El domingo por la mañana el inspector jefe Chen tardó más de lo habitual en cepillarse los dientes, aunque intentó en vano quitarse el amargo sabor de boca. No le agradaba el cariz que tomaba la investigación, ni tampoco el programa que le esperaba aquel día: investigar en la Biblioteca de Shanghai.
Ya era una evidencia que Guan Hongying había tenido una aventura con Wu Xiaoming. Por muy trabajadora modelo que fuera, había llevado una doble vida en las Montañas Amarillas con un nombre distinto, al igual que Wu. Sin embargo, no era suficiente para afirmar que su muerte estuviera relacionada con esa aventura clandestina.
Chen estaba decidido a resolver el caso con independencia de las complicaciones que encontrara por el camino. No se merecía ser inspector jefe si no era capaz de superar ese reto. Decidió averiguar algo más sobre Wu Xiaoming a partir de su trabajo artístico. Sabía que el enfoque podía ser engañoso, puesto que según la "teoría impersonal" de T. S. Eliot, la obra de un artista sólo nos podía informar de su técnica, pero aun así, quería intentarlo.
En la sala de lectura de la Biblioteca de Shanghai, no tardó en descubrir que le quedaba mucho más trabajo de lo que pensaba. La lista recibida el día anterior sólo incluía las fotografías de Estrella roja. Para las otras publicaciones, sólo se indicaba el nombre abreviado de la revista y el número total de fotografías reproducidas. Dado que la mayoría no tenían índices anuales, tuvo que revisarlas una por una. Las más antiguas estaban en el sótano, lo cual significaba una larga espera antes de cumplir con su solicitud.
La bibliotecaria era una mujer simpática que iba de un lado a otro dando enérgicos pasos con sus zapatos de tacón, pero muy estricta en cuanto a las normas de la Biblioteca. Sólo podía entregarle los números de una sola revista para cada año. Para cualquier otra consulta, Chen tenía que rellenar otro impreso y esperar media hora más.
Sentado en el vestíbulo, tenía la impresión de estar holgazaneando en un día con mucho trabajo. Cada vez que la bibliotecaria aparecía en el ascensor con un carrito lleno de libros, Chen se levantaba con expectación, pero no había nada para él. Mientras esperaba, se sintió invadido por un cierto desasosiego.
¿Cuánto tiempo había pasado? Estos momentos le trajeron al recuerdo otro verano, otra biblioteca, otra espera llena de ilusiones, otros momentos todavía importantes, aunque diferentes. Los zureos de las palomas que se perdían en el cielo amplio y despejado de Beijing… Cerró los ojos intentando difuminar la visión de ese pasado.
El inspector jefe Chen tuvo que hacer un esfuerzo para volver al presente. A las once y media llegó a la conclusión de que no había hecho casi nada en toda la mañana. Reunió sus notas y salió a comer. La Biblioteca de Shanghai estaba situada en la esquina de las calles Nanjing y Huangpi, una zona conocida por sus elegantes restaurantes. Caminó hasta la puerta norte del parque del Pueblo. Se detuvo ante un joven vendedor de salchichas y bocadillos con su carrito instalado en la acera, bajo una sombrilla de Budweiser, junto a una cafetera importada y una radio emitiendo rock a todo volumen. El bocadillo de pollo que le compró no era barato. Lo acompañó con un café recalentado pero tibio, servido en un vaso de papel; algo bien diferente de su almuerzo en La Ribera en compañía de Wang.
Volvió a la biblioteca y llamó a Wang al Wenhui. Mientras conversaba con ella acerca de sus responsabilidades un domingo como periodista, sonaron varios teléfonos, un par tal vez. Después, cambió de tema.
– Wang, tengo que pedirte un favor.
– La gente nunca va a los templos budistas a no ser que quiera pedir algo.
– Sí, y no se abraza a las piernas del Buda si no está desesperada -sabía que a Wang le gustaban sus réplicas. Una frase hecha por otra-.
– ¿Le toman de las piernas o le toman el pelo? -preguntó ella ahogando una risilla-.
Él le explicó el problema que tenía con su investigación en la biblioteca.
– Con tus contactos quizá puedas ayudarme si no estás demasiado ocupada en este momento, desde luego.
– Lo miraré -dijo ella-. Tengo trabajo, pero no demasiado.
– No demasiado para mí, lo sé.
– ¿Para cuándo lo quieres?
– Bueno, cuanto antes mejor.
– Te telefonearé.
– Estaré en la biblioteca. Llámame al busca.
Volvió a sus lecturas. Sin embargo, durante los veinte minutos siguientes no encontró ni un solo ejemplar con fotografías de Wu, y tuvo que esperar de nuevo. Empezó a leer otras cosas, entre ellas una colección de poemas de Bian Zilin, un brillante poeta modernista. Bian se merecía un reconocimiento mucho mayor del que tenía. Chen apreciaba muy especialmente un poema corto titulado Fragmento.
«Al contemplar la escena desde la ventana, /
te conviertes en la escena de otro.
La luna decora tu ventana /
y tú decoras el sueño de un extraño.»
Lo había leído por primera vez con una amiga en la Bi blioteca de Beijing. Se suponía que era un poema de amor, pero podía decir mucho más, en particular sobre la relatividad de las cosas en la vida.
De pronto sonó su busca. Varios lectores lo miraron. Salió rápidamente al pasillo a devolver la llamada.
– ¿Ya has encontrado algo, Wang?
– Sí, me he puesto en contacto con la Asociación de Fotógrafos. Al estar afiliado, Wu Xiaoming tiene que rellenar un formulario cada vez que publica algo.
– Tendría que haber pensado en ello -dijo Chen-. Eres muy lista.
– Es una pena que no trabaje de detective -enfatizó ella-como esa chica tan guapa en esa película francesa. ¿Cómo se llamaba? Mimi, o algo así. Bueno, ¿y cómo puedo entregarte la lista?
– Puedo ir a tu despacho -aventuró él-.
– No tienes por qué hacerlo. Salgo a visitar una fábrica de separadores en el barrio de Yangpu. Haré un trasbordo con el autobús número 71 en la calle Beijing. Si no hay mucho tráfico, llegaré en unos cuarenta y cinco minutos. Podemos encontrarnos en la parada de autobús.
– ¿La fábrica queda lejos?
– A unos cincuenta minutos más.
– Entonces nos vemos en la parada.
A continuación, Chen llamó al servicio de transporte de la oficina, un privilegio del que pensaba disfrutar por primera vez en el curso de esa investigación. Contestó Xiao Zhou:
– Camarada inspector jefe -dijo-, casi no ha utilizado nuestro servicio hasta ahora. Si todos hicieran lo mismo que usted, nos quedaríamos sin empleo.
Xiao Zhou, un antiguo compañero del Chino de ultramar Lu, se había postulado a un puesto en el Departamento a Principios del año. El inspector jefe Chen había recomendado al amigo de su amigo. No obstante, no era ésa la razón de sus reservas a la hora de utilizar el servicio. En principio, los coches sólo se usaban para cuestiones oficiales de los cuadros superiores. Por su cargo, Chen tenía derecho a un coche. Con la lentitud del tráfico en todas partes, y los autobuses que iban a paso de tortuga, a veces era un privilegio necesario. Sin embargo, sabía que ciertas personas se quejaban de que los mandos superiores solían utilizar el servicio para asuntos personales, pero esta vez pensó que estaba justificado.
– Sé que estás muy ocupado. Lamento tener que molestaros.
– No hay de qué, inspector jefe Chen. Me aseguraré de conseguir el coche más lujoso.
Y era verdad, porque a la entrada de la biblioteca se detuvo un Mercedes 550.
– El superintendente Zhao está en una reunión en Beijing -dijo Xiao Zhou cuando abrió la puerta-.
Así que ¿por qué no? Cuando el coche se detuvo en la parada de autobuses en la calle Beijing, Chen vio la sonrisa de sorpresa de Wang. Abandonó la cola de pasajeros, algunos de los cuales esperaban en cuclillas, mientras otros la miraban con una envidia mal disimulada.
– Sube -invitó Chen asomándose por la ventana-. Te llevaremos hasta la fábrica.
– Vaya, realmente eres un tipo importante -subió y estiró cómodamente las piernas en la cabina espaciosa-. Un Mercedes a tu disposición.
– Sobra decirlo -se giró para mirar a Xiao Zhou-. La camarada Wang Feng es una reportera del periódico Wenhui. Acaba de elaborar una lista muy importante para nosotros, así que le haremos el favor de llevarla.
– Desde luego, tenemos que ayudarnos unos a otros.
– No teníais por qué molestaros -dijo ella-.
– No, eres tú la que se ha dado la molestia -cogió la lista que ella le entregaba-. Veamos. Son… cuatro páginas… con todo perfectamente detallado.
– El fax no estaba tan claro, con los nombres de las revistas abreviados y anotaciones a mano con lápiz o bolígrafo, así que decidí ponerlo en limpio.
– Habrás tardado un buen rato.
– Si te digo la verdad, todavía no he comido.
– ¿En serio? Yo tampoco, sólo un bocadillo esta mañana.
– Deberías aprender a cuidarte, camarada inspector jefe.
– Tiene razón, camarada Wang -terció Xiao Zhou mientras se volvía con una gran sonrisa en los labios-. Nuestro inspector jefe es un maniático del trabajo. De verdad necesita que alguien lo cuide.
– Pues -dijo él sonriendo-, en la esquina de la calle Xizhuang hay un pequeño restaurante de fideos. Creo que se llama La Pequeña Familia. Los fideos están buenos y no es demasiado ruidoso. Podemos hablar de la lista mientras comemos.
– A mí me parece bien.
Xiao Zhou, acompáñanos.
No, gracias -negó enérgicamente con la cabeza-. Acabo de comer. Esperaré afuera y me daré una buena siesta en el coche. Anoche estuvimos jugando una partida de mahjong hasta las tres de la madrugada. ¡Que aprovechen!
El establecimiento había cambiado. Chen lo recordaba como un local familiar de cuatro o cinco mesas. Ahora tenía un aire más tradicional, a la moda. Las paredes estaban revestidas de encina y largos rollos de seda con dibujos, y caligrafía clásica china colgaban de ellas. También había un largo mostrador de caoba decorado con una enorme tetera de latón y un despliegue impresionante de otras más pequeñas y tazas de cerámica.
Enseguida los atendió una camarera joven y atractiva, una chica delgada y de andar ligero, vestida con una falda de seda roja brillante, cuyo corte pronunciado dejaba ver unos muslos aceitunados. Los condujo a una mesa en un rincón.
Él pidió fideos con pollo y una buena ración de cebolleta picada y ella, anguilas fritas, un plato de fideos y una botella de agua Shan Lao. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de la silla, y luego se desabrochó el primer botón de su blusa de seda. Chen observó que no llevaba la alianza en la mano izquierda.
– Te lo agradezco mucho -dijo-.
No examinó la lista. Ya lo haría en la biblioteca. Le tomó la mano a Wang y le dio unos golpecitos.
– ¿ Sabes quién es Wu Xiaoming? -preguntó ella sin retirar la mano-.
– Sí, lo sé.
– ¿Y piensas seguir adelante con la investigación?
– Soy policía, ¿no?
– Un "poli" increíblemente romántico que cree en la justicia -repuso Wang-. Tendrás que andar con mucho cuidado en este caso.
– Lo haré. Ya sé que te inquietas por mí.
Ella le sostuvo la mirada, aunque sin desafiarlo. A esa hora eran los únicos clientes, y sentados en un rincón, parecían encerrados en una burbuja de intimidad.
– Tendrían que haber puesto velas en la mesa -dijo ella-para acompañar tu estado de ánimo.
– ¿Qué te parece cenar en mi casa mañana por la noche? -preguntó Chen-. Pondré velas.
– ¿Una cena para celebrar tu participación en el seminario?
– No, eso es en octubre.
– ¡Vaya!, mucha gente se preguntará qué hace nuestro inspector jefe… cenando a la luz de las velas.
Chen tuvo que reconocer para sus adentros que Wang tenía razón. En ese momento, una aventura con ella no era lo más conveniente.
– ¿Qué sentido tiene ser inspector jefe si no puedo cenar a la luz de la vela con una amiga?
– Pero tú tienes una carrera muy prometedora por delante, camarada inspector jefe. Esa oportunidad no se presenta a todo el mundo.
– Intentaré ser discreto.
– Me temo que venir al restaurante en un Mercedes oficial -replicó-no es la mejor manera de ser discreto.
Al llegar los platos, no hizo falta decir nada. Los fideos estaban tan buenos como él recordaba. La cebolleta en la sopa olía de maravilla. A ella también le había gustado, y se limpió el sudor de la frente con una servilleta de papel rosada. Después, Chen compró un paquete de Kent en el mostrador.
– No son para mí -explicó y se los entregó a Xiao Zhou-.
– Gracias, pero no tiene por qué molestarse, camarada inspector -respondió éste-. Por cierto, el superintendente Zhao se jubilará a fin de año, ¿lo sabía?
– No, pero gracias por la información.
Se sentaron juntos en el asiento trasero. Chen se sentía feliz con sólo sentir el roce de su hombro mientras el coche avanzaba. No hablaron demasiado. Wang dejó que le tomara la mano. Pasaron junto a la cúpula negra del nuevo estadio municipal y luego siguieron bordeando el parque de la Paz. Xiao Zhou les explicó que tenía que tomar ese desvío porque ahora había varias calles por donde se circulaba en una sola dirección. Tardarían mucho más en llegar, pero el inspector jefe Chen no tenía de qué quejarse.
Al cabo de un rato demasiado corto, Wang pidió a Xiao Zhou que se detuviera. Frente a ellos estaba la fábrica de separadores sobre la que debía escribir un reportaje.
– Gracias por haberme traído -dijo Wang-.
– Gracias a ti por la oportunidad de traerte.
Cuando volvió a la Biblioteca, ya eran las tres y media. Le dijo a Xiao Zhou que retornase a la oficina. No tenía ni idea de cuánto tardaría con la nueva lista. Era impresionante, incluía la mayor parte de los periódicos y revistas, conteniendo información detallada con fechas y números de páginas; además, figuraban los premios que había ganado Wu.
La investigación de la tarde fue mucho más productiva. Tres horas de lectura arrojaron toda una revelación: por lo visto, Wu Xiaoming era un fotógrafo bastante prolífico que publicaba sus fotografías en toda la prensa escrita, desde las grandes revistas hasta en las de segundo o tercer nivel. La temática también era variada, si bien se podían clasificar en dos grandes categorías. La primera era política. Gracias a su familia, Wu tenía acceso a numerosas personalidades que no se negaban a que sus fotografías fueran publicadas. Podían ser un símbolo de su permanencia en el poder, y de paso, contribuir a la carrera de Wu. La segunda podía definirse como artística, en la que daba fe de una gran pericia técnica. Wu solía realizar series de fotos en las que abordaba el mismo motivo desde diferentes perspectivas. Al parecer, disfrutaba componiendo esas "secuencias temáticas". Una de ellas era una colección de fotos de Guan publicadas en el vespertino Xingming. Se la veía en el trabajo, en reuniones y en casa. En una aparecía cocinando, con un delantal bordado atado a la cintura y zapatillas rojas. Freía pescado y las gotas de sudor eran visibles en su frente. Desde luego, no se hallaba en su cocina, puesto que era un lugar espacioso y bien iluminado, con una bonita ventana semicircular por encima de la fregadera. La fotografía resaltaba el aspecto delicado y femenino de una trabajadora modelo de rango nacional, lo cual establecía un equilibrio con el resto del reportaje.
Los demás personajes retratados por Wu también eran muy conocidos en sus respectivos ámbitos. A Chen le agradó sobre todo la serie de Huang Xiaobai, un célebre calígrafo. El reportaje lo mostraba mientras trazaba el carácter chino cheng (un trazo horizontal, un punto, un trazo inclinado y otro vertical), como si cada movimiento representara una etapa diferente de su vida que culminase con el carácter que significa «el que dice la verdad».
Para sorpresa suya, encontró una serie de Jiang Weihe, una joven artista emergente que Chen había visto en varias ocasiones. En una de las fotografías se la veía trabajando. Vestía pantalones cortos que dejaban sus piernas al aire, y parecía absorta en su obra: la escultura de un fotógrafo desnudo, sosteniendo una cámara y enfocándole a ella. Se titulaba Creación, una composición original.
También había fotografías para revistas de moda, casi todas de chicas jóvenes y guapas. Los semidesnudos o los desnudos integrales seguían siendo polémicos, pero ya no eran censurados en China. A Chen le sorprendió el tratamiento del tema.
En una pequeña revista provincial llamada Ciudad de las flores, una fotografía mostraba a una mujer desnuda que dormía recostada. La suavidad de sus curvas se difuminaba en el fondo blanquecino formado por la pared y la sábana. La presencia de un lunar en su nuca realzaba el efecto. Por algún motivo, la mujer le pareció familiar, aunque no podía ver su cara. Recordó algo y, frunciendo el ceño, cerró la revista.
Cuando llegó la hora de cerrar la Biblioteca, Chen todavía no había terminado. Pidió prestado el ejemplar de Ciudad de las flores. La bibliotecaria se mostró muy amable y le ofreció reservar las revistas restantes para que pudiera pedirlas al día siguiente sin tener que esperar. Chen se lo agradeció sin estar seguro de poder dedicar otra jornada a la Biblioteca, donde además le costaba concentrarse. Algo indefinible en el ambiente le molestaba. ¿Sería su subconsciente? El inspector jefe Chen no tenía ganas de psicoanalizarse, y menos aún en medio de una investigación.
Aunque pudiese tratarse del hallazgo más importante hasta el momento, Chen no experimentaba ninguna satisfacción especial. La implicación de Wu Xiaoming empezaba a apuntar hacia algo que no había imaginado. Lo llevaría a interrogar a Wu y, muy probablemente, también como representante de los HCS, o sea, las siglas relativas a los «hijos de los cuadros superiores».
Al volver al despacho, llamó a Wang. Por suerte, todavía estaba allí.
– Te agradezco mucho tu ayuda.
– No hay de qué -contestó con una voz que parecía muy cercana-. ¿Has avanzado algo?
– Algo. ¿Estás sola en el despacho?
– Sí, tengo que entregar un trabajo. También he llevado a cabo una investigación paralela sobre tu sospechoso, pero puede que ya sepas muchas cosas sobre él.
– Cuéntame.
– Aunque por su trabajo Wu sólo es un miembro del equipo de Estrella roja en Shanghai, puede que sea mucho más importante. Como todo el mundo sabe, la revista es una especie de portavoz del Comité Central del Partido, por lo que está en relación directa con ciertas personas de las altas esferas, y el hecho de publicar fotografías de las mismas le granjea un trato privilegiado.
– Ya lo sospechaba.
– Además, se rumorea que podría ser ascendido a un nuevo cargo, quizá Ministro de Cultura de Shanghai.
– ¿Qué dices?
– Sí, la gente dice que Wu es a la vez «rojo y experto». Es joven, tiene talento y se graduó en una universidad nocturna. También está en la lista para asistir al mismo seminario que tú.
– Bueno, como dice el viejo refrán -advirtió Chen- «Los enemigos se encontrarán en un sendero estrecho». No es eso lo que me preocupa, sólo que…
– Sólo que… ¿Cuál es el problema? -se anticipó-.
– Digamos que, en una investigación, uno de los elementos importantes es el móvil, siempre tiene que haber un motivo para que las personas hagan algo, pero no consigo dar con él.
– Entonces ¿sin el móvil no puedes proseguir con la investigación?
– Así es -reconoció-. Puede que las pruebas circunstanciales apunten hacia Wu, pero no tenemos una hipótesis convincente para explicar por qué habría actuado de esa manera.
– Quizá deberíamos tomar otro té en La Ribera y seguir hablando del caso -dijo ella-.
– En mi casa, mañana por la noche -dijo Chen-. No has rechazado mi invitación, ¿verdad?
– ¿Otra fiesta?
– No, sólo tú y yo.
– ¿Con velas románticas?
– Si se corta la luz.
– Nunca se sabe -dijo ella-, pero ahí estaré.