Capítulo 11

Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 9:20 horas

– ¿Está todo? -preguntó Chloe mientras Susannah revisaba la transcripción del taquígrafo. Al Landers se encontraba sentado a su lado, en silencio. Tenía la mano posada sobre la de ella en señal de apoyo.

– Sí -respondió Susannah-. Deme un bolígrafo, antes de que cambie de opinión.

– No es demasiado tarde, Susannah -musitó Al, y ella le sonrió.

– Ya lo sé, pero esto es mucho más que una cuestión personal, Al. Todo guarda relación con lo ocurrido en la nave. Hay cinco chicas desaparecidas. Tengo que hacerlo.

– Gracias -dijo Chloe-. No puedo ni siquiera imaginar lo difícil que habrá sido.

Susannah soltó una risita llena de ironía.

– Sí, sí. Difícil. Más o menos eso lo expresa todo.

– ¿Cuánto tardará la prensa en saberlo? -preguntó Al.

– Nosotros no lo comunicaremos -explicó Chloe-. Nunca revelamos los nombres de las víctimas de agresión sexual. Claro que acabará por salir a la luz. Una de las otras víctimas, Gretchen French, ha comentado que pensaba convocar una rueda de prensa. Quiere ser ella quien controle la noticia.

– No la conozco -dijo Susannah-. Supongo que no tardaré en saber quién es. -Se levantó y se estiró la minifalda para que le cubriera un centímetro más de muslo-. Tendríamos que devolverle el despacho al agente Papadopoulos, y yo tengo que marcharme al funeral. Ojalá fuera al mediodía. Los centros comerciales no abren hasta las diez y no tendré tiempo de ir a comprar ropa.

Claro que aunque hubiera tenido tiempo, se sentía demasiado alterada.

Chloe frunció el entrecejo.

– Lo que lleva le queda bien.

– Parezco una adolescente, pero ayer se me estropeó la ropa y no he traído nada más. Preferiría llevar algo un poco más discreto tratándose de un funeral. Ir así me parece una falta de respeto.

Chloe la escrutó unos instantes.

– Yo soy mucho más alta, mis trajes no le irán bien. Pero tengo un vestido negro de cóctel que puede que le llegue por debajo de la rodilla. Podría ceñírselo con un cinturón. Vivo sólo a unos minutos de aquí; iré a casa a buscarlo.

Susannah abrió la boca con intención de negarse a pesar de agradecérselo, pero cambió de idea.

– Gracias, se lo agradezco.

Cuando Chloe se hubo marchado, Susannah se volvió hacia Al.

– Gracias por venir.

– Ojalá lo hubiera sabido todo; habría podido apoyarte hace años.

– Perdón. -Luke se asomó por la puerta-. He visto que Chloe se marchaba. ¿Han terminado?

– Sí. -Susannah se puso en pie-. Luke, este es mi jefe, Al Landers. Al, este es el agente especial Luke Papadopoulos. Es amigo de mi hermano Daniel.

– Usted es el chico a quien vi anoche en el hotel -recordó Al cuando se estrecharon las manos-. ¿Qué hará para pillar al tipo del sedán negro?

– Pondremos vigilancia durante el funeral de hoy -explicó Luke-. También queremos hablar con el tipo al que condenaron por el asesinato de Darcy Williams.

– Le concertaré una entrevista. ¿Qué hay del otro tipo, Susannah? -Al tenía el aire sombrío-. El que te agredió. ¿Conoce al asesino de Darcy?

Susannah se sonrojó.

– No. Ellos tampoco se conocían.

– ¿Lo sabe seguro? -preguntó Luke con delicadeza, y Susannah captó su insinuación y se sintió avergonzada.

– Supongo que no -respondió ella-. Qué estúpidas fuimos.

– Mucho -dijo Al con tristeza-. ¿En qué estabas pensando, Susannah?

– No pensaba. -Volvió la cabeza y se cruzó de brazos-. Cuando conocí a Darcy ella trabajaba de camarera en West Village y yo estudiaba en la Universidad de Nueva York. Una noche entré a por comida para llevar y empezamos a charlar, y resultó que teníamos muchas cosas en común. Las dos nos llevábamos fatal con nuestros padres; ellos no nos protegían. Darcy se había escapado de casa con catorce años, había tomado drogas; había hecho de todo.

– ¿De quién fue la idea de quedar con aquellos hombres? -preguntó Al, y ella volvió a sonrojarse.

– De Darcy. Detestaba a los hombres, y yo también. Dijo que quería ser ella quien controlara la situación de una vez. Quería ser ella quien lo dejara a él en plena noche sin siquiera darle las gracias. A mí al principio me horrorizó la idea, pero al final… lo hice. -La segunda vez le había resultado más fácil; la primera casi le dio morbo. Y la tercera… se avergonzaba sólo de recordarla.

Al y Luke se miraron sin dar crédito.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella.

– ¿Ha pensado que alguien podría haber incitado a Darcy a llevarla con ella? -preguntó Luke en tono igualmente amable.

Susannah se quedó boquiabierta.

– Dios mío. Nunca… -Dejó caer los brazos-. Qué locura.

– ¿No te extrañó que las dos agresiones tuvieran lugar en la misma fecha? -preguntó Al.

Susannah soltó un bufido.

– Claro que sí. Pero yo fui al hotel por voluntad propia. -Para entonces se había convertido en una obsesión-. Elegí la fecha a propósito. Quería que fuera mi declaración de independencia. Luego me dije a mí misma que había sido un… escarmiento. Un castigo de Dios; llámalo como quieras. Había cometido un error soberano y lo estaba pagando. Lo de la fecha era una advertencia para que me enmendara o algo así. Cuando lo digo en voz alta suena muy estúpido.

– La habían agredido -dijo Luke-. Dos veces. No podía pensar como ayudante del fiscal, pensaba como un ser humano que tenía necesidad de encontrar el sentido a una cosa horrible. Sin embargo, esas cosas no tienen sentido. A veces a las buenas personas les suceden cosas malas. Y ya está.

«Yo no era una buena persona; no lo era.» No obstante, asintió con gravedad.

– Ya lo sé.

Los ojos oscuros de Luke emitieron un centelleo y Susannah comprendió que no se había tragado que aceptara el hecho con tal facilidad.

– ¿Qué sabe del hombre que la agredió? ¿Puede describirlo?

– Claro. Nunca olvidaré su rostro. Pero ¿de qué serviría? Eso ocurrió hace seis años; hace mucho tiempo que debió de desaparecer.

– Aun así avisaremos a un retratista, por si el tío anda cerca y tiene algo que ver con lo del sedán negro. -Se volvió hacia Al-. ¿Qué tengo que hacer para hablar con el asesino de Darcy?

– Michael Ellis -musitó Susannah. Luke arrugó la frente.

– ¿Qué ha dicho?

– Michael Ellis -terció Al-. Es el asesino de Darcy. ¿Por qué?

Luke se pasó las palmas de las manos por la barba incipiente.

– En la caja fuerte de Granville hemos encontrado dos pasaportes. En los dos aparece su foto, pero el nombre no es el suyo. Uno es Michael Tewes. El otro Toby Ellis.

– Qué cabrón -masculló Al-. Granville lo planeó.

– Junto con el tío del sedán negro, o igual a él lo implicó después -confirmó Luke-. Qué cabrón.

Susannah se sentó; tenía el corazón encogido.

– Lo habían ideado todo -dijo con un hilo de voz, y bajó la cabeza-. Yo formaba parte de su plan. Se han estado riendo de mí todo este tiempo.

Luke se agachó frente a ella y rodeó sus manos frías con la calidez de las suyas.

– Granville ya lo ha pagado. El otro tío también lo pagará. ¿Le dice algo el nombre de Rocky?

Ella negó con la cabeza.

– No. ¿Debería?

– Creemos que es el nombre del cómplice de Granville. -Le estrechó las manos.

Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Una idea empezaba a tomar forma en su mente; una idea igual de descabellada que las otras. Pero lo que había ocurrido no era descabellado, era real.

– Simon me siguió hasta Nueva York.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Luke.

– ¿Daniel no se lo ha contado? -preguntó, y él negó con la cabeza-. Cuando estuvimos en Filadelfia, los detectives nos mostraron varios retratos de Simon. Se había vuelto un experto en disfrazarse y uno de los disfraces era de anciano. Así era como engañaba a sus víctimas. Yo reconocí el retrato. A veces veía a ese anciano mientras paseaba a mi perro por el parque. Era Simon. Se sentaba a un metro y medio de mí y charlábamos, y nunca me di cuenta de que era mi hermano.

– Pero Simon no puede ser el cómplice de Granville -se extrañó Luke-. Está muerto.

– Ya lo sé, pero… -Suspiró-. No lo sé.

Luke volvió a estrecharle las manos.

– Trate de relajarse y mantenga los ojos bien abiertos durante el funeral. Yo también estaré allí. -Se volvió a mirar a Al-. ¿Nos acompaña?

– No podría impedírmelo -dijo con ironía.

– Bien. Nos llevaremos a toda la gente que podamos para vigilar el panorama.


Casa Ridgefield,

sábado, 3 de febrero, 9:45 horas

Bobby colgó el teléfono. Sentía tanta euforia como inquietud. El informe de Paul estaba lleno de menoscabos, como siempre, y a Bobby solo le hizo falta un poco de persuasión para contar con un nuevo informante, esta vez dentro del GBI. Era más que evidente que la información que le había proporcionado resultaba algo preocupante. Beardsley no solo había sobrevivido; también había hablado. La policía sabía lo de Rocky. Después de la cara dura que la mujer había demostrado tener, esa era la gota que colmaba el vaso.

– El señor Charles ha venido -anunció Tanner desde la puerta. «Anciano entrometido.»

– Hazle pasar, Tanner. Gracias.

Charles entró, vestido con un traje negro y con el estuche de marfil bajo el brazo.

– Se me ha ocurrido pasar por aquí. -Dio unas palmaditas sobre el estuche-. Tal vez te apetezca jugar una partida de ajedrez.

– No estoy de humor para partidas de ajedrez. -Bobby señaló una silla-. Siéntate, por favor.

Charles esbozó una sonrisa condescendiente.

– ¿Qué es lo que te cabrea tanto?

– DRC119 -soltó Bobby, y tuvo el placer de ver a Charles sorprendido por primera vez en toda su vida.

Sin embargo, el hombre se compuso enseguida y volvió a sonreír.

– ¿Cómo te has enterado?

– Tengo un topo dentro del equipo del GBI encargado de investigar lo ocurrido en la nave.

Bobby sospechaba que el topo en cuestión se estaba resistiendo, pero ya había compartido bastante información como para poder establecer un plan de ataque.

– Siempre has destacado entre mis alumnos -dijo Charles en tono afable.

– No cambies de tema. ¿Eres tú el del sedán negro?

– Claro. No quería perderme su cara.

– ¿Y si te hubieran parado? ¿Y si te hubieran detenido?

– ¿Por qué tendrían que haberme parado? No iba deprisa.

Bobby frunció el entrecejo.

– Es inaceptable que corras esos riesgos.

El semblante cordial de Charles se demudó hasta volverse glacial.

– Te comportas como una viejecita asustada. -Se acercó hasta que sus ojos estuvieron a pocos centímetros de distancia-. No es lo que yo te he enseñado.

A Bobby la reprimenda le recordó a la que se le da a un niño de cinco años y apartó la mirada.

Charles se arrellanó en la silla, satisfecho.

– ¿Qué más te ha dicho el tipo del GBI?

– Beardsley oyó a Granville hablar de Rocky; sabe su nombre -dijo Bobby con más calma. «Te odio, viejo.»

– ¿Le oyó llamarla «Rocky» o por su nombre?

– Rocky, pero incluso eso me parece demasiado.

– Estoy de acuerdo. ¿Qué harás?

«Lo mismo que harías tú; matarla.»

– Aún no lo sé seguro.

Charles asintió. Ahora su semblante traslucía desaprobación.

– He pasado por casa de Randy Mansfield. Sigue en pie.

«Cabrón. No haces más que refregarme las cosas por las narices.»

– Sí, ya lo sé.

– ¿Por qué sigue en pie? -Arqueó las cejas y le dirigió una mirada de reproche-. No es propio de ti descuidar detalles tan importantes como ese.

Bobby quiso desaparecer bajo la tierra.

– No lo he descuidado. Mi hombre no hizo bien las cosas. -Y por ello Chili Pepper iba a morir en cuanto lo localizara. El GBI ya lo estaba buscando. «Tengo que encontrarlo yo primero.» Solo Dios sabía lo que Pepper podía contarles.

– O sea que has fracasado.

Bobby se dispuso a hablar, pero apartó la mirada con desaliento.

– Sí, he fracasado.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Charles con mayor amabilidad, de la misma forma que se le habla a un perro para recompensarlo después de haber castigado su mal comportamiento.

«Te odio.»

– El señor Pepper ha sido demasiado perfeccionista. En las dos casas colocó una bomba incendiaria con un temporizador y luego preparó un cable con un dispositivo para que la casa estallara si la policía entraba antes. La policía tropezó con el cable en casa de Granville y eso les alertó de las bombas en casa de Mansfield. Los artificieros inutilizaron los dos dispositivos de casa de Mansfield antes de que estallaran.

– Cuando he pasado por delante he visto que estaba lleno de policías.

– Ya lo sé, pero todo lo que han encontrado ha sido una colección de armas y su estantería llena de pornografía infantil.

– Su padre era muy listo. Randy me ha decepcionado -se lamentó Charles.

– Ya lo sé. La casa de Granville ha quedado reducida a cenizas. Lo único que han encontrado ha sido su caja fuerte con los pasaportes falsos.

– ¿Por qué ese pirómano tuyo no utilizó un bidón de gasolina y una cerilla?

– No lo sé. Cuando lo vea se lo preguntaré.

– No me dirás que no sabes dónde está el señor Pepper -aventuró Charles.

«No, pero no pienso confesártelo.»

– Claro que lo sé. Igual que sé dónde están las esposas de Garth y de Toby. -Eso, por suerte, sí que era verdad-. La policía cree que las mujeres los guiarán hasta Rocky; creen que es cómplice de Granville y el cerebro de la operación.

– ¿Qué más?

Bobby vaciló.

– ¿Tú sabías que la banda de Granville violó a Susannah Vartanian hace trece años?

Charles encogió un hombro.

– Digamos que fue… una función privada.

– Susannah Vartanian acaba de firmar una declaración acusando a Garth Davis de violación.

– Qué interesante -fue todo cuanto respondió Charles-. ¿Algo más?

– Es evidente que sabías lo que le ocurrió a Darcy Williams.

– Es evidente. ¿Qué más?

– Nada.

Excepto que Susannah iba a asistir al funeral de Sheila Cunningham. Y que probablemente había muchas cosas que su topo en el GBI no le había contado.

«Y que tengo miedo.» Habían sucedido demasiadas cosas imprevistas y desagradables. Tenía la sensación de estar navegando en un mar en el que había oculto un iceberg. La colisión era segura e inminente. Bobby detestaba sentir miedo. Charles tenía un sexto sentido para percibir esa sensación.

El hombre se puso en pie y sus labios dibujaron una mueca de desagrado.

– Tengo que marcharme.

– ¿Adónde?

– Hoy entierran a Cunningham -dijo-. Estaría muy feo no asistir. -Se acercó más y su sombra se cernió sobre la silla de Bobby. Aguardó.

A pesar de sus auténticos esfuerzos por no mirar a Charles a los ojos, Bobby acabó por levantar la cabeza y, como siempre, fue incapaz de desviar la mirada. «Te odio, viejo.»

– Me has decepcionado, Bobby. Tienes miedo. Y eso, por encima de todas las cosas, es lo que te convierte en un fracaso.

Bobby quiso protestar, pero de su boca no brotó ni una palabra y Charles rió con amargura.

– El tipo que enviaste a casa de Mansfield no fracasó, Bobby. El personal del hospital tampoco ha fracasado. Tu ayudante no ha fracasado. Aquí la única persona que ha fracasado eres tú. Tú, en esta casucha rancia creyéndote que mueves los hilos. -Su voz se tiñó de desprecio-. Creyéndote la dueña. Pero no lo eres. Aquí estás, en esta silla, escondiéndote del mundo. Y de tus orígenes.

Charles se acercó más.

– Te gustaría ser la dueña, pero no eres más que la sombra de lo que podrías haber llegado a ser. Lo único que te pertenece son unas cuantas casas de putas para camioneros que se pasan el día viajando de un estado a otro. Te vanaglorias de proveer carne de primera calidad, pero no eres más que una alcahueta con pretensiones. Valías mucho más cuando la prostituta eras tú.

A Bobby el corazón le iba a cien por hora. «Di algo. Defiéndete.» Pero de su boca no brotó palabra alguna y Charles hizo una mueca desdeñosa.

– ¿Has descubierto por qué ha vuelto Susannah? No, claro. Tú la dejaste escapar. Permitiste que volviera a Nueva York, que se marchara muy lejos. -Pronunció las últimas dos palabras en tono quejumbroso, mofándose-. Podrías haber ido a Nueva York en cualquier momento y vengarte, pero es evidente que para ti el asunto no merece semejante esfuerzo.

Charles retrocedió y Bobby lo siguió con la mirada, como un pajarillo aguardando a que le caiga siquiera una migaja en la boca. «Te odio, viejo.» Charles se guardó bajo el brazo el estuche de marfil con las piezas de ajedrez.

– No volveré hasta que me demuestres que mereces que te tenga en consideración.

Charles se marchó y dejó a Bobby allí sentada, consumiéndose. Sin embargo, el hombre tenía razón. «Me he aislado demasiado. He perdido el contacto con la realidad.» El remedio estaba claro.

– Tanner. Te necesito. Voy a salir. Necesito que me ayudes a vestirme.

Tanner frunció el entrecejo.

– ¿Le parece una buena idea?

– Sí. Charles tiene razón. Llevo dos días aquí escondida tirando de unos hilos que no paran de romperse. No tengo mucho tiempo. ¿Dónde está el baúl con la ropa vieja?

– ¿Va a ponerse la ropa de su madre? Bobby, se equivoca de medio a medio.

– Claro que no voy a ponerme la ropa de mi madre. Era demasiado baja.

– Y tenía un gusto espantoso.

– Eso también. Mi abuela era más alta. Su ropa sí que me irá bien. ¿Dónde está Rocky?

– Por ahí, lamiéndose las heridas, supongo.

– Búscala. Vendrá conmigo. Pero antes tendrá que mostrarme a todas las chicas que tiene preparadas. Conque una alcahueta con pretensiones, ¿eh? Y una mierda. Charles se tragará esas palabras. Lo que pasa es que he dejado demasiada responsabilidad en manos de Rocky. De ahora en adelante, yo me encargaré de supervisar las nuevas adquisiciones.

Los ojos de Tanner emitieron un destello.

– Yo sé todos los nombres y las contraseñas para acceder a las pantallas.

Bobby pestañeó.

– ¿Cómo es eso?

Tanner se encogió de hombros.

– Soy y siempre seré un ladrón, pero la tecnología no se me da mal. Le he enviado un troyano que copia todos los movimientos de las teclas de su ordenador. Sé cuáles son las relaciones que ha estado cultivando durante los últimos seis meses y dónde viven.

– Eres muy astuto, viejo. Siempre te he subestimado.

– Sí, siempre lo ha hecho. -Pero lo dijo sonriendo.

Bobby se dispuso a subir la escalera. Entonces se detuvo y se volvió a mirarlo.

– ¿Te gustaba más cuando era una prostituta?

– Muchísimo más. Pero ya no sirve para eso, así que adáptese y muévase.

– Tienes razón. Asegúrate de que las chicas tengan puestos los grilletes. ¿A quién le toca hoy la vigilancia?

– Le tocaba a Jessie Hogan, pero… -Tanner se encogió de hombros.

– Pero Beardsley lo mató. Hogan fue muy estúpido al permitir que un prisionero se abalanzara sobre él. Llama a Bill. Si se queja por las horas, dile que le pagaré el doble. -Bobby siempre pagaba muy bien a los vigilantes-. Tenemos que contratar a otro vigilante para cubrir el puesto de Hogan.

– Yo me encargaré de eso. ¿Algo más?

Bobby miró el recibidor.

– Charles dice que esto es una casucha rancia.

– Tiene razón. Siempre hay corriente de aire y no hay un solo electrodoméstico que funcione bien. Los hornillos de la cocina son un desastre. Es imposible preparar una taza de té en condiciones porque el agua nunca llega a hervir.

– Entonces buscaremos otra casa. Tengo dinero suficiente. Y volaremos esta casucha.

Tanner arqueó sus cejas grises con gesto cauteloso.

– He oído que la vieja casa de los Vartanian está desocupada.

Bobby se echó a reír.

– En su debido momento, Tanner. Por ahora, ayúdame a vestirme para asistir al funeral. Y asegúrate de cargar mi pistola.


Charles miró por el retrovisor en cuanto hubo puesto en marcha el vehículo. Tanner habría querido matarlo con la mirada cuando lo acompañó a la puerta, pero Bobby se había confiado demasiado y necesitaba que le propinara aquella patada en el culo. Pensó en todo lo que habían andado juntos desde que se conocieran. Había visto algo en ella, algo que valía la pena trabajar. El pasado que acarreaba Bobby le había puesto las cosas mucho más fáciles. Tenía un instinto, una necesidad de dominio.

En parte Bobby lo había heredado del hombre que la había criado con mano de hierro. Hacía tiempo que había muerto. Había levantado su mano de hierro demasiadas veces contra Bobby y ella había acabado por volverse y matar de una paliza al hombre y a su esposa. Tanner había tenido algo que ver, lo que Charles nunca había podido descubrir era hasta qué punto. Sabía que habían inculpado al anciano y que Bobby le había ayudado a escapar. Desde entonces eran inseparables.

Pero Tanner era viejo, casi tanto como aquella casucha. Bobby necesitaba avanzar. Tenía que hacer honor a sus orígenes, porque la mayor parte de la necesidad de dominio de Bobby era genética. El hecho resultaba más que evidente para cualquiera que se tomara la molestia de observarlo; lo sorprendente es que nadie lo hubiera hecho, «Nadie excepto yo.» Charles a menudo se preguntaba por qué nadie más había visto lo que a él le pareció tan evidente la primera vez que miró los ojos azules de Bobby.

Era tan indeleble como un estigma.

Hablando de estigmas, Charles tenía que reconocer que Susannah lo había sorprendido un poco. Había acudido a la policía y les había contado lo de Darcy Williams. Eso no se lo esperaba. Sin embargo, estaba seguro de que no contaría más que lo estrictamente necesario. Hacía seis años la había llevado a un lugar que ella ni siquiera concebía que pudiera existir. Le había enseñado los niveles de perversión que ella misma era capaz de alcanzar. No una vez, ni dos, sino una tras otra, hasta que a ella le resultó imposible negar que había sido idea suya, hasta que empezó a despreciarse a sí misma por la obsesión en la que había caído y a la que se aferraba con uñas y dientes.

– En eso Bobby y Susannah son diferentes -musitó. Bobby anhelaba hacer honor a sus orígenes. Susannah los desdeñaba y luchaba por ocultarlos. Y las dos vivían su deseo con igual intensidad.

Los deseos intensos hacían vulnerable a la gente. Él había aprendido la dura lección.

Esa mañana había presionado a Susannah y ella había reaccionado confesando. Pensándolo bien, tendría que haberlo previsto. Después de lo de Darcy se había amparado en su fe. En su fe y en su carrera. Y ambas cosas la habían convencido de que volvía a tener la situación controlada. Sin embargo, Charles sabía que no era así. Pham, su mentor, siempre decía que una vez que se probaba la fruta prohibida, nunca más se olvidaba su sabor. Un sabor de lo más tentador.

Charles podía presionar a Susannah hasta que acabara haciendo lo que él quería. Era un reto.

Ese día lo había hecho con Bobby. Solo tenía que situarse a cierta distancia y ver cómo respondía su mejor alumna. Esperaba sinceramente que se ocupara de Rocky. La elección que había hecho Bobby a la hora de reclutar a un nuevo miembro de la organización le disgustaba más incluso que la de Granville.

Granville decía que Simon Vartanian era muy joven, pero ya a esa edad Charles vio que estaba loco. Entonces el padre de Simon lo dio por muerto. No era cierto, por supuesto. Solo había desaparecido del mapa. Esa era la forma que encontró el juez Arthur Vartanian de neutralizar el impacto que las acciones de Simon podían tener en su carrera. Le dijo a todo el mundo que su hijo había muerto en un accidente de coche. Incluso enterró a un desconocido en lugar de a Simon. Y, ya entonces, en el funeral, Charles se había sentido aliviado. Simon podía resultar útil a veces, pero con el tiempo habría hecho caer a Granville.

En cuanto a Mansfield, Granville había sido muy optimista. Randy Mansfield no era ni la mitad de válido que su padre.

Por lo que respectaba a Rocky, no estaba loca ni era una inútil. Sin embargo, en ella había una blandura, un patetismo que acabaría por resultar una carga. Y ahora conocía sus secretos. «Me ha visto la cara.»

«Si Bobby no la elimina, lo haré yo.»


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 10:15 horas

– Despiértate.

Monica oyó el susurro y se esforzó por obedecer. Consiguió levantar los párpados.

«Puedo volver a mover los ojos.» Movió el brazo, agradecida al notar el tirón de la bolsa intravenosa. «Sigo intubada. No puedo hablar. Pero ya no estoy paralizada.»

Pestañeó y sus ojos enfocaron un rostro. «Una enfermera.» El pánico le desestabilizó el ritmo cardíaco.

– Escúchame -dijo la enfermera con voz ronca, y Monica vio que la mujer tenía los ojos enrojecidos de llorar-. Tienen a tu hermana. Te enseñaré una foto. -Plantó el móvil ante sus ojos y el inestable corazón de Monica se paró de golpe.

«Dios mío. Es cierto.» Era Genie, hecha un ovillo, amordazada y con las manos atadas. Estaba en el maletero de un coche. «Puede que esté muerta. Dios mío.»

– Está viva -aseguró la enfermera-. Pero quieren meterla en el negocio, así que no te equivoques. Yo tenía que matarte, pero fui incapaz de hacerlo. -Sus ojos se arrasaron en lágrimas y ella rápidamente se los enjugó-. Ahora mi hermana está muerta. La han matado de una paliza porque yo no te maté a ti.

Monica, horrorizada, observó cómo la enfermera le inyectaba algo en la bolsa intravenosa y se alejaba.

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