CAPÍTULO 15

El inspector jefe Chen volvió deprisa a su despacho. Empezó por llamar a la Compañía Telefónica de Shanghai. Le indicó a la operadora que quería averiguar el nombre del abonado del número 867-831.

– Este número no figura en el listín -dijo la operadora-. No estoy autorizada a darle el nombre del abonado.

– Es un dato decisivo para nuestra investigación.

– Lo siento. Deberá traer una solicitud oficial del Departamento demostrando que se trata de una investigación policial. En caso contrario, no podremos darle esa información.

– Ningún problema. Iré con una solicitud oficial.

Sin embargo, había un problema. Pan Huizhen, el funcionario encargado del sello oficial, no trabajaba los sábados. Chen tendría que esperar hasta el lunes. Entonces pensó en la foto de la mujer canosa oculta en el álbum de Guan. ¿Sería tal vez Wei Hong? Al menos, podía ocuparse de eso.

Chen tenía una copia de la lista detallada que el inspector Yu había elaborado de las agencias de viaje, con sus números de teléfono y direcciones. Sólo tenía que ir descartándolas. Llamó a la Oficina de Turismo de Shanghai. Tuvo que esperar unos diez minutos antes de que le contestaran, pero consiguió la información: eran cinco las agencias de viajes que organizaban excursiones a las Montañas Amarillas.

Comenzó a telefonear a las agencias. Todo el personal estaba ocupado, por lo que era imposible proporcionarle en el acto la información que pedía. Algunas prometieron devolverle la llamada, pero Chen sospechó que se tomarían su tiempo. Sin embargo, la directora de Viajes Vientos de Oriente se puso en contacto con él al cabo de veinte minutos. Había encontrado el nombre de Wei Hong en su ordenador.

– No estoy segura de si es la mujer que busca -le advirtió-, pero puede venir a echar una ojeada.

– Gracias -dijo Chen-. Ahora mismo voy.

La agencia Vientos de Oriente ocupaba una suite de oficinas en la segunda planta de un edificio de estilo colonial en la calle Chengdu. Frente a la mesa de recepción había un grupo de personas con distintos tipos de equipaje, razón suficiente para que el despacho pareciera aún más abarrotado. Todos llevaban tarjetas de plástico con sus nombres. Tal vez se tratase de un grupo que acababa de llegar y esperaba a un guía. Varias personas estaban fumando. El aire en el despacho se había enrarecido. La directora alzó los brazos en un gesto de excusa, aunque no tardó en entregarle un listado impreso.

– Aquí vienen el nombre, la fecha y la dirección. No guardamos fotografías en nuestra base de datos, así que no podemos decirle si esta Wei Hong es la persona que busca.

– Le agradezco mucho su información. Además, busco a una segunda persona -le enseñó a la directora una foto-: Guan Hongying.

– Hace unas semanas, otra persona de su oficina preguntó por ella, pero no tenemos su nombre en nuestros registros -afirmó mientras sacudía la cabeza-. Habríamos reconocido a la trabajadora modelo de rango nacional. ¿Cree usted que viajaba con Wei Hong?

– Es posible.

– Xiao Xie acompañaba al grupo. Ella le podría decir si Guan era una de ellos, pero ya no trabaja con nosotros.

– ¿Y qué hay de Zhaodi? -preguntó-. ¿Había alguien del grupo que se llamase Zhaodi?

– Me temo que habrá de averiguarlo usted mismo -pulsó varias veces el teclado y le indicó que se sentara-. Verá, tengo a mucha gente esperando.

– No importa, ya entiendo.

La agencia había hecho un buen trabajo con la base de datos. Chen empezó su búsqueda localizando la fecha. En la fila de octubre, encontró el nombre de Zheng Zhaodi en la lista de la excursión a las Montañas Amarillas. Sin embargo, la información no estaba completa, pues faltaban su dirección y su profesión, aunque pasaba lo mismo con otros clientes. Introducir todos esos datos en caracteres chinos requería mucho tiempo. Wei Hong figuraba en la misma excursión.

Antes de despedirse, Chen pidió la dirección de Xiao Xie. Era el número 36 de la calle Jianguo, 303. Su nombre completo era Xie Rong. Como no vivía demasiado lejos, Chen decidió que iría a verla.

Llegó al fondo de un pequeño bloque de pisos de mediados de los años cincuenta. La escalera era oscura, húmeda y dura, que hasta incluso de día, debía tener una luz encendida. Chen no pudo encontrar el interruptor. Llamó a la puerta, que estaba entreabierta, aunque protegida por una cadena en el interior. Asomó la cabeza una mujer de pelo canoso con unas gafas de marco dorado. Chen se presentó y le enseñó su placa por la puerta. Ella la cogió y la examinó detenidamente antes de dejarlo entrar. Era una mujer de unos sesenta y pocos años. Llevaba una blusa color perla de cuello alto y plisado, un vestido largo, medias y zapatos sin tacón. Sostenía en la mano un libro de lengua extranjera. En la habitación había escasos muebles, pero a Chen le impresionaron las altas estanterías en las paredes, que no tenían otro adorno.

– ¿En qué puedo ayudarle, camarada inspector jefe?

– Busco a Xie Rong.

– No está.

– ¿Cuándo volverá?

– No lo sé. Se ha marchado a Ghuangzhou.

– ¿De viaje?

– No, por trabajo.

– ¡Ah!, ¿de qué tipo?

– No lo sé.

– Usted es su madre, ¿no? -Sí.

– Entonces tiene que saber dónde está en Ghuangzhou.

– ¿Por qué la busca?

– Quiero hacerle unas cuantas preguntas sobre un caso de homicidio.

– ¿Qué? ¿Cómo es posible que esté implicada en un homicidio?

– No, es una testigo, pero es importante.

– Lo siento, no tengo su dirección. Sólo he recibido una carta de ella, nada más llegar, con la dirección del hotel donde se hospedaba. Me contaba que se iba a mudar y que me mandaría su nueva dirección. Desde entonces, no he sabido nada de ella.

– ¿Así que sabe no qué hace su hija allá?

– Resulta difícil de creer, ¿no? -dijo sacudiendo la cabeza-. Es mi única hija.

– Lo siento.

– No tiene por qué sentirlo -replicó ella-. Son los tiempos modernos. «Las cosas se derrumban. El centro no se sostiene».

– Eso es verdad -convino sorprendido por la cita literaria de la anciana-. Al menos, hasta cierto punto. Pero eso no significa que la anarquía se haya adueñado del mundo. Es un periodo de transición.

– Históricamente, los periodos de transición son cortos -respondió ella también sorprendida, aunque daba muestras de animación por primera vez desde que Chen había llegado-, pero lo son a escala de una vida.

– Sí, tiene razón. Por eso nuestra elección es lo más importante -dijo Chen-. Por cierto, ¿dónde trabaja usted?

– En la universidad de Fudan, Departamento de Literatura Comparada -agregó-, aunque el Departamento prácticamente ha desaparecido, y yo estoy jubilada. En el mercado en que vivimos hoy en día, nadie quiere estudiar esa asignatura.

– Entonces, si no me equivoco, usted es la profesora Xie Kun.

– Sí, la profesora jubilada Xie Kun.

– ¡Es un honor conocerla! He leído La musa modernista.

– ¿ Ah, sí? -dijo ella-. Jamás me habría imaginado que a un oficial de la policía le interesaría ese libro.

– Ya lo creo que sí. Incluso lo he leído dos o tres veces.

– Entonces espero que no lo haya comprado cuando salió la primera edición. El otro día vi un ejemplar a la venta en un viejo rickshaw, costaba veinticinco feng.

– Bueno, nunca se sabe. «La hierba verde / verde que se extiende por doquier» -recitó él, que se alegraba de hacer otra alusión inteligente e insinuar que Xie Kun tenía lectores y estudiantes en todas partes que apreciaban su trabajo-.

– No por doquier -respondió ella-, ni siquiera en casa. Xie Rong, entre otras, no lo ha leído.

– ¿Y eso cómo puede ser?

– Tenía la esperanza de que ella también estudiara Literatura, pero después de graduarse en el instituto, empezó a trabajar en el Hotel Shanghai Sheldon. Ganaba tres veces más que yo, además de todos los cosméticos gratis y las propinas que le daban a menudo.

– Lo siento mucho, profesora Xie. No sé qué decir -suspiró Chen-, pero a medida que la economía mejore, las personas cambiarán de parecer con respecto a la Literatura. En cualquier caso, eso espero.

Decidió no hablarle de sus propias actividades literarias.

– ¿Ha oído alguna vez ese refrán que dice «El más pobre es un Doctor en Filosofía y el más tonto, un profeso»? -preguntó Xie-. Yo soy pobre y tonta, de manera que se entiende por qué ella escogió otro camino.

– ¿Y por qué dejó el trabajo en el hotel para ir a trabajar en una agencia de viajes? -interrogó Chen para cambiar de tema-. ¿Y por qué dejó la agencia de viajes para ir a Ghuangzhou?

– Lo mismo le pregunté, pero me contestó que yo era demasiado anticuada. Según ella, los jóvenes de hoy cambian de empleo como cambian de ropa. No deja de ser una buena metáfora. Lo esencial es el dinero, la verdad.

– Pero ¿por qué Ghuangzhou?

– Es lo que me preocupa. Que una chica viva allá…, y que viva sola.

– ¿Xie le habló alguna vez de un viaje que hizo a las Montañas Amarillas en octubre pasado?

– No hablaba mucho de su trabajo conmigo, pero ese viaje sí lo recuerdo. Trajo un poco de té verde. El té Nubes y Bruma de las montañas. Parecía un poco molesta cuando volvió.

– ¿Sabe usted por qué?

– No.

– ¿Podría ser por eso que cambió de empleo?

– No lo sé, pero poco después se marchó a Ghuangzhou.

– ¿Puede usted darme una foto reciente de ella?

– Claro que sí -Xie Kun sacó una foto de un álbum y se la entregó-.

Era la foto de una chica joven en el Bund. Vestía una camiseta blanca ajustada y una falda plisada muy corta, algo atrevida para la moda de Shanghai.

– Si la encuentra en Ghuangzhou, por favor dígale que rezo para que vuelva. No puede ser fácil para ella, y yo estoy aquí, sola y vieja.

– Eso haré -dijo él y cogió la foto-. Haré todo lo que pueda.

Cuando salió de la casa de la profesora Xie, la emoción inicial que había sentido con esa nueva pista empezó a desvanecerse. No era sólo porque el viaje de Xie Rong a Ghuangzhou, sin dejar dirección, hiciese más difícil la investigación, sino porque la charla con la profesora jubilada lo había deprimido. China estaba cambiando rápidamente, pero ahora que a los intelectuales se los consideraba "los más pobres y más tontos", la situación era inquietante.

Wei Hong vivía en la calle Hetian, número 60, en un nuevo bloque de pisos. Tocó el timbre varias veces, pero nadie contestó. Finalmente, llamó con el puño. Abrió una mujer de edad y le lanzó una mirada desconfiada.

– ¿Qué pasa?

Él la reconoció de inmediato por la foto.

– Usted debe de ser la camarada Wei Hong. Soy Chen Cao -dijo y le enseñó su identificación-, del Departamento de Policía de Shanghai.

– Lao Hua, es un agente de policía -Wei se giró y llamó en voz alta hacia la habitación antes de dejarlo entrar-. Pase.

La sala estaba abarrotada de objetos, aunque no desordenada. A Chen no le sorprendió ver una cocina portátil de gas junto a la entrada. Era el mismo sistema que había visto en la habitación de Qian Yizhi en la vivienda comunitaria. Una olla hervía al fuego. Apareció un anciano de pelo blanco que acababa de levantarse de un sofá de cuero nacarino. En la mesilla de café frente a él, había un solitario a medio terminar.

– ¿En qué podemos ayudar al camarada inspector jefe? -dijo el anciano mirando la credencial que le había pasado Chen-.

– Siento mucho molestarles en su casa, pero tengo que hacerles unas cuantas preguntas.

– ¿A nosotros?

– No es por ustedes, sino por alguien que conocían.

– Sí, adelante.

– Ustedes viajaron a las Montañas Amarillas hace varios meses, ¿correcto?

– Sí, así es -dijo Wei-. A mi marido y a mí nos gusta viajar.

– ¿Es ésta una de las fotos que tomaron en las montañas? -preguntó Chen sacando la Polaroid de su maletín-¿ En octubre para ser exactos?

– Sí -dijo Wei, adivinándose en su tono una ligera crispación-, soy capaz de reconocerme en una foto.

– Ahora, dígame, ¿y este nombre aquí en el dorso? -giró la foto-. ¿Quién es Zhaodi?

– Es una muchacha que conocimos durante el viaje. Nos tomó algunas fotos.

Chen sacó una foto de Guan haciendo una presentación en una importante reunión del Partido en el Gran Salón del Pueblo.

– ¿Esta mujer es Zhaodi?

– Sí, es ella, aunque parece cambiada con esa ropa tan distinta. ¿Qué ha hecho? -preguntó Wei con cara de perplejidad cuando lo vio sacar su bolígrafo y su libreta-. Cuando nos despedimos en las montañas, nos prometió que nos llamaría, pero nunca lo hizo.

– Ha muerto.

– ¿Qué?

La expresión de asombro de la anciana era auténtica.

– Y se llama Guan Hongying.

– ¿Sí? -terció Hua-. ¿La trabajadora modelo de rango nacional?

– Pero ese xiansheng que estaba con ella la llamaba Zhaodi.

¡Cómo! -exclamó sorprendido Chen-.

Xiansheng, un vocablo redescubierto en los años noventa, era una palabra ambigua con la que se nombraba a un marido, a un amante o a un amigo. Cualquiera sea su significado en el caso de Guan, era una confirmación de que estaba acompañada durante su estancia en las montañas.

– ¿Quiere decir su amigo o marido? -prosiguió Chen-.

– No lo sabemos -dijo Wei-.

– Viajaban juntos -expuso Hua-y compartían la habitación de hotel.

– Entonces, ¿estaban registrados como pareja?

– Creo que sí. Si no, no habrían podido compartir la habitación.

– ¿Ella lo presentó como su marido?

– Bueno, dijo algo así como «Éste es mi hombre». La gente no se presenta formalmente en la montaña.

– ¿Notaron algo sospechoso en su relación?

– ¿A qué se refiere?

– No estaban casados.

– Lo siento, no notamos nada -dijo Wei-. No tenemos la costumbre de espiar a la gente.

– Venga, Wei -reprochó Hua-, el inspector jefe sólo está cumpliendo con su deber.

– Gracias -dijo él-. ¿Saben cómo se llamaba ese hombre?

– No nos presentamos formalmente, pero creo que ella lo llamaba Pequeño Tigre. Quizá era su apodo.

– ¿Me lo pueden describir?

– Alto, bien vestido. Tenía una cámara de fotos de importación muy bonita.

– No hablaba mucho, pero era muy considerado con nosotros.

– ¿Con algún tipo de acento?

– Pekinés.

– ¿Pueden darme una descripción detallada de cómo era?

– Lo siento, eso es lo único que podemos… -dijo Wei y enseguida calló-. El gas.

– ¿Qué?

– Se está acabando el gas.

– La bombona de gas -aclaró Hua-. Somos demasiado viejos para reemplazarla.

– A nuestro único hijo lo acusaron de derechista durante la Revolución Cultural y lo condenaron a un campo de trabajo en Qinghai -explicó Wei-. Ahora está rehabilitado, pero ha decidido quedarse allá con su propia familia.

– Lo siento, a mi padre también lo encarcelaron durante esos años. Es un desastre nacional -dijo Chen, preguntándose si él era alguien para pedir disculpas por el Partido, aunque entendía la animosidad de la pareja de ancianos-. Por cierto, ¿dónde está el depósito de bombonas?

– A dos manzanas de aquí.

– ¿Tienen un carrito?

– Sí, tenemos uno. ¿Por qué lo pregunta?

– Si me dejan, iré a buscarles una bombona nueva.

– No gracias, nuestro sobrino vendrá mañana. Usted ha venido a interrogarnos, camarada inspector jefe.

– Pero también les puedo ayudar en algo. No hay ninguna regla que lo prohiba.

– De todas maneras, no, gracias -repuso Wei-.

– ¿Quiere preguntarnos algo más? -añadió Hua-.

– No, si eso es lo único que pueden recordar, no tenemos más que hablar. Les agradezco toda su información.

– Lo siento, no le hemos ayudado demasiado. Si hay alguna pregunta…

Ya volveré a visitarlos -dijo él-.

En la calle, el inspector jefe Chen sólo podía pensar en el hombre que había acompañado a Guan en las montañas. El hombre tenía un claro acento pekinés, igual que el hombre del que le había hablado tío Bao. Alto, educado y elegante. ¿ Sería acaso el mismo que vio la vecina de Guan en el pasillo? En las montañas, llevaba una cámara fotográfica cara. Había muchas fotos de buena calidad en el álbum de Guan.

El inspector jefe Chen ya no podía esperar más. En lugar de volver a su despacho, se dirigió a la sede de la Compañía Tele fónica de Shanghai. Por suerte, en su maletín tenía hojas con el membrete oficial. En un momento, redactó una presentación.

– Es un placer conocerlo, camarada inspector jefe -dijo un funcionario de unos cincuenta años-. Me llamo Jia, pero puede llamarme Lao Jia.

– Espero que baste -le enseñó su placa y la carta de presentación-.

– Sí, totalmente suficiente -Jia se mostró colaborador y tecleó inmediatamente los números en el ordenado-r.

– El nombre del abonado es… Wu Bing.

– ¿Wu Bing?

– Sí, los números que empiezan con 867 corresponden al barrio de Jinan, que… -el funcionario se había puesto nervioso- es el barrio residencial de los cuadros superiores, ya sabe.

– ¡Ah!, Wu Bing. Ahora entiendo.

Wu Bing, el Ministro de Propaganda, llevaba años ingresado en el hospital. Estaba fuera de toda sospecha, pero alguien de su familia… Chen dio las gracias a Jia y salió a toda prisa. Encontrar información sobre la familia de Wu no fue difícil. Chen tenía un buen contacto en el Archivo de Shanghai, donde existía un expediente sobre cada uno de los cuadros superiores y sus familias. Había conocido al camarada Song Longxiang durante su primer año en el cuerpo de policía. Marcó su número desde una cabina telefónica. Song ni siquiera preguntó por qué Chen quería la información.

Wu Bing tenía un hijo cuyo nombre era Wu Xiaoming. Wu Xiaoming era un nombre que Chen ya había visto en el curso de la investigación. Se encontraba en una lista del inspector Yu donde figuraban las personas con las que había hablado o con las que se había puesto en contacto en busca de posible información. Wu Xiaoming era fotógrafo y trabajaba para la revista Estrella roja. Había tomado algunas fotos de Guan para el Diario del pueblo.

– ¿Tienes una foto de Wu Xiaoming?

– Sí, tengo una.

– ¿Puedes mandármela por fax a mi despacho? Estaré ahí en media hora esperando junto al teléfono.

– Vale, supongo que no necesitas una carta de presentación. ¿Una foto te basta?

– Eso. Te llamaré en cuanto la reciba.

– De acuerdo.

Chen decidió tomar un taxi. La copia de la foto de Wu Xiaoming no tardó en llegarle por fax. Quizá databa de hacía unos años, pero se veía que era un hombre alto. Era urgente que el inspector jefe Chen siguiera la veta. Aquella tarde hizo otras dos cosas. En primer lugar, llamó a la redacción de Estrella Roja, una secretaria le dijo que Wu no estaba.

– Estamos elaborando un diccionario de artistas contemporáneos que incluye a los jóvenes fotógrafos -dijo Chen-. Cualquier información sobre Wu Xiaoming nos sería muy útil.

La táctica funcionó. En menos de una hora le enviaron por fax una lista de las fotos publicadas por Wu Xiaoming.

Luego volvió a visitar a la pareja de ancianos. La segunda visita resultó más fácil de lo que esperaba.

– Ése es -dijo Wei, señalando la copia del fax en manos de Chen-. Un joven muy simpático, siempre con una cámara en las manos.

– No sé si es un hombre bueno o no -apostilló Hua-, pero en las montañas se mostró muy amable con ella.

– Tengo otra foto -añadió Chen y les mostró a Xie Rong-. Fue su guía en las montañas, ¿verdad?

– Sí, -dijo Wei con una sonrisa inescrutable-, seguro que ella puede contarle más cosas acerca de ellos, mucho más.

– ¿Y eso por qué?

– Guan tuvo una pelea feroz con Xie en las montañas, y le diré más: Guan la trató de puta.

Загрузка...