Al día siguiente, mientras viajaba de pie en el autobús, Chen intentaba ordenar mentalmente su presentación en la reunión con el secretario del Partido Li y el superintendente Zhao. Con todo, lo distraía el aroma de un penetrante perfume mezclado con el no menos intenso olor corporal de una mujer que viajaba aplastada contra él. Incapaz de moverse, se resignó a seguir así, como una boba sardina enlatada, casi sin poder respirar.
El autobús avanzaba lentamente por la calle Yan'an. La gente subía y bajaba sin parar, abriéndose camino a codazos. Chen se preparaba para una confrontación que podía acabar de cualquier manera, pero que era inaplazable. El círculo se había cerrado: el móvil, las pruebas, los testigos. No quedaban más cabos sueltos. Ya no había excusas para no dar la cara.
En cuanto había recibido el informe del doctor Xia, la tarde del día anterior, Chen había llamado al secretario del Partido Li, quien lo escuchó y, por primera vez, no trató de interrumpirlo.
– ¿Está seguro de que Wu Xiaoming conducía el coche esa noche?
– Sí, estoy seguro.
– ¿Tiene el informe del doctor Xia?
– Todavía no, pero me ha confirmado por teléfono que el pelo encontrado en el coche de Wu pertenecía a Guan.
– ¿Y Guo también declarará en contra de Wu a propósito de su coartada falsa?
– Sí. Guo tiene que salvar el cuello.
– Así que cree que ha llegado el momento de cerrar.
– Tenemos más pruebas, y un testigo. Por lo demás, la coartada de Wu ya no sirve.
– No es un caso normal -Li se sumió en una profunda reflexión, y antes de seguir, lanzó un bufido en el teléfono-. Además, éste no es el mejor momento. Mañana tendremos una reunión con el superintendente Zhao. Entretanto, no diga ni una palabra de esto a nadie.
Cuando Chen llegó al despacho de Li, encontró una breve nota pegada a la puerta.
«Camarada inspector jefe Chen:
Por favor, espérenos en la sala de reuniones Número
Uno. Es importante. También vendrá el superintendente
Zhao.
Li»
No había nadie en la sala de reuniones. Chen se sentó en una silla tapizada de cuero en un extremo de la larga mesa. Mientras esperaba, revisó sus notas. Quería que su presentación estuviera bien organizada, un informe sucinto y al grano. Cuando acabó, volvió a mirar su reloj. Habían pasado veinte minutos de la hora convenida. La reunión no despertaba en él ningún optimismo. Tampoco creía que sus superiores la esperaran con gran expectación. Se escudarían en los intereses del Partido y lo apartarían de la investigación. En el peor de los casos, quedaría relevado de sus funciones, pero Chen no quería ceder, aunque tuviera que perder su trabajo y fuera expulsado del Partido. Como inspector jefe, se suponía que debía procurar que se hiciera justicia castigando al asesino, fuera quien fuera. Como miembro del Partido, sabía cuál era su deber. Era la primera lección del Programa de Educación. Por encima de todo, debía estar al servicio de los intereses del Partido. Ahí estaba el problema. ¿Cuáles eran los intereses del Partido? A principios de los años cincuenta, por ejemplo, el Presidente Mao había pedido a los intelectuales que señalaran los defectos de las autoridades, alegando que todo era en aras de los intereses del Partido. Sin embargo, cuando algunos se tomaron la invitación al pie de la letra, Mao se enfureció y tachó a los ingenuos críticos de derechistas y antisocialistas. Acabaron en prisión. La medida fue tomada en interés del Partido, como declararon los periódicos, justificando el discurso anterior de Mao como una táctica para que «la serpiente saliera de su cueva». Lo mismo había sucedido con diversos movimientos políticos, entre ellos la Revolución Cultural. Todo se hacía en interés del Partido. Después de la muerte de Mao, estos nefastos movimientos fueron definidos como «errores bienintencionados» que no debían minar los gloriosos méritos del Partido, y una vez más, los chinos aprendieron a olvidar el pasado en aras del Partido. Chen ya se había dado cuenta de la diferencia entre ser inspector jefe y ser miembro del Partido, sin pensar demasiado en la posibilidad de que las dos funciones se contradijesen, y ahí estaba ahora, esperando la solución final de aquel conflicto.
No había manera de dar un paso atrás. En el peor de los casos, el inspector jefe Chen estaba preparado para dimitir y trabajar en el restaurante del Chino de ultramar Lu. Durante la dinastía Han, Sima Xiangru lo había hecho. Había abierto una modesta taberna. Vestido con pantalón corto, sudando, vertía cucharones de vino de una enorme barrica. Wenjun lo había seguido, y también servía vino a los clientes, sonriendo como una flor de loto en la brisa de la mañana, con sus delicadas pestañas que recordaban a una cadena montañosa. Desde luego, quizá todos esos detalles eran producto de la romántica imaginación de Ge Hong, en Esbozos de la capital de Occidente. No obstante, le quedaría el consuelo de haber hecho un buen trabajo y de ganarse la vida igual que los demás, tuviera o no a Wenjun a su lado…, más bien a una chica rusa vestida con una falda china que dejase entrever sus muslos blancos, con su flamígera cabellera contrastando con las paredes grises. "Es absurdo perderse en esa fantasía", se dijo Chen mientras aguardaba el enfrentamiento en la sala de reuniones Número Uno.
Oyó pasos. Dos hombres aparecieron en el umbral: el secretario del Partido Li y el superintendente Zhao. Chen se incorporó. Le extrañó ver que entraban en la sala varias personas más, entre ellas el inspector Yu, el comisario Zhang, el doctor Xia y otros miembros importantes de la policía. Yu se sentó a su lado con expresión de desconcierto. Volvían a reunirse por primera vez desde que Chen había regresado de Guangzhou.
– Me llamaron anoche -dijo Yu y estrechó la mano que le tendió Chen-.
Una reunión conjunta de la oficina y del Comité del Partido era algo poco habitual, porque el inspector Yu no pertenecía al Comité y el doctor Xia ni siquiera era miembro del Partido. El secretario del Partido Li, que presidía el encuentro desde el extremo de la enorme mesa, empezó con una larga cita de Subrayado en rojo, el documento más reciente sobre la campaña contra la influencia de la ideología occidental burguesa, y luego abordó el tema de las últimas tareas de la oficina.
– Como ya sabrán, se ha producido un giro muy importante en la investigación del inspector jefe Chen. Se trata de un caso que ilustra con toda claridad la importancia de la nueva campaña de nuestro Partido. Debido a los grandes logros económicos de nuestra política de puertas abiertas, todos deberíamos permanecer alerta ante las influencias occidentales burguesas. Este caso demuestra lo grave y lo desastrosa que puede ser dicha influencia. Los criminales, a pesar de provenir de familias de cuadros revolucionarios, han caído bajo su influjo. Se trata de un caso importante, camaradas. El pueblo apoya nuestro trabajo, de la misma manera que el Comité Central del Partido. Queremos felicitar al inspector jefe Chen por sus logros. Ha superado grandes dificultades en el curso de su investigación. Desde luego, tanto el cantarada inspector Yu como el comisario Zhang también han realizado un gran trabajo.
– ¿A qué caso se refiere, camarada secretario del Partido Li? -interrumpió Yu presa de una gran confusión-.
– El caso de Wu Xiaoming -dijo Li con tono solemne-. Anoche detuvieron a Wu Xiaoming y a Guo Qiang.
"No es de extrañar que Yu estuviera confundido", pensó Chen. Un día suspendían a los policías y al siguiente detenían a los criminales. La resistencia se había esfumado de la noche a la mañana, como si la solución hubiera brotado de la nada. En la mejor de las hipótesis que Chen había elaborado, Wu habría escapado al castigo hasta después de la muerte de Wu Bing, y ahora resultaba que habían detenido al hijo mientras el padre aún estaba vivo.
– ¿Cómo ha sido? -Yu se había puesto en pie-. No sabíamos nada.
– ¿Quién ha efectuado las detenciones? -inquirió Chen-.
– Seguridad Interior.
– No es su caso -protestó Yu-. Es nuestro… del inspector jefe Chen y mío… y del comisario Zhang también, desde luego, como asesor siempre políticamente correcto. Ha sido nuestro caso desde el primer día.
– El caso es suyo, de eso no hay duda. Todos han realizado un trabajo muy valioso. Seguridad Interior se ha encargado de los últimos pasos por tratarse de un asunto tan delicado -explicó el secretario del Partido Li-. Los problemas especiales requieren soluciones especiales, camaradas, y ésta es una situación muy especial, se lo aseguro. De hecho, la decisión se ha tomado en un nivel muy superior. Todo para velar por los intereses del Partido.
– De modo que a nosotros nos dejan en la sombra -Yu no cejaba-. Todo sea en aras de los intereses del Partido.
El secretario Li todavía no ha terminado, camarada inspector Yu -le recriminó Chen-
Entendía la frustración de Yu, que se veía privado de la satisfacción de cerrar el caso después de tantas tribulaciones. Se merecían la oportunidad de detener a Wu, pero Yu, por supuesto, ignoraba que Seguridad Interior estaba implicada en la investigación desde hacía tiempo. Chen decidió no pronunciarse en ese momento. Aquella evolución imprevista podía acarrear graves consecuencias políticas.
– La brigada de asuntos especiales ha hecho una contribución enorme -continuó el secretario del Partido Li-. El Partido y el pueblo agradecen su trabajo. Ha sido nuestra decisión unánime otorgarles una condecoración de primera clase. Desde luego, eso no significa que nuestro trabajo haya concluido. Todavía queda mucho por hacer. Ahora les dirigirá la palabra el superintendente.
– En primer lugar, quisiera felicitar a los camaradas de la brigada de asuntos especiales, sobre todo al camarada inspector jefe Chen, por su inteligencia y su tenacidad.
– Y por su compromiso -agregó el secretario del Partido Li-, así como por su aguda conciencia de los intereses del Partido.
– Siempre hemos tenido una muy buena opinión del trabajo del camarada inspector jefe Chen -siguió el superintendente-. Ha cumplido bien su tarea como director interino de la Oficina Metropolitana de la Dirección del Tráfico de Shanghai. Ahora podemos alegrarnos de su vuelta a casa. Y, en reconocimiento por sus logros, también como una muestra concreta de la política de jóvenes cuadros del Partido, hemos decidido que el inspector jefe Chen nos represente en la Conferencia Nacional de Oficiales de Policía, que se inaugura mañana en el hotel Guoji. Es un honor bien merecido tras el arduo trabajo que ha realizado. El Comité del Partido también propone que el camarada Yu ocupe el primer lugar en la lista de nuestro Comité de Vivienda. En cuanto al comisario
Zhang, ha contribuido de manera especial, a pesar de su edad, por lo que deseamos transmitirle nuestro más sincero agradecimiento. Finalmente, quiero dar la bienvenida a la reunión de hoy al doctor Xia. Después de los incidentes de Tiananmen el año pasado, ha flaqueado la confianza de algunas personas en el Partido. El doctor Xia ha decidido, por el contrario, expresar al inspector jefe Chen su intención de ingresar en nuestro Partido, motivo por el cual lo hemos invitado en esta ocasión. Camarada inspector jefe Chen, después de la reunión podrá usted ocuparse de los detalles con el doctor Xia y ayudarle a rellenar el formulario de solicitud en virtud de patrocinador de su militancia.
– Sí, me alegro de que se haya hecho justicia, camarada inspector jefe Chen -balbuceó el doctor Xia, que parecía más intimidado que entusiasmado-. Lo felicito por su trabajo.
Chen se giró para mirar al secretario del Partido Li, que asintió con un movimiento de la cabeza. En cuanto acabó la reunión, Chen buscó a Yu. A lo largo de la investigación, se había dado cuenta de que su ayudante, a veces, era muy impulsivo. Habían comenzado a hablar por lo bajo cuando se les acercó el comisario Zhang. Entre las arrugas de su semblante asomaba una expresión indescifrable.
– Todo sea en aras de los intereses del Partido -dijo Zhang-.
– Todo lo que sucede bajo el sol en este mundo -comentó Yu-, o lo contrario, puede explicarse de esa manera, según se considere conveniente.
– Si hemos hecho nuestro trabajo con la conciencia tranquila -terció Chen-, no tenemos que preocuparnos de nada.
– Las influencias burguesas están en todas partes, camaradas -sentenció Zhang-. Ni siquiera es inmune alguien como Wu Xiaoming, un joven cuadro nacido en una familia revolucionaria, así que todos debemos estar siempre precavidos.
– Sí, precavidos ante los calumniadores -respondió Yu-. En realidad…
La conversación volvió a ser interrumpida. Esta vez fue el secretario del Partido Li, que se acercó para apartar a Chen del grupo. Cruzaron hasta el otro lado de la sala de reuniones, junto a las ventanas que miraban sobre la calle Fuzhou y su denso tráfico.
– ¿Qué significa todo esto? -preguntó Chen-.
– Ya sabe lo complicada que es esta situación. El mérito es suyo, pero tenemos que pensar en las posibles consecuencias.
– Es mi caso. Sean cuales fueren, las asumiré.
– Todos sabemos a qué entorno familiar pertenece Wu. Para algunos es fácil ver el caso como una advertencia, o incluso como un golpe contra gente que pertenece a ambientes similares. No como un caso individual, sino simbólico, y usted es el instrumento que ha traído esa desgracia a los cuadros veteranos.
– Entiendo, secretario del Partido Li, pero ya lo he dicho en muchas ocasiones: no tengo nada en contra de los cuadros veteranos.
– Sin embargo, no todo el mundo piensa igual. No se puede saber lo que les pasa por la cabeza. A estas alturas del caso, la publicidad no le hará ningún bien.
– ¿ Y qué hay del inspector Yu?
– No se preocupe por él. Cerraremos el caso como un trabajo colectivo del Departamento. En cualquier caso, no se hablará demasiado de usted.
– Me temo que todavía no entiendo un final tan brusco.
– Ya lo entenderá, se lo aseguro. Usted ha cumplido con su trabajo, deje que ahora se ocupen otros del problema – prosiguió después de una pausa-. Le diré que no se trata sólo de una inquietud de nuestra oficina. Algunos camaradas importantes también la comparten con nosotros.
– ¿ Quiénes?
– No tengo por qué decírselo. Usted lo sabe…, o lo sabrá.
Habría sido inútil seguir preguntándole a Li.
– Le doy mi palabra. Se hará justicia. Usted estará ocupado con la conferencia, aunque le mantendremos informado.
– Gracias, camarada secretario del Partido Li, gracias por todo.
Para el futuro del inspector jefe Chen, el análisis del secretario del Partido Li tenía sentido, si es que todavía anhelaba ese futuro. Salió de la sala de reuniones sin más objeciones. No pudo encontrar al doctor Xia, que quizá no estuviera demasiado motivado para rellenar los formularios de solicitud. Buscó a Yu, pero tampoco tuvo mejor suerte. En su despacho, encontró una breve nota: «Ahora trabajo con Seguridad Interior. Mantendré la boca cerrada, como usted me ha aconsejado, y los ojos abiertos. Yu». Un inspector nunca podía ser demasiado cauto con Seguridad Interior. Más tarde, cuando el inspector jefe Chen se marchaba, se le acercó el sargento Liao.
– ¡Lo felicito! Ha hecho un trabajo estupendo.
– Gracias.
– Nos ocuparemos de que la solicitud de pasaporte de la señorita Wang sea atendida debidamente -añadió en un susurro-.
La señorita Wang… ¡ Oh!
Chen apenas se había acordado de ella en los últimos días, pero otras personas sí. El mismo Liao, que lo había llamado «entrometido que ni siquiera es capaz de cuidar de sus propios asuntos», se ofrecía para ocuparse de los cuestiones de Wang, dando por sentado que a Chen todavía le importaba. Ahora que había recuperado la confianza del Partido, Wang conseguiría su pasaporte. El sargento Liao era un farsante.
– Gracias -dijo estrechando enérgicamente la mano del sargento Liao-.
Pero Wang ya parecía tan lejos como aquella mujer de la que hablaba Li Shangyin:
«El maestro Liu lamenta que el monte Peng esté demasiado lejos. Y yo, mil veces más lejos que las montañas.»
Cuenta la antigua leyenda china que el maestro Liu, un joven de la dinastía Han, se aventuró en el monte Peng, donde había pasado momentos maravillosos con una bella mujer. Al volver a su aldea, ésta había cambiado tanto que Liu no la reconoció. Habían pasado cien años, y Liu nunca volvió a encontrar el camino hasta la montaña. Por eso, aquellos versos solían citarse como el lamento por una pérdida irrecuperable.