Habían pasado varios días desde la fiesta de inauguración del piso. A las nueve de la mañana, con un ejemplar de El Diario de Shanghai en las manos, Chen tenía la sensación de que las noticias lo estaban leyendo a él, cuando tenía que ser al revés. Se había enfrascado en la lectura de un reportaje sobre una partida de go entre un chino y un japonés, con una ilustración en miniatura de un tablero donde se mostraban los movimientos de las piezas blancas y negras, cada una de las cuales ocupaba una posición muy importante, más allá de lo que podía apreciarse a simple vista. No era más que una distracción de último momento antes del aburrido trabajo de oficina, cuando sonó el teléfono de su mesa:
– Camarada inspector jefe, es usted un alto funcionario muy importante -era Wang, tan burlona como siempre-. Como dice el viejo refrán «Los hombres importantes tienen una memoria defectuosa».
– No, no digas eso.
– Estás tan ocupado que te olvidas de tus amigos.
– Sí, he estado muy ocupado. Pero… ¿cómo podría olvidarme de ti? No. Lo que me pasa es que tengo mucho trabajo. Y, por si fuera poco, también ese nuevo caso, ya sabes, el que se presentó aquella noche de la fiesta. ¿Te acuerdas? Discúlpame por no haberte llamado antes.
– Nunca digas «discúlpame» -dijo Wang cambiando de tema antes de acabar la frase-. Tengo buenas noticias para ti.
– ¿De verdad?
– En primer lugar, tu nombre figura en la lista del decimocuarto seminario del Instituto Central del Partido en Bei jing
– ¿Cómo te has enterado de eso?
– Tengo mis contactos. Eso significa que tendremos que hacer otra fiesta para celebrar tu nuevo ascenso.
– Sería demasiado precipitado. Aunque, pensándolo bien, ¿qué te parecería comer conmigo la semana que viene?
– Cualquiera sospecharía que he llamado para que me invites a comer.
– Pues te contaré una cosa. Anoche, mientras llovía, estaba leyendo a Li Shangyin:«¿ Cuándo volveremos a estar juntos / a la luz de una vela mirando por la ventana de poniente / para charlar de las lluviosas noches en la colina de Ba?», y te eché mucho de menos.
– Ya estás otra vez con tus exageraciones poéticas.
– No, Te doy mi palabra de policía. Es la pura verdad.
– Y una segunda buena noticia para nuestro inspector jefe poeta -dijo ella volviendo a cambiar de tema-. Xu Baoping, el editor jefe de nuestra sección de arte y literatura, ha decidido publicar un poema tuyo… Creo que se titula Milagro.
– Sí, Milagro. Me parece fantástico.
Sin duda se trataba de una noticia emocionante. Un poema en Wenhui, un periódico de alcance nacional, podía llegar a muchos más lectores que otro publicado en una pequeña revista. Milagro se inspiraba en la entrega de una mujer policía a su trabajo. Quizá el editor lo había escogido por una cuestión de conveniencia política, pero a Chen eso no le quitaba la alegría.
– En la Asociación de Escritores de Shanghai son muy pocos los que saben que trabajo como inspector de policía. No tiene sentido hablarles de eso. Seguro que dirían «¿Cómo un hombre que atrapa a asesinos también pretende atrapar a las musas?».
– No me sorprendería.
– Gracias por tu sinceridad -apostilló Chen-. Todavía no he decidido cuál es mi verdadera profesión.
El inspector jefe Chen intentaba no sobreestimar su talento poético, aunque los críticos decían haber encontrado en su trabajo una mezcla de sensibilidades: la de la poesía china clásica con un ápice de moderna complacencia con lo occidental. De vez en cuando se preguntaba en qué tipo de poeta se habría convertido si hubiera podido dedicarse por completo a crear y escribir. Sin embargo, aquello no era más que una fantasía tentadora. En las últimas dos o tres semanas había tenido tanto trabajo durante el día que por la noche se encontraba siempre demasiado agotado para escribir.
– No, no me malinterpretes. Yo creo en tu visión poética. Por eso he enviado Milagro a Xu. «La lluvia ha empapado / el cabello que cae sobre tus hombros». Lo siento, creo que son los dos únicos versos que recuerdo. Me sugiere más la idea de una sirena en una película de dibujos animados que la de una mujer policía de Shanghai.
– Ya, visión poética. Pues te contaré un secreto. Me has servido de inspiración en muchos poemas.
– ¿Qué dices? Eres realmente intratable -le espetó ella-. ¿Nunca te cansas?
– ¿Insinúas que voy a tirar la toalla?
– Recuerdo que la última vez -repuso riendo-observé que en tu piso nuevo no te lavaste las manos antes de cenar.
– Una razón más para invitarte a comer y demostrarte mi inocencia -dijo él-.
– Siempre estás demasiado inocentemente ocupado.
– Pero nunca estaré demasiado ocupado como para no poder comer contigo.
– No estoy tan segura. Para ti nada es tan importante como uno de esos casos, ni siquiera bailar conmigo.
– ¡Ay!, ahora eres tú la intratable.
– Venga, nos veremos la próxima semana.
Chen se alegró de que Wang lo hubiera llamado. No se podía negar que ella también había pensado en él. En caso contrario, ¿por qué se habría interesado en la noticia del seminario? Parecía que Wang estaba entusiasmada. En cuanto al poema, era posible que hubiera intervenido en su favor para que lo publicaran. Además, era siempre agradable conversar con ella de esa manera tan ingeniosa, cierto que un tanto informal, pero íntima en el fondo.
Era verdad. Chen había estado muy atareado. El Secretario del Partido Li le había hablado de diversos temas que podía presentar en el seminario del Instituto Central del Partido. Tenía que acabar de redactarlos en dos o tres días, ya que Li quería que alguien los revisara en Beijing. Según el viejo Li, estarían invitados los principales dirigentes del Partido, entre ellos el ex Secretario General del Comité Central. Una presentación exitosa llamaría la atención en las altas esferas. Como consecuencia, el inspector jefe Chen había dejado la mayor parte del trabajo en manos del inspector Yu.
Curiosamente, la llamada de Wang volvió a recordarle la imagen de la mujer muerta. Se había avanzado poco en el caso. Ninguno de sus esfuerzos por conocer la identidad de la mujer había conducido a pistas concretas, y decidió volver a conversar con Yu.
– Sí, han pasado cuatro días -dijo Yu-. No hemos hecho gran cosa. No tenemos pruebas, ningún sospechoso, ninguna hipótesis.
– ¿Y todavía no hay denuncias de personas desaparecidas?
– Nadie que coincida con su descripción.
– La última vez usted descartó la posibilidad de que fuera alguien del barrio. ¿No podría ser una de esas chicas de provincia que vienen a Shanghai? -preguntó Chen-. Como aquí no tienen familia, puede pasar mucho tiempo antes de que alguien denuncie una desaparición.
Con el auge de la construcción y con la creación a diario de nuevas empresas, las llamadas "provincianas" constituían una mano de obra barata. Muchas eran chicas jóvenes que llegaban buscando trabajo en algún hotel o restaurante nuevo.
– También he pensado en eso -contestó Yu-. Pero ¿se fijó usted en sus uñas cuidadas y pulidas? Un trabajo de manicura muy profesional, y las uñas de los pies también.
– Quizá trabajaba en uno de esos hoteles de lujo.
– Le contaré algo, camarada inspector jefe. Hace un mes vi un cuadro de Cheng Shifa -Yu sacudió la cabeza-. Es un cuadro de una joven dai que va caminando por uno de esos escarpados senderos de las montañas de Yuannan. Sus pies blancos brillan por debajo de su falda verde. Pues verá, uno de mis colegas en Yuannan se casó con una chica dai y, pasado algún tiempo, me contó lo impresionado que había quedado al ver que, en realidad, sus pies eran callosos y con cortes.
– Puede que tenga razón, camarada inspector Yu Chen no estaba demasiado contento con la manera en que éste le dio su opinión-, pero si ella hubiera trabajado mucho tiempo en uno de esos hoteles extranjeros, si se hubiera transformado por completo, por así decirlo, tal vez hubiera sido posible, ¿no le parece?
– Si fuera así, ya tendríamos una denuncia. Esos extranjeros saben gestionar sus negocios y ocuparse de sus empleados. Mantienen un contacto muy estrecho con la policía.
– Cierto -asintió-, pero tenemos que hacer algo.
– Sí, ¿pero qué?
La conversación lo dejó sumido en una vaga inquietud. ¿Era verdad que lo único que podían hacer era esperar? Volvió a sacar, una vez más, la foto ampliada de la joven muerta. Aunque la imagen no era clara, se veía que había sido una mujer atractiva. ¿Cómo era posible que nadie echara en falta a una mujer como ella después de casi una semana? Tendría que haber alguien que se inquietara por su suerte: amigos, colegas, padres, hermanas y hermanos, quizá amantes alarmados por su ausencia. Ningún ser humano, y mucho menos una mujer joven y atractiva, podía estar tan solo que nadie notara su ausencia una semana después de desaparecido. Chen no lo entendía.
También existía la posibilidad de que hubiera dicho que se iba de vacaciones o de viaje de negocios. En ese caso, podría pasar mucho tiempo antes de que alguien empezara a preguntarse dónde estaba.
Chen tenía un vago presentimiento acerca de ese caso, como si le esperara algo complicado, como si trazara un paralelismo con su experiencia de escritor.
Una mirada fugaz de un rostro velado en una entrada de metro en Beijing, el aroma de flor de jazmín de una taza de té o el ritmo de un ruido cualquiera en un ático mientras un tren se alejaba en la oscuridad de la noche, y él sentía que estaba a punto de escribir un maravilloso poema. Al final, podía tratarse de una pista falsa, y entonces acababa tachando fragmentos de versos que no le convencían. En este caso ni siquiera tenía pistas tan poco seguras, tan sólo una cierta intuición. Abrió la ventana. El canto de las cigarras llegó hasta él en cálidas olas. «Zhiliao, zhiliao, zhiliao…» El sonido le recordaba a la palabra china "comprensión".
Antes de salir a una reunión, llamó al doctor Xia, quien había analizado el cadáver de la víctima.
– Doctor Xia, tengo que pedirle un favor -dijo-.
– En lo que pueda servirle, camarada inspector jefe Chen.
– ¿Recuerda a la joven que encontraron en el canal dentro de una bolsa de plástico? Si no me equivoco, el número del caso es el 736. Creo que aún no se han llevado el cuerpo, e incluso puede que también esté la bolsa de plástico. Compruébelo. Y otra cosa todavía más importante: escríbame una descripción de la víctima, pero no un informe, sino una descripción detallada del ser humano y no del cadáver. Quiero algo vivido, concreto y específico que despeje incógnitas como qué aspecto habría tenido en vida. Sé que tiene mucho trabajo, doctor Xia, pero se lo ruego, hágalo como un favor personal.
El doctor Xia, amante de la poesía clásica china, sabía que Chen escribía poemas caracterizados por el denominado estilo modernista, y respondió:
– Entiendo lo que me pide, pero no puedo prometerle que mi descripción será tan vivida como una obra modernista, incluyendo todos los detalles posibles, desagradables o no.
– No me juzgue tan mal, doctor Xia. Últimamente he incorporado algo del lirismo de Li Shangyin en mis versos. Le enseñaré unos cuantos la próxima vez que salgamos a comer. Yo invito, desde luego.
Después, durante la reunión política habitual, cuyo tema giró en torno al estudio de las Obras escogidas del camarada Deng Xiao Ping, Chen se dio cuenta de que había comenzado a divagar y que era incapaz de concentrarse en el libro que tenía en las manos.
La respuesta del doctor Xia llegó más rápido de lo que esperaba. A las dos de la tarde recibió un fax de dos páginas con la nítida caligrafía del doctor Xia.
«Se puede decir lo siguiente sobre esta mujer que le ha andado rondando el pensamiento día y noche.
1. Tenía treinta o treinta y un años, medía un metro sesenta y dos, y pesaba unos cincuenta kilos. Tenía una nariz recta, una boca pequeña, ojos grandes y cejas sin depilar. Una buena dentadura, regular, incluso blanca. De complexión casi atlètica. Sus pechos, pequeños y caídos, pero de pezones grandes. Con su cintura delgada, sus piernas largas y bien torneadas, y las caderas curvas. Puede que haya sido una mujer impresionante… "tan bella que los peces y las ocas se sumergirían avergonzados".
2. Probablemente, dedicaría bastante tiempo a su perfilado físico. Su piel era suave y tersa, como resultado posible del uso cotidiano de lociones y cremas. Tenía un pelo negro y brillante. Ni una sola cana. No tenía callos en los pies ni en las manos. Ni una marca, ni imperfección. Tenía los dedos de los pies de y manos muy bien cuidados.
3. En el informe de la autopsia he puesto de relieve los siguientes aspectos: nunca había tenido hijos, ni sufrido un aborto. No tenía cicatrices de operaciones, ni marcas de otro tipo.
4. Había tenido relaciones sexuales poco antes de su muerte. Es posible que la hubieran violado, pero apenas se observaban magulladuras en el cuerpo, con la excepción de una ligera abrasión en la clavícula, quizá a causa de un apasionado acto sexual. En las uñas no había rastros de sangre, suciedad o piel, y el pelo no estaba enmarañado. Al menos, no se resistió demasiado cuando le quitaron la ropa. No llevaba puesto un diu.
5. Había comido unos cuarenta minutos antes de morir: chuletas de cerdo, puré de patatas, judías verdes y caviar».
Después de leer el breve informe, Chen elaboró una nueva descripción de la víctima y adjuntó una fotografía de ella. La envió por fax a varias unidades de trabajo importantes y pidió que se hicieran cientos de copias para el inspector Yu, quien se encargaría de colocarlas en lugares públicos, como tablones de anuncios en las tiendas o en las paradas de autobús, donde la gente pudiera verla. Fue lo único que se le ocurrió hacer.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que obtuviera una respuesta?, ésa era la pregunta.