Tú. Tú me violaste. -Miró a Luke, y luego a Chase, confundida-. Es él. Haced algo. Detenedlo.
– Tú lo has matado. -Houston se puso en pie y se lanzó hacia Susannah-. Tú, cerda.
Chase se arrojó sobre él y cuatro agentes lo ayudaron. Pronto redujeron a Houston, que seguía forcejeando a la vez que sollozaba.
– Tú lo has matado. Tú, cerda. Él era mío, mío, mío.
– Pues ahora está muerto, muerto, muerto -soltó Susannah con desprecio.
– Lleváoslo -ordenó Chase-. Y no os olvidéis de leerle sus derechos. -Con gesto de abatimiento, se volvió hacia Susannah-. Lo siento mucho. Teníamos que vincularlo de algún modo a Charles, si no sólo habríamos tenido como prueba las cuentas bancarias de los criminales a quienes ha estado chantajeando. Los de asuntos internos querían que lo pilláramos con las manos en la masa, así que le hemos dejado que llegara hasta aquí con la esperanza de encontrarlos a los dos juntos.
– Susannah ha golpeado a Charles cuando él trataba de recuperar la pistola -dijo Luke-. Lo ha hecho en defensa propia.
– Ya lo sé -dijo Chase, y extrajo el auricular de su oído-. Pete me lo ha contado todo. -Señaló la ventana. Fuera estaba Pete, observando cómo se llevaban a Houston-. Ha visto cómo Charles os arrastraba hasta aquí y ha pedido refuerzos al GBI, incluido un francotirador que ha tenido a Charles en el punto de mira prácticamente todo el tiempo. Solo estábamos esperando que el disparo fuera certero. -Reparó en el brazo de Luke y el cuchillo ensangrentado sobre la alfombra-. Estás herido.
– Solo es un rasguño. -Era mentira, pero le preocupaba más Susannah-. ¿Cómo estás tú?
– Bien -dijo, lo cual tampoco era cierto. Se la veía pálida pero atenta mientras examinaba el bastón-. La empuñadura se abre. -Hizo ceder el resorte y ahogó un grito. En el interior había una esvástica, del mismo tamaño que la de su cadera-. Él estuvo allí aquella noche. -Miró la mochila de Charles-. Quiero saber qué hay ahí dentro; necesito saberlo.
– Y lo sabrá -aseguró Chase-. En cuanto la científica termine de analizar el escenario, el forense se ocupe de los cadáveres, nosotros tomemos las declaraciones pertinentes y a los dos les hayan dado un vistazo en el hospital. Y no se le ocurra contradecirme. Sé que Grant le ha apuntado con una pistola en la cabeza, pero yo he tenido que fingir ante Houston que no pasaba nada para evitar ponerlo sobre aviso.
Y su semblante exhausto, ojeroso, era la prueba de lo duro que había resultado.
– Lo siento, Chase -se disculpó ella-. Tiene razón. Antes Luke necesita atención médica. Si he tardado trece años en averiguarlo, no importarán unas cuantas horas más.
Atlanta,
lunes, 5 de febrero, 17:30 horas
– Toc, toc -dijo Susannah, y Monica Cassidy levantó la cabeza, sonriente.
– Mira, mamá.
La señora Cassidy se puso en pie. Se la veía bastante más relajada que la última vez.
– Susannah, agente Papadopoulos, pasen. ¿Qué les ha ocurrido?
Luke llevaba el brazo en cabestrillo después de los veinte puntos que le habían dado en lo que él llamaba «solo un rasguño». Susannah tenía un ojo morado y una costilla rota, cortesía del enfrentamiento con Bobby.
– Hemos tenido que luchar con los malos -dijo Susannah en tono liviano.
Monica la miró preocupada.
– ¿Y?
Susannah se puso seria.
– Les hemos dado una patada en el culo a cada uno.
Los labios de Monica se curvaron.
– ¿Y los han arrojado al infierno?
– Para siempre jamás -respondió Luke-. A la mujer que secuestró a Genie y al hombre a quien oíste en la nave. Los dos están en el infierno, y nos hemos deshecho de la llave.
– Bien -se alegró Monica-. ¿Qué se sabe de las hermanas de Becky?
La sonrisa de Luke se desvaneció.
– Seguimos buscándolas. Se las han llevado a otro sitio. Lo siento.
Monica tragó saliva.
– Sé que no pueden salvarnos a todos, agente Papadopoulos; pero ¿podrían intentarlo con todas sus fuerzas? ¿Por favor?
Luke asintió.
– Te doy mi palabra.
– Gracias -musitó ella.
– Tenemos buenas noticias -anunció la señora Cassidy dando una palmada en la mano a Monica-. Hace una hora hemos recibido una llamada del agente Grimes, de Charlotte.
– Han encontrado a mi padre. Su coche estaba en el fondo del lago pero él consiguió salir y nadar hasta la orilla.
– Cuando lo encontraron no pudieron identificarlo -prosiguió la señora Cassidy-. Algún buen samaritano lo llevó al hospital y ha estado inconsciente hasta esta mañana A él también han tenido que ponerle respiración asistida, así que no ha podido contar nada. Uno de los compañeros del agente Grimes se ha estado paseando con su foto por todos los hospitales de la zona hasta que ha dado con él.
– El agente Grimes dice que al hombre que atacó a mi padre ya lo estaban investigando -añadió Monica-. No ha podido contarnos nada más. ¿Y ustedes? ¿Pueden?
Luke asintió.
– El hombre está detenido. En cuanto salga de aquí llamaré al agente Grimes y se lo explicaré. Me alegro de que tu padre esté bien, Monica. Tú también tienes muy buen aspecto.
– Me han dejado salir de urgencias esta mañana. Pronto podré comer comida normal. -Su sonrisa se desvaneció-. Gracias. Muchas, muchas gracias. Si ustedes no hubieran aparecido…
Susannah le estrechó la mano.
– Pero aparecimos, y has sobrevivido. No mires atrás.
Monica asintió muy seria.
– Si usted puede hacerlo, yo también. Deje de culpabilizarse, Susannah.
A Susannah se le puso un nudo en la garganta.
– Lo intentaré. -Besó a Monica en la frente-. Cuídate.
– Hizo lo mismo cuando pensaba que yo no me daba cuenta -susurró Monica-. Pero sí que me di cuenta. Gracias.
Susannah consiguió esbozar una sonrisa.
– No te aísles, chica.
Luke le pasó la mano por la espalda a Susannah.
– Dentro de media hora tenemos una reunión; tenemos que irnos. Si nos necesitan por cualquier motivo, no duden en llamarnos.
Guardaron silencio hasta que llegaron al coche de Luke.
– ¿Lo decías en serio? -preguntó ella. Él frunció el entrecejo, confundido.
– ¿El qué?
– Le has dicho a Monica que seguirías buscando a las hermanas de Becky. ¿Lo harás?
– Le he dado mi palabra -dijo Luke en voz baja-. Claro que lo decía en serio.
– ¿Quiere decir eso que seguirás en la unidad contra el crimen cibernético?
– Sí. Este caso ha sido una excepción; de todos modos tenía que volver al Cuarto Oscuro. Y puede que sea mejor así, al menos de momento. -Su mirada se ensombreció-. ¿Y tú? ¿Lo decías en serio o formaba parte del mensaje en clave?
Ella sabía a qué se refería. Cuando pensaba que Bobby iba a matarla, le había dicho que lo quería. Entonces le había parecido una cosa buena, apropiada, necesaria. Ahora…
– Tanto como sé querer. Pero me temo no ser suficiente para ti.
– Susannah, oírte decir cosas tan estúpidas hace que me entren ganas de chillar. Hay mucho de bueno dentro de ti, tanto que ni siquiera Arthur Vartanian o Charles Grant han logrado arrebatártelo. No vuelvas a decir que no eres lo bastante buena. No lo digas nunca más.
– Me asusta -musitó-. No sé cómo estar con alguien. Pero quiero aprender.
– Y yo quiero enseñarte. -La besó en la mejilla-. Vamos, o llegaremos tarde para el desenlace.
Él no le había dicho que también la quería. Susannah no sabía si sentirse aliviada o decepcionada, así que le habló con ligereza.
– Ojalá no abran la caja de Grant hasta que no lleguemos.
– Después de todo lo que has tenido que soportar, estoy seguro de que no se atreverán a hacerlo.
Dutton,
lunes, 5 de febrero, 18:00 horas
Luke estaba en lo cierto. Todos se encontraban reunidos alrededor de la mesa, muy serios. Pete, Talia, Nancy, Chase, Ed y Chloe. Susannah les había confiado su vida durante los últimos días. Había una silla vacía al lado de Chloe. Le habían atado una cinta negra, por Germanio. La imagen hizo que a Susannah se le pusiera un dolor en el pecho.
Sobre la mesa estaba la caja de marfil de Charles Grant. Junto a ella se encontraban los diarios que habían pertenecido a Arthur Vartanian y los cuadernos que Luke había dicho que habían encontrado en casa de Charles Grant. Y juntó a todo eso, un sencillo sobre de papel manila.
Susannah se sentó al lado de Luke.
– ¿Han mirado qué hay en la caja del señor Grant?
– Ed lo ha hecho -dijo Chase-, para asegurarse de que no estallara nada, tanto en sentido literal como figurado.
Ed se encargó de mantener el rostro hierático para no revelar nada.
– ¿Qué hay en el sobre? -quiso saber Luke.
– Es de Borenson -anunció Chase-. Dejaba instrucciones por si desaparecía o moría en circunstancias extrañas; su caja de seguridad debía quedar en manos de las autoridades.
– Corresponde a la llave que encontramos en la caja ignífuga de Granville -dijo Nancy-. Creemos que Grant mandó a Toby Granville a recuperar el sobre, pero Toby sólo encontró una llave. Se corresponde con la caja de seguridad de Borenson, en un banco de Charleston. Por eso Charles Grant torturó a Borenson; quería saber dónde guardaba la información. Las pruebas los incriminan a todos.
– El abogado de Borenson se ha enterado de su desaparición esta mañana -prosiguió Chase-. Y mientras estábamos en Dutton nos ha entregado esto. Los informes de Borenson detallan la rivalidad entre Arthur y Charles y añaden un poco más de información sobre el auténtico certificado de defunción del cadáver que enterraron en la tumba de Simon, además de pruebas de la identidad real de Charles Grant, cortesía de Angie Delacroix. Parece que también ella se guardaba un as en la manga.
– Habría estado bien que lo mostrara cuando convenía -dijo Susannah en voz baja-. Antes de que murieran decenas de personas. ¿Han detenido a Angie?
– Sí -respondió Chloe-. Participó en las extorsiones de Charles Grant, voluntaria o involuntariamente.
– Y hemos presionado a Paul Houston para que nos contara lo que pasaba con Leigh -dijo Pete con aire sombrío.
A Susannah se le puso un nudo en el estómago solo de oír mencionar a Paul Houston.
– ¿Cómo?
– ¿Cómo hemos conseguido que nos lo contara? -preguntó Pete.
– Sí.
Pete miró a Chloe, y ella miraba el techo.
– Paul tropezó de camino al coche… un par de veces. Lloraba tanto por Charles que no sabía dónde ponía los pies.
– Lástima que los policías corruptos sigan teniendo dos pies -musitó Chloe.
– ¿A que sí? -dijo Pete-. Hace unos dos años, un coche que iba demasiado rápido atropelló a tres niños, y murieron. Los niños cruzaban por el paso de peatones, pero el coche les hizo luces y no frenó. Paul Houston se encargó del caso.
Luke exhaló un suspiro.
– ¿Fue Leigh?
– Sí. -Pete sacudió la cabeza-. Houston dio con ella enseguida, pero le dijo que no la detendría, y la fue embaucando hasta que la necesitó. Eso ha sido esta semana.
– Le hemos mostrado la foto de Houston a Jeff Katowsky -dijo Chloe-. El chico que trató de matar al capitán Beardsley. Lo ha identificado como el policía que lo pilló en una redada. Nos ha contado lo mismo que en el caso de Leigh. Houston no lo detuvo a cambio de futuros favores.
– ¿Tiene Houston algún diario? -preguntó Susannah con ironía.
Pete le correspondió con una sonrisa.
– No, pero está dispuesto a hablar. Tiene miedo de la cárcel de Georgia.
– Y de la de Nueva York -añadió Chloe, dirigiéndose a Susannah-. Al Landers piensa acusarlo de violación. La suya. No tuvo la oportunidad de mirar a la cara a Granville ni a Simon, pero aún puede hacerlo con Houston.
Talia se inclinó hacia delante.
– Sólo si quiere.
Susannah notó que todos los músculos de su cuerpo se relajaban.
– Ya lo creo que quiero. Gracias.
Todos guardaron silencio un momento. Entonces Chase señaló la caja de marfil.
– Ábrala.
Con pulso firme, Susannah se enfundó los guantes que le había entregado Ed y abrió la caja. Miró dentro con el entrecejo fruncido.
– ¿Piezas de ajedrez? ¿Eso es todo?
Ed negó con la cabeza.
– El estuche tiene un doble fondo; el mecanismo está debajo de la reina. Empuje.
Ella lo hizo y el doble fondo quedó al descubierto.
– Sus placas de identificación. -Las sacó de la caja y estas tintinearon en el aire-. Ray Kraemer.
– Y una bala -musitó Luke-. Parece antigua, puede que fuera la que Ellis le disparó.
– Puede. Y una foto. -Susannah contuvo la respiración-. Es el señor Grant, más joven, junto a un asiático vestido con una túnica. Dios mío. El señor Grant recibió de él el bastón. -Le dio la vuelta a la fotografía-. «Ray Kraemer y Pham Duc Quam, Saigón, 1975.»
Nancy la examinó.
– Es la letra de Grant. Llevo todo el día leyendo sus diarios.
– Tengo los informes militares de Ray Kraemer y Michael Ellis -anunció Chase-. A Kraemer lo capturaron en el año 67 y a Ellis en el 68. Se cree que a Ellis lo capturaron los soldados del Vietcong mientras intentaba desertar, pero nadie ha podido asegurarlo. Después de escaparse del campo de prisioneros encontró un campamento militar. Llevaba perdido en la selva tres semanas. Como no pudieron demostrar que había desertado, lo dieron de baja del ejército con honor. A Kraemer lo declararon desaparecido en combate. Hasta hoy.
– En 1975 el señor Grant aún estaba allí, por lo que se deduce de la foto -dijo Susannah-. Al año siguiente regresó y se convirtió en el profesor particular de Paul. ¿Qué hizo entretanto? ¿Quién es ese hombre?
– Parecen amigos -dijo Luke, y pasó la foto por la mesa.
– Hemos encontrado túnicas parecidas a esa en el armario de Charles -explicó Pete-. Las han llevado hace poco.
– Aquí aparece otra vez el asiático -dijo Susannah, desdoblando una gastada hoja de papel-. Pero no lleva la misma ropa. Parece un anuncio. Aparece su nombre y luego pone THÁY BÓI.
– He pedido la traducción mientras Luke y usted estaban en el hospital -dijo Ed-. Pham es vidente.
– ¿Y por qué guardaba esto el doctor Grant? -preguntó Susannah.
– Porque además de pedir dinero a cambio de no revelar secretos, Grant les predecía el futuro a unas cuantas mujeres ricas de Dutton -explicó Nancy-. Guardaba información de lo que le pagaban y de lo que él les decía. A veces él pagaba a terceras personas para que lo que había predicho acabara siendo real. Susannah, su madre era una de sus clientas.
– Tiene sentido. Arthur decía que mi madre tenía miedo de las prácticas vuduistas de Grant.
– En el diario de Arthur explica que Borenson le entregó un certificado de defunción falso el día anterior a que se supiera que Simon había muerto -prosiguió Nancy-. En el diario de Grant pone que le predijo el futuro a su madre el día anterior a la muerte de Simon; le dijo que ocurriría una gran tragedia.
– Porque Arthur iba a contarle que Simon había muerto. Borenson debió de contárselo a Grant -dedujo Susannah, y sacó otro papel doblado-. Parecen carteles.
Ed los tomó de su mano con suavidad.
– En este dice que Pham es un curandero. En este dice que habla con los espíritus. En este otro aparece el precio de la entrada a sus charlas.
– Era un charlatán -dijo Pete, y miró a Nancy arqueando una deja.
Nancy refunfuñó.
– ¿Pham el charlatán? Menudas ocurrencias, Pete.
Los labios de Susannah se curvaron hacia arriba. Luego se puso seria de golpe.
– Otro diario. -Era pequeño, medía poco más que la palma de su mano-. La letra también es muy pequeña. -Aguzó la vista-. La primera entrada data de diciembre de 1968.
Hoy me he dado cuenta de que no voy a morir. Pero no quiero olvidar nunca la rabia que siento. El hombre me ha dado este diario para que pueda escribirlo todo y recordarlo siempre. Algún día me vengaré, de Estados Unidos por dejarme tirado en ese agujero, y de Mike Ellis. Deseará haber apuntado con la pistola a su propia cabeza en lugar de a mi pierna.
Susannah leyó para sí unos cuantos párrafos.
– Ray Kraemer se sacó la bala de la pierna cuando Ellis lo abandonó a su suerte. Caminó por la selva hasta que se desmayó. Cuando recobró el conocimiento estaba en una cabaña ardiendo de fiebre, y lo cuidaba un vietnamita.
Nunca había creído que les pudiera estar agradecido pero este hombre me ha cuidado. Y aún no sé por qué.
Susannah volvió la página.
Se llama Pham. Me ofrece comida y refugio. Después de pasarme un año tirado en uno de sus agujeros, por fin me siento abrigado y lleno. Creía que Pham era médico, o profesor, o sacerdote. Hoy me he dado cuenta de que Pham es un timador. Un camaleón. Posee una misteriosa habilidad para convertirse en lo que los demás necesitan que sea. Les ofrece algo totalmente falso pero que los hace felices y así los eclipsa. Esta noche hemos comido bien.
– Así fue como empezó él -dijo Chase en voz baja, pero Susannah seguía leyendo.
Hoy al fin he comprendido por qué Pham me salvó. Yo soy su guardaespaldas. Soy más alto que sus enemigos. Hoy un hombre le ha atacado y lo ha llamado ladrón. Era cierto, por supuesto; pero aun así, inaceptable. Yo he aferrado al hombre por el cuello. Sin siquiera detenerse, Pham me ha pedido que lo matara; y yo le he partido el cuello y lo he dejado tirado. Me he sentido bien, poderoso. En esta ciudad nadie más volverá a molestar a Pham.
Volvió unas cuantas hojas.
– Sigue dando detalles de su viaje, de sus aventuras, de toda la gente a quien Ray Kraemer mató para Pham. -Crispó el rostro con horror-. Decenas y decenas de personas. Dios mío.
Luke le tomó el cuaderno de las manos y fue directo al final.
Pham está enfermo. No durará mucho. Le he dicho que tenía que volver a casa y encontrar al hombre que quiso dejarme morir. Quiero matarlo, pero Pham dice que hay formas mejores de hacerlo, más sabías. Descubre lo que un hombre más quiere y arrebátaselo.
– Tres días después escribe: «Pham nos ha dejado.» Retorna la escritura una semana más tarde.
Hace mucho tiempo que debería haber vuelto a casa. Ellis quería volver a la suya, encontrar a su hijo. Lo encontraré y mataré a su hijo, y él lo verá. Obtendré mi venganza.
– Pero no mató a Paul -observó Chloe-. ¿Por qué?
Susannah miró dentro del hueco y en el fondo encontró una foto doblada. La sacó. En ella aparecía Grant con Paul cuando era joven.
– Creo que prefirió cuidar de él. Todo lo que hay en la caja hace referencia a su vida antes de convertirse en Charles Grant, excepto esta foto.
Talia suspiró.
– A su manera supongo que Charles lo amaba.
Luke sacudió la cabeza con fuerza.
– No. Charles lo poseía. Lo utilizaba. Lo manipulaba para su beneficio. Eso no es amor.
Talia abrió los ojos como platos ante la vehemencia del tono de Luke.
– Vale…
Pero Susannah lo comprendió. Luke le había prometido enseñarle a estar con alguien y esa era la primera lección. No; no la primera. Todo ese tiempo le había estado enseñando en qué consistían el amor y la dignidad. Le estrechó la rodilla por debajo de la mesa.
– Todos ustedes me han ofrecido el apoyo que necesitaba en un momento crucial de mi vida, y quiero agradecérselo.
Ed se puso serio.
– Eso parece un adiós, Susannah. ¿Vuelve a casa?
– ¿A Nueva York? No. Allí ya no tengo nada. -Ahogó una risita-. Y en Dutton tampoco. Yo ya he tenido bastante de esa ciudad para el resto de mi vida.
– ¿Y los demás no? -preguntó Chase con ironía-. ¿Qué hará?
– Bueno, Daniel y yo tenemos muchas cosas pendientes. -Por debajo de la mesa Luke le asía la mano con fuerza-. Está toda esa gente a quien mi… Arthur extorsionó durante años. Es necesario enmendar los errores. Y para eso me hará falta un buen abogado. -Miró a Chloe con una mueca-. Y un criminalista, supongo.
– Hemos retirado el cargo de posesión de armas a cambio de su colaboración en la resolución del caso de los crímenes de Arthur Vartanian. -Chloe sonrió-. Su abogado es muy bueno.
El pulso de Susannah se asentó a la vez que su estómago.
– Gracias.
Junto a ella, Luke exhaló un quedo suspiro de alivio.
– Gracias, Chloe. -Se puso en pie-. Mi madre dice que ha preparado comida para un regimiento y que invite a todo aquel que quiera venir. -Miró a Susannah con una sonrisa que la llenó de calor por dentro y por fuera-. Ya tendrás tiempo de enmendar los errores mañana. Esta noche vamos a celebrarlo.
Dutton,
jueves, 8 de febrero, 14:45 horas
Había sido un funeral tranquilo, con pocos periodistas y pocos parientes y amigos. Unos cuantos de los ayudantes que habían servido a Frank Loomis llevaban el féretro. No hubo condecoraciones, ni salvas de veintiún cañonazos, ni discursos.
Daniel estaba sentado en una silla de ruedas, pálido y serio. Alex se encontraba tras él y Susannah, a su lado. Luke la asió de la mano hasta que la ceremonia terminó.
– Era mi padre -musitó Susannah-. Y yo ni siquiera lo conocía.
Daniel la miró, sus ojos traslucían un dolor mitigado.
– Se portó mucho mejor conmigo que Arthur, Suze. Siento que no llegaras a conocerlo.
Otra persona estaba apenada por la muerte de Frank Loomis. Con las manos unidas, se pararon delante de Angie Delacroix.
– Señorita Angie -la saludó Susannah-. Necesito saberlo. ¿Me dijo la verdad la otra noche?
– Todo lo que dije era cierto. Frank nunca llegó a saber lo que te había ocurrido. Si no, lo habría denunciado. La idea de que fueras su hija y no pudiera hacer lo obvio lo consumía.
De algún modo eso le ayudó.
– ¿Por qué me lo contó?
– Porque Charles me obligó a hacerlo. -Luego alzó la barbilla-. Pero lo habría hecho de todos modos, por Frank. Tienes sus mismos ojos. -Suspiró-. Frank era mucho mejor persona de lo que él mismo creía.
Para entonces Susannah había leído la mayor parte de los diarios de Charles. Sabía que había utilizado a Angie Delacroix para enterarse de secretos que luego le servían para sus chantajes, y para proporcionarle mujeres con dinero que creyeran que tenía el don de la clarividencia.
– Usted llevó a mi madre hasta Charles.
– Tenía dinero. Y Charles quería dinero. Siento que tú estuvieras en medio.
– ¿Por qué? ¿Por qué ha acatado sus órdenes durante tantos años?
A Angie se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Le hiciera lo que le hiciera hacer Charles, Paul sigue siendo mi hijo.
Luke tiró de la mano a Susannah.
– Vamos. La familia nos está esperando.
«La familia.» Con esas palabras bastó para apartar la tristeza. Susannah se dirigió a donde mamá Papa y el padre de Luke aguardaban junto con Leo, Mitra, Demi y Alex, y recibió un abrazo colectivo que le hizo sonreír y llorar a la vez. Qué bien sentaba. «Yo pertenezco a esta familia. Y ellos me pertenecen. Soy feliz.»
– Ven -dijo mamá Papa, tomándola por el brazo-. Vamos a casa.
Mitra deslizó la mano por debajo del otro brazo de Susannah.
– Y luego iremos de compras.
Luke agitó la mano para indicarle que fuera con ellas.
– Yo llevaré la silla de Daniel. A Alex y a ti os toca sesión femenina con mis hermanas.
– Qué bien -exclamó Daniel con un hilo de voz mientras las mujeres charlaban para animar a Susannah-. Hasta ahora Suze nunca había disfrutado de una cosa así.
– Pues a partir de ahora podrá disfrutarlo siempre que quiera -contestó Luke mientras con el brazo sano empujaba la silla de Daniel por el suave pavimento.
– ¿Qué piensas hacer con mi hermana? -preguntó Daniel muy serio.
Luke reprimió una sonrisa. «Exactamente lo mismo que anoche y que esta mañana.» Pero conservó el tono serio.
– Podría responderte que eso no es de tu incumbencia.
– Pero no lo harás -repuso Daniel con ironía.
– Quiero hacerla feliz. No quiero que jamás vuelva a preguntarse quiénes son sus familiares.
Daniel se cruzó de brazos.
– ¿Te das cuenta de que nosotros dos también seremos familia?
– Si hago las cosas bien, sí. Yo lo soportaré si tú lo soportas.
– Yo lo soportaré. -Daniel se quedó callado un momento-. Y no me importaría ser tío, por cierto.
Luke sonrió.
– Entonces supongo que tendré que hacerlo muy bien.