CAPÍTULO 38

El inspector jefe Chen, el director Chen, no tardó mucho en ejercer su nueva autoridad sentado en la silla giratoria de cuero de su despacho, ante una pared tapizada de planos callejeros y de transporte público, observando el movimiento de la gente por la plaza del Pueblo. Una de las primeras instrucciones que Chen había dado a su secretaria fue la de llamar al Viejo cazador. El anciano trabajaba ahora como agente provisional de tráfico, y por lo tanto Mailing no tuvo dificultad alguna para encontrarlo. El Viejo cazador llegó al despacho justo cuando ella se iba. Chen le pidió que se quedara.

– Meiling, no te vayas. Por favor, tráeme las normas relativas al puesto de asesor para nuestro Departamento. Ya sabe…, compensaciones y otros beneficios.

– Todo está en el archivo. Iré a buscarlo.

– Enhorabuena, inspector jefe Chen. ¡Oh no!, director Chen -dijo el Viejo cazador mientras examinaba los impresionantes muebles del despacho-. Todos dicen que está haciendo un excelente trabajo.

– Gracias, viejo camarada Yu. Es mi segundo día. Como recién llegado, necesito su valiosa ayuda.

– Haré todo lo que pueda, director Chen.

– Usted ha trabajado como agente de tráfico. Supongo que habrá notado que los accidentes son nuestro mayor problema, pues no sólo causan heridos, sino que provocan graves atascos.

– Cierto -el Viejo cazador lanzó una mirada curiosa a Meiling, que estaba arrodillada en el suelo, buscando en uno de los cajones del archivador-. Creo que se debe en parte a que cada vez hay más gente que conduce sin carnet.

– Tiene razón. Conducir se ha convertido en una moda. Todo el mundo quiere ponerse al volante de un coche. Las autoescuelas son demasiado caras y los cursos duran mucho, así que algunas personas conducen sin permiso.

– Eso es verdaderamente peligroso.

– Así es. Hay muchos jóvenes que, al parecer, creen que son conductores natos. Son totalmente irresponsables.

– Por eso quiero que haga algo, una especie de experimento. Escoja una zona concreta, apóstese ahí y manténgase atento a esos conductores sin carnet. Si tiene una corazonada, detenga al coche y proceda a una revisión. No se limite a pasar una multa, sino que debe llevarlos detenidos sin importar quién pueda ser.

– Buena idea -repuso el Viejo cazador-. Como dice el viejo refrán: «A grandes males, grandes remedios».

– E infórmeme directamente a mí.

– Está bien. De tal palo, tal astilla. ¿Dónde piensa destinarme?

– ¿Qué le parece el distrito de Jingan? En cuanto a las calles, escoja una. Yo sugeriría que empiece por la calle Henshan.

– ¡Oh, la calle Henshan! Sí-se le iluminaron los ojos-, ya entiendo, inspector jefe Chen…, quiero decir, director Chen.

– Es una tarea importante -insistió-. Sólo un veterano como usted puede conseguirlo, así que me gustaría nombrarlo asesor especial. Tendrá un par de agentes a sus órdenes.

– No, no tiene para qué crear un puesto para mí, director Chen. En cualquier caso, haré todo lo que pueda.

– Meiling -se volvió hacia su secretaria-, cuando encuentre las normas de compensación, envíele al asesor Yu el dinero que corresponda.

– Ya las tengo -respondió-. Se puede extender un talón enseguida.

– ¡Estupendo! Gracias.

– ¡No! -protestó avergonzado el Viejo cazador-. Preferiría trabajar como voluntario.

– ¡En absoluto! Se le pagará, y también contará con esos hombres. Corresponde a su autoridad. Sólo quiero insistir en una cosa: haga lo que deba, sin que importe a quién pertenezca el coche, con matrícula blanca o no.

– Ya le entiendo, camarada director Chen.

Chen, aun estando Meiling presente, creía haber hablado con claridad para el Viejo cazador, quien podría detener a cualquiera que condujera el Lexus blanco, al menos durante un día. Si algo no iba bien, el Viejo cazador no era más que un agente de tráfico que cumplía con su obligación, de modo que ahora había algo que Chen podía hacer a propósito del caso Guan. El resultado se produjo antes de lo esperado.

Aquel jueves tuvo que asistir a una reunión sobre el terreno. El alcalde inspeccionaba los trabajos del puente que conectaba las orillas del río Huangpu. Cuando estuviera terminado, ayudaría a aliviar la densidad del tráfico en la zona. Chen debía estar allí e intercambiar impresiones con un grupo de cuadros, cruzando de un lado a otro del puente. Al volver a la oficina, Meiling le señaló la puerta cerrada de su despacho con una leve expresión de curiosidad. Al acercarse, oyó una voz aguda dentro.

– ¡No sirve de nada negarlo, Guo Qiang!

– Es el anciano camarada Yu hablando con alguien ahí dentro -dijo Meiling con voz apagada-. Quería traer al hombre a su despacho. Dijo que era un caso importante. Como es nuestro asesor, tuve que dejarlos entrar.

– Has hecho lo correcto -la tranquilizó-.

Desde donde estaban, oyeron al Viejo cazador:

– ¿Por qué te empeñas en salvarle el culo a otro, estúpido? Conoces la política de nuestro Partido, ¿no?

– El camarada asesor Yu tiene razón.

Chen había abierto la puerta para encontrarse con una escena que ya imaginaba. El Viejo cazador estaba de pie como un cantante de ópera de Suzhou y le hablaba con gesto grave a un hombre hundido en una silla. Era un varón de poco más de cuarenta años, larguirucho, de hombros estrechos, con un asomo de joroba. La fotografía del desconocido que había visto posando sobre Guan le vino a la cabeza. Era él.

– ¡Ah, director Chen! -dijo el Viejo cazador-, ha llegado en el momento más indicado. Este hijo de su madre todavía no ha dicho ni una palabra.

– Es…

– Guo Qiang. Conducía un Lexus blanco, sin carnet

– Guo Qiang -interpeló Chen-, ¿sabe por qué se encuentra aquí detenido?

– No lo sé -respondió-. Conducir sin carnet es una infracción menor. Pónganme una multa. No tiene derecho a retenerme aquí.

– Habla como si fuera un tonto feliz -terció el Viejo cazador -. ¿De quién es el coche?

– Mire bien la matrícula. No le costará nada averiguarlo.

– El coche de Wu Xiaoming. Mejor dicho, el coche de Wu Bing, ¿no?

– Sí, ahora tendría que soltarme.

– Pues, ésa es precisamente la razón por la que lo retenemos -intervino Chen-. Verá, lo hemos estado observando desde hace días.

– De modo que me han detenido de manera premeditada -repuso Guo-. Se arrepentirá.

– Camarada asesor Yu -Chen se dirigió al anciano-, le agradezco que nos haya traído a este sospechoso. A partir de ahora, ya no se trata de una mera infracción de tráfico. Yo me ocuparé.

– Es mi último consejo, jovencito -dijo el Viejo cazador apagando su cigarrillo-. Utiliza la cabeza. ¿Acaso no sabes quién es el camarada Chen Cao? Es el nuevo director metropolitano de la Dirección de Tráfico, además de ser inspector jefe de homicidios de la brigada de asuntos especiales del Departamento de Policía de Shanghai. Se ha terminado la fiesta. Será mejor que te decidas a hablar. A los testigos que colaboran se les trata con indulgencia. Quizá el director Chen, debería decir el inspector jefe Chen, pueda hacer un trato.

Cuando el Viejo Cazador salió del despacho, Chen lo acompañó hasta el ascensor.

– Que examinen a fondo el coche, sobre todo el maletero en busca de cualquier prueba -susurró-.

– Sí, eso haré, inspector jefe Chen.

– Hágalo según el procedimiento oficial, camarada asesor Yu -abrió la puerta al anciano-. Que otro agente trabaje con usted. Pídale que firme lo que sea necesario.

Cuando volvió al despacho, comentó a Meiling que era importante que no los molestaran.

– Ahora -se dirigió a Guo mientras cerraba la puerta-› hablemos.

– No tengo nada que decir -se cruzó de brazos mirando al frente con mirada desafiante-.

– No estamos hablando de un carnet de conducir ni de límites de velocidad. Se trata del caso de Guan Hongying.

– No sé nada de eso.

– En su declaración -Chen sacó una carpeta del archivador-, usted dice que, en la noche del 10 de mayo, Wu Xiaoming condujo hasta su casa alrededor de las nueve y media. Wu convirtió su estudio en un cuarto oscuro y se quedó toda la noche revelando películas. Esa misma noche vieron un Lexus blanco en una gasolinera, a unos ocho kilómetros del canal Baili. Fue allí precisamente donde se encontró el cuerpo de Guan al día siguiente. Era el coche de Wu Xiaoming, de eso no hay duda. Tenemos el resguardo con el número de la cartilla de racionamiento. ¿Quién conducía aquella noche?

– Puede que Wu le haya prestado el coche a otra persona. No pueden considerarme responsable de eso.

– Según su propia declaración, el coche estuvo aparcado frente a su casa. Wu no salió en ningún momento del cuarto oscuro durante la noche. Usted lo dijo muy claro, pero no precisó que usted no había salido por la noche. Tenía las llaves del coche, como ahora, de modo que debe de haber conducido usted, a menos que esté proporcionándole una coartada falsa a Wu.

– No se puede marcar faroles como ése, camarada inspector jefe. No me importa lo que diga, yo no conduje el coche esa noche, y punto.

– Tal vez le parezca un farol, pero tenemos testigos.

– No hay nada que su testigo pueda decir contra mí. Estamos en los años noventa, y ya ha pasado la época en la que se podía detener a una persona como a uno le diera la gana. Si el caso concierne a Wu, déjenme tranquilo.

– No me venga con ésas -Chen buscó su maletín-. No estoy hablando de Wu, sino de usted. De obstrucción a la justicia, falso testimonio y complicidad en un homicidio. Usted declaró que no conocía a Guan. Falso. Déjeme enseñarle algo.

Chen sacó una fotografía. En ella Guan aparecía con un hombre encima.

– Mírela bien. La tomaron en la casa de Wu Xiaoming, ¿no? Dígame que no es usted.

– No sé nada de esa foto -Guo negaba tercamente, aunque se adivinaba un asomo de pánico en su voz-.

– Ha mentido en su declaración, señor Guo Qiang -Chen bebía tranquilamente su té-. No se saldrá con la suya.

– Yo no la maté -Guo se secó el sudor de la frente-. Da igual lo que diga. No tiene nada que lo demuestre.

– Mire, aunque no podamos acusarlo del asesinato, esta foto bastaría para encerrarlo unos siete u ocho años. Si añadimos a ello su falso testimonio, incluso unos quince. Cuando salga, será un viejo jorobado y canoso. Me aseguraré de que lo pase bien. Le doy mi palabra.

– ¿Me está amenazando?

– Piense también en su familia. ¿Cómo reaccionará su mujer cuando vea esa foto? ¿Lo esperará veinte años o más? No lo creo. Hace un año que se casó, ¿verdad? Si no piensa en usted, hágalo por ella.

– ¡No puede hacer eso!

– Claro que puedo. Ésta es su oportunidad. Colabore conmigo. Cuéntenos lo que sepa de Wu y Guan, y lo que hizo Wu la noche del 10 de mayo. Quizá podamos hacer un trato.

– ¿Así que de verdad piensa que puede hacerle daño a Wu?

Chen entendió la duda en el razonamiento de Guo. Volvió a abrir su maletín. Dentro estaba el sobre del Comité Central del Partido. Quizá Ling lo había escogido a propósito para que otros lo vieran. Chen lo llevaba consigo, pero no era por una razón sentimental. No quería dejar la carta en casa sabiendo que Seguridad Interior merodeaba por los alrededores.

– Se trata de un caso directamente manejado por Seguridad Interior -enseñó el sobre a Guo-.

– Entonces -balbuceó Guo mirando el sobre-… se trata de una decisión de alto nivel…

– Sí, al más alto. Ahora bien, usted es un hombre inteligente. Wu tiene que haberle avisado de ciertas maniobras en contra de mí. ¿Y cuál ha sido el resultado? Sigo siendo inspector jefe y, además, director metropolitano de Tráfico. ¿Por qué? Píenselo.

– ¿Traman algo en contra de los viejos cuadros?

– Eso lo ha dicho usted. Si cree que Wu le ayudará, está totalmente equivocado. Estaría encantado de tener un chivo expiatorio.

– ¿Está seguro de que puede conseguirme un trato?

– Haré todo lo que pueda, pero tiene que contármelo todo.

– Déjeme pensar -alzó la mirada del sobre hasta fijarla en la cara de Chen, y al hundirse en la silla, se le marcó más la joroba-. ¿Por dónde empiezo?

– ¿Cómo se enteró de la relación entre Wu y Guan?

– Primero conocí a Guan. Era una de esas chicas que van a las fiestas. Venían muchas a las fiestas de Wu. Lo hacían por gusto. Unas querían divertirse, beber, cantar con el karaoke y todo lo demás; otras deseaban conocer a Wu o ver la mansión; incluso algunas esperaban que les sacase fotos… Usted ha visto esas fotografías, ¿no?

– Sí, las he visto todas. Continúe.

– Wu Xiaoming está a la última en fotografía, y tiene su propio cuarto oscuro. Ha publicado muchas fotos. Algunas de esas mujerzuelas enloquecían por un poco de publicidad. Wu es toda una estrella, y además, sabe cómo tratarlas, por no hablar de todas las otras cosas que podía ofrecerles.

– ¿Qué otras cosas?

– Empleos buenos y bien pagados, por ejemplo. Los contactos de Wu le permitían negociar ese tipo de cosas. La gente está dispuesta a hacerle favores, ya sabe, y así algún día ellos también pueden pedir algo a cambio. Además, Wu había presentado a varias chicas a las agencias de modelos.

– Y ellas, para agradecérselo, dejaban que les tomara fotos, incluso de ese tipo.

– Algunas se enamoraban de él, sin que les ofreciera nada. Posaban para él completamente desnudas. No necesitará que le cuente lo que sucedía después, camarada inspector jefe. Había una que tenía tantas ganas que estaba dispuesta a acostarse con él sólo por las fotografías. «Trabajaré para conseguirlo», dijo.

– ¿Por qué quería Wu tomar esas fotos?

– No lo sé… Wu es un hombre que no habla de sus asuntos, salvo una vez…, aunque creo que esa noche estaba un poco borracho.

– ¿Qué le contó?

– Que con esas fotos podía evitar que las chicas lo metieran en algún lío.

– Ya entiendo. Ha dicho que conoció a Guan en una fiesta. ¿Y ella era como una de esas chicas de las fiestas?

– Al principio, no tenía ni idea de que era la famosa trabajadora modelo de rango nacional. En las fiestas no hay presentaciones formales. Sólo me llamó la atención un detalle: parecía demasiado estirada cuando la saqué a bailar.

– ¿Wu le había contado algo acerca de ella?

– No, al principio no, pero yo me di cuenta de que era distinta. A diferencia de las otras, ella se lo tomaba en serio.

– ¿Qué quiere decir?

– La relación con Wu. La mayoría de las chicas sólo iba allí a divertirse. Un rollo de una noche, por así decirlo. Algunas son mucho más liberales de lo que uno se puede imaginar y se ofrecían sin pedírselo. Guan era distinta.

– Guan esperaba algo serio de la relación, pero ¿acaso no sabía que Wu estaba casado?

– Lo sabía muy bien, si bien creía que Wu se divorciaría por ella.

– Vaya imaginación… que una trabajadora modelo de rango nacional persiga a un hombre casado. ¿Qué le hacía pensar que lo conseguiría?

– No lo sé.

– ¿ Y qué le hizo pensar a usted que Guan quería que Wu se casara con ella?

– Era muy evidente. Por su manera de colgarse de él, como si fuera su esposa y porque, cuando estaba con los demás, ponía una cara como de mujer casta e inviolable.

– ¿Wu la trataba como a una de esas chicas?

– No, Wu también era diferente.

– ¿Puede ser más concreto? -le pasó una taza de té a Guo después de servirse-.

– Para empezar, a Guan no le gustaban las fiestas. En total, no estuvo en más de tres o cuatro, y se retiraba a la habitación de Wu tras bailar un par de temas. Wu se quedaba con ella en su habitación, incluso cuando la fiesta se ponía a mil. Wu no hacía eso a menudo.

– Quedarse solo con una chica en su habitación, diría que eso sí lo hacía a menudo.

– No, no me refiero a eso. Wu se quedaba con las chicas en su habitación después de las fiestas, pero no durante. Wu era bastante atento con Guan y hacía lo posible para que se sintiera bien. El año pasado creo que hasta viajaron juntos a las Montañas Amarillas. También fue idea de Guan.

– Compartieron la habitación del hotel como si fueran una pareja. Me temo que eso no fue sólo idea de Guan.

– No lo sé. Guan no estaba mal. Desde luego no era fea, pero tendría que haber visto a esas actrices, más bellas y mucho más jóvenes. Sin embargo, Wu jamás hizo un viaje con ninguna de ellas, sólo con Guan.

– Puede que tenga razón -asintió Chen-. Entonces, ¿qué sucedió entre los dos?

– Wu se dio cuenta de que era demasiado seria, demasiado exigente. Se convirtió en un problema. Seguro que ella lo habría presionado mucho, si bien para él, divorciarse de su mujer estaba totalmente descartado.

– ¿Por qué?

– La familia de su mujer tiene poder. ¿Sabe quién era el suegro de Wu? Liang Xiangdong, el primer secretario de la zona de Huadong.

– Sí, pero Liang murió durante la Revolución Cultural.

– Vale. ¿Qué le hace estar tan seguro de usted sabe todo? El suegro de Wu murió, pero su cuñado se ha convertido en el segundo secretario del Partido de la provincia de Anhui. Además, su suegra, que sigue viva, es miembro de la Comi sión de Disciplina del Comité Central del Partido en Beijing.

– Eso ya lo sabemos: todas las relaciones y el nepotismo de los HCS. Ahora bien, dígame, ¿cómo reaccionó Wu a las exigencias de Guan?

– Al principio, sólo se burlaba…, a espaldas de Guan, desde luego. No era más que una máscara de la modelo, decía, como las máscaras de los actores de las óperas de Pekín. «Máscaras diferentes en diferentes escenarios.» No le molestaba demasiado. Quizá le agradara por su novedad.

– ¿Y cuándo comenzaron los problemas?

– A decir verdad, no noté nada hasta esa sesión de fotos. Fue después de una fiesta, en diciembre del año pasado. Guan era la de siempre: tiesa como un palo de bambú, y Wu le dio de beber varias copas de Maotai. No sé si echó algo en el vino, pero al cabo de un rato Guan se desmayó. Wu me pidió que la llevara a la habitación. Me quedé muy sorprendido cuando empezó a desvestirla ahí mismo. Ella no se daba cuenta de nada, inocente como un corderito.

– ¿Le dijo por qué quería que usted estuviera presente?

– No. Sólo empezó a tomar fotos mientras yo estaba ahí. Ese tipo de fotos, ya me entiende. Dijo algo como «Desnuda a una trabajadora modelo de rango nacional, y verás que no es más que una zorra como todas las demás.» No era nada raro…, quiero decir, las sesiones de fotos.

– ¿Tampoco era raro para usted?

– Antes habían pasado cosas así en una o dos ocasiones. Con otras chicas, desde luego. Wu quería que yo tomara las fotos, de él con la chica juntos en la cama, pero esa noche Wu quiso que yo posara con Guan, y ésa es la foto que usted tiene. Le juro que yo sólo posé con ella. No hice nada más.

– Usted sería algo así como un Liu Xiawei del siglo XX.

– No conozco a Liu Xiawei, aunque le puedo asegurar que estaba muy sorprendido. Antes de esa noche, Wu nos había advertido que no la molestáramos. Con las otras chicas, Wu nunca había hecho ese tipo de advertencias. En realidad, no le importaban las otras chicas.

– ¿Cómo se explica el cambio de comportamiento de Wu esa noche?

– No lo sé. Tal vez quisiera utilizar las fotografías para impedirle que le creara problemas.

– ¿Y lo consiguió?

– No tengo ni la menor idea. Después, siguieron viéndose. Lo grave sucedió varias semanas después de la sesión de fotos.

– ¿Qué sucedió?

– Se pelearon.

– Aquí también debería ser más concreto. ¿Usted fue testigo de la pelea?

– No, yo no estaba, si bien fui a verlo poco después. Wu estaba fuera de sí.

– ¿Cuándo sucedió eso?

– A principios de marzo, creo.

– ¿Qué le dijo?

– Estaba borracho, enfurecido. Al parecer, Guan se había llevado algo suyo que le importaba mucho.

– ¿Algo que podía utilizar para amenazarlo?

– Así es, camarada inspector jefe. No me contó qué era. Dijo algo así como «Esa puta cree que me puede chantajear. Esto lo pagará caro. ¡Le romperé la cabeza!» Sí, era algo con que podía chantajearlo.

– ¿Le contó qué pensaba hacer?

– No, no me lo dijo. Parecía poseído por una rabia asesina y la maldecía como un loco.

– ¿Y entonces qué sucedió?

– Una noche, a mediados de mayo, apareció de pronto en mi casa para revelar fotos. Me dijo que tenía un problema con su cuarto oscuro. Esa noche la pasó en mi estudio. Era un domingo. Lo recuerdo porque mi mujer se quejó. Solemos acostarnos temprano los domingos. Varios días más tarde Wu me llamó y, durante la conversación, repitió dos o tres veces que la noche del 10 de mayo había venido a trabajar a mi casa. No entendí por qué insistía en la fecha hasta que uno de los policías me preguntó por esa noche.

– Usted contó al inspector Yu exactamente lo que Wu le había dicho, y así le procuró una coartada.

– Sí, pero yo no sabía que le había procurado esa coartada, ni sabía que Wu había cometido un asesinato. Después, miré la fecha. Ese domingo, en realidad, era el día 13 de mayo, pero cuando hablé con el inspector Yu, no me acordaba de eso.

– ¿Se lo preguntó más tarde?

– Le telefoneé al día siguiente y le dije que un policía me había interrogado. Me invitó al JJ Bar. Tomamos unas copas y me contó que iban a nombrarlo Ministro de Cultura de Shanghai, y que me pagaría con creces.

– ¿Le habló en algún momento de Guan?

– No, no habló de ella. Sólo me preguntó por la fecha que había dado al camarada inspector Yu. Pareció aliviado con mi respuesta.

– ¿Algo más?

– No, ese día no me dijo nada más y yo tampoco le pregunté. No le estoy ocultando nada, camarada inspector jefe Chen.

Comenzó a sonar el teléfono.

– Es el camarada asesor Yu. Dice que es urgente -apostilló Mailing-. ¿Quiere hablar con él?

– Sí, pásemelo.

– Hemos encontrado algo en el maletero del coche, inspector jefe Chen -le informó el Viejo cazador -. Un cabello largo de mujer.

– Envíe inmediatamente esa prueba al doctor Xia, y retengan a Guo como testigo.

Al inspector jefe Chen le había llegado la hora de presentarse en la oficina para enfrentarse a sus adversarios.

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