CAPÍTULO 17

El lunes por la mañana, el inspector jefe Chen había tenido que asistir a una reunión en el Ayuntamiento. De vuelta al despacho, compró un trozo de tarta de arroz transparente a un vendedor ambulante y la comió sin saborearla.

El inspector Yu no estaba en la oficina. Chen recogió un sobre marrón que habían entregado por la mañana y que contenía una casete con una etiqueta donde se leía:

«Declaración de Lao Guojun en el Departamento de Policía de Shanghai, 15:00, 2 de junio de 1990. Interrogado por el inspector Yu Guangming en presencia del sargento Yin Wei».

Chen puso la casete en el reproductor. El inspector Yu también estaba muy ocupado, y asumía el día a día de todas las tareas de la brigada, incluso los domingos. Por lo visto, la cinta había sido grabada a la misma hora en que Chen y Wang comían en el restaurante de fideos. Comenzó con una introducción de Yu, a la que siguió otra voz con un inconfundible acento ningbo. Chen se dispuso a escuchar la grabación con las piernas sobre la mesa, pero al cabo de un minuto dio un respingo y rebobinó para volver al principio.

«Yu.-Declaración de Lao Guojun, treinta y cuatro años, con domicilio en el número 72 de la calle Henan, distrito de Huangpu, Shanghai. Ingeniero. Ha trabajado diez

años en la Compañía Química del Pueblo. Casado, con una hija de cinco años. ¿Es correcta la información?

Lao.-Sí, es correcta.

Yu.-Quiero que sepa que contribuye a nuestra investigación y que le agradecemos su ayuda.

Lao.-Continúe, por favor.

Yu.-Le haremos algunas preguntas a propósito de Guan Hongying. Fue asesinada el mes pasado. ¿Conoce la noticia?

Lao.-Sí, me he enterado por la prensa. Por eso pensaba que sus agentes vendrían a verme tarde o temprano.

Yu.-Algunas preguntas pueden tener relación con detalles íntimos de su vida, pero nada de lo que diga en esta habitación será usado en su contra. Se considerará confidencial. He hablado con su jefe y él piensa que usted colaborará. También sugirió estar presente durante este interrogatorio. Yo le dije que no.

Lao.-No me queda alternativa. Mi jefe ya ha hablado conmigo. Contestaré a todo lo que me pregunte.

Yu.-Puede hacer una importante contribución al caso para que la persona o las personas responsables del asesinato sean detenidas y castigadas.

Lao.-Es lo que deseo. Haré todo lo que pueda.

Yu.-¿Cuándo conoció a Guan?

Lao.-Hace unos diez años.

Yu.-¿En el verano de 1980?

Lao.-Sí, en junio.

Yu.-¿En qué circunstancias se conocieron?

Lao.-En el piso de mi prima, Lao Weiqing.

Yu.-¿En una fiesta?

Lao.-No, no era exactamente una fiesta. Un amigo de Weiqing conocía a Guan y nos prepararon una cita.

Yu.-En otras palabras, Lao Weiqing y su amigo actuaron como casamenteros. Los presentaron.

Lao.-Bueno, se podría decir así, pero no fue nada formal.

Yu.-¿Cómo fue esa primera reunión?

Lao.-Digamos que Guan me sorprendió. En las citas de este tipo es muy difícil conocer a chicas guapas. Casi siempre las mujeres que a uno le presentan no son nada especial, tienen más de treinta años y poca cultura. Guan sólo tenía veintidós años y era muy atractiva. Era una trabajadora modelo de rango nacional y, además, en aquella época seguía unos cursos por correspondencia. Creo que ustedes saben todo eso. Nunca he entendido por qué se prestó a un encuentro de ese tipo. Podría haber tenido a muchos hombres a sus pies.

Yu.-¿Tuvo alguna impresión más en esa ocasión?

Lao.-Una torpeza enternecedora, inocente, casi ingenua. Era evidente que no estaba acostumbrada a ese tipo de reuniones.

Yu.-¿Era su primera cita?

Lao. No estoy seguro de que lo fuera, pero ella no tenía ni la menor idea de cómo expresarse cuando estaba conmigo. Permaneció completamente muda cuando nos dejaron solos.

Yu. Entonces, ¿cómo fue todo?

Lao. Bueno, ligamos, como se diría vulgarmente, sin que nos habláramos demasiado. La primera vez no estuvimos juntos mucho rato, pero a la semana siguiente fuimos al cine y luego cenamos en el Meilong Zheng.

Yu.-¿La segunda vez también estaba muda?

Lao.-No, hablamos mucho sobre nuestras familias, los años perdidos de la Revolución Cultural y de nuestros intereses comunes. Unos días después asistí a uno de sus actos en el Palacio de la Juventud, sin que ella lo supiera. Parecía una persona totalmente diferente en el escenario.

Yu.-Eso es interesante. ¿Muy diferente?

Lao.-Pues…, cuando estaba conmigo rara vez hablaba de política. Yo quise tocar el tema en un par de ocasiones, pero ella no parecía muy dispuesta a hablar de ello. En público, parecía muy segura de sí misma, manifestando mucha convicción. Yo me alegraba de que no tratara de política conmigo, porque pronto nos convertimos en amantes.

Yu.-¿Amantes? ¿En qué sentido?

Lao.-¿Qué quiere decir?

Yu.-¿ Físicamente?

Lao.-Sí.

Yu.-¿Cuánto tiempo después?

Lao.-Unas cuatro o cinco semanas.

Yu.-Eso es muy rápido.

Lao.-Fue más rápido de lo que yo esperaba.

Yu.-¿Fue usted quien tomó la iniciativa?

Lao.-Ya entiendo lo que quiere decir. ¿Tengo que contestar a ese tipo de preguntas?

Yu.-No puedo obligarlo, camarada Lao, pero si responde nos ayudará en nuestra investigación…, y puede que también me ahorre otra visita a su jefe…

Lao.-Bien. Recuerdo que era un viernes por la noche. Fuimos a bailar al salón oeste de la Asociación de Escritores de Shanghai. Era el primer año que permitían bailar en público. Un amigo mío nos consiguió las entradas. Mientras bailábamos, me di cuenta de que ella se estaba excitando.

Yu.-¿Excitando? ¿De qué manera?

Lao.-Era evidente. Era verano. Se apretaba contra mí. Me di cuenta de que sus pechos…, ya sabe. En realidad, no puedo ser más preciso.

Yu.-¿Y usted también se excitó?

Lao.-Sí.

Yu.-¿Qué pasó después?

Lao.-Volvimos a mi piso con un grupo de amigos. Conversamos y tomamos unas copas.

Yu.-¿Bebió usted mucho esa noche?

Lao.-No, sólo un vaso de cerveza Qingdao. De hecho, compartí el vaso con ella. Lo recuerdo porque después…, después nos besamos. Era la primera vez y ella comentó que teníamos cada uno el olor del otro…, por lo del mismo vaso.

Yu.-Sí, suena muy romántico.

Lao.-Así fue.

Yu.-¿Y después?

Lao.-Los amigos comenzaron a irse. Ella podría haberse marchado con ellos. Ya eran las doce y media, pero se quedó. Fue un gesto magnífico. Dijo que quería ayudarme a recoger.

Yu.-Así que usted estaría sumamente contento con su ofrecimiento.

Lao.-Bueno, le dije que no tocara nada. No era una noche para preocuparse de los platos sucios y las sobras.

Yu.-Supongamos que dijo eso.

Lao.-Ella no quería ni escucharme. Al contrario, empezó a trajinar por la cocina. Lo hizo todo: lavó los platos, barrió el suelo, guardó las sobras y las dejó en un cesto de bambú en el balcón. Dijo que así la comida no se estropearía. En esa época yo no tenía nevera.

Yu.-Muy casera y muy considerada.

Lao.-Sí, era exactamente lo que habría hecho una esposa, y la besé por primera vez.

Yu.-Entonces, ¿se quedó con ella en la cocina todo ese rato?

Lao.-Sí, me quedé mirándola, asombrado, pero cuando terminó, volvimos a la habitación.

Yu.-Continúe.

Lao. Bueno, estábamos solos. Ella no mostró intención de marcharse. Entonces le dije que le quería tomar unas cuantas fotos. Tenía una cámara nueva, una Nikon 300. Me la había comprado mi hermano en Japón.

Yu.-Una bonita cámara.

Lao.-Ella estaba tendida en la cama y comenzó a hablar de cuan pasajera era la belleza femenina. Le respondí que estaba de acuerdo. Ella quería tener algunas fotos que captaran su juventud. Después de unas cuantas, propuse tomarle una envuelta con una toalla blanca. Me sorprendió que me dijera que sí. Me pidió que me girara y empezó a quitarse la ropa.

Yu.-¿Se quitó la ropa delante de usted?

Lao.-No la vi, aunque sí después.

Yu.-Después, claro. ¿Y qué pasó?

Lao.-Pues…, no creo que tenga que preguntar eso.

Yu. Sí, tengo que preguntarlo. Será mejor que nos cuente lo más detalladamente posible lo que sucedió entre ustedes esa noche.

Lao.-¿De verdad es necesario, camarada inspector Yu?

Yu. Comprendo sus sentimientos, pero los detalles pueden servirnos en nuestra investigación. Ya sabe que se trata de un caso de crimen sexual.

Lao.-De acuerdo, si cree que de verdad puedo ayudar.

Yu.-¿ Fue entonces cuando tuvo usted relaciones sexuales con ella?

Lao.-Se insinuó con toda claridad. Fue ella quien dio la señal, una señal inequívoca, así que era lo más natural que yo podía hacer. Usted es un hombre, ¿no? ¿Para qué seguir?

Yu.-Ya le entiendo, pero tengo que pedirle algunos detalles.

Lao.-¿Más detalles? ¡Vaya!

Yu.-¿Era la primera vez para ella o para usted?

Lao.-Para mí no, pero para ella, sí.

Yu… ¿Está seguro?

Lao.-Sí, aunque no se mostró demasiado asustada.

Yu.-¿Cuánto tiempo se quedó esa noche?

Lao.-Toda la noche. En realidad, más. Al día siguiente, temprano, llamó a los grandes almacenes y dijo que no se encontraba bien, por lo que nos quedamos en la habitación casi toda la mañana. Volvimos a hacer el amor. Por la tarde, salimos de compras. Le regalé un jersey blanco de lana con una azalea en el pecho izquierdo.

Yu.-¿Y ella lo aceptó?

Lao.-Sí. Y yo empecé a hablar de matrimonio.

Yu.-¿Y ella cómo reaccionó?

Lao.-Digamos que no parecía dispuesta a hablar de ese tema ese día.

Yu.-Tengo entendido que volvieron a hablar de ello.

Lao.-Yo estaba completamente enamorado, ríase si quiere, y volví a mencionárselo un par de veces. Ella eludió el tema cada vez. Al final, cuando intenté hablar seriamente con ella, me dejó.

Yu.-¿Por qué?

Lao.-No lo sé. Estaba confuso y, como puede imaginar, terriblemente dolido.

Yu.-¿ Discutieron?

Lao.-No, no discutimos.

Yu.-¿ De modo que ocurrió de repente? Vaya, es curioso. ¿Notó una señal antes de que ella hablara del asunto?

Lao.-No, sucedió unas tres o cuatro semanas después de aquella noche…, aquella noche en que estuvimos juntos. En realidad, ella vino varias veces a dormir a mi casa durante aquella época. Once noches en total, contando la primera. Le diré por qué lo recuerdo. Cada vez que dormíamos juntos, yo dibujaba una estrella en la casilla de mi calendario. Nunca discutíamos, y un día, cuando menos me lo esperaba, me dejó sin ningún motivo.

Yu.-Eso es muy extraño, de verdad. ¿Y usted no le pidió una explicación?

Lao.-Sí, pero ella no quiso decir nada. Sólo mencionaba que todo había sido culpa suya, y que lo sentía mucho.

Yu.-Normalmente, cuando una chica se acuesta con un hombre, sobre todo si es virgen, no dejará de insistir para que esa persona se case con ella y la convierta en una mujer casta, por así decirlo, pero ella no, y además decía que era culpa suya. ¿Qué culpa?

Lao.-No lo sé. Le pedí que me lo explicara, pero nunca lo hizo.

Yu.-¿Es posible que hubiera otro hombre?

Lao. No, no creo. No era ese tipo de mujer. De hecho, lo indagué a través de mi prima, quien me dijo que no. Simplemente, Guan se fue sin dar ni un solo motivo. Yo intenté averiguarlo, y al principio, incluso llegué a sospechar que quizá fuese ninfómana.

Yu.-¿Por qué? ¿Había algo anormal en su comportamiento sexual?

Lao. No, sólo que era un poco… desinhibida. Sollozó la primera vez que tuvo un orgasmo. De hecho, después, cada vez que tenía uno, me mordía y gritaba, y yo creía que estaba satisfecha, pero ahora está muerta… No debiera decir nada en contra de ella.

Yu.-La separación debió de ser muy dura para usted.

Lao.-Sí, estaba destrozado, pero poco a poco conseguí sobreponerme. De todas formas, para mí esa historia estaba destinada al fracaso. No era el tipo de mujer a la que habría hecho feliz, y en consecuencia, yo tampoco lo habría sido, aunque a su manera, era una mujer maravillosa.

Yu.-¿Le dijo alguna otra cosa al separarse?

Lao. No, siguió repitiendo que todo era culpa suya, y de hecho, me ofreció quedarse conmigo esa noche si yo quería. Le dije que no.

Yu.-¿Por qué? Se lo pregunto por curiosidad.

Lao.-Si su corazón me abandonaba para siempre, ¿qué sentido tenía gozar de su cuerpo una noche más?

Yu.-Le entiendo, y le diría que tiene razón. ¿Ha intentado volver a verla desde entonces?

Lao.-No, después de que nos separamos, no.

Yu.-¿Ninguna forma de contacto: cartas, postales, llamadas telefónicas?

Lao.-Ella fue quien me dejó. ¿Por qué habría de buscarla? Luego, al convertirse en una celebridad nacional, con grandes fotos en todos los periódicos, me costaba dejar de lado su imagen de trabajadora modelo.

Yu.-Orgullo y egocentrismo masculino, ya veo. Ha sido un asunto difícil para usted, camarada Lao, pero nos ha sido de gran ayuda. Se lo agradezco.

Lao. Esto será un asunto confidencial, ¿no? Verá, ahora estoy casado. Nunca le he hablado de esto a mi mujer.

Yu.-Desde luego. Ya se lo dije al empezar.

Lao.-Cuando pienso en nuestra relación, todavía me siento confundido. Espero que atrapen al asesino. Creo que jamás la olvidaré».

Siguió un largo silencio. Al parecer, la conversación había llegado a su fin si bien Chen volvió a escuchar la voz de Yu.

«Camarada inspector jefe Chen, encontré al ingeniero Lao Goujun a través de Huang Weizhong, el Secretario del Partido de los grandes almacenes Número Uno, ahora jubilado. Según Huang, Guan escribió un informe al Comité del Partido cuando empezaron a verse. El Comité del Partido investigó el pasado de la familia de Lao y descubrió que un tío suyo había sido acusado de contrarrevolucionario y ejecutado durante el Movimiento de Reforma Agraria. El Partido le exigió que pusiera fin a su relación. Era políticamente incorrecto que una modelo de rango nacional emergente y miembro del Partido tuviera relaciones con un hombre con esos antecedentes familiares. Ella estuvo de acuerdo, pero no entregó un informe a Huang sobre su separación de Lao hasta dos meses después, y no dio detalles.

Estoy recopilando más información sobre Lao, pero no creo que sea sospechoso. Al fin y al cabo, sucedió hace muchos años. Lo siento, no puedo quedarme en el despacho esta mañana. Qinqin está enfermo. Tengo que llevarlo al hospital, pero estaré en casa después de las dos o dos y media. Llámeme si necesita algo.»

Chen pulsó la tecla off, se reclinó en su silla y se secó el sudor de la frente. Volvía a hacer calor. Sacó una gaseosa de la pequeña nevera, tamborileó sobre la tapa y volvió a guardarla. Una mosca daba vueltas por la habitación. Al final, se decidió por un vaso de agua fría.

No era lo que se había imaginado. El inspector jefe Chen nunca había creído en el camarada Lei Feng como la mítica encarnación del espíritu altruista del Partido Comunista. Se sintió invadido por una repentina tristeza. Era absurdo que la política hubiera moldeado una vida de esa manera. De haberse casado con Lao, Guan no habría tenido tanto éxito en su carrera política, no se habría convertido en una trabajadora modelo de rango nacional, y sí en una esposa normal y corriente, una mujer que tejería jerséis para su marido, transportaría una bombona de gas sobre su bicicleta, regatearía un céntimo o dos cuando comprara en el mercado, se quejaría como un disco rayado, jugaría con un hijo precioso sentado en su regazo…, pero estaría viva.

La decisión de Guan parecería absurda a principios de los años noventa, pero habría sido muy comprensible a principios de los ochenta. En aquella época, una persona como Lao, con un pariente contrarrevolucionario, quedaba al margen. Habría creado problemas a quien se le acercase. Chen pensó en su propio tío, ese pariente lejano que nunca había visto, pero que había sido determinante para su profesión.

De alguna manera, pues, la decisión del Comité del Partido de los grandes almacenes Numero Uno, por dura que fuera, se había tomado por el bien de ella: Guan debía vivir a la altura de su condición de trabajadora modelo de rango nacional. No era muy sorprendente que el Partido hubiese interferido en su vida privada, pero sí lo era la reacción de Guan. Se había entregado a Lao y luego separado de él sin haberle revelado el verdadero motivo. Según el reglamento del Partido, su acto podría considerarse intolerablemente «libera». Sin embargo, Chen creía que la entendía. Guan era una persona más compleja de lo que imaginaba. Ahora bien, ¿todo aquello que había sucedido diez años antes tendría algo que ver con la vida reciente de Guan? Quizá para ella fue una experiencia tan traumática que no habría vuelto a tener un amante durante años, hasta que conoció a Wu Xiaoming. Además, Guan había sido alguien que se atrevía a actuar pese a permanecer a la sombra de la política. ¿O acaso había algo más?

Chen marcó el número de teléfono de Yu.

– Qinqin está mucho mejor -dijo-. No tardaré en volver al despacho.

– No tiene que venir. Aquí no pasa nada especial. Cuide bien de su hijo en casa -añadió-. He escuchado su cinta, un excelente trabajo.

– He comprobado la coartada de Lao. La noche del asesinato estaba en una conferencia en Nanning con un grupo de ingenieros.

– ¿Su empresa lo ha confirmado?

– Sí. También he hablado con un compañero suyo que compartió la habitación de hotel con él esa noche. Ha dicho que Lao estuvo todo el tiempo en la habitación, de modo que tiene una coartada sólida.

– ¿Lao se había puesto en contacto con Guan durante los últimos seis meses por teléfono u otros medios?

– No, me ha dicho que no. De hecho, Lao acaba de volver de Estados Unidos. Ha estado trabajando en un laboratorio universitario durante un año entero -dijo Yu-. No creo que nos sirva indagar por ese lado.

– Creo que tiene razón -convino Chen-. Han pasado muchos años. Si Lao hubiera querido decir algo, no habría esperado tanto tiempo.

– Sí, ahora Lao trabaja en universidades de Estados Unidos un par de veces al año. Le pagan en dólares, goza de una buena reputación en su campo y es feliz con su familia. En la actual sociedad de mercado, sería Guan y no Lao quien debiera lamentarse por lo que sucedió hace diez años.

– Y, en nuestra sociedad, se diría que Lao es el que ha salido beneficiado de la relación. Ganador en vez de perdedor. Mirándolo bien, Lao no puede lamentarse demasiado de su antigua aventura.

– Exacto. Había algo sorprendente en Guan.

– Sí, es una lástima.

– ¿Qué quiere decir?

– Bueno, para ella fue una cuestión política en aquel tiempo, y ahora, para nosotros también lo es.

– Sí, tiene razón, jefe.

Llámeme si encuentra algo nuevo sobre Lao.

Chen decidió presentar un informe convencional al comisario Zhang, a quien no había informado en los últimos días. El comisario Zhang estaba leyendo una revista de cine cuando Chen entró en su despacho.

– ¿Qué le trae hoy por aquí, camarada inspector jefe Chen? -dejó la revista-.

– Nada bueno, me temo.

– ¿Qué dice?

– El hijo del inspector Yu está enfermo, así que tiene que llevarlo al hospital.

– ¡Ah, sí! Entonces Yu no podrá venir a la oficina hoy.

– Bueno, Yu ha estado trabajando mucho.

– ¿Hay alguna pista nueva?

– Guan tuvo un novio hace unos nueve o diez años, pero obedeciendo a las órdenes del Partido, lo dejó. Yu ha hablado con el antiguo Secretario del Partido Huang, de los grandes almacenes Número Uno, que en aquella época era su jefe, y también con el ingeniero Lao, su antiguo novio.

– Eso no es ninguna noticia. Yo también he hablado con ese Secretario del Partido jubilado. Me contó la historia. Guan hizo lo que debía.

– ¿Sabía usted que… -Chen guardó silencio porque no estaba seguro de la reacción que tendría Zhang ante la versión de Lao-…Guan estuvo muy triste cuando tuvo que separarse de él?

– Era comprensible. En aquel entonces era una mujer joven y quizá un poco romántica, pero hizo lo correcto al obedecer la decisión del Partido.

– Pero podría haber sido una experiencia traumática para

ella.

– ¿Ese es otro de sus conceptos occidentales modernos? -dijo Zhang con tono irritado-. Recuerde que, como miembro del Partido, tenía que velar por los intereses del Partido.

– Bueno, yo sólo intentaba ver el impacto que tuvo en la vida personal de Guan.

– ¿Y el inspector Yu todavía está investigando en esa línea?

– No, el inspector Yu no cree que el ingeniero Lao tenga que ver con el caso. Sucedió hace mucho tiempo.

– Eso mismo pienso yo.

– Tiene razón, comisario Zhang -convino-. ¿Preguntó por qué no había compartido antes la información? ¿Tan preocupado estaba por preservar la imagen puritana de Guan?

– No creo que sea la dirección correcta. Tampoco lo es su teoría sobre el caviar -concluyó Zhang-. Se trata de un caso político, como he dicho en repetidas ocasiones.

– Todo se puede ver como algo relacionado con la política -dijo Chen. Se levantó para salir y se detuvo en el umbral de la puerta-. Pero la política no es lo único.

Al fin y al cabo, una conversación de ese tipo era posible, aunque no demasiado conveniente. El ascenso de Chen había suscitado cierta resistencia. No en vano, sus enemigos políticos elogiaban su aperturismo y sus partidarios se preguntaban si este no era demasiado exagerado.

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