El inspector Yu vaciló antes de pulsar el timbre en forma de buho. Se encontraba en el rellano, desde donde se dominaba el barrio de clase alta, unas cuantas manzanas al norte del parque Hongkou. La puerta de entrada estaba cerrada, así que había tenido que subir por una escalera de hierro en la parte trasera. No se sentía cómodo con el papel que le había tocado en aquel reparto de tareas. Tenía que visitar a Jiang Weihe, una artista emergente, mientras Chen estaba en Guangzhou. Yu no deseaba ir a Guangzhou, pues muy probablemente acabaría siendo un viaje difícil y una búsqueda inútil, pero nunca había tratado con una artista, liang Weihe era precisamente una artista bastante conocida… y lo bastante vanguardista como para posar desnuda ante Wu Xiaoming.
Antes de que tocara el timbre, una mujer le abrió la puerta y se le quedó mirando intrigada. Tenía poco más de treinta años, era alta, bien proporcionada, con un cuello largo y grácil, cintura fina y unas piernas espectaculares. Atractiva, de boca sensual, pómulos marcados y ojos grandes. Llevaba el pelo enmarañado y la suave tez que quedaba por debajo de los ojos estaba tiznada de rímel. Vestía un mono manchado de pintura, ceñido por un cinturón de cuero negro, e iba descalza.
– Lamento interrumpirla en su trabajo -dijo Yu y, haciéndose cargo rápidamente de la situación, le mostró su placa-. Quiero hacerle unas cuantas preguntas.
– ¿Policía?
La mujer apoyó una mano en el marco de la puerta y le lanzó una mirada intensa, sin hacer ademán de invitarlo a entrar. Tenía un aire de madurez y se mostraba segura de sí misma. Hablaba en un tono de voz grave, con un ligero acento de Henan.
– Sí -dijo él-. ¿Podemos hablar dentro?
– ¿Piensa detenerme?
– No.
– ¿Tiene usted una orden judicial o algo así?
– No.
– Entonces no puede obligarme a dejarle entrar.
– Verá, camarada Jiang, sólo quiero hacerle unas cuantas preguntas acerca de alguien que conoce. No puedo obligarla a hablar, pero su colaboración será muy apreciada.
– Por tanto, no puede obligarme.
– Mire, el camarada inspector jefe Chen Cao, que usted conoce, es mi jefe. Me sugirió que, para empezar, le hiciera esta visita en nuestro mutuo interés.
– ¿ Chen Cao…? ¿ Por qué?
– La situación es bastante delicada, y usted es una persona conocida. No sería buena idea darle mucha publicidad…, una publicidad desagradable. Le ha mandado una nota.
– Ya he sido objeto de muchísima publicidad -respondió-. ¿Por qué habría de importarme?
Pero aceptó la nota y la leyó. Luego frunció el ceño, con la cabeza levemente inclinada, mirándose los pies descalzos manchados de pintura. Seguro que estaba trabajando.
– Tendría que haber empezado por mencionar al inspector jefe Chen. Adelante.
El piso era un estudio, pero también servía de dormitorio, comedor y salón. Por lo visto, a Jiang no le importaba demasiado el aspecto de su cuarto, con cuadros, periódicos, tubos de pintura, pinceles y ropa desperdigados por todas partes. Había libros amontonados en las estanterías de la pared en diferentes posiciones y ángulos. En la mesilla de noche Yu vio también varios volúmenes, entre los que asomaba un frasco de esmalte de uñas, y alrededor de la cama, zapatos sueltos tirados de cualquier manera. El resto de los muebles consistía en una mesa de trabajo, unas cuantas sillas de mimbre y una enorme cama de caoba de postes altos. Sobre la mesa había vasos de agua, un par de jarrones con flores marchitas y un cenicero de concha con un cigarrillo a medio fumar. En el centro de la habitación, sobre un pedestal, se erguía una escultura aún no acabada.
– Estoy tomando una segunda taza de café -cogió un tazón de la mesa-¿Desea acompañarme?
– No, gracias.
Ella le acercó una silla, cogió otra para sí misma y la colocó frente a él.
– ¿Preguntas acerca de quién?
– Wu Xiaoming.
– ¿Y por qué yo?
– Él le ha sacado fotos.
– Vaya, se las ha hecho a mucha gente.
– En este caso hablamos de las fotos en… La ciudad de las flores.
– Así que pretende hablar conmigo sobre el arte de la fotografía -se irguió en la silla-.
– Soy un policía normal y corriente, de modo que no tengo interés en hablar de estas fotos en un sentido artístico.
– Eso ya lo entiendo -sonrió irónica-. Como policía, supongo que habrá investigado ciertas cosas.
La sombra debajo de los ojos le daba cierto aire de libertina.
– En realidad, debo decir que ese trabajo lo ha hecho el inspector jefe Chen -dijo él-.
Yu no conseguía entender cómo Chen la había reconocido en la foto.
– ¿Ah, sí?
– Sí, así que supongo que querrá colaborar con nosotros.
– ¿Qué es lo que desea saber de Wu?
– Lo que sepa de él.
– Eso es mucho pedir, pero ¿por qué?
– Creemos que Wu está implicado en un asesinato. Se trata de Guan Hongying, la trabajadora modelo de rango nacional. Trabajamos en una investigación especial.
– Ya entiendo -aunque no se mostraba demasiado sorprendida-. ¿Y por qué no ha venido a interrogarme el inspector jefe Chen en persona?
– Está en Guangzhou. Ha ido a interrogar a una testigo.
– ¿De modo que habla en serio?
– Sí, así es.
– ¿Se habrá informado sobre las relaciones familiares de Wu?
– Por eso necesitamos su ayuda.
El inspector Yu creyó detectar un cambio en el tono de voz de la artista, además de una señal sutil en su lenguaje corporal. Mientras Jiang revolvía lentamente la cuchara en el tazón de café, parecía que estuviera haciendo cálculos.
– ¿Están completamente seguros?
– El inspector jefe Chen ha pedido de manera especial que su nombre no aparezca en el expediente oficial. Dice que usted, que es una mujer comprensiva, sabrá responder.
– ¿ Eso es un cumplido? -Preguntó Jiang y tomó un trago largo de café, que le dejó una línea de crema blanca sobre el labio superior-. Por cierto, ¿cómo está su inspector jefe? ¿Sigue soltero?
– Creo que está demasiado ocupado.
– Tuvo una aventura en Beijing, por lo que he oído. Le destrozó el corazón.
– Yo de eso no sé nada -repuso Yu-. Nunca me ha hablado de ello.
– Yo tampoco sé demasiado. Sucedió hace tanto tiempo… -su sonrisa era enigmática-. ¿Por dónde quiere que empecemos?
– Por el principio, si le parece bien.
– Antes que nada, deje que le aclare algo: todo lo que le pueda contar pertenece al pasado. Conocí a Wu hace unos dos años y nos separamos un año después. Quiero que eso quede bien claro, y no es porque Wu ahora esté implicado en un asesinato.
– De acuerdo -convino Yu-. ¿Cómo lo conoció?
– Vino a verme. Me dijo que le gustaría hacerme unas fotos… para su revista y su periódico, desde luego.
– Supongo que serán pocas las que renuncian a esa oferta.
– ¿Quién diría que no si le ofrecen hacerle fotos? Gratis, y además, para ser publicadas.
– ¿Entonces se publicaron?
– Sí, eran de muy buena calidad. Para ser justos, Wu es un fotógrafo de mucho talento. Tiene un ojo especial y también instinto. Sabe cuándo y dónde disparar. Hay varias revistas que lo persiguen para hacerle encargos.
– ¿Y qué pasó después?
– En realidad, por lo que supe después, su objetivo conmigo no era profesional sino personal. Eso fue lo que me dijo un día mientras comíamos. Y, créalo o no, él también posó para mí. Una cosa llevó a la otra, ya sabe usted qué sucede en estos casos.
– ¿Una relación amorosa?
– ¿Eso qué es? ¿Un eufemismo?
– ¿ Lo es?
– ¿Intenta preguntarme si nos acostamos?
– ¿Fue una relación seria?
– ¿Qué quiere decir con relación seria: si Wu Xiaoming me propuso matrimonio? -Preguntó Jiang-. Entonces no, no era seria, aunque pasamos unos buenos ratos juntos.
– Cada cual tiene sus definiciones, pero digamos que la pregunta es si se veían a menudo.
– A menudo, no. Como editor de Estrella roja, de vez en cuando le asignaban ciertas tareas para ir a Beijing o a otras ciudades, incluso para viajar al extranjero en un par de ocasiones. Yo también estoy muy ocupada con mi trabajo, si bien cuando teníamos tiempo, estábamos juntos. Durante los primeros meses, venía a verme con bastante frecuencia, dos o tres veces por semana.
– ¿De día o de noche?
– Los dos. Rara vez se quedaba a pasar la noche. Tenía coche, el coche de su padre, ya sabe. Le resultaba muy conveniente.
– ¿Alguna vez fue usted a su casa?
– Sólo un par de veces. Es una mansión. Usted habrá estado, ya sabe cómo es -después de una pausa, siguió-. Sin embargo, cuando estábamos juntos, a mí me gustaba hacerlo, de modo que no tenía sentido estar en lugares donde no hubiera intimidad. Aunque pudiéramos encerrarnos en una de las habitaciones, yo no me sentía a gusto con la gente de su casa pasando a cada rato.
– ¿Se refiere a su mujer?
– No, en realidad ella siempre estaba en su habitación, pues está enferma. De todas formas, es la casa de su padre. El viejo estaba en el hospital, pero su madre y su hermana vivían con él.
– ¿De modo que usted sabía desde el principio que era un hombre casado?
– Él no pretendía que fuera un secreto, y me dijo que había sido un error. Creo que era verdad… hasta cierto punto.
– Un error -repitió Yu-. ¿Alguna vez se lo explicó?
– Para empezar, su mujer lleva varios años enferma, demasiado enferma para tener relaciones sexuales con él.
– ¿Alguna otra cosa?
– En aquellos años, puede que el matrimonio fuera una cuestión de conveniencia. Los jóvenes instruidos se sentían solos y la vida en el campo era sumamente dura. Ellos estaban lejos, muy lejos de casa.
– Eso no lo sé -pensaba en los años vividos con Peiqin en Yunnan-, pero ¿usted no tuvo ningún reparo en establecer una relación extramatrimonial?
– ¡Vamos, inspector Yu! Vivimos en una década nueva, una nueva época. ¿Conoce a alguien que siga viviendo como en los libros de Confucio? Cuando una pareja es feliz, nada del exterior puede destruirla -se rascó el tobillo-. Además, yo jamás tuve la ilusión de que Wu se casara conmigo.
Yu pensó que quizá él era demasiado anticuado. Desde luego, así se sentía si se comparaba con la artista Jiang, para quien una aventura podía ser como cambiarse de ropa. Pero también se sentía tentado de imaginársela sin aquel mono que llevaba puesto. ¿Tal vez era porque la había visto en la foto? También se fijó en el lunar oscuro que tenía en la nuca.
– Pero si era tan infeliz en su matrimonio, ¿por qué seguía casado?
– No lo sé -negó con la cabeza-. No creo que un divorcio le conviniera… en términos políticos, quiero decir. He oído que alguien de la familia de su mujer tiene mucha influencia.
– Es verdad.
– También tuve la impresión de que ella todavía le importaba algo, a su manera.
– ¿Qué le hacía pensar eso?
– Me hablaba de ella. Le había ayudado en sus años más duros, como joven instruido de una familia de lacayos del capitalismo. Tuvo lástima de él y lo cuidó mucho, aunque en una ocasión me dijo que podría haberse matado por ella.
– Quizá en su día hubiese sido muy atractiva -comentó Yu-. Tenemos fotos de ella cuando joven.
– Puede que no me crea, pero una de las razones por las que le cobré afecto es que mostraba cierta fidelidad hacia su esposa. No era un hombre que rehuyera sus responsabilidades.
– Puede ser -convino Yu-.Tengo que hacerle otra pregunta. ¿Gana mucho dinero con estas fotos? Con las de su mujer, no, desde luego.
– Como HCS, es probable que sepa cómo conseguir el dinero que necesita. Hay gente que le pagaría bastante bien, por ejemplo, para que su foto se publicase en Estrella roja. No ha de ganarse la vida tomando fotos. Por lo que sé, no tiene problemas de dinero para moverse, y no se porta mal con sus amigos. -»
– ¿Qué tipo de amigos?
– Gente de clase similar a la suya. Lobos de una misma carnada, por así decirlo.
– Una carnada de HCS -gruñó Yu-. ¿Y qué tipo de cosas hacen juntos?
– Montan fiestas en su casa, fiestas locas. "Es una pena no organizar fiestas en una mansión como esa", solían decir.
– ¿Puede darme los nombres de sus amigos?
– Sólo de los que me dieron sus tarjetas en esas fiestas – se volvió hacia una caja de plástico en la estantería-.
– Eso estaría muy bien.
– Aquí las tiene -las desplegó sobre la mesa-.
Yu les echó una ojeada. Una de las tarjetas era de Guo Qiang, el hombre que había confirmado la coartada de Wu para la noche del 10 de mayo. Varias tarjetas tenían títulos impresionantes por debajo del nombre.
– ¿Me las puede prestar?
– Claro. No creo que las necesite.
Yu sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno cuando ella le indicó que podía con un cabeceo.
– Otra pregunta, señorita Jiang. ¿Sabía usted algo acerca de Guan Hongying mientras estuvo con Wu? Por ejemplo, ¿alguna vez la vio en su casa, o Wu la mencionó?
– No, que yo recuerde, no, pero sabía que había otras chicas.
– ¿Por eso rompió con él?
– Puede que usted crea eso, pero no -cogió un cigarrillo del paquete de Yu-. Yo, en realidad, no esperaba nada de esa relación. Él tenía su vida y yo, la mía. Los dos lo habíamos dejado bastante claro. En un par de ocasiones me enfrenté con él por lo de sus otras amigas, si bien él me juró que sólo les tomaba fotos.
– ¿Y usted le creía?
– No, no le creía…, pero… aunque parezca una contradicción, nos separamos por sus fotos.
– ¿Fotos de esas chicas?
– Sí, pero no de ésas…, no eran esos trabajos artísticos que usted ha visto en las revistas.
– Ya le entiendo -dijo Yu-. ¿Cómo las descubrió?
– Fue sin quererlo. Durante una de esas fiestas, yo estaba con él en su habitación cuando tuvo que contestar una llamada en el teléfono de su estudio. La conversación duró un buen rato, y yo, mirando en el cajón de su mesilla, descubrí un álbum de fotos. Eran fotos de chicas desnudas, algo previsible, pero eran mucho más… Eran fotos muy obscenas…, y todas en una variedad de posiciones asquerosas… ¡ Incluso en medio del coito! Reconocí a una de las modelos, una actriz muy conocida que ahora vive en Estados Unidos con un millonario, según me han contado. En esa foto se la ve amordazada, tendida de espaldas con las manos esposadas, y Wu tiene la cabeza metida entre sus pechos. Había varias fotos como esa, horribles, y no tuve tiempo de mirarlas todas. Las había copiado con el formato de las fotos profesionales de moda, pero de nada sirvió que me dijera que eran fotos artísticas.
– ¡Es indignante!
– Aún eran más indignantes las referencias que había escrito en el reverso.
– ¿Qué tipo de referencias?
– Pues… En un episodio de Sherlock Holmes hay un criminal sexual que guarda fotos de las mujeres que ha conquistado junto con las descripciones de sus posiciones, sus secretos y preferencias en la cama, todos los detalles íntimos de las relaciones sexuales que ha tenido con ellas. ¡Vamos, inspector Yu!, seguro que usted conoce bien la historia.
– El inspector jefe Chen ha traducido unas cuantas novelas policíacas occidentales -precisó el inspector Yu un tanto ambiguamente, ya que él mismo nunca había leído la historia-. Puede hablar de eso con él.
– ¿Ah, sí? Creía que sólo escribía poemas.
– ¿Y qué habría querido hacer Wu con esas fotos?
– No lo sé, pero no es un simple don Juan que satisfaga su vanidad mirando las fotos de esos desnudos que ha conquistado.
– ¡Qué hijo de puta! -masculló él, que ni siquiera sabía quién era don Juan-.
– Yo podría vivir con un don Juan, pero esa especie de cinismo, esa sangre fría… me quitó todas las ganas, así que decidí separarme de él.
– Fue una sabia decisión.
– Yo tengo mi trabajo -dijo ella con mirada sombría-. No quería verme envuelta en un escándalo. Ya le he dicho todo lo que sé.
– Es una información muy valiosa. Nos ha sido de gran ayuda, camarada Jiang. Puedo asegurarle que su nombre no saldrá en los archivos oficiales de la investigación.
– Se lo agradezco.
Jiang se levantó y acompañó a Yu hasta la puerta.
– ¿Camarada inspector Yu? -¿Sí?
– Creo que quizá hay algo más que les puede servir, pero tengo que pedirle un favor.
– Si es que puedo.
– Wu y yo nos hemos separado. Aunque le guarde rencor, no debería tirar piedras en el pozo donde se está ahogando, y jamás le diré nada que no haya visto u oído por mí misma, pero conocí a una de las chicas que estaban con Wu cuando nos separamos.
– ¿Quién es?
– Se llama Ning Jing. Cómo la encontró Wu o qué vio en ella, no tengo ni idea. Quizá era sólo un objeto más para el ojo de su cámara, para encuadrar, disparar y luego guardarla en su álbum. Se lo comento porque puede que ella sepa algo de Wu y Guan. Diría que Guan podría ser la chica que la reemplazó.
– Sí, quizá sea una pista importante, camarada Jiang. Lo averiguaré, sin duda. ¿En qué puedo ayudarle yo?
– Si es posible, intente no darle ninguna publicidad. Ése es el favor que le pido. Yo ya he vivido mi dosis de escándalos y alguna que otra columna en la prensa sensacionalista no me haría mucho daño, pero ella es diferente. He sabido que pronto se va a casar.
– De acuerdo, haré todo lo posible. ¿Tiene su dirección?
– Su nombre está en la guía telefónica -cogió un listín-. Deje que se lo mire.
Yu anotó el nombre, dirección y teléfono.
– Gracias, le contaré al inspector Chen lo mucho que nos ha ayudado.
– Salúdelo de mi parte.
– Eso haré. Adiós.
A los pies de la escalera, Yu se giró y la vio todavía descalza y esperando en el rellano, pero no lo miraba a él sino al horizonte, lejos, por encima de los tejados de colores. Una mujer agradable, aunque su filosofía de la vida lo superaba. "Ser diferente como el inspector jefe Chen. Quizá es el precio que uno paga por ser artista", sospechaba el inspector Yu, y a pesar de todo, Chen era un policía competente. Sin embargo, en el caso de Wu Xiaoming, la cuestión tenía que ver con algo más que ser diferente. Yu decidió ir a ver a Ning Jing enseguida.
Jiang Weihe había colaborado, pero sólo después de que él interpretara a la vez los papeles de "poli bueno" y "poli malo" mediante la amenaza de revelar su identidad en el desnudo de la revista y con la nota de saludo de Chen. En el caso de Ning, el inspector Yu no tenía nada de qué valerse. Nada más que la escasa información de Jiang que, pese a lo que había dicho, podía guardarle algún rencor a Ning. La única carta que podía jugar era un farol, una de las tácticas más eficaces cuando se trataba de conseguir que hablara un testigo potencial, sobre todo ante la posibilidad de un escándalo que saltara a la prensa sensacionalista. Una sola llamada a su unidad laboral de parte de la policía de Shanghai bastaría para desatar un mar de rumores, de dedos acusadores, de sacudidas de cabeza, hasta de escupitajos por la espalda y quién sabe qué más. No haría falta abrir una investigación formal para que se convirtiera en sospechosa.
El piso de Ning quedaba en la calle Xikang, cerca de La puerta de la alegría, un club nocturno que había sido rehabilitado y reabierto. Tocó el timbre y le abrió la puerta una mujer joven.
– ¿Qué quiere?
Ning llevaba una camiseta muy grande que le cubría por completo los pantalones cortos. Su edad no era fácil de adivinar. Vestía casi como una adolescente, o quizá era un estilo demasiado moderno para Yu. Tenía ojos grandes y negros, la nariz recta, con el pelo recogido hacia atrás y sujeto con un pañuelo, y labios húmedos, sensuales, incluso un tanto impúdicos.
– Soy el inspector Yu Guangming, de la policía de Shanghai. Tengo que hacerle unas cuantas preguntas.
– ¿Qué he hecho?
– No es acerca de usted, sino de alguien que conoce.
– Enséñeme su identificación -le exigió-. En este momento, tengo que salir.
– No tardaré mucho -repuso Yu enseñando su placa-. Le agradeceríamos su colaboración.
– De acuerdo, pase.
Era un piso pequeño y acogedor, pero tratándose de una joven soltera, algo desordenado. Un edredón arrugado tapaba la cama aún deshecha. Sobre la mesa había un cenicero vacío, aunque sucio. No había cuadros, si bien de la pared colgaban unas cuantas fotos de revistas de coches y estrellas de cine. De debajo de la cama asomaban dos pares de zapatos. Jiang y Ning tenían algo en común: las dos tenían piso propio.
– ¿Qué quiere usted de mí? -preguntó cuando Yu se sentó en una silla de mimbre-.
– Unas cuantas preguntas sobre Wu Xiaoming.
– ¿Wu Xiaoming? ¿Por qué?
– Usted sale con él, ¿no?
– No, sólo me ha tomado unas cuantas fotos para su revista.
– ¿ De verdad?
– Sí, no hay nada más.
– Entonces no le importará contestar a mis preguntas. Si colabora, lo que diga no quedará registrado en los informes.
– ¿Qué está insinuando, camarada inspector?
– Wu está implicado en un caso de asesinato.
– ¡Dios mío!… ¿Qué? -sus ojos oscuros se volvieron aún más grandes-. ¿Cómo?
– Aún no tenemos toda la información -prosiguió-. Por eso agradeceríamos su ayuda.
– Pero yo no puedo ayudarles. Apenas lo conozco.
– Si se niega a colaborar, entonces nos veremos obligados a contactar con su unidad laboral -le previno-. Es la Es cuela Elemental Huanpu, ¿no es así?
– Vaya usted si quiere. Es todo lo que diré -dijo ella-. Se levantó e hizo un gesto hacia la puerta.
La mujer empezaba a irritar a Yu con su dichosa resistencia, y tampoco le agradaba esa manera de llevar a cabo la entrevista. Además, en la silla de mimbre donde se había sentado había un objeto duro que lo hacía sentirse todavía más incómodo frente a ella.
– Pero me temo que hay más. No hablamos de sus fotos en las revistas, sino de las que hay en su álbum. Seguro que usted las conoce mejor que yo.
– ¿A qué se refiere? -preguntó ella con una mueca involuntaria, aunque supo disimularla-. Enséñemelas.
– Le enseñaremos esas fotos a su director, todas y cada una de ellas -amenazó marcándose un farol-. Son fotos nada decentes para una maestra, que también las verán muchas otras personas.
– No tiene derecho.
– Sí, tenemos todo el derecho. Vivimos en la China socialista. Las autoridades del Partido le han pedido a la gente que luche contra la decadencia burguesa de Occidente. Estas fotos serán un buen ejemplo.
– ¿Cómo puede hacer eso?
– Podemos hacer lo que queramos con ellas, porque son pruebas en una investigación criminal. También tenemos una testigo que declarará acerca de su relación con Wu. Si usted se propone obstruir nuestra investigación, no nos quedará otra alternativa.
Ning se había puesto totalmente rígida, sentada al borde del sofá, con las piernas muy juntas. Ahora, además de sonrojarse, pequeñas gotas de sudor se le acumulaban a lo largo de la raya del pelo, a pesar de sus esfuerzos por conservar la calma.
– ¿Qué quiere que haga? -dijo finalmente con un leve temblor de pánico en la voz-.
– Cuéntenos todo lo de su relación con Wu, incluyendo los detalles como en un folletín.
Yu se dio cuenta del sarcasmo que imprimía a su voz. "No tiene sentido hacerle pasar un rato tan amargo", se dijo.
– ¿Por dónde quiere que empiece?
– Por el principio de todo.
– Fue hace cosa de un año, creo. Wu vino a verme como fotógrafo de Estrella roja. Me preguntó si podía tomarme unas fotos. Me dijo que tenía la cara típica de una profesora de instituto y que estaba trabajando en un proyecto para la revista Pueblo.
– Una cara típica de profesora de instituto -repitió Yu-
– No es un gran cumplido, aunque él tenía su manera de perseguir a la gente.
– ¿Así que las fotos se publicaron?
– Sí, pero en realidad eso no le interesaba mucho, según me contó después. Sólo quería conocerme.
– El sucio truco de siempre, y todas caían igual.
– Sin embargo, tenía talento y cumplía su palabra. Esas fotos en Pueblo me ayudaron en mi posición en el instituto. Después, nos conocimos más a fondo.
– ¿Y se convirtió en una aventura?
– Sí, empezamos a salir.
– ¿Usted no sabía que él estaba casado?
– Al principio no lo sabía, y él nunca intentó ocultarlo. La tercera o cuarta vez que salimos me contó lo de su matrimonio y me explicó que no era feliz. Me hacía cargo: con una mujer enferma y neurótica… Lo que más le importaba, me decía, eran los ratos que pasábamos juntos, así que yo creí que a lo mejor con el tiempo podríamos llegar a algo.
– ¿Fue él quien dio el primer paso en su relación sexual?
– ¿Tengo que contestar a esa pregunta? -Ning se retorcía las manos-.
– Sí. Si contesta ahora, se ahorrará el mal trago más adelante.
– Bueno, Wu me invitó a una fiesta en su casa, y al final, me pidió que me quedara un rato. Acepté. Estaba un poco bebida.
– Entonces ¿él se aprovechó de usted mientras estaba bebida? •
– No, no me forzó -dejó caer la cabeza apretándose las manos con un gesto de impotencia-. Yo estaba dispuesta, esperando que tarde o temprano cambiara de opinión.
– ¿Que cambiara de opinión?
– Sí, yo esperaba que Wu decidiera casarse conmigo y divorciarse de su mujer.
– ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
– Un par de meses.
– ¿Usted se sentía feliz… a su lado?
– Al principio, cuando las cosas iban bien.
– ¿Con que frecuencia se veían?
– Dos o tres veces por semana.
– ¿ Qué tipo de hombre era… sexualmente, quiero decir?
La pregunta sorprendió a Ning. Tirando de su camiseta con un gesto nervioso, habló con un hilo de voz.
– Normal.
– ¿Y usted no tenía miedo de quedarse embarazada?
– Sí, pero siempre me cuidaba.
– ¿Y por qué puso fin a la relación?
– Decidió que no se divorciaría de su mujer.
– ¿Discutió con él a propósito de ese tema?
– Sí, pero no sirvió de nada.
– Podría haberlo denunciado… o haber informado a su unidad laboral.
– ¿De qué habría servido? -una lágrima rodó por su mejilla-. Con su familia, ¿quién me hubiera prestado atención? Además, tal como estaban las cosas, yo estaba en tercera fila.
– ¿Así que dejó que se saliera con la suya?
– Discutí con él, y reaccionó de la forma más espantosa. Esas fotos… Usted las ha visto, ¿no? Me amenazó con mostrarlas a otras personas si seguía molestándolo.
– ¡El muy cabrón! Un auténtico HCS -Yu se levantó, miró por encima de la cabeza de Ning hacia el cielo gris y triste más allá de la ventana, sacó un cigarrillo y lo encendió antes de volver a sentarse en la dura silla de mimbre-. ¿Y cómo pudo dejar que le tomara esas fotos?
– Yo había posado para él como profesional -sollozó- Más tarde, dejé que tomara otras… más íntimas. Tenía su propio laboratorio y su equipo, así que no me preocupaba. Pero esas horribles fotos de desnudos las tomó mientras yo dormía, y posó encima de mí sin que yo lo supiera.
Ya entiendo.
Eso significaba que las fotos no eran sólo de Ning, sino de ella y Wu juntos. Yu necesitaba un momento para pensar en ese nuevo dato. Al parecer, Wu tomaba las fotos y las guardaba con el propósito de deshacerse de una mujer cuando ya no la deseaba.
– ¿Y así acabó su relación? -preguntó Yu-.
– Sí, nunca más volvió a llamarme.
– Sólo una pregunta más. ¿Wu Xiaoming estaba viéndose con otra persona cuando usted se separó de él?
– No estoy segura, pero había otras chicas en esas fiestas.
– ¿Conoció entre ellas a una persona llamada Guan Hongying?
– No. Guan Hongying… ¿Se refiere a la trabajadora modelo de rango nacional? ¡Dios mío!
Yu sacó una foto de Guan que llevaba en el bolsillo.
– ¿La reconoce?
– Sí, me parece que sí. La vi una vez en casa de Wu. La recuerdo porque estuvo colgada de él toda la noche, pero yo no sabía su nombre en aquel entonces. Wu no se la presentó a nadie.
– No es muy sorprendente. ¿Sabe algo más acerca de ella?
– No, nada más -Ning hurgó en su bolso y encontró un pañuelo-.
– Póngase en contacto conmigo si se le ocurre algo, camarada Ning.
– Eso haré. ¿No se lo contará a nadie más?
– Puede estar tranquila.
Ella lo acompañó a la puerta con la cara bañada en lágrimas y la cabeza gacha. Ya no se parecía en nada a la antagonista hostil de hacía una hora, y tiraba con gesto nervioso de su camiseta demasiado grande. El inspector Yu había tenido éxito con su farol y disponía de información que no esperaba. No obstante, aquello no lo entusiasmaba demasiado, ya que a su manera, Ning también era una víctima. Volvió cansinamente sobre sus pasos. En lugar de aclarar el rompecabezas, los hechos recién descubiertos parecían añadirse a su complejidad: "¡Ese HCS es un monstruo! Tantas mujeres en su vida… Hasta en sus momentos más íntimos con una mujer, no se había olvidado de tomar aquellas fotos para su objetivo último. Pero ¿qué sentido tenía conquistar a tantas si no veía futuro con ninguna de ellas? ¿Por qué?" En la vida de Yu, sólo había una mujer: Peiqin, pero Yu era un hombre feliz gracias a ella.
¿Había una mujer en la vida del inspector jefe Chen? Según Jiang, sí años antes en Beijing. Yu no sabía nada de aquello, aunque se decía que en los últimos tiempos se le veía a menudo en compañía de una mujer. Sin embargo, según el Comité de Vivienda, no había nadie. De lo contrario, era evidente que Chen habría intentado servirse de ello al postularse para un piso. Incluso Jiang parecía tener una debilidad por el inspector jefe. Al menos, había cambiado bruscamente de actitud después de leer su nota. El hecho de que Chen la hubiera reconocido en la foto también lo intrigaba. Sólo aparecía su espalda desnuda. ¿Acaso era el lunar en la nuca lo que le desvelaba su identidad? ¿Era posible que hubiera algo entre ellos? "¡Ojalá me equivoque!", pensó Yu enseguida, puesto que ahora veía a Chen como un amigo. Ya era hora de que el inspector jefe sentara cabeza, si bien no con alguien tan moderna como Jiang.