Final de la tarde del viernes. Yu seguía trabajando, enfrascado en los archivos de la brigada de asuntos especiales. El inspector jefe Chen no estaba en su despacho. Le habían asignado una labor de intérprete-escolta para una delegación estadounidense. El secretario del Partido Li le anunció su destino de un día para otro. Como escritor y traductor por derecho propio, le correspondía representar a la Asociación de Escritores de China. El aviso llegó con tanta rapidez que Yu apenas tuvo tiempo para entrevistarse con Chen. No habían conseguido verse tras su regreso de Guangzhou. A primera hora del día siguiente, cuando Yu entró en el despacho, acababan de informar a Chen de su nueva tarea, y salió para el aeropuerto casi en el acto. A primera vista, no era una decisión alarmante. Incluso podía interpretarse como una señal de que el inspector jefe Chen seguía siendo un miembro fiable del Partido, pero Yu estaba inquieto. Desde la noche del festín de cangrejos, consideraba a Chen un aliado y un amigo. El Viejo cazador le había hablado del problema que obstaculizaba la investigación, así como del lío en que estaba metido Chen. Aquella tarde Yu también había departido con el secretario del Partido Li., quien le había encargado su asistencia a una importante conferencia en el condado de Jiading sobre tareas de seguridad.
– ¿Y el caso? -inquirió Yu-.
– ¿Qué caso?
– El de Guan Hongying.
– No se preocupe, camarada inspector Yu. El camarada inspector jefe Chen volverá dentro de un par de días.
– Sí, pero nuestra brigada tiene muchísimo trabajo.
– Termine lo que pueda antes de presentarse el lunes en la conferencia. Otros se encargarán de todo aquí en la oficina -añadió Li sin mirarlo-. No olvide hablar con el contable para las dietas de comida. Es posible que tenga que quedarse allí varios días.
Hacia las cinco, Yu apenas había avanzado y quedaba en su mesa una pila de carpetas de casos no resueltos. "El de la mafia de Henan, dedicada al secuestro de chicas que acaban como esposas de campesinos en provincias lejanas, podía derivarse a la Oficina Provincial de Henan", pensó Yu entristecido. En cuanto al caso de los hurtos en la Fundición Número Dos de Shanghai, no sabía qué hacer. Los saqueos en las industrias eran un fenómeno constante y de enorme alcance, y para algunos trabajadores, una forma de compensación adicional. Por lo general, si lo sorprendían robando, el trabajador recibía una multa o era despedido. Sin embargo, un reciente documento del Comité Central del Partido sobre las pérdidas causadas por los hurtos en las industrias estatales, contemplaba penas de hasta veinte años para los culpables. De igual forma, quedaban muchos otros casos que se consideraban especiales por el único motivo de que las autoridades de la ciudad querían convertirlos en una advertencia dirigida a los jóvenes. El inspector Yu cerró la carpeta con un sentimiento de frustración y dejó un fino reguero de ceniza de cigarrillo sobre la mesa. La justicia era como las bolas de colores en las manos de un mago: cambiaba de tonos y formas a la luz de la política. Un asesino andaba suelto, mientras los agentes de policía pasaban apuros, pero en su posición, el inspector Yu no podía hacer nada, sino lo que le ordenasen. A las seis menos cuarto el teléfono volvió a sonar.
– Inspector Yu al habla.
– ¿Me puedes decir qué estás haciendo en este momento?
– ¿Qué pasa?
– ¿No te has acordado de la reunión de padres que teníamos hoy en el colegio de Qinqin? -Peiqin parecía furiosa-.
– ¡Oh!… Lo he olvidado. He estado muy ocupado.
– No te quiero regañar, pero detesto estar aquí sola y ocuparme de él sin tu ayuda.
– Lo siento.
– Para mí también ha sido un día largo.
– Lo sé. Ahora mismo vuelvo a casa.
– No tienes que venir por mí. De todas maneras, ya será demasiado tarde para la reunión, pero recuerda lo que dijo tu padre ayer.
– Sí, lo recuerdo.
Peiqin estaba preocupada desde que el Viejo cazador les había hablado de los líos de Chen. Por tanto, la llamada no se debía sólo a su ausencia de la reunión en la escuela, sino también a su trabajo en la investigación. Era demasiado sensata para decir una sola palabra sobre el asunto por teléfono. Yu había decidido ser policía, aunque tampoco tuvo mucha más alternativa. No prestaba demasiada importancia a la cómoda idea según la cual la ley y el orden son la piedra angular de la sociedad. Simplemente sentía que el empleo le iba bien, no sólo como manera de ganarse la vida, sino también como justificación. Creía que ser un "poli" competente lo distinguiría. Sin embargo, muchas de sus ilusiones se vinieron a bajo al poco tiempo de estar en el cuerpo.
Cuanto más lo pensaba, más se irritaba con el comisario Zhang. Aquel veterano y correoso marxista, siempre con una sonrisa políticamente correcta pegada en los labios como un matasellos, tenía que haberse chivado a alguien de muy arriba, a alguien que tenía poder para proteger a Wu a cualquier precio. Ahora tanto el inspector jefe Chen como él estaban, en la práctica, suspendidos. En la calle el sol había desaparecido tras unas nubes oscuras. Yu deseaba que Chen lo llamara. Era tarde y no quedaba nadie en el Departamento. Apagó la cafetera eléctrica, un regalo que el administrador de los grandes almacenes Número Uno le había hecho llegar como reconocimiento por su trabajo en el caso. En ese momento, no era más que un irónico recordatorio. Cuarenta y cinco minutos más tarde, Yu seguía tenazmente sentado a su mesa, con una hoja en blanco ante él como único reflejo de su pensamiento. Sonó el teléfono. Lo cogió con una prisa poco habitual en él.
– Brigada especial.
– Hola. Quisiera hablar con el inspector Yu Guangming.
Era la voz de un desconocido, y hablaba con una especie de borboteo.
– Soy yo.
– Me llamo Yang Shuhui. Trabajo en la gasolinera Número Sesenta y Tres de Shanghai, en el condado de Qingpu. Creo que tengo una información para usted.
– ¿Qué tipo de información?
– Una información en relación con la recompensa que ofrece su brigada.
– Un momento -aquellas palabras pusieron a Yu sobre alerta, puesto que sólo había un caso por el que habían ofrecido una recompensa-, es por lo del cuerpo en el canal, ¿no?
– Sí, eso es. Lo siento, he olvidado el número del caso.
– Mire, camarada Yang, justo ahora iba saliendo, pero me gustaría verlo hoy. Dígame dónde está ahora.
– En casa, cerca de El gran mundo, en la calle Huangpi.
– De acuerdo, tengo que recoger algo en el mercado de Jingling, no lejos de ahí. En la esquina de la calle Xizhuang hay un restaurante de Hunan. Creo que se llama Pabellón Yueyang. Si puede llegar en unos cuarenta y cinco minutos, nos veremos ahí.
– ¿Todavía vale la oferta de recompensa? -preguntó Yang-. Ha pasado algún tiempo. Lo he leído hoy por casualidad en un periódico viejo.
– Sí, trescientos yuanes, ni un feng menos. ¿Y su número de teléfono? -repuso Yu sin perder tiempo-. Es igual, no se preocupe. Ahora nos vemos. Salgo en seguida.
En la puerta de la oficina, el viejo camarada Liang se le acercó con un sobre en la mano.
– Tengo algo para usted.
– ¿Para mí?
– Esta mañana el inspector jefe Chen ha recibido el material para su misión. Junto con el programa, había unas entradas de más, por si alguien hubiese querido en el último momento unirse al grupo, pero a nadie le ha apetecido, así que le ha dejado dos entradas para la ópera de Beijing y otras dos para el karaoke.
– La Oficina de Relaciones Exteriores de Shanghai no ha reparado en gastos para organizar las actividades de los estadounidenses. Es muy amable de parte del inspector.
– Sí, el inspector jefe Chen es un hombre muy bueno – comentó el camarada Liang-. Usted es su ayudante, y no le va a faltar trabajo.
– Sí, lo sé. Gracias, camarada Liang.
Yu se guardó las entradas en el bolsillo y se dio prisa para llegar al restaurante.
La reunión con el camarada Yang resultó ser más fructífera de lo que Yu esperaba. Después de conversar más de una hora con él y de registrar su testimonio con una pequeña grabadora, se acordó de uno de los proverbios favoritos del Viejo cazador: «La red de Dios tiene grandes mallas, pero no deja pasar nada». ¿Cuál sería el próximo paso? El inspector Yu tenía que ponerse en contacto con el inspector jefe Chen a cualquier precio, y aún más cuando se marcharía al condado de Jiading la semana siguiente. Chen tenía que haber descubierto algo en Guangzhou, al igual que él en sus entrevistas con Jiang y Ning, sin contar la última información que acababa de darle Yang. Sólo trabajando los dos en equipo podrían esperar superar la crisis. Pero no era fácil dar con el inspector jefe. Como acompañante de la delegación estadounidense de escritores, Chen tenía que ir con los huéspedes de un lado a otro. Tampoco era seguro llamarlo al hotel Jinjiang, donde se alojaba con los invitados de Estados Unidos.
Según el Viejo cazador, ya se había montado un pleito contra Chen. Era posible que a él también le estuvieran siguiendo los pasos. Cualquier alusión al alcance de la investigación desataría una reacción. El inspector Yu estaba preparado a correr ese riesgo, pero no podían permitirse ni el más mínimo error. Tenía que haber una forma de hablarlo con Chen, una manera discreta que no despertara sospechas.
En la parada del autobús había varias personas apoyadas en la barandilla. Yu se situó tras ellas. Conversaban animadamente sobre un exótico espectáculo recién estrenado en el teatro Meixin, pero Yu apenas prestaba oídos a la conversación. Seguía con la mente en blanco cuando volvió a casa. No había luz en su habitación. Sabía que ya eran más de las diez. Qinqin tenía que levantarse temprano para ir a la escuela. Peiqin había tenido un día duro, a solas. A las seis, le había prometido que volvería enseguida. Se sentía culpable cuando cerró la puerta. Le sorprendió encontrar a Peiqin todavía despierta, esperándolo.
– ¡Ah, has vuelto! -dijo ella incorporándose-.
Él se sentó en un taburete de bambú para quitarse los zapatos, ella se le acercó descalza y se arrodilló para ayudarle. Los dos quedaron frente a frente.
– Todavía no has comido, Yu. Te he guardado algo.
Era una bola de arroz hervido rellena con carne de cerdo picada y verduras. Se sentó con él en la mesa y lo observó en silencio.
– He llegado tarde, Peiqin. Lo siento.
– No tienes que disculparte. No debería haberte hablado así esta tarde.
– No, tienes razón. La bola de arroz está muy buena -musitó entre dos bocados-. ¿De dónde has sacado la receta?
– ¿Te acuerdas de cuando estábamos en Yunnan? Las chicas dai cantaban y bailaban toda la noche. Cuando tenían hambre, sacaban las bolas de arroz de los bolsillos.
Claro que se acordaba. En esas noches largas de Xishuangbanna, habían visto a las jóvenes dai bailando contra el perfil accidentado de las cabañas de bambú, masticando sus bolas de arroz, y los dos habían pensado que eran una buena idea. En ese momento, con la bola de arroz en la mano, al inspector Yu se le ocurrió algo.
– ¿Has oído hablar de un restaurante estilo dai en el hotel Jingjiang? Es fabuloso, se llama Jardín de Xishuang.
– Sí, jardín de Xishuang -dijo ella-. He leído algo en los periódicos.
– ¿Qué te parecería ir al Jardín de Xishuang mañana por la noche?
– ¿Me estás tomando el pelo?
Él sintió un asomo de arrepentimiento ante su sorpresa. Desde el nacimiento de Qinqin, era la primera vez que invitaba a salir a Peiqin. Ahora le preguntaba, pero con un motivo oculto.
– No, es que tengo ganas de ir. Tú no tienes otros planes para mañana por la noche, ¿verdad? ¿Por qué no salir a divertirse?
– ¿Crees que podemos darnos ese lujo?
– Aquí tengo un par de invitaciones que cubren las bebidas, el baile y el canto, es decir, el karaoke. Ya sabes qué es, se ha puesto de moda. Entradas gratis -dijo Yu y las sacó del bolsillo de la camisa-. ¡Ciento cincuenta yuanes por persona! Ni que tuviéramos que pagarlo de nuestro bolsillo, así que sería una pena no ir.
Eran las que le había dejado Chen. Quizá no quería desperdiciarlas…, o tenía la intención de que Yu acudiera a ese lugar.
– ¿Dónde las has conseguido?
– Alguien me las ha dado.
– Yo no sé bailar -vaciló-, y además, no tengo ni idea de cómo se maneja el karaoke.
– Es fácil aprender, mujer.
– Es fácil decirlo -la perspectiva de una noche especial no dejaba de tentar a Peiqin-. Ya somos viejos.
– Hay viejos que bailan y cantan en la plaza del Pueblo todos los días.
– Pero ¿por qué me pides de repente que salgamos?
– ¿Por qué no? Nos merecemos un respiro.
– Cuesta reconocerte, camarada inspector Yu. Tú, hablando de un descanso en medio de una investigación.
– Bueno, justo en el medio es precisamente donde estamos, y por eso quiero que vengas -dijo él-.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero que le pases una información al inspector jefe Chen. Puede que él también esté ahí. No es buena idea que nos vean juntos.
– De modo que no me estás invitando a una fiesta -intentaba ocultar su decepción-. Al contrario, me estás pidiendo que colabore en tu investigación.
– Lo siento, Peiqin -estiró la mano para acariciarle el pelo-. Sé que estás preocupada por mí, pero quiero decir una cosa en nombre del inspector jefe Chen, y también en el mío: estamos ante un caso que da verdadero sentido a nuestro trabajo. Lo cierto es que Chen está dispuesto a sacrificar su carrera en nombre de la justicia.
– Ya te entiendo -Peiqin le cogió la mano-. El inspector jefe Chen demuestra su integridad como agente de policía, y tú también. ¿Por qué tendrías que pedirme perdón?
– Si tanto te molesta, déjalo correr, Peiqin. Puede que no sea más que una idea descabellada que se me ha ocurrido. Quizá sea mi último caso. Debería haber escuchado tu consejo antes.
– ¡Oh, no! -protestó ella-. Sólo quiero saber qué tipo de información quieres que le pase.
– Dejaré una cosa bien clara. En cuanto acabe este caso, empezaré a buscar un empleo, un trabajo diferente. Entonces tendré más tiempo para estar contigo y con Qinqin.
– No pienses así, Guangming. Estás haciendo un excelente trabajo.
– Yo te contaré lo del caso, y tú me dirás si de verdad lo
es o no.
Yu empezó a contárselo todo. Cuando, al cabo de media hora, llegó al final de su crónica, volvió a insistir en la necesidad de intercambiar información con Chen.
– Es un trabajo que merece que hagáis un esfuerzo, tú y el inspector jefe Chen.
– Gracias, Peiqin.
– ¿Qué me pondré?
– No te preocupes por eso. Es una velada informal.
– Pero primero vendré a casa. Puede que estemos fuera hasta tarde, por lo que tendré que preparar la cena a Qinqin.
– Yo iré directamente desde el despacho. No llevaré uniforme, claro está. Nos veremos en el Jardín de Xishuang, pero fingiremos no conocernos. Después, nos encontraremos afuera.
– De acuerdo -dijo ella-, aunque para extremar la cautela, ni siquiera deberías ir.
– No, será mejor que vaya por si te sucede algo inesperado, aunque no lo creo probable. Siento haberte mezclado en esto -agregó al cabo de un rato-.
– No digas eso, Guangming. Si es por tu bien, también lo es por el mío.