CAPÍTULO 4

Después de una comida no demasiado exquisita en la cantina del Departamento, Chen salió a comprar un libro de poemas de Chen Yuyi.

En la calle Fuzhou, cerca de la oficina, habían abierto varias librerías privadas. A pesar de ser pequeñas, tenían un servicio excelente. En la esquina de la calle Shantung, Chen se fijó en un edificio grande de pisos, al parecer el primero de un nuevo conjunto. En la otra acera todavía quedaba un grupo abigarrado de casas pequeñas, vestigios de los años veinte que, a juzgar por lo que veía, no sufrirían cambios en un futuro próximo. Ahí, en medio de esa curiosa mezcla de lo vetusto y lo moderno, Chen entró en una librería. Era un negocio familiar, una tienda minúscula, pero albergaba un surtido impresionante de libros viejos y nuevos. Chen oyó el parloteo de un bebé detrás de una cortina de cuentas de bambú.

No encontró nada de Chen Yuyi. La sección de literatura china clásica constaba de una colección impresionante de novelas de artes marciales de autores de Hong Kong y Taiwan, pero poco más. Cuando estaba a punto de salir, se fijó en una compilación de estudios neoconfucianos, en la que encontró, semioculto debajo de un cartel de una chica en bikini que decía «se vende», un libro escrito por su padre. Se dirigió al mostrador con el libro en la mano.

– Tiene usted buen ojo para los libros -dijo el propietario, que sostenía un cuenco de arroz con repollo-. Son ciento veinte yuanes.

– ¿Cuánto ha dicho? -inquirió Chen-.

– En su tiempo, este libro fue considerado un ataque de la derecha contra el Partido, y en los años cincuenta ya estaba agotado.

– Oiga -dijo Chen agitando el volumen que tenía en la mano-. Este libro lo escribió mi padre y su precio original no era más de dos yuanes.

– ¿ Ah, sí? -dijo el dueño, y se lo quedó mirando un momento-. De acuerdo, se lo dejo por cincuenta yuanes y le regalo el cartel.

Chen se llevó el libro sin aceptar la oferta. La chica de la foto tenía una cicatriz en el hombro desnudo. De algún modo, se acordó de la foto de la mujer que habían encontrado en la bolsa de plástico. Había una o dos fotos del cuerpo en el depósito, con menos ropa que la chica del bikini. Chen recordó que tenía una cicatriz en alguna parte. ¿ O se trataba de otra persona? Estaba confundido.

Empezó a hojear el libro mientras volvía al despacho, algo que su padre no habría aprobado, pero tratándose de un tema como aquel, le resultaba difícil no hacerlo.

Ya de vuelta, Chen decidió prepararse una taza de té gongfu, otra costumbre sibarita que había aprendido del Chino de ultramar. Así, quizá podría concentrarse en la lectura. Cuando acababa de poner un pellizco de hojas en una taza pequeña, sonó el teléfono.

Era el Secretario del Partido Li Guohua. Li no sólo era el funcionario más importante del Partido en la oficina, sino también el mentor de Chen, ya que había introducido en el Partido y no había ahorrado esfuerzos para enseñarle los mecanismos del funcionamiento de la oficina, además de haber contribuido a que ascendiera a su actual cargo. En el Departamento, todos conocían el legendario talento de Li en las luchas políticas, su instinto casi infalible para saber escoger al ganador en los conflictos internos del Partido. Desde que comenzó como joven oficial a principios de los años cincuenta, Li se había abierto camino entre las ruinas de numerosos movimientos políticos, y al final, ascendió hasta llegar a la dirección del Departamento. Por eso, la mayoría veía en la elección de Chen a su sucesor potencial, una jugada maestra, aunque otros la consideraran más bien una apuesta arriesgada. Sin ir más lejos, el comisario Zhao había recomendado a otro candidato para el puesto de inspector jefe.

– ¿Todo va bien con su nuevo piso, camarada inspector jefe?

– Sí, gracias, camarada Secretario del Partido Li. Todo va bien.

– Me alegro. ¿Y el trabajo en la oficina?

– Ayer el inspector Yu se encontró con un nuevo caso: el cadáver de una mujer en un canal del distrito de Qingpu. Como andamos escasos de efectivos, me pregunto si deberíamos o no ocuparnos de ello.

– Pase el caso a otros. Ustedes se encargan de los asuntos especiales.

– Pero fue el inspector Yu quien acudió a la escena del crimen. Quisiéramos ocuparnos de un caso desde el principio.

– Puede que no tenga tiempo para ello. Quería comunicarle una noticia. Su nombre figura en la lista de los asistentes a un seminario organizado por el Instituto Central del Partido en octubre.

– ¡El seminario del Instituto Central del Partido!

– Sí, es una gran oportunidad, ¿no le parece? Lo inscribí en la lista de nombres recomendados hace un mes. Pensé que apuntaba demasiado alto, y hoy me han informado de la decisión. Pediré que le manden una copia de la carta oficial de admisión. Ha llegado muy lejos, camarada inspector jefe Chen.

– Usted me ha ayudado mucho, Secretario del Partido Li. ¿Cómo puedo agradecérselo?

Tras una breve pausa prosiguió:

– Quizá sea un motivo más para que me ocupe del caso. No puedo ser inspector jefe sin ser capaz de resolver algún caso por mi cuenta.

– Bueno, eso depende de usted -dijo Li-, pero también tiene que estar preparado para el seminario. No hace falta que le recuerde la importancia que tendrá este acto para el futuro de su carrera. Le esperan tareas más importantes, cantarada inspector jefe Chen.

Aquella conversación con el Secretario del Partido Li llevó a Chen a iniciar pesquisas antes de tomar una decisión sobre el caso. Bajó a la unidad de vehículos a por una moto para después solicitar en la biblioteca del Departamento que le facilitasen un mapa del distrito.

Era una tarde calurosa, y en los árboles que languidecían en la calle las cigarras se entregaban a una siesta silenciosa. Hasta el buzón de correos en la acera parecía somnoliento. Chen se quitó la chaqueta del uniforme y siguió su camino vestido con sólo una camiseta de manga corta.

El trayecto hasta el canal Baili resultó ser más bien difícil. Tras dejar atrás la zona industrial de Hongqiao, las indicaciones escaseaban. Se detuvo a pedir información en una gasolinera destartalada, pero vio que el único empleado del local dormía la siesta. Un hilillo de saliva se deslizaba hasta el mostrador.

El paisaje se volvió más rural. Las colinas se recortaban en la distancia y una solitaria columna de humo blanco se encumbraba como una ristra de notas musicales desde un tejado que se adivinaba en la lejanía. Según el mapa, el canal no podía estar demasiado lejos. En un recodo nacía un camino que se alejaba serpenteando como si fuera la entrada de un pueblo, y entonces vio a una niña que vendía grandes tazones de té alineados sobre un banco de madera. No debía de tener más de trece o catorce años. Estaba sentada en un taburete bajo y leía un libro. Tenía el pelo recogido en una coleta y atado con un lazo infantil. No había clientes, y Chen se preguntó si alguien se detendría a lo largo del día. Vio unas cuantas monedas que brillaban dentro de un platillo de latón abollado junto a una abultada mochila a sus pies. Por lo visto, no se trataba de una vendedora ambulante que se hubiese propuesto hacer grandes ganancias. Era sólo una niña del pueblo, pequeña e inocente, que en medio de ese paisaje idílico estaba quizá leyendo un libro de poemas y que ofrecía refrescos a los viajeros sedientos que pasaban.

No eran más que pequeños detalles, pero al juntarse componían una imagen parecida a lo que en alguna ocasión había leído en textos de las dinastías Tang y Song:

«Delgada y flexible, quizá tenga trece años;

un brote de cardamomo en los albores de marzo».


– Disculpa -dijo acercándose con su moto. ¿Sabes dónde está el canal Baili?

– ¿El canal Baili? Sí, todo recto, a unos ocho o nueve kilómetros.

– Gracias.

También le pidió un tazón de té.

– Tres feng -dijo la niña sin levantar la mirada de su libro-.

– ¿ Qué lees? -preguntó Chen-.

– Visual Basic.

La respuesta no encajaba con la idea que se había hecho el inspector jefe, pero luego pensó que no tenía por qué sorprenderle, porque él también había asistido a clases nocturnas de aplicaciones de Windows. Comenzaba la época de las autopistas de la información.

– ¡Ah!, programación informática -dijo-. Muy interesante.

– ¿Tú también estudias esto?

– Un poco.

– ¿Necesitas cds?

– ¿Qué?

– Están tirados de precio. Con un montón de programas avanzados: Chínese Star, Twin Bridge, Dragón Dictionary, y todo tipo de fuentes, tradicionales y simplificadas.

– No, gracias -dijo él y sacó un billete de un yuan-.

Seguro que los cds que le ofrecía eran increíblemente baratos. Había oído hablar de productos piratas, pero no quería tener nada que ver con ellos, y menos siendo inspector jefe.

– Creo que no me llega el cambio.

– No importa. Dame lo que tengas.

La pequeña juntó las monedas para entregárselas, y en lugar de dejar el billete de un yuan en el platillo de latón a sus pies, lo metió en su bolso. A su manera, era una adolescente cauta que se ganaba su dinerillo. Después, volvió a zambullirse en el ciberespacio mientras el lazo de su coleta, agitado por la brisa, aleteaba como una mariposa.

A Chen le había cambiado el ánimo.

¡Qué ironía! Sus románticos pensamientos sobre el inocente brote de cardamomo, una solitaria espiral de humo blanco, una inocencia virginal en un paisaje rústico, una colección de poemas…, y un despiste profesional. Sólo después de recorrer otros tres o cuatro kilómetros pensó que, siendo inspector jefe, debería haber hecho algo a propósito del negocio de esos cds. Quizá había estado demasiado ausente, perdido en un "trance poético" y demasiado sorprendido por las realidades del mundo. El episodio le recordó las críticas de sus colegas. El inspector jefe Chen era demasiado "poeta" para ser policía.

Cuando llegó al canal, eran más de las dos. No había ni una sola nube en el horizonte. El sol del atardecer colgaba, solitario, en el cielo azul, encumbrado sobre una escena de desolación que parecía un rincón olvidado del mundo. No se veía ni un alma. En la orilla del canal crecían matojos de hierba y grandes arbustos. Chen se quedó mirando desde la orilla el agua estancada en medio de una mancha de arbustos silvestres. Sin embargo, creyó oír el fragor que llegaba desde el lejano Shanghai.

¿Quién era la víctima? ¿Cómo había vivido? ¿Con quién había estado antes de morir? No esperaba encontrar gran cosa en aquel lugar. Las fuertes lluvias de los últimos días habían borrado todo rastro de pruebas. Chen había pensado que esa visita a la escena del crimen le ayudaría a establecer una especie de relación entre los vivos y los muertos, pero no percibió ninguna señal. Por el contrario, comenzó a divagar pensando en los asuntos del Departamento. Recuperar un cadáver en un canal no tenía nada de extraordinario, al menos para el Departamento de homicidios. Habían tenido casos similares antes y tendrían más en el futuro. No era necesario que un inspector jefe se ocupara de algo así, y menos en ese momento, puesto que debería estar preparándose para un seminario importante.

Tampoco parecía un asunto que pudiera resolverse en un par de días. No había testigos ni pruebas físicas, dado que el cuerpo había permanecido en el agua cierto tiempo. Lo descubierto hasta ahora no aportaba casi nada que permitiera avanzar en la investigación. Seguro que cualquier veterano se habría sacado de encima un caso de este tipo. De hecho, el inspector Yu lo había insinuado, y la brigada de asuntos especiales estaría justificada si desestimase éste. La posibilidad de un fracaso en la solución del enigma no prometía nada bueno y no contribuiría a mejorar su posición en el departamento.

Chen se sentó sobre el saliente de una roca, sacó un cigarrillo medio aplastado y lo encendió. Aspiró el humo y cerró los ojos un instante. Entonces se fijó, al otro lado del canal, en un pequeño lecho de flores silvestres, azules, blancas y violetas, entre el verde brumoso de la maleza. Nada más.

Cuando emprendió el regreso, unas motas nubosas flotaban en el cielo. La niña que vendía té en el recodo del camino ya no estaba. Daba igual, quizá ni siquiera fuera una vendedora ambulante de cds piratas. Tendría alguna copia para vender, y un par de yuanes podían significar mucho para una niña en una aldea rural.

Al regresar al despacho, lo primero que vio fue una copia de la carta oficial de admisión de la que le había hablado el Secretario del Partido Li, pero no sintió al descubrirla la emoción que esperaba.

El informe preliminar de la autopsia llegó a finales de la tarde. No aportaba ninguna novedad interesante. Se calculaba que la muerte se había producido entre la una y las dos de la madrugada del día 11 de mayo. La víctima había tenido relaciones sexuales antes de morir. Las pruebas de ácido fosfato habían detectado esperma, aunque debido al tiempo pasado en el agua, no en cantidad suficiente como para poder identificar otros factores. Resultaba difícil saber si la relación sexual se había consumado contra la voluntad de la víctima, pero en cualquier caso, se confirmaba que había muerto estrangulada. No estaba embarazada. El informe terminaba con la siguiente conclusión: «Muerte por estrangulamiento, además de una posible agresión sexual». La autopsia había sido practicada por el doctor Xia Yulong.

Leído el informe por segunda vez, el inspector jefe Chen tomó una determinación: no decidiría nada por el momento. No tenía por qué ocuparse del caso de inmediato, ni transferirlo a otra brigada. Si aparecía alguna prueba, estaría a tiempo de reclamarlo para que su brigada se haciera cargo del mismo. Si la investigación se estancaba, tal y como suponía el inspector Yu, siempre podría dejarla en manos de otros.

En su opinión, era la decisión correcta. Así que informó a Yu, quien se mostró de acuerdo. Sin embargo, en cuanto colgó el teléfono, tuvo la sensación de que su ánimo se ensombrecía como una pantalla al comienzo de una película, y en esa oscuridad se proyectaron fragmentos de la escena que había visitado esa tarde.

La mujer había quedado tendida, abandonada, desnuda, con su largo y oscuro pelo enroscado en torno al cuello como una serpiente, a la vista de dos extraños, y luego unos hombres uniformados se la habían llevado en una camilla. Horas más tarde pasaba a manos de un médico forense que analizó sus órganos sin demasiado interés y que, antes de enviarla al depósito, se ocupó de suturarla. Mientras tanto, el inspector jefe Chen celebraba una fiesta para inaugurar su nuevo piso, bebiendo, bailando con una joven reportera y hablando de poesía Tang mientras le pisaba los pies descalzos a su pareja.

Sintió lástima por la mujer muerta. Ahora ya no podía hacer nada por ella. Sin más, lo dejó estar.

Llamó a su madre y le contó que había comprado aquel libro a la hora de su descanso para comer a mediodía. Ella se alegró mucho, porque daba la casualidad de que ese título no estaba entre los libros de la colección que guardaba en el ático.

– Pero también deberías haberte llevado el cartel, hijo.

– ¿Por qué?

– Para que la chica pudiera salir de la foto -dijo ella, divertida-. Te habría hecho compañía por la noche.

– ¡Ah!, vale -rió Chen-, Es la misma historia que me vienes contando desde hace treinta años. Hoy estoy ocupado, pero iré a verte mañana, y me la contarás de nuevo.

Загрузка...