CAPÍTULO 37

El inspector jefe Chen no esperaba gran cosa de su reunión del día siguiente por la mañana con el secretario del Partido Li, pero sabía que ya no podía demorarla más. Le quedaban pocas esperanzas de seguir adelante con la investigación. Con o sin pruebas, nadie dudaría, en nombre de los intereses del Partido, en pasar por lo alto las fotografías. Si eso significaba que su andadura en el cuerpo estaba llegando a su fin, Chen estaba preparado sin rencores ni pesares. Como policía, había dado todo de sí, y también como miembro del Partido. Cuando dejara de ser útil, se iría, o le pedirían que se fuera. Quizá había llegado el momento de pasar página. El Chino de ultramar había tenido éxito con El suburbio de Moscú. Dice un antiguo refrán: «Hay que volver a mirar a un hombre al cabo de tres días». En un par de meses, Lu se había convertido en un típico Chino de ultramar, seguro, extrovertido y ambicioso, que lucía un anillo con un diamante, y ahora a Chen le esperaba el puesto de administrador de un restaurante internacional. "No es sólo por ti, viejo amigo, sino también por mí. Es muy difícil encontrar un socio capaz y digno de confianza", recordó el inspector jefe Chen, que había dicho que se lo pensaría. Otra opción sería fundar su propia empresa, por ejemplo una agencia de traductores o de enseñanza de idiomas. En Shanghai se habían creado numerosas empresas mixtas. ¿Quién sabe? Puede que ése fuera su «nicho de mercado», un término económico que había aprendido en sus años de universidad, pero antes tenía que hablar con el secretario del Partido Li. Éste se levantó de su asiento y lo recibió cordialmente.

– Adelante, cantarada inspector jefe Chen.

– Ha pasado casi una semana desde que volví de aquella misión, camarada secretario del Partido Li. Necesito hablarle de mi trabajo.

– Yo también quiero hablar con usted.

– Espero que sea por el caso de Guan.

– ¿Sigue trabajando en él?

– Todavía soy jefe del grupo de asuntos especiales, y no veo nada de malo en seguir adelante, hasta que se anuncie oficialmente mi despido.

– No tiene por qué hablarme así, camarada inspector jefe Chen.

– No es mi intención faltarle el respeto, camarada secretario del Partido Li.

– Bueno, adelante, Ahora, cuénteme su investigación.

– La última vez que hablamos, usted insistió en la necesidad de encontrar el móvil de Wu. Era una cuestión importante. Nos faltaba, pero ahora lo hemos encontrado.

– ¿De qué se trata?

Chen sacó varias fotos de un sobre.

– Son fotografías de Wu y Guan juntos… en la cama, y otras de Wu con otras mujeres. Estaban escondidas en la habitación de Guan, detrás de un cuadro de Deng Xiaoping.

– ¡Maldita sea! -El secretario del Partido Li lanzó un suspiro de aflicción, aunque no dijo palabra sobre aquellas depravaciones-.

– Guan se apoderó de estas fotos, de una u otra manera. Después, debió de utilizarlas contra Wu para chantajearlo y pedirle que se divorciara. Para Wu, el momento no podía ser peor. Figuraba en primer lugar de la lista para asumir el cargo de Ministro de Cultura de Shanghai. En una encrucijada tan decisiva para él, no podía tolerar ninguna intromisión que estropeara sus oportunidades.

– Ya le entiendo.

– El miembro del Comité encargado de la promoción es un antiguo compañero de armas de su malogrado suegro, y su suegra sigue siendo miembro activo en el Comité Central de Disciplina del Partido, de modo que no tenía alternativa: no podía permitirse un divorcio.

– Sí, su análisis tiene sentido, tengo que reconocerlo – devolvió las fotos al sobre-. Aun así, Wu Xiaoming tiene una coartada sólida, ¿no?

– La coartada de Wu se la proporcionó Guo Qiang para echarle una mano.

– Es posible, pero una coartada es una coartada. ¿Qué puede hacer?

– Traer a Guo Qiang. Haremos que cuente la verdad. A estas alturas se justifica una orden de registro, y podemos encontrar nuevas pruebas en casa de Wu.

– En circunstancias normales, sí sería posible, pero con el clima político actual, está totalmente descartado.

– ¿Entonces no podemos hacer nada?

– Usted ha hecho mucho. Sin embargo, en este momento la situación es muy complicada. Tenemos que actuar con cautela. Lo discutiré con otras personas.

– Sí, siempre estamos discutiendo, y entretanto Wu ya ha solicitado un visado para Estados Unidos.

– ¿Está seguro?

– Sí. Wu escapará mientras nosotros estamos aquí discutiendo sin parar.

– Si es culpable, no podrá escapar, camarada inspector jefe Chen -dijo Li con voz pausada-, pero antes hay algo de lo que quiero hablar con usted. Se trata de su próxima misión.

– ¿Otra?

– Ayer se convocó una reunión urgente en el Ayuntamiento acerca del problema del tráfico en Shanghai. Como ha señalado el camarada Deng Xiaoping, se trata de una de las preocupaciones fundamentales de nuestro pueblo. El número de propietarios de coches aumenta, y con las obras y las nuevas construcciones que menudean por todas partes y el bloqueo de calles, la situación cada vez es más grave. El cantarada Jia Wei, director de la Oficina de Control del Instituto Metropolitano del Tráfico de Shanghai, está enfermo desde hace tiempo. Necesitamos a alguien joven y enérgico en ese puesto, así que lo he recomendado a usted.

– ¿A mí?

– Sí, todos están de acuerdo conmigo. Ha sido nombrado director de la Oficina de Control de Tráfico de Shanghai. Es un cargo importante. Tendrá a centenares de personas a sus órdenes.

Chen estaba confundido. Aquello parecía un ascenso, y una posición muy por encima del nivel de un inspector jefe. Normalmente, un puesto como ése se destinaba a un cuadro de categoría diez. Según un viejo proverbio, su promoción lo hacía sentirse como una carpa que salta por encima de un dragón. Por otra parte, habría también un aumento de sueldo. La última moda consistía en tener coche propio, hacer ostentación de la fortuna, del éxito y del estatus social. A medida que se iban sumando nuevos vehículos a los atascos, el Ayuntamiento había impuesto unas normas muy rigurosas para conceder matrículas de coches. Sin embargo, muchos preferían abonar una cantidad considerable a trasmano, además de la tasa oficial, para acelerar los trámites. Dado que los propietarios, en su mayoría, eran unos arribistas arrogantes, estaban dispuestos a pagar para ponerse al volante. Los sobornos a los agentes del Departamento de Tráfico eran ya un secreto a voces.

– Estoy abrumado -Chen intentaba ganar tiempo recurriendo a ese tipo de frases hechas-. Soy demasiado joven para una posición de tanta responsabilidad como ésa, y no tengo ninguna experiencia, ninguna, en ese campo.

– En los años noventa adquirimos experiencia todos los días. Además, ¿por qué no habríamos de recurrir a nuestros cuadros jóvenes?

– Pero yo todavía estoy trabajando en el caso de Guan… Sigo siendo el jefe de la brigada de asuntos especiales, ¿no?

– Se lo repetiré una vez más: nadie dice que esté suspendido de su trabajo aquí. El caso no está cerrado, le doy mi palabra de viejo bolchevique con treinta años en el Partido. Se trata de un nombramiento de emergencia, camarada inspector jefe Chen.

¿Acaso se trataba de una trampa? Sería mucho más fácil acusarlo de mala gestión en ese nuevo puesto. ¿O tal vez lo degradaban haciéndole creer que era un ascenso? Al fin y al cabo, era bastante habitual en la política del país. El nuevo empleo era provisional, y pasado un tiempo, podrían despedirlo sin problemas y, a la vez, relevarlo como inspector jefe. Todo era posible. Afuera, el tráfico seguía fluyendo lentamente por la calle Fuzhou. Un coche blanco cruzó la intersección a toda velocidad. Tomó una decisión repentina.

– Tiene razón, secretario del Partido Li. Si es una decisión del Partido, la acepto.

– Así me gusta -parecía satisfecho-. Hará usted un gran trabajo.

– Haré todo lo que pueda, pero quisiera pedirle algo…, manos libres, nada que se parezca al comisario Zhang. Necesito autorización para hacer cuanto considere necesario. Desde luego, le informaré a usted, secretario del Partido Li.

– Está plenamente autorizado, camarada director Chen. No tiene por qué tomarse grandes molestias para informarme.

– ¿Cuándo empiezo?

– Cuanto antes. De hecho, ya lo están esperando en la Oficina.

– De inmediato, entonces.

Cuando se levantó para salir del despacho, el secretario del Partido Li agregó:

– Por cierto, ayer le telefonearon desde Beijing. Era una mujer joven, a juzgar por la voz.

– ¿Llamó a su número?

– No, por algún motivo tenía acceso a la línea directa de nuestra oficina, algo muy curioso. Fue durante la pausa del almuerzo. No pudimos encontrarle, y luego tuve que asistir a esa reunión en el Ayuntamiento. Su mensaje es: «No te preocupes. Las cosas cambiarán. Volveré a llamarte. Ling». Su número de teléfono es el 987-5324. Si quiere devolverle la llamada, puede usar nuestra línea directa.

– No, gracias. Creo que ya sé de qué se trata.

Chen conocía el número, pero no quería responder la llamada, al menos no en compañía del secretario del Partido Li, siempre tan sensible en materia de política. El acceso de Ling a la línea directa de la oficina hablaba por sí solo, y el número de teléfono de Beijing, también. Era un intento más de su parte para ayudar…, aunque a su manera. Así que, ¿cómo podía estar molesto con ella? Cualquier iniciativa de Ling era por su bien, incluso si ella saliese perjudicada.

– No se preocupe -dijo el secretario del Partido Li cuando el inspector jefe Chen salió de su despacho-.

El inspector jefe Chen ni siquiera tuvo tiempo para preocuparse.

Abajo vio cómo lo esperaba un Volkswagen negro. El chófer, Xiao Zhou, era todo sonrisas. El secretario del Partido Li no había exagerado la urgencia de la misión.

– ¿Buenas noticias?

– No lo sé -dijo Chen-.

– Pues yo sí, ahora vamos a su nuevo despacho. El secretario del Partido Li acaba de decírmelo.

El tráfico era insoportable. Chen pensó en ello y en su nuevo puesto mientras el coche avanzaba a paso de tortuga por la calle Yen'an. Tardaron casi una hora en llegar a la Man sión Cuadrada, situada en la plaza del Pueblo.

– ¡Vaya sitio! Tendrá un coche y un chófer exclusivamente para usted -Xiao Zhou se asomó por la ventanilla antes de que Chen desapareciera-. ¡No se olvide de nosotros!

Su nuevo despacho era una suite de varias salas en la Man sión Cuadrada, en el centro de Shanghai. El Ayuntamiento tenía sus dependencias en el mismo edificio, junto a varios organismos importantes. Habrían escogido una sede tan impresionante para convencer a la gente de la atención que las autoridades prestaban a los atascos en las calles de Shanghai.

– Bienvenido, director Chen -una chica con gafas de marco plateado lo esperaba-. Soy Meiling, su secretaria.

De modo que tenía una secretaria para él solo en la zona de recepción, frente a su espacioso despacho. Meiling no perdió tiempo en ponerlo al día.

– La oficina no depende sólo de la policía de Shanghai, también del Ayuntamiento -le informó Mailing-, de modo que hasta el alcalde viene de vez en cuando a informarse.

– Comprendo -dijo él-, así que hay mucho trabajo.

– Sí, hemos estado terriblemente ocupados. A nuestro antiguo director lo han ingresado de urgencia…, y no nos han preparado para su llegada.

– A mí también me ha sorprendido. De hecho, no sabía nada de este nombramiento hasta hace sólo unas horas.

– Nuestro antiguo director lleva varios meses enfermo -se disculpó Mailing-. Hay un mucho trabajo atrasado.

Por tanto, tendría que familiarizarse con el trabajo cotidiano: leer documentos, asistir a reuniones con funcionarios, revisar informes y hacer llamadas. Varios documentos esperaban su firma. Siguiendo a Meiling, recorrió todo el Departamento. Había varios ordenadores en cada sala, y el conjunto formaba una red de control del tráfico. A pesar de sus clases nocturnas de informática, Chen necesitaría dos o tres semanas para entender el sistema. Las responsabilidades de un director consistían no sólo en organizar a la policía del tráfico, sino también en mantener una estrecha cooperación con la Oficina de Transporte Público y el Ayuntamiento.

Después del recorrido, Chen estaba aún más desorientado. A primera hora de la mañana había decidido dimitir, creyendo que su carrera tocaba a su fin. Ahora estaba sentado ante una mesa impresionante, con un gran ventanal a sus espaldas que dominaba la plaza del Pueblo, y la luz del atardecer brillando sobre la placa de bronce de su título de director, pero no tenía tiempo para pensar en aquellos cambios inesperados. Meiling le entregó una copia del boletín del Departamento.

– Es el último número que acaban de entregarnos.

Estaba dedicado a los casos de infracciones de tráfico. La mayoría de los infractores eran bastante jóvenes, pero a pesar de ello, se exponían a graves sanciones, ya que el tono político del informe parecía serio. Algunos infractores incluso podían ser condenados a diez o quince años de cárcel. Se reclinó en su silla giratoria, a la vez exhausto y emocionado, observando cómo Meiling ordenaba los papeles en un montón sobre la mesa. Su primera secretaria. Era maravilloso. Se sentía intrigado por la experiencia de contar con una presencia femenina en el despacho. Se sentó a trabajar. El día acabó siendo mucho más largo de lo esperado. A las seis comentó a Meiling que podía irse a casa. Cuando llegó el momento de dejar el despacho, eran más de las ocho. Xiao Zhou había acertado: Chen tenía un coche a su disposición. El chófer había llamado a su despacho para saber a qué hora lo necesitaría, pero Chen rechazó el ofrecimiento. Como director de la Ofi cina de Control del Tráfico de Shanghai, se sentía obligado a conocer la situación sobre el terreno.

«Galopando jubiloso con mi caballo en el viento de la primavera, veo todas las flores de Luoyang en un día.»

La decisión de tomar el autobús, en lugar de volver a casa en coche, hizo que tardase una hora más. En la calle Henan el tráfico era tan intenso que el autobús avanzaba paso a paso.

Hacía calor y los pasajeros maldecían en silencio el aire viciado. Él también, sin explicárselo, se sentía cada vez más exasperado, inmerso en la angustia colectiva de la ciudad. Aun así, creía que era para él un deber moral conocer, como un habitante más, el suplicio del tráfico de Shanghai.

Tuvo que llegar a su piso y encender un cigarrillo para ponerse a pensar en los acontecimientos vividos durante el día. Lo normal sería que estuviera ilusionado con su inesperado nombramiento, pero precisamente le turbaba que se hubiese dado de improviso. ¿ Y por qué habrían de escogerlo a él, entre tantas personas, para un puesto tan importante?

«Quien ha padecido una mordedura de serpiente siempre

sentirá temor ante la sombra de una cuerda.»

Sin embargo, aquello no parecía una trampa. Pensó, a propósito de la llamada de larga distancia de Ling, en el último comentario del secretario del Partido Li cuando salió de su despacho. ¿Acaso lo habían ascendido por su familia? Eso era lo que más temía.

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