Capítulo 6

Dutton,

viernes, 2 de febrero, 20:20 horas

Luke salió corriendo del coche y se reunió con el agente Pete Haywood, quien observaba contrariado cómo las llamas envolvían la casa del doctor Toby Granville y cualquier prueba que esta contuviera. Las chicas podían encontrarse en cualquier sitio, y todos los vínculos de Granville con su cómplice se estaban convirtiendo en humo.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Luke, pero Pete no respondió. No se movió un ápice; siguió mirando las llamas como si lo hubieran hipnotizado-. Pete. -Luke lo aferró por el brazo y se vio obligado a retroceder de un salto cuando Pete dio un respingo y se volvió con los puños apretados.

Luke dio un paso atrás y extendió los brazos hacia delante.

– Eh, Pete. Soy yo. -Entonces observó el enorme dolor en sus oscuros ojos y la venda que desde la sien cubría la mitad de su calva reluciente color ébano-. ¿Qué coño ha pasado aquí?

Pete sacudió la cabeza.

– No te oigo -gritó-. Aún me pitan los oídos. Ha sido una bomba, Luke. Nos ha desplazado a mí y a dos hombres más de tres metros, como si fuéramos simples maderos.

Pete Haywood medía un metro noventa y cuatro y pesaba ciento trece kilos. Luke imaginó la enorme fuerza que hacía falta para mover a un hombre de su tamaño. La sangre aún empapaba el vendaje de su cabeza.

– Necesitas puntos -gritó Luke.

– Los médicos tienen que atender primero a otros heridos. A Zach Granger se le ha clavado un trozo de metal. -Pete tragó saliva-. Es posible que pierda el ojo. Chopper está en camino para llevarlo al hospital.

Las cosas iban cada vez peor.

– ¿Dónde está el inspector de incendios? -preguntó Luke a voz en grito.

– Aún no ha llegado. El jefe del cuerpo municipal está allí, junto al camión.

Las cejas de Luke se dispararon hacia arriba cuando vio al hombre que se apostaba junto al bombero jefe.

– ¿Corchran también está allí?

– Ha llegado unos quince minutos después de que nosotros recibiéramos el aviso.

Luke guió a Pete hasta su coche, lejos de los fisgones.

– Siéntate y cuéntame qué ha ocurrido, y no hace falta que grites. Yo te oigo bien.

Con aire desalentado, Pete se sentó de medio lado en el asiento del acompañante.

– Estábamos esperando a que llamara Chloe y nos avisara de que la orden de registro estaba firmada. Nadie había entrado ni salido desde que llegamos. Chloe ha llamado a las ocho menos cuarto y entonces hemos entrado. He abierto la puerta y, de repente, ha estallado un infierno. Literalmente.

Luke frunció el entrecejo.

– ¿Qué hay de la casa de Mansfield?

– Nancy Dykstra está allí con su equipo. La he llamado en cuanto he podido levantarme del suelo y le he advertido que no entre. Están esperando a que los artificieros se aseguren de que el pirómano en cuestión no pretende volar las dos casas.

– Bien pensado. ¿Has visto a la esposa de Granville?

– Si estaba en la casa, no ha salido cuando se lo hemos indicado. Zach y el resto del equipo han llegado a las cinco y cuarto y han ocupado todas las salidas.

– Muy bien. O sea que quien ha colocado la bomba lo ha hecho entre la una y treinta y ocho y las cinco y cuarto.

Pete volvió a fruncir el ceño.

– ¿Por qué la una y treinta y ocho?

– Porque es la hora en que Granville ha llamado a la persona que creemos que es su cómplice. A las cinco y cuarto la noticia de la muerte de Granville aún no se había difundido, así que sólo su cómplice sabía que no ha salido de la nave con el resto.

– Y el cómplice teme que Granville hable si lo pillan o que tenga en su casa pruebas que puedan comprometerlo. Por eso la ha volado. Y ahora ¿qué?

– Ahora tienes que ir a que te cosan esa cabeza tan dura que tienes. Deja que en adelante me encargue yo del asunto. Hemos quedado en el despacho de Chase a las diez. Si puedes, ven. Si no, intenta llamar. -Luke estrechó el hombro de Pete para darle ánimo y se dirigió hacia Corchran y el jefe del equipo de bomberos.

Los dos hombres se encontraron a medio camino.

– He venido en cuanto he oído los primeros avisos de incendio por la radio -explicó Corchran.

– Gracias -respondió Luke-. Se lo agradezco. -Se volvió hacia el bombero jefe-. Soy el agente Papadopoulos, del GBI.

– Jefe Trumbell. Estamos tratando de controlar esto desde fuera. No he hecho entrar a mis hombres a causa de las explosiones. No quiero que tropiecen con más cables.

– ¿Es así como se hizo estallar el artefacto? -preguntó Luke-. ¿Con un cable?

– Eso tendrá que confirmarlo el equipo de investigación de incendios, pero he visto un cable atado al pomo interior de la puerta de entrada, de unos dieciséis o diecisiete centímetros. Parece un mecanismo muy sencillo. Se abre la puerta y se tira del cable que hace de detonador. El incendio estaba bien avanzado para cuando hemos llegado. Imagino que el inspector descubrirá que habían rociado la casa con algo para avivarlo.

– Ya. Mire, Granville estaba casado. Creemos que su esposa no estaba en la casa.

– Eso es lo que ha dicho Haywood. -Trumbell se volvió a mirar las llamas-. Si está ahí dentro… No puedo arriesgarme a enviar a alguien a buscarla.

Como para recalcar sus palabras se oyó un gran estruendo, y automáticamente todos agacharon la cabeza. Todos menos Trumbell, que se echó a correr hacia la casa con la radio en la mano mientras ordenaba a gritos a sus hombres que se echaran atrás.

– Creo que se ha desplomado el techo de una planta -dijo Corchran.

Y con él todos los vínculos entre Granville y su cómplice.

– Mierda -exclamó Luke en voz baja.

Corchran señaló hacia la calle.

– Los buitres acuden al olor.

Dos unidades móviles de televisión se acercaban.

– Solo faltaba eso -musitó Luke-. Por cierto, gracias por venir. No tiene por qué responsabilizarse de lo que ocurre en Dutton.

Corchran pareció incomodarse.

– Ya lo sé, pero el departamento de policía de aquí está… hecho un caos.

– Teniendo en cuenta que el sheriff y su ayudante principal han muerto, creo que se queda corto.

– Si necesitan ayuda, avísenme. Pero no quiero tener que andarme con pies de plomo por culpa de las competencias.

– Gracias. Creo que en estos momentos el director del cuerpo está buscando un nuevo sheriff, así que, con suerte, pronto se restablecerá el orden en Dutton. Ahora tengo que precintar el escenario.

Corchran echó una mirada furibunda a las unidades móviles.

– Asegúrese de marcarlo muy lejos.

– No lo dude.

Luke hizo retroceder a los periodistas escudándose en que era necesario para su seguridad y también para la del personal de emergencia. Soportó los pocos epítetos pronunciados entre dientes de que fue objeto y se sintió orgulloso de no haber mandado a tomar por el culo a uno solo de los periodistas. Acababa de situar a una patrulla de la policía estatal junto a la cinta que delimitaba el escenario cuando notó vibrar el móvil en el bolsillo.

Al ver que el teléfono empezaba por 917 arrugó la frente, pero enseguida recordó que se trataba del número de Susannah, que tenía prefijo de Manhattan. «Que no haya muerto la chica.» Miró la casa derruida de Granville. «Es posible que sea todo cuanto tengamos.»

– Susannah, ¿en qué puedo ayudarla?

– La chica se ha despertado. No puede hablar, pero está despierta.

«Gracias.»

– Llegaré lo más rápido posible.


Casa Ridgefield,

viernes, 2 de febrero, 20:45 horas

– Es la hora de la fiesta, Ashley -anunció Rocky mientras daba la vuelta a la llave para abrir la cerradura-. El señor Haynes está…

Rocky se detuvo en la puerta. Durante unos instantes la impresión le impidió pensar. De repente la furia se abrió paso en su interior, una furia explosiva y devastadora, y la mujer se precipitó al interior de la habitación donde Ashley yacía en el suelo, hecha un ovillo.

– ¿Qué coño has hecho? -soltó Rocky mientras agarraba a Ashley del pelo que le quedaba en la cabeza-. ¡Mierda! ¿Qué has hecho?

El labio de Ashley aparecía ensangrentado en el punto donde se lo había atravesado de un mordisco. Tenía el cuero cabelludo enrojecido y en la coronilla se veían al menos ocho claros del tamaño de un dólar de plata. La muy cerda se había arrancado el pelo de raíz.

Ashley tenía los ojos humedecidos por las lágrimas pero su mirada estaba llena de rebeldía.

– Quería a una rubia, ¿no? ¿Y ahora? ¿También me querrá?

Rocky la abofeteó con fuerza y la tiró al suelo.

– ¿Pero qué estáis…? -Bobby se interrumpió-. Joder.

Rocky se quedó mirando las pequeñas calvas con la respiración agitada.

– Se ha arrancado el pelo. Así Haynes no la querrá.

– Pues tendrá que elegir a una de las otras.

Bobby no estaba alegre, lo cual significaba que Rocky acabaría pagando por ello.

– ¿Quieres que la entregue a uno de los guardias?

Bobby escrutó a la chica con los ojos entornados.

– Todavía no. No la quiero con morados; solo sumisa. Métela en el hoyo. Nada de comida ni de agua. Unos cuantos días allí le harán perder un poco de rebeldía. Cuando la saques, aféitale la cabeza, le pondremos una peluca. Joder; si todas las estrellas del rock la usan, ¿por qué no nuestras chicas? Ah, Rocky. Y consígueme rápido unas cuantas rubias. Esta noche le había prometido a Haynes que tendría una y ahora tendré que hacerle descuento elija la que elija. La próxima vez quiero poder servirle lo que desea. Una cuarta parte de los ingresos del nuevo negocio proceden de él.

Rocky pensó en las chicas con las que había estado chateando.

– Tengo a dos, puede que a tres, a las que podría traer ahora mismo -dijo.

– ¿Y son rubias?

Ella asintió.

– Las he captado yo misma. Pero ¿quién irá a buscarlas? De eso se encargaba Mansfield.

– Tú tenlas a punto. Ya me encargaré yo de que alguien las recoja. Aparta a esta de mi vista antes de que cambie de opinión y le dé una paliza con mis propias manos. Y no llegues tarde a la cita. Te ofrezco la oportunidad de que vuelvas a trabajar para mí. No la cagues.

Rocky se mordió la parte interior de la mejilla. Era lo bastante inteligente para no protestar por la tarea extraordinaria que Bobby le había asignado. Claro que eso no significaba que le hiciera mucha gracia. Miró el reloj. Tenía que llevar a aquella chica al hoyo o llegaría tarde al hospital para el cambio de turno.


Atlanta,

viernes, 2 de febrero, 21:15 horas

– Susannah.

Susannah levantó la cabeza y vio a Luke reflejado en el cristal de la unidad de cuidados intensivos que la separaba de la cama de la desconocida.

– Me han permitido verla unos minutos.

– ¿Estaba lúcida?

– Me parece que sí. Me ha reconocido, me ha estrechado los dedos de la mano. Ahora tiene los ojos cerrados, pero es posible que esté despierta.

– Aún está intubada.

– Como le he dicho por teléfono, no puede hablar. El médico dice que tiene pulmón de shock.

Luke hizo una mueca.

– Mierda.

– ¿Sabe lo que es?

– Sí. Mi hermano Leo fue marine y lo padeció a raíz de una batalla. Si se rompen más de tres costillas del mismo lado, el pulmón se hunde. -Unió las cejas morenas-. ¿Se lo hice yo al moverla?

Su preocupación conmovió a Susannah.

– No lo creo. Tiene contusiones por todo el tórax. Según el médico, un par de ellas parecen causadas por la punta de una bota. Dice que puede que necesite permanecer intubada unos cuantos días más.

– Bueno, no es la primera vez que interrogo a testigos intubados. Si está lúcida, utilizaremos una pizarra con letras y le pediremos que cierre los ojos cada vez que señalemos la correcta. Necesito averiguar qué sabe.

Dio un paso adelante y se colocó justo detrás de ella, y el calor que desprendía su cuerpo inundó la piel de Susannah y le hizo estremecerse. Él se inclinó por encima de su hombro para mirar por el cristal. Si en ese momento Susannah hubiera vuelto la cabeza, su nariz apenas habría distado un par de centímetros de la mejilla mal afeitada de Luke. Esa tarde, en el coche, antes de que las llamas acabaran con todo, él le olía a cedro. Ahora, en cambio, olía a humo. Mantuvo la cabeza quieta y los ojos cerrados.

– Da la impresión de que es más joven de lo que parecía esta tarde -musitó Luke.

– Esta tarde estaba toda manchada de sangre. Ahora está limpia. ¿Qué se ha quemado?

Él volvió la cabeza y ella notó que la miraba.

– La casa de Granville.

Susannah cerró los ojos.

– Mierda.

– Eso mismo he dicho yo.

Retrocedió un paso y ella volvió a estremecerse al distanciarse su calor.

– Voy a intentar hablar con ella. -Le tendió una bolsa de papel-. Esto es para usted.

Dentro había ropa. Susannah la extrajo y lo miró perpleja.

– ¿De dónde la ha sacado?

Él esbozó una pequeña sonrisa ladeada.

– Hemos celebrado una reunión familiar informal en el vestíbulo. Mi madre salía y mi hermano y mi sobrina venían a buscarla. Leo había recogido a Stacie en la tienda del centro comercial donde trabaja, y allí ha comprado la ropa. Leo va a acompañar a mi madre a casa y Stacie va a llevarle el coche a casa porque la última vez que mi madre condujo de noche la pararon por ir a menos de cincuenta cuando la velocidad permitida era de cien. -Se encogió de hombros-. Así la policía está contenta y mi madre también. Todos contentos.

Susannah más bien se compadecía del pobre agente que hubiera tenido que ponerle una multa a la señora Papadopoulos.

– Mmm, gracias. Le entregaré un cheque a su sobrina.

Él hizo un gesto de asentimiento y la apartó para entrar a la pequeña habitación de la unidad de cuidados intensivos.

La enfermera se encontraba al otro lado de la cama en la que yacía la chica.

– Solo dos minutos.

– Sí, señora. Hola, cariño -dijo Luke con voz dulce-. ¿Estás despierta?

La desconocida pestañeó, pero no llegó a abrir los ojos. Él tomó una silla y se sentó.

– ¿Te acuerdas de mí? Soy el agente Papadopoulos. Estaba con Susannah Vartanian esta tarde, cuando te hemos encontrado.

La desconocida se puso tensa y el indicador de presión sanguínea empezó a subir.

Susannah lo vio mirar el monitor antes de volverse hacia la chica.

– No voy a hacerte daño, cariño -dijo-. Pero necesito que me ayudes.

El pulso de la chica se disparó y otro monitor emitió un pitido. La chica irguió la cabeza, cada vez más nerviosa, y Luke miró a Susannah preocupado porque la enfermera parecía dispuesta a echarlos de inmediato.

– Yo también estoy aquí -dijo Susannah en voz baja. Dejó la bolsa con la ropa en el suelo y acarició suavemente la mejilla de la chica con los nudillos-. No tengas miedo.

La presión sanguínea de la chica empezó a disminuir y Luke se puso en pie.

– Usted siéntese aquí y yo esperaré al otro lado del cristal. Háblele. Ya sabe lo que quiero averiguar. Le traeré una pizarra con letras.

– Muy bien. -Susannah se inclinó para acercarse y cubrir la mano de la chica con la suya-. Eh, estás bien. Estás a salvo. Nadie volverá a hacerte daño, pero necesitamos tu ayuda. Las otras chicas no han tenido tanta suerte como tú. Se han llevado a unas cuantas y tenemos que encontrarlas. Necesitamos tu ayuda.

Ella abrió los ojos. Su expresión denotaba desesperación y miedo, y también que estaba consciente aunque algo aturdida.

– Ya lo sé -la tranquilizó Susannah-. Tienes mucho miedo y te sientes impotente. Ya sé lo que se siente estando así, y es una mierda. Pero tú puedes ayudarnos a vencer. Puedes vengarte de los cabrones que te han hecho esto. Ayúdame. ¿Cómo te llamas?

Tomó la hoja de papel que Luke le tendía desde el otro lado de la puerta. En ella estaba escrito el alfabeto, y Susannah la sostuvo frente a la desconocida mientras señalaba con el dedo una letra tras otra.

– Cierra los ojos cuando señale la correcta.

Susannah mantuvo la mirada fija en el rostro de la chica y una oleada de satisfacción la invadió al verla pestañear.

– ¿Tu nombre empieza por «M»? Pestañea dos veces para decir que sí.

La chica pestañeó dos veces y una parte del miedo que denotaba su mirada se convirtió en determinación.

– Vamos por la siguiente letra.

– Lo siento, ya llevan más de dos minutos -anunció la enfermera.

– Pero… -trató de disuadirla Luke. La enfermera negó con la cabeza.

– La paciente está en estado crítico. Si quiere más información, tendrá que dejarla descansar.

Luke apretó la mandíbula.

– Con todos los respetos, puede que la vida de cinco chicas dependa de ello.

La enfermera levantó la barbilla.

– Con todos los respetos, la vida de esta chica depende de ello. Pueden volver mañana.

Desde la silla, Susannah vio cómo la furia asomaba a los ojos de Luke, pero, a pesar de todo, él mantuvo la calma.

– Una pregunta más -dijo-. Por favor.

La enfermera soltó un resoplido.

– Solo una.

– Gracias. Susannah, pregúntele si conoce a Ashley. Susannah volvió a inclinarse sobre ella.

– ¿Conoces a una chica llamada Ashley? Si la conoces, pestañea dos veces.

La chica lo hizo, poniendo mucho énfasis.

– Sí. La conoce.

Luke asintió.

– Entonces vamos por buen camino.

Susannah acarició el rostro de la chica, y habría jurado que los ojos castaños que la miraban se llenaban de frustración.

– Ya lo sé, volveremos mañana. No tengas miedo. En la puerta hay un vigilante y no permitirá que entre nadie que no deba. Ahora duerme; estás a salvo.

Luke recogió del suelo la bolsa con la ropa.

– La acompañaré a casa de Daniel -dijo cuando estuvieron fuera de la habitación.

Susannah negó con la cabeza.

– No, no se preocupe. Me alojo en un hotel. Por favor -dijo cuando él abrió la boca para protestar-; le agradezco su preocupación pero… esto no es asunto suyo. -Al decirlo, sonrió para suavizar las palabras.

Él la miró como si fuera a llevarle la contraria, pero al fin asintió.

– Muy bien. ¿Quiere cambiarse?

– Luego. Primero… Primero me gustaría asearme un poco.

– Muy bien -repitió, pero Susannah comprendió que no se lo parecía-. La acompañaré al hotel, pero antes quiero ver qué tal está Daniel.

Ella lo siguió por la unidad de cuidados intensivos porque sabía que se avergonzaría de sí misma si no lo hacía. Él entró en la habitación y ella aguardó en la puerta. Por el movimiento del pecho de Daniel dedujo que aún respiraba con dificultad. Ese día había estado a punto de morir. «Y yo me habría quedado sola.»

La idea era ridícula. Llevaba sola once años, desde que él desapareciera de casa y de su vida con la intención de no volver jamás. Sin embargo, en el fondo Susannah siempre había sabido que no estaba del todo sola. Pero ese día había estado a punto de quedarse sola del todo.

– ¿Cómo está? -le preguntó Luke en voz baja a Alex, quien había permanecido a su lado, velándolo.

– Mejor -respondió ella-. Han tenido que sedarlo porque ha empezado a revolverse y quería levantarse de la cama. Ha estado a punto de arrancarse las vías. Pero ya le han quitado el tubo de respiración y solo lo tienen aquí en observación. Mañana lo trasladarán a planta. -Se volvió y esbozó una sonrisa llena de cansancio-. Susannah. ¿Qué tal está?

– Bien. -Si la respuesta era cortante, Alex Fallon no pareció advertirlo.

– Estupendo. No me importa aguantar otro día igual que hoy. Tengo las llaves de casa de Daniel y sé que a él le gustaría que se instalara allí.

– Me alojaré en un hotel. -Se obligó a sonreír-. Gracias de todos modos.

Alex frunció un poco el entrecejo pero asintió.

– Trate de descansar. Yo cuidaré de él.

«Hágalo», pensó Susannah, sin ganas de tener que luchar contra el nudo que se le había formado en la garganta.

– Y de la chica… -musitó.

– Y de la chica, no se preocupe, Susannah. Mañana todo irá mejor.

Pero Susannah sabía que no iba a ser así. Sabía lo que le esperaba, lo que tenía que hacer. El día siguiente iba a resultar, por decir lo con palabras de Luke, difícil. Muy difícil.

– Sí, todo irá mejor -dijo en voz baja, porque esa era la respuesta adecuada.

Luke le rozó el brazo, por un instante muy breve, y cuando Susannah levantó la cabeza, en sus ojos descubrió comprensión en lugar del gesto desaprobatorio que esperaba.

– Vamos -dijo él-. La dejaré en el hotel de camino al trabajo.


Casa Ridgefield, Georgia,

viernes, 2 de febrero, 21:45 horas

Bobby colgó el teléfono con satisfacción. Era mejor tener los recursos repartidos. Por suerte, su lista de posibles colaboradores incluía varios empleados de hospital. A uno le habían destinado el cuidado del capitán Ryan Beardsley y de Bailey Crighton. El fallecimiento de la chica complacería a Bobby en varios sentidos.

«Habría preferido matarla yo.» Pero era mejor mantener alejados los sentimientos y ese tipo de asuntos. La pasión hacía cometer errores, y ese día ya se habían cometido bastantes.

En cuestión de horas todas las pistas habrían desaparecido y el negocio recobraría la normalidad. Fuera oyó cerrarse una puerta. A propósito…

Había llegado Haynes. Era hora de ganar dinero.


Atlanta,

viernes, 2 de febrero, 21:50 horas

– Luke, esto es para ti. -Leigh Smithson, la secretaria de Chase, colocó una pila de carpetas sobre la mesa de la sala de reuniones-. Las manda la doctora Berg. Y Latent ha identificado al guardia muerto. He consultado sus antecedentes.

– ¿Y quién es nuestro misterioso hombre? -preguntó Chase a la vez que dejaba dos tazas de café sobre la mesa.

– Jesse Hogan -leyó Luke-. Lesiones, allanamiento de morada. Beardsley le ha hecho un favor al mundo.

– Se ha despertado -terció Leigh-. El capitán Beardsley, quiero decir. Su padre ha llamado hace pocos minutos. Beardsley dice que podéis ir a interrogarlo cuando queráis. Os daré su móvil.

– En cuanto acabemos volveré al hospital. ¿Hay noticias de las chicas desaparecidas?

Leigh sacudió la cabeza.

– No. Se supone que os llamarán directamente a Chase o a ti si encuentran alguna coincidencia con las huellas dactilares de las víctimas. De todos modos, dicen que es posible que les lleve bastante tiempo. La mayoría de las huellas las tomaron en los colegios y en centros comerciales cuando las chicas eran más pequeñas, y si aún no tenían cuatro o cinco años…

– Las huellas pueden haber cambiado -terminó Luke-. Crucemos los dedos. ¿Qué se sabe de alguna chica desaparecida que se llame Ashley Os… algo? -Había telefoneado a Leigh mientras se dirigía al lugar del incendio para comunicarle el nombre que había encontrado en el somier.

– Están buscando. También he enviado solicitudes a los departamentos de personas desaparecidas de los estados limítrofes.

– Gracias, Leigh.

Ella se volvió hacia la puerta.

– Me quedaré hasta que termine la reunión. Luego me marcharé; ya será tarde. Mañana volveré a estar aquí. Por cierto, acaban de llegar tres taquígrafos para relevarme y contestar al teléfono. No ha parado de sonar desde la rueda de prensa.

– Tal como esperábamos -respondió Chase-. Para mañana tengo previsto poner más personal administrativo. Tenemos que analizar todas las llamadas.

Leigh ladeó la cabeza. Se oía a dos personas discutir, cada vez más cerca. Una voz era retumbante; la otra, más tranquila y melodiosa.

– Han vuelto Pete y Nancy.

Leigh salió cuando ellos entraron. Pete dejó pasar a Nancy con un exagerado gesto de cortesía.

– Es muy tozudo -aseguró Nancy-. Lleva nueve puntos en esa bola de billar que tiene por cabeza y no quiere marcharse a casa.

Pete alzó los ojos en señal de exasperación.

– Muchas veces me he hecho más daño jugando al fútbol. Chase, dile que se calle.

Chase suspiró. Pete y Nancy se pasaban la vida discutiendo, como los viejos matrimonios.

– ¿Qué te ha dicho el médico, Pete?

– Que puedo trabajar -respondió él contrariado-. Hasta me ha dado una nota.

Chase se encogió de hombros.

– Lo siento, Nancy. El médico manda.

Pete se sentó, satisfecho, y Luke se le acercó y susurró:

– ¿De verdad te has hecho más daño jugando al fútbol?

– No, por Dios -susurró Pete a su vez-. Me duele como un demonio, pero no pienso decírselo.

– Bien hecho.

Luke quedó a salvo de la ira de Nancy gracias a la entrada de Ed, Nate Dyer y Chloe Hathaway, la ayudante del fiscal.

Chase pareció sorprendido.

– Chloe. No te esperaba.

Chloe se sentó y cruzó sus largas piernas. Luke creía que lo hacía por costumbre; aun así, estaba convencido de que sabía muy bien la agitación que con ello creaba.

– Mi jefe me considera parte del equipo. Quiere asegurarse de que todas las pruebas llegarán al juicio.

– Es lo mismo que queremos nosotros -repuso Luke mientras pensaba en las cinco personas muertas, las cinco desaparecidas y la chica que yacía en una cama de hospital de la otra punta de la ciudad.

– ¿Conocemos todos a Nate?

Nate ya examinaba las fotografías de la autopsia y había separado la de Angel del resto. Levantó la cabeza y saludó al grupo.

– Nate Dyer, del ICAC, el Departamento de Crímenes Cibernéticos contra Niños.

Chloe arrugó la frente.

– ¿Crímenes cibernéticos? ¿Qué tienen que ver con esto?

Luke tamborileó sobre la fotografía de Angel que Nate había separado.

– A esta chica la teníamos vista. Guárdate la pregunta, Chloe; tocaremos ese punto más tarde. Ya estamos todos. Empecemos.

– Empezaré yo -propuso Chase-. Todos los peces gordos lo saben, desde el director hasta los de más arriba. No hace falta decir que estarán pendientes de todos nuestros movimientos. Yo me encargaré de los asuntos administrativos y de la prensa. Esta noche he comunicado a los medios que Mack O'Brien había muerto y he revelado lo de las violaciones de hace trece años. Desde las siete de la tarde todas las víctimas están al corriente del estado de la investigación. El que declaren o no depende ya de ellas y de la fiscalía.

– Seis de las víctimas de la lista me han llamado, Chase. -Arqueó una ceja-. Y una que no está en la lista me ha dejado un mensaje en el contestador.

«Susannah.» Luke abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Ahora era un asunto entre Chloe y Susannah. No obstante, ella había cumplido su promesa. Un incipiente sentimiento de orgullo descargó parte de la tensión que le oprimía el pecho. «Bien hecho, Susannah.»

Chase le dirigió un breve asentimiento para indicar que él también lo había comprendido y que mantendría el nombre de Susannah en secreto hasta que ella misma decidiera poner el asunto sobre la mesa.

– Es evidente que cuando describimos lo ocurrido en la nave hubo una ola de preguntas. Respondimos a las que pudimos, pero estaba claro que no disponíamos de mucha información. Ahora se ha abierto oficialmente la caja de Pandora, chicos. Tened cuidado con la prensa. En mi oficina llevaremos el control de lo que debe comunicarse y lo que no. No habléis con periodistas.

– Vaya, qué pena -se lamentó Ed-. Es mi actividad favorita.

Chase esbozó una sonrisa, que era lo que pretendía Ed.

– Es tu turno, Ed. ¿Qué has descubierto?

Ed perdió el aire frívolo que se había esforzado en adoptar.

– Mucha mierda, Chase. La suciedad, el hedor… Es indescriptible. Hemos recogido muestras de sangre y otros fluidos corporales en todas las celdas. Por el estado de las camas y por los residuos hallados, creemos que había más chicas. Los residuos de la celda doce no son tan recientes. No creemos que estuviera ocupada, pero hemos tomado muestras por si acaso. También hemos encontrado bolsas para solución intravenosa y jeringuillas; en algunas aún se lee el código de fabricación. Estamos tratando de averiguar de qué marca son. En la fábrica sabrán dónde se distribuyeron los productos inicialmente. Después tendremos que ahondar para saber cómo fueron a parar a esa nave.

– Bien -aprobó Chase-. ¿Qué hay de las víctimas?

– A esta ya la teníamos vista -respondió Nate Dyer, sosteniendo en alto la foto de Angel-. Luke y yo la descubrimos en una página web que clausuramos hace ocho meses. Hemos enviado la fotografía a nuestros homólogos de todo el mundo. Puede que también hayan visto antes a Angel o a las otras dos muchachas que aparecían con ella en la web. -Miró a Luke-. Tenemos que revisar los informes y ver si hay algo que se nos pasara por alto la otra vez.

Luke asintió con pesadumbre.

– Ya lo sé. El caso era mío, lo conozco mejor que nadie. Mañana me dedicaré a revisar los informes.

– Yo empezaré esta noche -se ofreció Nate, y suspiró-. Será un asco de todos modos.

Luke sabía a qué se refería porque por su mente habían cruzado los mismos pensamientos. ¿Qué ocurriría si descubría que algo se le había pasado por alto la otra vez? Eso significaría que podría haber ayudado a Angel y las demás. ¿Qué pasaría si no descubría nada nuevo? Eso significaría que volvían a estar en el punto de partida. Cualquiera acabaría volviéndose loco.

Luke irguió la espalda.

– De momento tenernos dos pistas sobre las víctimas femeninas que encontramos en la nave. Una es Angel y otra es una tal Ashley O… algo, según el nombre marcado en el somier.

– Le he pedido a mi equipo que lo examine con más detalle -dijo Ed-. Es posible que con mejor luz se vea algo más. Por cierto, he encontrado lo que utilizó para grabar su nombre. -Alzó una bolsa de plástico-. Un trozo de diente.

Luke arqueó las cejas.

– Una mujer de recursos.

– Esperemos que no se le acaben -comentó Chase-. ¿Sabemos algo de la chica que se salvó? ¿Cómo se llama? ¿De dónde es?

– Su nombre de pila empieza por «M» -anunció Luke-. Eso es todo cuanto hemos conseguido de momento. Acaba de despertarse después de una operación y está intubada, así que no puede hablar. Hemos enviado sus huellas y una fotografía al NCMEC. De momento no han conseguido casarlas, pero llevan con ello pocas horas. En el peor de los casos, mañana sabremos el nombre completo.

– Bien -se alegró Chase-. Pete, ¿qué ha dicho el inspector de incendios?

– Todavía está examinando los escombros. De todos modos, ha hallado restos de combustible. Hace veinte minutos no había encontrado el detonador. Cuando lo encuentre, me llamará.

– ¿Cómo está Zach Granger? -se interesó Luke, y le alivió ver que Pete sonreía.

– Le han salvado el ojo, aunque es posible que haya perdido algo de visión. No lo sabremos hasta dentro de unos días. El resto del equipo tiene golpes y heridas, pero todos pueden seguir trabajando sin problemas.

– Por lo menos algunas noticias son buenas -ironizó Chase-. ¿Nancy?

– Los artificieros han llegado a la casa de Mansfield casi al mismo tiempo que yo -respondió ella-. Si alguien ha volado las dos casas, podremos examinar los artefactos. Con suerte, el incendiario habrá dejado algo que lo identifique. Si encontramos al incendiario, sólo tendremos que seguir la pista del dinero.

Chase mostró sus dedos cruzados y se volvió hacia Chloe.

– ¿Y tú?

– He solicitado una orden para rastrear las llamadas de Garth Davis. Solo puedo retenerlo hasta el lunes, como máximo. Pediré prisión preventiva, pero no tengo muchas esperanzas.

– Haré que lo sigan desde el instante en que quede libre -prometió Chase.

– Que no sea Germanio -soltó Chloe con aire sombrío-. Chase, tienes que evitar que tus hombres se apropien de los teléfonos y se dediquen a investigar las llamadas mientras no dispongan de una orden de rastreo.

Chase hizo una mueca.

– ¿Otra vez?

– Sí. Tienes que conseguir que dejen en paz los teléfonos, sobre todo los del despacho de Davis. Es abogado. Podría haber estado hablando con algún cliente y entonces nos anularán las pruebas por haber violado la Sexta Enmienda. Hablo en serio, Chase. Arréglalo.

– Lo haré. Te doy mi palabra, Chloe.

– Muy bien. -Suspiró-. He investigado el nombre que me dio Germanio. Kira Laneer.

– ¿Es una estríper? -preguntó Luke en tono burlón.

– Últimamente no se dedica a eso. De todas formas, no me extrañaría que hubiera hecho algo así en su juventud. Tiene treinta y cuatro años, gana veinticinco mil al año y anda por ahí en un Mercedes nuevecito. El préstamo para el coche lo firmó Garth Davis. Procede del banco de Davis en Dutton y el interés es bajísimo. Es posible que sepa algo.

– ¿Y dónde está la esposa de Garth? -preguntó Luke-. De momento es lo que quiero averiguar. He investigado los vuelos y no hay un solo billete expedido a nombre de la esposa de Garth ni de sus hijos, y su camioneta no está en el garaje, por lo que deduzco que se ha marchado en ella a donde sea. Una vez se puso en contacto con la hermana de Davis. Es posible que vuelva a llamarla. Lo averiguaré.

– ¿Por qué te importa tanto la esposa de Garth Davis? -preguntó Ed.

– Porque Davis ha empezado a hablarnos de una cabaña en la que estuvo con Granville hace trece años -explicó Luke-. La utilizaron para cometer una de las violaciones porque tuvieron que cambiar de planes.

Las cejas de Ed se dispararon hacia arriba.

– ¿Y por qué es tan importante la cabaña?

– Porque hace trece años Granville tenía un mentor, alguien que le enseñaba a manipular a los demás, a controlar sus reacciones. El propietario de la cabaña podría estar relacionado con el mentor, y Davis no nos proporcionará la información hasta que vea a sus hijos.

– ¿Crees que el mentor es su cómplice? -preguntó Nancy.

– Puede ser. -Luke se encogió de hombros-. De todos modos, es lo máximo que tenemos por ahora.

– ¿Qué hay de la esposa de Granville? -sugirió Pete-. Sigue en el aire.

– También he buscado sus datos en los aeropuertos; no ha tomado ningún avión -explicó Luke-. Chase, vamos a repartir fotos de la señora Granville por todas las estaciones de autobuses.

– Daniel se crió en Dutton -advirtió Chloe-. Puede que conozca la cabaña.

– Sigue inconsciente, ¿no? -preguntó Pete.

– Ahora mismo está sedado. Pero puede que su hermana sepa algo -dijo Luke-. Se lo preguntaré.

Chase asintió.

– Esto empieza a parecerse a un plan. Vamos a…

– Espera -lo interrumpió Ed-. ¿Qué hay de Mack O'Brien?

Chase se mostró sombrío.

– Está muerto. Daniel lo mató.

Luke exhaló un suspiro.

– Dios mío, tienes razón, Ed. Recuérdalo; Mack O'Brien descubrió lo del club de los violadores porque le robó los diarios de su hermano a la viuda de Jared. No llegamos a descubrir dónde ocultaba Mack esos diarios. La viuda de Jared le dijo a Daniel que allí describía las violaciones con todo detalle. Es posible que también explicara la de la noche en que fueron a la cabaña. ¿Y si esos diarios contuvieran la información que Davis se niega a darnos?

Chase sonrió, y por primera vez en toda la noche su sonrisa fue auténtica.

– Encontradlos. -Señaló a Pete-. Tú encárgate de buscar a la esposa de Davis, por si no encontramos los diarios. Tiene que haber dejado alguna pista. Nancy, vuelve a casa de Mansfield y, en cuanto los artificieros inutilicen el detonador, regístrala de cabo a rabo. Ed, sigue registrando la nave. Nate, nos serías de gran ayuda si pudieras seguir el rastro de Angel.

– Y yo volveré a interrogar a Beardsley -se ofreció Luke-. Como ya está más recuperado, es posible que recuerde algo más.

– En marcha. Volveremos a encontrarnos aquí a las ocho de la mañana. Tened cuidado.

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