CAPÍTULO 20

A primera hora de la mañana siguiente, el inspector Yu y el inspector jefe Chen se presentaron en las dependencias de Estrella roja en Shanghai. La revista tenía su sede en un edificio Victoriano que hacía esquina entre las calles Wulumuqui y Huaihai, una de las ubicaciones mejor cotizadas de la ciudad. "Con una influencia política tan grande, no tiene nada de extraño", pensó Yu. La revista era la voz del Comité Central del Partido Comunista Chino. Todos los miembros de la redacción parecían sumamente conscientes del prestigio de su posición.

Sentada ante una mesa de mármol, en la recepción, había una chica con un vestido de punto. Concentrada en su ordenador portátil, no paró de teclear vigorosamente al ver llegar a los dos policías. Cuando se presentaron, Chen y Yu no le causaron gran impresión. Les dijo que Wu no se encontraba en su despacho y tampoco les preguntó por qué querían verlo.

– No hará falta indicarles dónde queda la mansión Zhou, que actualmente es la residencia de los Wu -dijo-. Hoy está trabajando en casa.

– ¿Trabajando en casa? -preguntó Yu-.

– En nuestra revista no tiene nada de raro.

– Nada en Estrella roja es raro.

– Será mejor que lo llamen antes. Si quieren, pueden utilizar el teléfono de aquí.

– No, gracias -repuso Yu-. Tenemos el teléfono del coche.

Afuera, desde luego, no había ni coche ni teléfono.

– No podía soportarlo -gruñó-. No me han gustado esos aires que se daba.

– Tiene razón -dijo Chen-. Es mejor no llamar a Wu antes, así lo pillaremos por sorpresa.

– Sí, pero cuando a una serpiente se le pilla por sorpresa puede morder -sentenció-. La casa de los Wu no queda demasiado lejos. Podemos ir caminando.

No tardaron en llegar a la esquina de la calle Henshan. Más allá de unos muros altos, se divisaba la mansión de los Wu. Originalmente, la casona había pertenecido a un magnate llamado Zhou. Con la llegada de los comunistas al poder en 1949, la familia huyó a Taiwán, y la casa fue ocupada por la familia de Wu Bing.

La mansión y el barrio de la calle Henshan era una parte de Shanghai que Yu nunca había conocido, a pesar de haber vivido tantos años en la ciudad. Había nacido y crecido en la parte baja del barrio de Huangpu, habitado sobre todo por familias de clase media baja. Cuando el Viejo cazador se mudó allí a principios de los años cincuenta, en una época de igualitarismo comunista, era considerado un barrio tan bueno como cualquier otro de Shanghai. Al igual que los demás niños que corrían de un lado a otro por las callejuelas y jugaban en los estrechos pasajes adoquinados, Yu creía que en su barrio tenía todo lo que necesitaba, aunque supiera que había otros mucho mejores, donde las calles eran más anchas y las casas, más grandes.

Durante sus años en el instituto, a menudo después de un día de clases sobre el Libro rojo, Yu se unía a las rondas de un grupo de compañeros de colegio que deambulaban juntos por distintos barrios de la ciudad. Solían entrar también en las tiendas, aunque no compraban nada. De vez en cuando, acababan sus excursiones comiendo algo en un chiringuito barato. Sin embargo, la mayoría de las veces, se dedicaban a pasear por las calles, caminando sin rumbo fijo, hablando de cualquier cosa y disfrutando de la amistad. Así se habían familiarizado con diversos rincones de la ciudad. En cambio, tan sólo un barrio les era ajeno, el de la calle Henshan, que sólo habían visto en las películas de antes de 1949, en las que aparecían capitalistas fabulosamente ricos, coches importados, chóferes de uniforme y jóvenes criadas vestidas de negro con delantales blancos y tocas almidonadas. En una ocasión se internaron por el barrio, pero enseguida se dieron cuenta de que se encontraban en territorio ajeno. Las mansiones, visibles detrás de los altos muros, se parecían a las de las viejas películas, impresionantes pero también muy impersonales. Frente a ellos se extendía la calle Henshan, silenciosa, solemne y casi sin un alma, salvo algunos soldados del Ejército de Liberación Popular montando guardia ante las verjas de hierro. Sabían que era un barrio residencial de los cuadros superiores, de gente con un nivel de vida muy por encima del suyo. Aun así, les impresionó el hecho de que en esas casas tan grandes sólo viviera una familia, mientras que en su propio barrio, una casa mucho más pequeña solía dividirse para acomodar a una docena de familias. Aquel entorno les pareció el escenario de un amargo cuento de hadas. Quizá se detuvieron demasiado tiempo a mirar y soñar. Se les acercó un centinela armado y les dijo que se fueran. No pertenecían a ese barrio. Una vez enterados de esa verdad, ya no les interesó volver.

Ahora, en una mañana de comienzos de junio, el inspector Yu volvía a caminar por esas mismas calles. Ya no era un alumno de instituto, pero el ambiente del barrio seguía siendo opresivo. Un soldado del Ejército de Liberación Popular alzó la mano para saludarlos. Desde luego, no era el mismo de hacía años, aunque los que ahora vivían detrás de esos muros altos no eran tan diferentes.

La pared blanca que rodeaba la mansión de los Wu también parecía la misma, salvo por unos manchones de hiedra aquí y allá. Afuera, en la calle, la gente ni se paraba a mirar el tejado rojo que brillaba entre las copas de los árboles. El terreno que ocupaba la casa era enorme. Ahora no estaba el soldado que custodiaba la verja de hierro forjado ornamentada con puntas en espiral, mas daba la impresión de que correspondía tal cual al Shanghai de las antiguas películas.

El inspector Yu acercó la mano al timbre junto a la verja y lo pulsó. Al cabo de un rato, una mujer abrió el portón un par de centímetros. Tendría unos treinta y cinco años, vestía una blusa blanca y negra con una falda del mismo tono. Sus ojos, adornados con pestañas postizas, les lanzaron una mirada inquisidora.

– ¿Quiénes son ustedes?

– Somos del Departamento de Policía de Shanghai -dijo Yu enseñando su placa-. Tenemos que hablar con Wu Xiaoming.

– ¿ Los espera?

– No, no creo. Estamos investigando un asesinato.

– Acompáñenme. Soy su hermana menor -los dejó entrar-.

Era la primera vez que el inspector Yu veía la mansión en todo su esplendor. Contempló una magnífica construcción de tres plantas, parecida a un castillo moderno, con las torres y los pináculos del diseño original, además del añadido reciente de los porches y la galería de ventanales. Había una gran extensión de césped, bien cuidado y con abundancia de parterres. En medio del jardín, una piscina en forma de concha, de aguas azules y claras sobre un fondo de baldosas celestes.

La siguieron por una escalera, cruzaron un ancho pasillo y llegaron a un salón de dimensiones colosales, con una escalera curva que subía hacia la izquierda. Frente a una chimenea de mármol verde, había un sofá de cuero negro y una mesa de centro cubierta con un grueso vidrio.

– Por favor, tomen asiento -dijo la joven-. ¿Quieren tomar algo?

– No, gracias.

Mirando a su alrededor, y antes de sentarse en el mullido sofá, Yu se percató vagamente del arreglo floral en la repisa de la chimenea, de la alfombra impecable sobre el suelo de parqué y del discreto tictac de un reloj de pie de caoba.

Le diré a Xiaoming que lo esperan -desapareció por otra puerta-.

Wu Xiaoming llegó enseguida. Era un hombre de cuarenta y pocos años, alto, de hombros anchos. Curiosamente, su aspecto era de lo más común. Tenía ojos penetrantes y cautos bajo unos párpados pesados, igual que su hermana, con arrugas profundas alrededor de los ojos. Nada del aire artístico de los fotógrafos profesionales que salían en la televisión. Al inspector Yu le costó asociar a aquel individuo que tenía ante él con el joven HCS que había tomado fotos de modelos desnudas, que se había acostado con Guan, y quizá con muchas otras mujeres. Posteriormente percibió algo más en presencia de Wu, no tanto por su aspecto, sino por algo que emanaba de él. Parecía un hombre de gran éxito, seguro en su conversación y en sus gestos. Irradiaba un brillo característico de aquellas personas que ejercen y disfrutan del poder en las altas esferas. ¿Sería ese el fulgor que había atraído a tantas mariposas nocturnas?

– Podemos hablar en el despacho -dijo Wu cuando acabaron las presentaciones-.

Los condujo por el pasillo hasta un salón amplio, decorado con sobriedad, salvo por una fotografía de marco dorado en la pared que delataba el gusto del dueño. Detrás de un escritorio de caoba, una puerta acristalada daba a un jardincillo con árboles en flor.

– Éste es el despacho de mi padre. Como saben, está ingresado en el hospital.

Yu había visto fotografías del anciano en los periódicos, un rostro fino, lleno de arrugas, y una nariz larga y recta.

Tamborileando ligeramente sobre la mesa, Wu se instaló a sus anchas en la silla giratoria que había pertenecido a su padre.

– ¿En qué puedo ayudarles, camaradas?

– Hemos venido a hacerle unas cuantas preguntas -explicó Yu y sacó una pequeña grabadora-. La conversación será grabada.

– Hemos pasado por su despacho -añadió Chen-. La secretaria nos ha dicho que estaba trabajando en casa. La investigación que llevamos es muy seria. Por eso hemos venido directamente.

– El caso de Guan Hongying, ¿ no es así? -preguntó Wu-.

– Sí -respondió Chen-. Al parecer, está al corriente.

– Este agente, el camarada inspector Yu, me ha llamado varias veces para hablar de ello.

– Sí, es verdad -asintió Yu-. La última vez me dijo que la relación con Guan era estrictamente profesional, que le había tomado unas fotos para el periódico, ¿correcto?

– Sí, para el Diario del pueblo. Si quieren ver las fotografías, tengo unas cuantas en mi despacho. También posó para otra revista, una secuencia entera, aunque no estoy seguro de que pueda encontrarlas aquí.

– ¿Usted se vio con ella sólo un par de veces para las sesiones de fotografía?

– Sí, a veces en mi profesión hay que tomar cientos de fotografías antes de conseguir una que valga la pena. No recuerdo bien cuándo fue la última vez que trabajamos juntos.

– ¿Ningún otro contacto?

– ¡Venga, camarada inspector Yu! Uno no puede ponerse a disparar sin más y no hacer nada, ¿no le parece? Como fotógrafo, uno tiene que conocer bien a su modelo, ponerla a punto, por así decirlo, antes de que se pueda captar el alma.

– Sí-dijo Chen-, el cuerpo y el alma para explorarlos.

– En octubre pasado -prosiguió Yu-hizo un viaje a las Montañas Amarillas.

– Sí, así es.

– ¿Viajó usted solo?

– No, formaba parte de un grupo de turistas organizado por una agencia de viajes. Por consiguiente, viajé con otras personas.

– Según los datos de la agencia de viajes Vientos de Oriente, usted compró billetes para dos personas. ¿Quién era la otra persona para la que reservó billete?

– ¡Eh!…, ahora que lo menciona -recordó Wu-, sí, es verdad que compré un billete para otra persona.

– ¿Quién era?

– Guan Hongying. Le hablé del viaje. A ella también le interesó, así que me pidió que le comprara un billete.

– Pero ¿por qué no estaba a su nombre?

– Bueno, ella era toda una celebridad y no quería que le dieran ese trato en un grupo de turistas. Lo que más ansiaba era tener un poco de intimidad. Además, temía que la agencia de viajes expusiera su fotografía en los escaparates.

– ¿Y usted? -inquirió Yu-. Usted tampoco usó su nombre.

– Lo hice por las mismas razones: el nombre de mi familia y todo lo demás -sonrió Wu-, pero yo no soy tan famoso.

– Según las normas, debe enseñar su documento de identidad para registrarse en una agencia de viajes.

– Veamos, la gente viaja con distintos nombres. No tiene nada de raro, aunque muestren su verdadero documento de identidad. La agencia de viaje no es tan estricta en lo que se refiere a ese detalle.

– Yo jamás he oído hablar de eso -dijo Yu-, al menos no como policía.

– Como fotógrafo profesional -aclaró Wu-, he viajado mucho. Créame, conozco el ambiente.

– Hay otra cosa, señor Fotógrafo Profesional de Estrella roja -dijo Yu, que a duras penas conseguía dominar su sarcasmo-, no sólo se registraron con nombres falsos, sino también como pareja.

– ¡ Ah, es eso! Ahora entiendo por qué han venido a verme. Déjeme explicarle, camarada inspector Yu -Wu sacó un cigarrillo de un paquete de Kent sobre el escritorio y lo encendió-. Cuando se viaja en grupo, hay que compartir habitaciones. Hay turistas a los que les gusta tanto conversar que podrían estar toda la noche hablando, y lo que es aún peor, algunos roncan estruendosamente. De modo que en lugar de compartir la habitación con un extraño, Guan y yo decidimos que sería una buena idea compartirla entre los dos.

– ¿Entonces durmieron los dos en la misma habitación de hotel durante el viaje?

– Sí, así es.

– Entonces usted la conocía bien -intervino Chen-, y sabía que ella no diría nada cuando usted no tuviera ganas de hablar, que dormía plácidamente y que nunca roncaba ni se daba vueltas en la cama; y viceversa, desde luego.

– No, camarada inspector jefe -repuso Wu agitando ligeramente el cigarrillo sobre el cenicero-. No es lo que ustedes piensan.

– ¿Y qué es lo que pensamos? -preguntó Yu, que había captado las primeras señales de malestar en Wu-. Cuénteme, camarada Wu Xiaoming.

– Todo fue idea de Guan -respondió Wu-. Para serles sincero, ella tenía una razón más importante para que nos registráramos como pareja: ahorrar dinero. La agencia de viajes ofrecía un importante descuento para las parejas. Era un truco promocional. Comprabas uno y por el otro pagabas la mitad de precio.

– Pero el hecho era que compartían la habitación -espetó Yu-, como hombre y mujer.

– Sí, como hombre y mujer, pero no como usted está insinuando.

– Se alojó con una mujer joven y atractiva en la misma habitación de hotel durante una semana entera sin tener relaciones sexuales -observó Yu-. ¿Eso es lo que intenta decirnos?

– Desde luego, me recuerda a Liu Xiawei -dijo Chen antes de que Wu contestase -. ¡Oh!, todo un caballero.

– ¿Quién es el señor Liu Xiawei? -curioseó Yu-.

– Una figura legendaria de la Guerra del Periodo de Primavera y Otoño, hace unos dos mil años. En una ocasión, pasó la noche con una mujer desnuda entre sus brazos, según dice la leyenda, sin tener relaciones con ella. Confucio tenía una muy buena opinión de él, porque acostarse con una mujer sin estar casado con ella va en contra de las reglas del confucionismo.

– No tiene por qué contarme estas historias -manifestó Wu-. Aunque no me crean, lo que le digo es la pura verdad, nada más que la verdad.

– ¿Cómo es posible que la agencia de viajes les haya permitido compartir habitación? -preguntó Yu-. Son muy estrictos con estas cosas. Quiero decir, hay que enseñar el libro de familia. Si no, ellos pierden la licencia.

– Guan insistió en ello, así que conseguí los papeles que necesitábamos.

– ¿Y cómo los consiguió?

– Usé una hoja con el membrete de la revista. Redacté una breve declaración que decía que estábamos casados, pero nada más. No tuvimos que mostrar un libro de familia. A las agencias de viajes sólo les importan los beneficios, con lo que una declaración como ésa era suficiente.

– Es un delito falsificar un documento legal.

– ¡Vamos, camarada inspector Yu! Son sólo unas cuantas palabras en un papel con membrete oficial. ¿Y usted llama a eso un documento legal? Mucha gente lo hace todos los días.

– No por eso deja de ser ilegal -enfatizó Chen-.

– Pueden hablar con mi jefe si quieren. Es verdad que hice una pequeña trampa al usar el papel con el membrete oficial. Reconozco que está mal hecho. No obstante, no pueden detenerme por eso, ¿verdad?

– Guan era una trabajadora modelo de rango nacional un miembro del Partido con una gran conciencia política, participante en el Décimo Congreso Nacional de nuestro partido -dijo Yu-. ¿Y usted quiere que creamos que Guan lo hizo sólo para ahorrar unos cuantos yuanes?

– ¿Y al precio de compartir habitación con un hombre casado una semana entera? -preguntó Chen-. ¿Ella, una mujer soltera?

– He hecho todo lo posible por colaborar con ustedes, camaradas -dijo Wu-, pero si lo único que quieren es especular, enséñenme su orden judicial y podrán llevarme a comisaría.

– Se trata de un caso importante, camarada Wu Xiaoming -continuó Chen-. Tenemos que investigar a todas las personas relacionadas con Guan.

– Sin embargo, es todo lo que puedo decirles. Viajé a la montaña con ella, pero no significa nada. En los años noventa, nada.

– Es bastante más que eso -afirmó Yu-. Ahora, ¿cómo explica su llamada por teléfono a Guan la noche en que fue asesinada?

– ¿La noche en que fue asesinada?

– Sí, el 10 de mayo.

– El 10 de mayo… Deje que piense… Lo siento, no recuerdo nada de una llamada por teléfono. Todos los días hago muchas, a veces más de veinte o treinta. Me es imposible recordar una en particular y menos en una fecha concreta.

– Lo hemos comprobado con la Compañía Telefónica de Shanghai. El registro dice que la última llamada que recibió Guan era de su número a las nueve y media de la noche, el 10 de mayo.

– Bueno, es posible, ahora que lo pienso. Es cierto que hablamos de hacer otra sesión de fotos. Así que quizá la llamé.

– ¿Y qué hay del mensaje que usted le dejó?

– ¿Qué mensaje?

– «Nos encontraremos como habíamos planeado.»

– No lo recuerdo -dijo Wu-, pero quizá se podría referir a la sesión de fotos que habíamos acordado.

– ¿Después de las nueve de la noche?

– Ya entiendo adonde quieren llegar -apuntó Wu, y con un gesto brusco dejó caer un poco de ceniza sobre la mesa-.

– No estamos llegando a nada -especificó Chen-. Sólo esperamos su explicación.

– No recuerdo concretamente a qué hora quedamos, aunque podría ser al día siguiente, o al otro.

– Al parecer, tiene una explicación para todo -dijo Yu-, una explicación ya preparada.

– ¿No es eso lo que ustedes buscan?

– Díganos dónde estaba la noche del 10 de mayo.

– El 10 de mayo, veamos. ¡Ah, sí!, ahora me acuerdo. Sí…, estuve en casa de Guo Qiang.

– ¿Quién es Guo Qiang?

– Un amigo. Trabaja en el Banco del Pueblo, en el Barrio Nuevo de Pudong. Su padre antes era el director delegado.

– Otro HCS.

– No me agrada que la gente utilice ese término -expresó Wu-, pero no quiero discutir con ustedes. Para que quede claro, sólo diré que esa noche estuve en su casa.

– ¿Por qué?

– Una avería en mi laboratorio. Esa noche tenía que revelar unos carretes y hacer una entrega urgente, de modo que fui a su casa para trabajar en su laboratorio.

– ¿No tiene suficientes habitaciones aquí?

– A Guo también le gusta la fotografía. Hace trabajos de aficionado. Tiene algún equipo. Aquí habría sido demasiado problemático cambiar los equipos.

– Una respuesta conveniente. Así que pasó toda la noche con su amigo. Una coartada sólida.

– Ahí estuve el 10 de mayo, y punto. Espero que sea una respuesta satisfactoria.

– No se preocupe por eso. Estaremos satisfechos cuando ^levemos al asesino ante la justicia.

– ¿Por qué la habría matado yo, camaradas?

– Eso es lo que vamos a descubrir -dijo Chen-.

– Todos somos iguales ante la justicia, seamos o no Hijos de Cuadros Superiores -añadió Yu-. Queremos la dirección de Guo. Comprobaremos la información con él.

– De acuerdo, aquí tiene. La dirección y el número de teléfono de Guo -dijo Wu mientras escribía en un trozo de papel-. Están perdiendo su tiempo y yo, el mío.

– Muy bien, pronto volveremos a vernos -advirtió Yu incorporándose-.

– La próxima vez, por favor llamen antes de venir -se levantó de la silla de cuero-. Supongo que no les costará encontrar la salida.

– ¿Qué quiere decir?

– La mansión Wu es enorme. Los hay que se han perdido.

– Le agradezco su valiosa información -Yu miraba fijamente a Wu-. Somos policías.

No tuvieron problemas para encontrar la salida. Después de cruzar la puerta, Yu se volvió para echar un último vistazo a la mansión, aún visible en parte tras de los altos muros, y luego siguió sin decir palabra. Chen caminaba junto a él, intentando no romper el silencio, como si entre los dos hubiera un entendimiento tácito. El caso era demasiado complicado para hablar de él en plena calle, y siguieron caminando a paso lento durante varios minutos.

Debían tomar el autobús número 26 de vuelta a la oficina, pero el inspector jefe Chen tampoco conocía bien esa parte de la ciudad. Sugirió tomar un atajo hacia la calle Huaihai, pero acabaron en una sucesión de calles laterales hasta que llegaron al principio de la calle Quqi. Ya no se divisaba Huaihai, y Quqi no podía estar lejos de la calle Henshan, aunque parecía muy diferente. Las casas de ese sector, en su mayoría, eran edificios de pisos construidos con materiales baratos a comienzos de los años cincuenta. Ahora estaban sucias, sin pintar, y parecían pequeñas. Al final, el inspector Yu consiguió desprenderse de su sensación de opresión.

El día era espléndido. El cielo azul daba otro aire al aspecto sórdido de los callejones por donde pasaban en silencio. Una mujer de mediana edad preparaba unas anguilas de arrozal en un cubo junto a un fregadero colectivo cubierto de musgo. Chen aminoró el paso, y Yu también se detuvo a mirar. Después de golpear la anguila contra el suelo de cemento, la colgaba por la cabeza de un grueso clavo que sobresalía de un banco. La estiraba, la abría por el vientre y le quitaba las espinas, la destripaba, le cercenaba la cabeza y la cortaba en delicados filetes. Quizá trabajaba de limpiadora de anguilas para un mercado de los alrededores, y así ganaba algún dinero. Tenía descalzos las manos, los brazos y los pies, cubiertos de sangre de anguila. Las cabezas cortadas, esparcidas por el suelo, parecían dedos pintados de rojo.

– No hay duda -Yu se detuvo bruscamente-. Ese cabrón es el asesino.

– Lo ha manejado bastante bien -dijo Chen-, camarada Joven cazador.

– Gracias, jefe -Yu estaba contento con el cumplido, y aún más con el apodo que se había inventado el jefe-.

Al final de un callejón vieron un bar de tapas de aspecto destartalado.

– ¿Huele el curry? -preguntó Chen agradecido, husmeando el aire -. Tengo mucha hambre.

Yu asintió. Entraron en el bar. Apartaron la cortina de cuentas de bambú en la puerta y se encontraron en un interior sorprendentemente limpio. Eran sólo tres mesas de plástico con manteles blancos. En cada una había un vaso de bambú con palillos, un cilindro de acero inoxidable con mondadientes y un frasco de salsa de soja. Un cartel escrito a mano y colgado de la pared anunciaba un menú de fideos fríos, bolas de verdura y un par de platos fríos, pero en una olla grande hervía una suculenta sopa de carne con curry. Eran las dos y cuarto, demasiado tarde para los clientes del mediodía, de modo que estaban solos en el local. Al oírlos llegar, una mujer joven salió del fondo de la cocina limpiándose las manos cubiertas de harina en un delantal bordado de color jazmín, y les sonrió con las mejillas teñidas de blanco. Era probable que fuera la propietaria del lugar, y quizá también la camarera y la cocinera. Los llevó hasta una mesa y les recomendó los platos especiales del día. Para acompañar, les trajo una jarra de cerveza fría. Sacaron los palillos de bambú de sus estuches de papel, y tras poner una generosa dosis de salsa de curry en sus platos de sopa, la dueña volvió a la cocina.

– Es un lugar sorprendente para un barrio como éste – dijo Chen masticando los guisantes con sabor a anís mientras llenaba el vaso de cerveza de Yu-.

Yu tomó un trago largo y asintió con la cabeza. La cerveza estaba bastante fría, la cabeza del pescado ahumado también estaba sabrosa y el calamar tenía una textura especial. En realidad, Shanghai era una ciudad llena de sorpresas maravillosas, tanto en las grandes y prósperas avenidas como en las pequeñas calles adyacentes. Cualquiera podía descubrir un rincón agradable, incluso en lugares destartalados y baratos como ése.

– ¿En qué piensa?

– Wu la mató -repitió Yu-. Estoy convencido.

– Quizá, pero ¿por qué?

– Es tan evidente…, por su manera de responder a nuestras preguntas.

– ¿Quiere decir por cómo nos ha mentido?

– No cabe duda. En su historia hay demasiados puntos débiles, pero no es sólo eso. Wu tenía una respuesta preparada para todo, demasiado preparada. ¿Se ha fijado? Saltaba a la vista que eran respuestas ensayadas. Una simple aventura clandestina no justifica tantos esfuerzos.

– Tiene razón -dijo Chen y bebió de su cerveza-, pero ¿qué motivos tendría para ello?

– ¿Habría entrado en escena otra persona? ¿Otro hombre? Wu estaría tan celoso que no podría soportarlo.

– Es posible, pero según los registros telefónicos, casi todas las llamadas que Guan recibió en los últimos meses eran de Wu. Además, Wu es hijo de un cuadro superior y tiene ambiciones. Está inmerso en una carrera prometedora y rodeado de mujeres hermosas…, y diría que no sólo en el trabajo. ¿Por qué habría de interpretar el papel de un Otelo celoso?

– Otelo o quién sea, no lo sé, y quizá fuera al revés. Puede que Wu tuviera otra mujer, o mujeres, con todas esas modelos desnudas que iban del trabajo a la cama. Guan no pudo soportarlo y quizá le montó alguna escena desagradable.

– Aun así, no veo por qué Wu tuvo que matarla. Podría haber roto con ella. Al fin y al cabo, Guan no era su mujer, no estaba en una posición para obligarlo a hacer nada.

– Sí, en eso tiene razón -concedió Yu-. Si se hubiera descubierto que Guan estaba encinta, podríamos suponer que lo estaba amenazando. Una vez supe de un caso similar. La amante embarazada quería que el hombre se divorciara de su mujer. El hombre no podía divorciarse, de manera que se deshizo de ella, pero el informe de la autopsia de Guan decía que no lo estaba.

– Sí, lo he confirmado con el doctor Xia.

– ¿Cuál será nuestro próximo paso?

– Confirmar la coartada de Wu.

– Bien, yo me ocuparé de Guo Qiang, aunque supongo que Wu ya se habrá puesto de acuerdo con él.

– Sí, dudo que Quo nos diga algo.

– ¿Qué más podemos hacer?

– Interrogar a otras personas.

– ¿Dónde las encontramos?

Chen sacó un ejemplar de la revista La ciudad de las flores de su maletín y la abrió en una foto a toda página de una mujer desnuda reclinada sobre un costado. Estaba de espaldas a la cámara, pero todas sus curvas eran suaves y sugerentes, las nalgas redondas como lunas y un lunar oscuro en la nuca acentuaba la blancura de su cuerpo que se confundía con el fondo.

– ¡Vaya cuerpo! -dijo Yu-. ¿Wu tomó la foto?

– Sí, la publicó con un seudónimo.

– ¡Seguro que ese hijo de su madre ha tenido buena suerte con la flor del melocotón!

– ¿Suerte con la flor del melocotón? -Chen siguió sin esperar una respuesta-. Ya entiendo lo que quiere decir: suerte con las mujeres. ¡Ya!, de eso no hay duda, pero ésta es una especie de fotografía artística.

– ¿Y qué nos importa eso a nosotros?

– Sé quién es la modelo.

– ¿Cómo? -inquirió Yu-. ¿Se lo han dicho en la revista?

– También es una celebridad. No tiene nada de extraño que Wu, un fotógrafo profesional, utilice modelos desnudas, pero no entiendo por qué ella habrá accedido a posar para él.

– ¿Quién es?

– Jiang Weihe, una joven artista en auge.

– Nunca he oído hablar de ella -dijo Yu dejando el cuenco-. ¿La conoce bien?

– No…, en realidad, no. Sólo la he visto un par de veces en la Asociación de Escritores y Artistas.

– ¿Entonces va a interrogarla?

– Bueno, quizá usted sea el más indicado para esa tarea. En nuestros encuentros sólo he hablado con ella de Literatura y Arte. Estaría fuera de lugar llamar a su puerta como policía, y no podría ejercer la autoridad necesaria…, quiero decir, psicológicamente en un interrogatorio. Por todo esto, sugiero que vaya usted a verla.

– De acuerdo, iré. ¿Qué cree que nos podrá decir?

– Es una apuesta arriesgada. Quizá nada. Jiang también es artista, de modo que posar desnuda no significa gran cosa para ella. Sólo sale de espaldas, y habrá creído que nadie la reconocería. Sin embargo, si la gente sabe que ese cuerpo desnudo es el suyo, no le resultará muy agradable.

– Ahora entiendo -dijo Yu-. ¿Y usted qué piensa hacer?

– Viajar a Guangzhou.

– ¿Para encontrar a Xie Rong, la guía de la agencia de viajes?

– Sí, hay algo en las declaraciones de Wei Hong que me intriga. Guan trató a Xie de puta. Es algo realmente insólito que una trabajadora modelo de rango nacional haya utilizado ese lenguaje. Puede que Xie también esté implicada de alguna forma, o que al menos sepa algo acerca de la relación entre Wu y Guan.

– ¿Cuándo se marcha?

– En cuanto consiga un billete de tren -dijo Chen-. El Secretario del Partido Li tardará dos o tres días en volver.

– Ya entiendo. Un general puede hacer lo que le place si el Emperador no está a su lado.

– Conoce usted muchos viejos proverbios.

– Los conozco por el Viejo cazador -rió Yu-. ¿Y qué pasará con nuestro comisario Zhang?

– Nos reuniremos con él mañana.

– De acuerdo -alzó el vaso lleno-. ¡Por nuestro éxito!

– ¡Por nuestro éxito!

Después, el inspector jefe Chen tomó rápidamente la pequeña bandeja donde habían traído la cuenta y pagó por los dos. La dueña esperaba junto a su mesa, sonriendo. Yu no quiso discutir delante de ella. En cuanto salieron, Yu calculó que el total de la cuenta eran unos cuarenta y cinco yuanes, así que insistió en pagar su parte. Chen descartó con un gesto los veinte que Yu quiso entregarle.

– No hablemos más -dijo Chen-. Acabo de recibir un talón del Wenhui: cincuenta yuanes por ese breve poema sobre nuestro trabajo de policías, de modo que es justo y adecuado que gastemos el dinero en alimentarnos.

– Sí, lo he visto en el fax que le envió la reportera del Wenhui… ¿Cómo se titula? Es muy bueno.

– ¡Oh!, Wang Feng -dijo Chen-. Por cierto, cuando hablaba de la suerte con la flor de melocotón, me recordó un poema de la dinastía Tang.

– ¿Un poema de la dinastía Tang?

«Esta puerta, este día…

El año pasado, tu cara sonrojada

y las caras sonrojadas

de las flores del melocotón que reflejaban la tuya.

Esta puerta, este día…

Este año…, ¿dónde estás tú?

¿En las flores del melocotón?

Las flores del melocotón,

aun aquí, riendo suavemente

ante la brisa de la primavera».

– ¿La expresión viene de ese poema?

– No lo sé, pero se dice que está basado en una experiencia real. Cui Hu, poeta de la dinastía Tang, tenía el corazón destrozado por no poder ver a su amor tras haber superado con éxito su examen de funcionario en la capital.

Así era precisamente el inspector jefe Chen, entusiasmado con un poema de la dinastía Tang en medio de la investigación de un asesinato. Quizá había bebido demasiada cerveza. Un mes atrás, el inspector Yu se lo habría tomado como un ejemplo de la excentricidad romántica de su superior, pero ahora le pareció simpático.

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