Capítulo 10

Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 8:10 horas

Luke se detuvo en la puerta de la sala de reuniones. Estaba temblando de tan enfadado.

«Tampoco merecía que se hiciera justicia.» A Luke le entraron ganas de gritarle, de agitarla para hacerle entrar en razón. Sin embargo, no lo había hecho. Solo era capaz de hacer lo correcto, así que allí estaba.

El día anterior le había sorprendido enterarse de que ella era una de las víctimas de la banda. Aún le había sorprendido más saber que habían vuelto a violarla, y encima en la misma fecha.

Se preguntó por qué Susannah no había relacionado los dos hechos. Quería saber qué hacía yendo a hoteles baratos con ligues de una noche. Y también se preguntaba cómo iba a ser capaz él de contar a todo un equipo sus secretos más íntimos.

– ¿Qué pasa? -Ed dobló la esquina. Llevaba una caja-. Se te ve agotado.

– Lo estoy. ¿Qué hay en esa caja?

– Muchas cosas, incluidas las llaves que ayer encontramos en los bolsillos de Granville.

Luke se puso tenso.

– ¿Por qué?

Ed movió las cejas arriba y abajo.

– Abre la puerta y todos lo sabremos.

La mesa de la sala de reuniones estaba abarrotada. Nate Dyer, del ICAC, estaba presente, además de Chloe, Nancy Dykstra y Pete Haywood. Junto a Nate se sentaba Mary McCrady, una de las psicólogas del departamento. Hank Germanio ocupaba un lugar junto a Chloe y levantó la cabeza cuando Luke entró. Estaba mirando por debajo de la mesa, seguramente las piernas de Chloe. La mirada de ella denotaba un desagrado general. Entre ellos dos no había ni una pizca de amor.

Chase parecía algo molesto.

– Los dos llegáis tarde.

– Yo tengo motivos de peso -aseguró Ed.

Chase tamborileó sobre la mesa.

– Ya que estamos todos, empecemos. Le he pedido a Mary McCrady que se uniera a nosotros. Está trabajando en el perfil psicológico del cómplice de Granville. Empezaré yo. -Sostuvo en alto una bolsa de plástico que contenía un cuaderno con las tapas de piel-. El diario de Jared O'Brien.

Luke se quedó atónito.

– ¿De dónde lo habéis sacado?

– De la última víctima de Mack -explicó Ed-. Su coche tenía GPS y pudimos investigar la ruta y encontrar el lugar en que se escondía Mack. El diario estaba con sus cosas.

– Es fascinante leerlo -confesó Chase-. Habla de la cabaña de Borenson, Luke. Parece que todos supieron dónde estaban una vez allí porque Toby Granville no se molestó en descolgar las fotos y las placas que Borenson tenía colgadas en las paredes. Tengo previsto seguir hoy con la lectura, a ver si eso arroja un poco más de luz sobre el mentor de Granville. ¿Más novedades? ¿Luke?

Luke tenía que sacar el tema del estigma de Susannah, pero no se sentía preparado. Todavía no.

– He recibido el informe del laboratorio sobre la sustancia que añadieron a la solución intravenosa de Ryan Beardsley. La concentración del estimulante era suficiente para haberlo matado. Los responsables de seguridad del hospital dicen que un chico llamado Isaac Gamble se movió por la zona cercana a la habitación de Beardsley.

– Tenemos a cuatro agentes buscando a Gamble -anunció Chase.

– Bien. Cuando lo encuentren, haz que lo detengan por intento de asesinato. Si no hubieran reanimado a Beardsley cuando lo hicieron, habría muerto. Por suerte ya está bien. Ha recordado un nombre: Rocky. Creemos que se trata del jefe de Granville.

– «Rocky» no es gran cosa -dijo Nancy poco convencida.

– Es un apodo, podría referirse a la fortaleza de su constitución física, o la falta de ella -observó Mary-. Podría hacer referencia a Rocky Balboa. Es algo para el perfil.

– Es más de lo que teníamos hasta ahora -comentó Chase-. Beardsley también recuerda haber oído a unos hombres cavar en el exterior de su celda. Dijeron un nombre: Becky.

– Dios -musitó Chloe-. ¿También hay cadáveres fuera?

– He pedido a un equipo de la universidad que se traslade a Dutton -dijo Ed-. Van a explorar la zona con un radar de penetración terrestre para encontrar la tumba.

– Haz que tiendan una lona -ordenó Chase-. No quiero que los periodistas vean nada desde las alturas. También hemos identificado a una de las víctimas, Kasey Knight.

– Sus padres llegarán sobre las dos -anunció Luke-. Felicity la preparará…

– ¿Ya ha terminado las autopsias? -preguntó Ed.

– Sí. Una de las chicas tiene drepanocitosis. Aparte de eso, no hay nada que identifique a ninguna en particular. Felicity ha descubierto que las dos chicas más flacas tienen niveles altos de electrolitos en sangre, lo que cuadra con las bolsas para solución intravenosa que encontramos en la nave. Una de las chicas tenía graves enfermedades de transmisión sexual. Aparte de eso, las autopsias no han revelado nada más.

– Pero a una de las víctimas ya la conocíamos. Era Angel -comentó Chase-. ¿Se sabe algo de eso, Nate?

– Me he pasado toda la noche revisando los informes y no he averiguado nada nuevo de Angel ni de las otras dos chicas que aparecían con ella en la página web que clausuramos. He enviado su foto y su descripción a nuestros homólogos. Seguiré buscando…

Nate parecía agotado y Luke comprendía por qué. Había pocas cosas que supusieran mayor desgaste emocional que tener que ver fotografías de seres humanos violados. Y si encima se trataba de niños, la cosa era un millón de veces peor.

– No he podido estar contigo esta noche -dijo Luke en tono de disculpa-. Hoy te ayudaré con la búsqueda.

– Pensaba tomarme el día libre -admitió Nate con desaliento-. Pero seguiré buscando si es lo que necesitáis. No parece que vosotros hayáis estado muy ociosos.

– No hemos parado -dijo Chase-. Pete, ¿qué ha dicho el inspector de incendios?

– Ha descubierto el dispositivo que hizo de detonador en casa de Granville -informó Pete con voz queda, pero bajo la apariencia tranquila su tono resultaba amenazador. Un miembro de su equipo había muerto y Pete estaba enfadadísimo.

Luke frunció el entrecejo.

– Pensaba que se trataba de un cable atado a la puerta de entrada.

– Lo era -dijo Pete-. Pero el tipo quería asegurarse de que la bomba estallaba. Al planificar la explosión por duplicado se equivocó. Según el inspector, los incendiarios cometen ese error a menudo. A veces preparan un detonador de más para asegurar la explosión y uno de los dos mecanismos no se pone en marcha y sirve de pista para la investigación.

– ¿Y esta vez hemos estado de suerte? -aventuró Chase.

– Sí. El tipo preparó dos detonadores, uno con un temporizador y otro conectado a la puerta. El del temporizador no estaba previsto que se disparara hasta al cabo de dos horas.

– ¿El inspector reconoció el temporizador? -preguntó Chase.

Pete asintió.

– Cree que pertenece a un tal Clive Pepper. Tiene dos cargos por incendiario. Dice que suelen llamarlo Chili.

Nancy alzó los ojos en señal de exasperación.

– ¿Chili Pepper? Un nombre muy explosivo. Menudo chiste barato.

Los ojos de Pete emitieron un centelleo.

– Menudo hijo de puta. Más le vale que no lo encuentre yo primero.

– Pete -le advirtió Chase, y él exhaló un suspiro sin abandonar su aire amenazador-. Modérate. -Chase miró a Chloe-. ¿Podemos acusarlo de homicidio?

Ella asintió una sola vez con decisión.

– Ya lo creo.

– Homicidio -repitió Germanio con incredulidad-. ¿Por qué?

Todos, a excepción de Pete y Chloe, aparentaban desconcierto. Chase suspiró.

– Zach Granger ha muerto esta noche. -Alrededor de la mesa se hizo el silencio. Incluso Germanio se había quedado atónito-. La explosión le causó una herida en la cabeza. Parece que se le formó un coágulo y… ha muerto.

Nancy palideció.

– Pete, lo siento. -Extendió los brazos sobre la mesa y posó las manos sobre los puños apretados de él-. No es culpa tuya, chico -susurró en tono resuelto.

Pete no dijo nada. Luke no estaba seguro de que aquel hombre, a pesar de lo fuerte que era, pudiera soportar la pérdida.

– O sea que podemos acusarlo de homicidio -prosiguió Chase-. Lo siento, Pete. -Se aclaró la garganta y cambió de tema-. Nancy, ¿qué habéis encontrado en casa de Mansfield?

– Mucha pornografía -dijo con gravedad-. Látigos y cadenas. Violaciones. Y también pornografía infantil.

Luke irguió la espalda.

– Yo me encargaré de revisar el material.

– Lo haremos los dos -se ofreció Nate-. ¿Dónde está, Nancy?

– Casi todo está en su ordenador. Los informáticos forenses lo están descargando. También hemos encontrado un arsenal bien surtido en un refugio antiaéreo construido en el sótano de la casa. Había pistolas y municiones, y bastante comida para alimentar a la ciudad entera durante un mes. Estoy investigando las facturas y otros archivos. De momento no he encontrado nada, excepto…-Del asiento contiguo tomó una bolsa que contenía pruebas-. He descubierto esto justo antes de venir a la reunión.

– ¿Un mapa de carreteras? -se extrañó Luke.

– Lo has adivinado. -Era grande, tenía las esquinas de las páginas dobladas y se veía muy usado-. Hay señaladas rutas en las páginas de Georgia, las dos Carolinas, Florida y Mississippi. En total son ciento treinta y seis -dijo Nancy-. Exploraré todas las rutas. No sé qué hay en los puntos de destino, pero me temo que no se trata de nada bueno.

– Lo descubriremos -aseguró Chase-. Buen trabajo, Nancy. ¿Hank?

– Tal vez sepa dónde está la esposa de Granville -anunció Germanio-. Helen Granville compró un billete de tren para Savannah.

– ¿Tiene familia allí? -preguntó Luke, y Germanio negó con la cabeza.

– He hablado con los vecinos y nadie parece saber de dónde procede su familia. Dicen que es una mujer callada y que no cuenta muchas cosas. Casi todos se han mostrado estupefactos ante los hechos, a excepción de una vecina que no se ha sorprendido nada de que Granville fuera un depravado. Cree que maltrataba a su esposa.

– ¿Por qué una vecina tiene una opinión distinta de todos los demás? -se extrañó Mary.

– Es abogada y antes de retirarse trabajaba en un gabinete jurídico. Trató mucho tiempo con mujeres maltratadas. Dice que a Helen Granville nunca le vio ninguna marca pero que siempre tenía un aire ausente. Una vez le preguntó si necesitaba ayuda y ella no volvió a dirigirle la palabra. Aquí está su tarjeta, por si quieres hablar con ella.

Mary anotó el nombre y el número de teléfono de la mujer.

– Lo haré. Gracias, Hank.

Germanio le dirigió a Chloe una mirada llena de intención.

– He pedido una orden para rastrear las llamadas del móvil de Helen Granville, ya que ninguna de las que se hicieron desde la casa me dice nada. Y ahora que ya tengo una orden para rastrear las llamadas de Davis, seguiré investigando a Kira Laneer, su amante. Y cuando obtenga otra orden para rastrear las llamadas del móvil de la señora Davis, comprobaré adónde ha ido. Con dos niños debe de ser más difícil desaparecer del mapa. He ido a ver a Kate, la hermana de Davis, pero no estaba en casa. Volveré mañana.

– Antes acércate a Savannah -dispuso Chase-. Quiero aquí a la señora Granville. Ed, te toca ti.

Ed abrió la caja y extrajo una pieza de metal oxidado.

– Es de uno de los somieres que encontramos en las celdas de la nave. La hemos limpiado y la hemos observado con el microscopio. La «O» no está cerrada del todo.

– O sea que el apellido de Ashley no empieza por «O» sino por «C» -observó Luke agitado, y Ed asintió.

– Leigh está buscando nombres en la base de datos del NCMEC y en los departamentos de personas desaparecidas de la zona metropolitana.

– Estupendo -alabó Chase, y miró dentro de la caja-. ¿Qué más?

Ed miró a Pete, que parecía estar más sereno.

– Las llaves de Granville.

Pete colocó sobre la mesa una caja de papel para fotocopiadora.

– Que con suerte entrarán en su caja fuerte.

Pete depositó la caja fuerte ignífuga sobre la mesa. Por fuera se veía chamuscada pero la cerradura estaba intacta.

– El inspector de incendios la encontró entre los restos de lo que antes era el despacho de Granville. -Probó la llave más pequeña y todos los asistentes estiraron el cuello cuando esta giró en la cerradura.

– Esto podría catapultarte a la fama, Pete -bromeó Nancy en tono liviano-. Geraldo lo intentó una vez y mira cómo tiene que verse.

En el rostro de Pete se dibujó un atisbo de sonrisa cuando la tapa se abrió.

– Un pasaporte. -Arqueó las cejas-. Dos pasaportes. -Abrió ambos documentos-. En los dos aparece la foto de Granville, pero con nombres diferentes. Michael Tewes y Toby Ellis.

– Al tipo le gustaba viajar -dijo Ed arrastrando las palabras.

– Eso parece. Certificados de acciones y una llave. -Pete la sostuvo en alto. Era pequeña y plateada-. Puede que sea de una caja de seguridad.

– Simon Vartanian tenía una caja de seguridad en un banco de Dutton -dijo Luke-. Es posible que Granville tuviera otra. Y con suerte la suya no estará vacía. -En la caja de seguridad de Simon no habían encontrado las fotografías de las violaciones cometidas por la banda, tal como esperaban-. Más tarde iré a Dutton, al funeral de Sheila Cunningham. Ya que estoy allí lo comprobaré. ¿La orden de registro incluirá la caja de seguridad, Chloe?

– No, pero no tardaré mucho en conseguir otra, ya que la llave sí que está incluida en la primera. ¿Qué más, Pete?

– Una licencia matrimonial. Por cierto, el apellido de soltera de Helen era Eastman, por si queréis investigar a su familia. Partidas de nacimiento. Y, por último, esto. -Sacó una medalla con una cadena de plata y Luke aguzó la vista. En la medalla aparecía grabada una esvástica. Susannah tenía razón; las puntas terminaban en ángulo. Sobre cada uno de los lados había un punto de gran tamaño. No era la cruz de los nazis.

– Joder -masculló Chase-. Neonazis.

– Creo que no -lo corrigió Luke-. Tengo mucho más que contaros. Ese dibujo es igual al que Felicity Berg ha encontrado en la cadera de todas las víctimas.

Todos los asistentes prestaron atención.

– Esta medalla es demasiado plana para estigmatizar a nadie con ella -comentó Pete mientras examinaba el grabado.

– Felicity también encontró un anillo de Granville con el mismo dibujo, y es probable que tampoco ese fuera el objeto estigmatizador. -Luke exhaló un suspiro-. El símbolo ha aparecido en otro sitio. Lo tiene Susannah Vartanian.

El comentario suscitó miradas de sorpresa de todos los presentes.

– Creo que deberías explicarte mejor -dijo Chase en tono quedo.


Casa Ridgefield,

sábado, 3 de febrero, 8:20 horas

Rocky estacionó el coche en el garaje. Estaba muy cansada. Un accidente ocurrido a las afueras de Atlanta había provocado una caravana durante más de una hora, y ella la había pasado muy intranquila porque temía que alguien oyera los golpes procedentes del maletero. Por suerte hacía frío y todos los coches circulaban con las ventanillas cerradas.

Sin duda le habría resultado muy difícil explicar qué hacía una adolescente atada y amordazada en el maletero de su coche. Y, al igual que en Misión imposible, sabía que si la pillaban Bobby habría negado tener ninguna relación con ella. «Pero no me han pillado.» Tal vez después de eso Bobby volviera a confiar en ella.

Antes de explicárselo todo necesitaba que la enfermera la pusiera al corriente de las últimas noticias. Esperaba que no le hubiera administrado a Monica ninguna otra dosis de paralizante. Cuanto antes sacaran a la chica de la unidad de cuidados intensivos y la trasladaran a planta, antes podrían matarla sin tantas complicaciones. Así la joya que llevaba en el maletero podría pasar a formar parte del stock. Marcó el número mientras visualizaba la mirada de aprobación de los ojos azules de Bobby.

A lo largo de los años había hecho bastantes cosas para ganarse su aprobación. Por suerte, nunca había tenido que asesinar a nadie. Sólo con pensarlo se ponía enferma.

– Eres una cabrona -gritó la enfermera antes de que Rocky pudiera pronunciar palabra-. Habíamos hecho un trato. Eres una puta cabrona.

A Rocky se le revolvió e estómago.

– ¿Qué ha pasado?

– Como si no lo supieras -dijo la enfermera entre dientes-. Bobby ha matado a mi hermana. -La enfermera empezó a sollozar-. La ha matado de una paliza. Dios mío, y todo por mi culpa.

– ¿Cómo sabes que ha sido Bobby? -preguntó Rocky, tratando de conservar la calma.

– Por la foto, imbécil. Me la ha enviado por teléfono. Es mi hijo. Solo tiene ocho años.

– ¿Bobby te ha enviado una foto de tu hijo al móvil? -repitió Rocky.

– Con un mensaje. «Haz lo que te ordeno o él también morirá.» «También» -le espetó-. He venido corriendo y… la he encontrado muerta. Estaba tirada en el callejón como si fuera basura. La han tratado como si fuera basura.

– ¿Qué vas a hacer?

La enfermera rió con histerismo.

– ¿A ti qué te parece? Lo que Bobby quiera.

– ¿Le has administrado a la chica otra dosis de paralizante?

– No. -Rocky oyó que la enfermera respiraba hondo, tratando de calmarse-. Ayer por la noche trasladaron al capellán del ejército a cuidados intensivos y había mucha vigilancia.

– ¿Qué has dicho?

– El capellán. Alguien trató de matarlo anoche, pero no lo logró. -Soltó una carcajada sardónica-. ¿Eso tampoco lo sabías? Se supone que tu superior debe confiar en ti, Rocky.

El comentario resultaba irónico porque Rocky sabía que su superior no confiaba en ella en absoluto. Era lo bastante inteligente para saber en qué lugar se encontraba. Paul, el policía, ocupaba un lugar más elevado que ella en la escala jerárquica. Mucho más elevado. De hecho, Bobby se lo había dejado claro en muchas ocasiones. La furia empezaba a hervir en el interior de Rocky.

– Entonces, ¿has hablado con ella? ¿Con Monica?

– Le he dicho lo que me pediste que le dijera.

Rocky abrió el maletero y tomó una fotografía de Genie Cassidy.

– Voy a enviarte una foto al móvil. Enséñasela a Monica. Eso la mantendrá callada hasta que la mates.

– Si yo caigo, tú caerás conmigo.

– Ve a la policía. No tienes ninguna prueba y pensarán que estás loca.

– Te odio. Y a Bobby también. -Se hizo el silencio cuando la enfermera colgó el teléfono.

Rocky suspiró. «Lo tenía todo controlado. No hacía falta matar a la hermana de la enfermera.» Sólo serviría para llamar más la atención y eso era lo último que necesitaban. Encontró a Tanner en la cocina, preparando el té para Bobby.

– Tengo a otra huésped en el maletero del coche -dijo-. ¿Puedes bañarla y darle algo caliente? ¿Dónde está Bobby?

– En su despacho. -Tanner arqueó una de sus pobladas cejas grises-. Y no está precisamente alegre; últimamente no le das muchas satisfacciones.

– Lo mismo digo -masculló Rocky. Llamó a la puerta del despacho de Bobby y entró sin esperar su permiso.

Bobby levantó la cabeza; la mirada de sus ojos azules era glacial.

– Llegas un poco tarde. Te envié ayer por la noche a hacer un simple recado y has tardado ocho horas en volver.

– Has hecho matar a la hermana de la enfermera.

Bobby arqueó las cejas.

– Claro. La chica sigue viva.

– Sí, está viva. Y Beardsley también.

Bobby se levantó de golpe, rebosante de furia.

– ¿Qué?

Rocky se echó a reír.

– Así que el swanzi no lo sabe todo. -De pronto su cabeza giró de golpe hacia la izquierda cuando Bobby le estampó la mano en la mejilla.

– Eres una zorra. ¿Cómo te atreves?

A Rocky le escocía la mejilla.

– Porque estoy cabreada. Muy cabreada, supongo.

– Cariño, tú no sabes lo que significa esa palabra. Te encargué un trabajo y fallaste.

– Solo cambié un poco los planes. Era imposible que la enfermera matara a Monica Cassidy en la unidad de cuidados intensivos.

– Eso te dijo. Y tú te lo creíste -repuso Bobby con desprecio.

– Y busqué otra forma de cumplir el objetivo, lo cual es más de lo que puedo decir del esbirro que no ha conseguido matar al capellán.

Bobby se dejó caer en la silla despacio. Su cara parecía de granito.

– Beardsley estaba muerto. Su encefalograma era plano.

– Pues se ve que han conseguido reanimarlo -repuso Rocky con frialdad-. Y ahora en la unidad de cuidados intensivos hay más vigilancia que en Fort Knox.

– Dime qué has hecho.

– He ido a Charlotte y he raptado a la hermana pequeña de Monica. La tengo en el maletero del coche.

Bobby palideció y a Rocky se le disparó el pulso.

– ¿Qué dices que has hecho?

– He raptado a su hermana. Llevaba chateando con ella dos meses. Monica ha tenido éxito, así que he pensado que su hermana también lo tendría.

– ¿Te has parado a pensar en las consecuencias? Que una chica se fugue con un tío que ha conocido por internet es creíble. Que lo hagan dos… Ahora la policía se dedicará a investigarlo. La pobre madre saldrá por televisión llorando a moco tendido y pidiendo que le devuelvan a su hija sana y salva. De hecho, podríamos matar a la chica ahora mismo, cuando su rostro aparezca en todos los envases de leche, nadie la querrá.

Rocky se dejó caer en una silla.

– No lo había pensado. Pero no te preocupes. Me he acercado a la estación de autobuses con su sudadera y he comprado un billete para Raleigh, donde vive su padre. Si a la policía le da por investigar, creerán que se ha ido a vivir con él.

– Ya veo -respondió Bobby con frialdad-. Veo que te encargo un trabajo sencillo, como el de asegurarte de que la enfermera cumpla con su deber, y me fallas. Y veo que encima vas y te tomas la libertad de complicarlo con un secuestro no autorizado. Ya me encargaré yo de la chica y de la enfermera. Estás despedida.

Rocky se quedó paralizada en el sitio, tratando de no temblar.

– La chica está aquí. Puedes servirte de ella en cuanto quieras. Es incluso más guapa que su hermana. Puedes mandarla fuera del país, donde no distribuyan su foto. Ganaras mucho dinero con ella.

Bobby tamborileo sobre el escritorio con aire pensativo.

– Puede que lo haga. Ahora márchate.

Rocky no se movió.

– ¿Qué le harás a la enfermera?

– Lo que le he prometido.

– No. Le has prometido que su hijo sería el siguiente, y solo tiene ocho años, como tu…

– Ya está bien. -Bobby se levantó. Con la furia, sus ojos azules habían adquirido la tonalidad del hielo y Rocky no pudo controlar el temblor por más tiempo-. A mí se me obedece. A ver si lo aprendéis la enfermera y tú. Estás despedida.

Bobby aguardó a que Rocky se hubiera marchado y volvió a llamar a Paul.

– Creía haberte dicho que no volvieras a llamarme hoy -le espetó.

«Insolente. Te mataría ahora mismo, pero te necesito.»

– Tienes que ir a Raleigh.

– Esta noche me toca trabajar.

– Llama y di que estás enfermo. Además, yo te pago el triple que la policía de Atlanta.

– Mierda, Bobby. -Paul suspiró frustrado-. ¿Qué más quieres que haga?

– Necesito que arregles una cagada de Rocky.

– Últimamente Rocky la caga mucho.

– Sí, ya lo sé. Cuando acabes con esto ya hablaremos de qué hacer con ella.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 8:40 horas

Luke le explicó al equipo lo que le había contado Susannah sobre el sedán negro, Darcy Williams y lo ocurrido seis años atrás en Hell's Kitchen. Nadie respiró apenas hasta que hubo terminado.

Chase se recostó en la silla, atónito.

– ¿Quieres decir que a Susannah la agredieron dos veces en la misma fecha, con siete años de diferencia? ¿Y a nadie le llamó la atención?

Luke vaciló.

– No denunció las agresiones.

– Por el amor de Dios. ¿Por qué? -bramo Chase.

– Porque era una víctima, Chase -respondió Mary McCrady con su voz de psicóloga.

– Nada de todo esto le está resultando fácil -la defendió Luke-, y encima ahora la andan siguiendo con un sedán negro. Hoy quiere asistir al funeral de Sheila Cunningham y a mí me preocupa su seguridad hasta que descubramos quién es ese hombre.

– O sea que irás al funeral con ella para ver si el tipo se deja caer -terció Ed-. Te hará falta alguna cámara de vigilancia. Yo me encargo.

– Gracias -respondió Luke. No era ese el único motivo por el que había decidido acompañar a Susannah al funeral de Sheila Cunningham, pero sí el principal-. Susannah también me ha contado que esa esvástica con las puntas terminadas en ángulo es un símbolo frecuente en las religiones orientales, como el budismo.

– El thích que estábamos buscando -musitó Pete-. De alguna forma todo encaja.

– Sólo nos falta descubrir cómo -repuso Chase-. Hank, ve a Savannah y busca a Helen Granville. Tenemos que averiguar la verdad sobre su marido. Pete, quiero que te encargues de seguir registrando la casa de Mansfield, y Nancy, tú dedícate a buscar in formación sobre ese tal Chili Pepper. Quiero saber quién le paga. -Pete abrió la boca para protestar pero Chase le lanzó una mirada de advertencia-. Ni se te ocurra, Pete. No te acercarás a menos de un kilómetro y medio de ese tipo.

– Sé controlarme -respondió Pete con tirantez.

– Ya -respondió Chase en tono amable-. Pero prefiero que no tengas que pasar por eso.

– Yo aún estoy analizando la medicación que encontramos en la nave -explicó Ed-. También estamos realizando análisis de los cabellos que hallamos al registrar el despacho de la nave. Puede que alguno encaje con las muestras de ADN que constan en nuestros archivos. Examinaremos la zona exterior de la nave por si hay más víctimas. Y esparciremos talco sobre el mapa de carreteras para descubrir las huellas.

– Bien -aprobó Chase-. ¿Qué más?

– Tengo que hablar con Susannah Vartanian -dijo Mary.

– Yo he quedado con ella en su hotel dentro de un rato -explicó Chloe-. Le pediré que te llame.

– No está en el hotel -dijo Luke-. Está en mi despacho. Ha venido después de que el sedán negro la anduviera siguiendo. Se ha ofrecido a buscar información sobre la esvástica.

Chase señaló la puerta con la mano.

– Marchaos, y buena suerte. Volveremos a encontrarnos a las cinco. Luke, tú quédate. -Cuando se hubieron quedado a solas y la puerta estuvo cerrada, Chase lo miró a los ojos con expresión turbada-. ¿Por qué no denunció Susannah ninguna de las violaciones?

– La primera vez tenía miedo de Simon. Él le dijo que en algún momento tendría que dormir.

Chase apretó la mandíbula.

– Qué hijo de puta. ¿Y la segunda vez?

«Tampoco merecía que se hiciera justicia.»

– Estaba asustada, y siendo hermana de Daniel puedes imaginar que lleva todos estos años culpabilizándose porque su amiga está muerta y ella no.

– Son igualitos, ¿verdad?

– Como dos gotas de agua.

– ¿Está documentada la historia?

– Puede documentarse, supongo. Su jefe hace muchos años que la conoce y ella trabaja en la fiscalía del distrito.

– ¿Cuál es la verdadera razón por la que vas a acompañarla al funeral?

Luke arrugó la frente.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que no dispongo de recursos para malgastarlos cuidando de Susannah Vartanian como si fuera un bebé. Además, por lo que parece, es la última persona que espera que lo haga.

– ¿Eso crees? -Luke notó que le subía la presión arterial-. ¿Qué es malgastar recursos?

– Ya me parecía que no lo verías de la misma manera que yo. Mira, yo también lo siento por Susannah, pero…

Luke se esforzó por mantener la compostura. Estaba cansado e irritable. Chase también lo estaba, y ninguno de los dos llevaba bien esa combinación.

– No la cuido como si fuera un bebé. Ahora bien, ¿me preocupa? Sí. Piénsalo un poco. La violaron cuando tenía dieciséis años. Las únicas personas que lo saben están muertas, a excepción de Garth Davis. Se marcha de casa, entra en la universidad. A los veintitrés años vuelven a violarla, en la misma fecha. La estigmatizan y matan a su amiga de una paliza. Ella se siente avergonzada y asustada, y no dice nada. Seis años más tarde aparece la misma marca de su estigma en una medalla de Granville y en las caderas de cinco chicas a quienes él ha matado.

Chase aguzó la vista.

– ¿Y qué?

Luke apretó el puño bajo la mesa.

– Pues que todo está relacionado, mierda. Al hombre que mató a su amiga lo encerraron. Al que la violó a ella la segunda vez no lo han encontrado. ¿Y si se trata de Rocky? ¿Y si Rocky o Granville lo planearon todo? ¿Y si el hombre que cumple condena por matar a su amiga conoce a Rocky? ¿Hace falta que te dibuje un esquema?

Chase se recostó en la silla.

– No. Yo ya lo tengo en mente; sólo quería saber si tú también lo tenías. Ve al funeral. Los periodistas estarán a punto para echar la zarpa después de lo de ayer.

Luke se puso en pie, temblando de furia y molesto con Chase por haberlo tratado como a un principiante.

– Me llevaré el látigo.

Estaba a punto de salir y dar un portazo cuando Chase le hizo detenerse.

– Buen trabajo, Luke.

Él exhaló un suspiro.

– Gracias.


Casa Ridgefield,

sábado, 3 de febrero, 9:00 horas

Ashley Csorka levantó la cabeza y aguzó el oído en la oscuridad del hoyo. Se trataba de un pequeño cubículo construido bajo la casa que ni siquiera tenía la altura suficiente para poder ponerse en pie. Era húmedo y frío. «Tengo mucho frío.»

Le gruñía el estómago. Era la hora de desayunar, notaba el olor de la comida procedente de arriba. «Tengo mucha hambre.» Se esforzó por calcular. Llevaba metida en aquel hueco casi doce horas.

La mujer dijo que la dejarían allí unos días. «Dentro de unos días me habré vuelto loca.» Además, había ratas. Ashley las había oído corretear por las paredes durante la noche.

Detestaba las ratas. El pánico empezó a hacer mella; la sensación era inmensa y aterradora. «Tengo que salir de aquí.»

– Claro -dijo en voz alta, y al oírse el pánico disminuyó un poco-. Pero ¿cómo?

Estaban cerca de un río. Si pudiera llegar hasta él, seguro que sería capaz de cruzarlo a nado. A veces se había entrenado en el mar con su equipo de natación, y las corrientes del mar eran más fuertes que la del río. Además, era mejor ahogarse que lo que le esperaba cuando decidieran sacarla del hoyo.

«¿Cómo puedo salir de aquí?» Solo había una puerta al final de la corta escalera y estaba cerrada con llave. Ya había intentado salir por allí. Por otro lado, aunque consiguiera abrirla, afuera aguardaba el flaco y asqueroso mayordomo, Tanner, con su pistola. En el exterior de la casa también había un vigilante. Lo había visto el día anterior, cuando la llevaron allí. Él tenía una pistola más grande, así que no había nada que hacer. «Moriré aquí. Nunca conseguiré volver a casa.»

«Para. No morirás.» Se puso a cuatro patas y empezó a tantear lo que la rodeaba. Apretó la mandíbula al notar en la mano un dolor punzante debido a la herida causada por un clavo que sobresalía del suelo cuando la tiraron por la escalera. «No hagas caso y busca una salida.»

La primera pared era de hormigón, igual que la segunda y la tercera.

Sin embargo, la cuarta… Los dedos de Ashley palparon algo rugoso. Eran ladrillos. Habían construido una pared de ladrillos. Eso quería decir que al otro lado había algo. ¿Una puerta? ¿Una ventana?

Necesitaba un martillo para derribar la pared o una lima para retirar el cemento. No tenía ni lo uno ni lo otro. Poco a poco, levantó la mano. Al pie de la escalera había un clavo.

«Pero puede que me oigan rascar el cemento.»

«¿Y qué? Si te oyen, lo único que harán será sacarte antes de aquí.» El futuro que le esperaba era el mismo a menos que lograra escapar. «Tienes que intentarlo.»

«Nunca utilices el verbo "intentar".» Recordó la voz de su entrenador. «Márcate un objetivo. Luego lógralo.»

– Vamos, Ashley -susurró-. Lógralo.

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