30

En cuanto las dos chicas se quedaron solas en la habitación, Yasmin se echó a llorar.

– ¿Qué pasa? -preguntó Jill.

Yasmin señaló su ordenador y se sentó.

– La gente es horrible.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Te lo enseñaré. Es muy malo.

Jill cogió una silla y se sentó junto a su amiga. Se mordió una uña.

– ¿Yasmin?

– ¿Qué?

– Estoy preocupada por mi hermano. Y a mi padre también le ha ocurrido algo. Por eso mi madre me ha vuelto a dejar aquí.

– ¿Se lo has preguntado a tu madre?

– No me lo quiere decir.

Yasmin se secó las lágrimas, sin dejar de teclear.

– Siempre quieren protegernos, ¿eh?

Jill no sabía si Yasmin estaba siendo sarcástica o hablaba en serio o un poco de todo. Yasmin volvía a mirar la pantalla. Señaló algo.

– Espera, aquí está. Fíjate.

Era una página de MySpace titulada «¿Varón o hembra? La historia de XY». El fondo estaba lleno de gorilas y monos. Bajo películas favoritas aparecían El planeta de los simios y Hair. La canción por defecto era la de Peter Gabriel Shock the Monkey. Había vídeos del National Geographic, todos sobre primates. Uno era de YouTube y se llamaba Dancing Gorilla.

Pero la peor parte era la foto por defecto, una foto escolar de Yasmin con una barba pintada.

– No me lo puedo creer -susurró Jill.

Yasmin se echó a llorar otra vez.

– ¿Cómo lo has encontrado?

– La bruja de Maria Alexandra me ha mandado el enlace. Lo ha mandado a la mitad de la clase.

– ¿Quién lo ha colgado?

– No lo sé. Ojalá lo supiera. Me lo ha mandado como si sufriera por mí, pero casi podía oírla reír, ¿sabes?

– ¿Y lo ha mandado a más gente?

– Sí. A Heidi y a Annie y…

Jill meneó la cabeza.

– Lo siento.

– ¿Lo sientes?

Jill no dijo nada.

La cara de Yasmin se puso roja.

– Alguien tiene que pagar por esto.

Jill miró a su amiga. Antes Yasmin era tan buena. Le gustaba tocar el piano, bailar y reírse con películas tontas. Ahora Jill sólo veía rabia en ella. La asustaba. En los últimos días se habían deteriorado tantas cosas. Su hermano había huido, su padre estaba metido en algún lío, y ahora Yasmin estaba más furiosa que nunca.

– ¿Niñas?

Era el señor Novak que las llamaba desde abajo. Yasmin se secó la cara. Abrió la puerta y gritó:

– ¿Sí, papá?

– He hecho palomitas.

– Bajamos enseguida.

– Beth y yo hemos pensado llevaros al centro comercial. Podemos ir al cine o podéis jugar en la galería de juegos. ¿Qué os parece?

– Ahora bajamos.

Yasmin cerró la puerta.

– Mi padre necesita salir de casa. Está de los nervios.

– ¿Por qué?

– Ha ocurrido algo muy raro. Se ha presentado la mujer del señor Lewiston.

– ¿En tu casa? No es posible.

Yasmin asintió, con los ojos muy abiertos.

– Bueno, yo creo que era ella. No la había visto nunca, pero conducía su asqueroso coche.

– ¿Y qué ha pasado?

– Han discutido.

– Ay, Dios mío.

– No he oído nada. Pero ella parecía muy cabreada.

Desde abajo se oyó:

– ¡Las palomitas están listas!

Las dos niñas bajaron. Guy Novak las estaba esperando. Tenía una sonrisa tensa.

– En el IMAX ponen la nueva película de Spiderman -dijo.

Sonó el timbre.

Guy Novak se volvió. Se puso más tenso.

– ¿Papá?

– Ya voy -dijo.

Fue hacia la puerta. Las dos chicas le siguieron, a cierta distancia. Beth ya estaba allí. El señor Novak miró por la pequeña ventana, frunció el ceño y abrió la puerta. Había una mujer en la puerta. Jill miró a Yasmin. Yasmin negó con la cabeza. Aquella mujer no era la esposa del señor Lewiston.

– Buenos días -dijo el señor Novak.

La mujer miró por detrás de él, vio a las niñas y volvió a mirar al padre de Yasmin.

– ¿Es usted Guy Novak? -preguntó la mujer. -Sí.

– Me llamo Loren Muse. ¿Podemos hablar un momento en privado?


Loren Muse se quedó en la puerta.

Vio a las dos niñas detrás de Guy Novak. Probablemente una era su hija, y la otra quizá era de la mujer que estaba detrás de todos. Enseguida vio que la mujer no era Reba Cordova. Parecía estar bien y muy tranquila, pero nunca se sabe. Muse la siguió mirando, buscando alguna señal de que estuviera bajo coacción.

No había señales de sangre o violencia en el vestíbulo. Las niñas parecían tímidas, pero aparte de esto parecían estar bien. Antes de llamar al timbre, Muse había apretado la oreja contra la puerta. No había oído nada raro, sólo a Guy Novak gritando algo de unas palomitas y el cine.

– ¿De qué se trata? -preguntó Guy Novak.

– Creo que sería mejor que habláramos a solas.

Enfatizó la expresión «a solas», esperando no tener que dar más explicaciones. Novak no picó.

– ¿Quién es usted? -preguntó.

Muse no quería identificarse como agente de las fuerzas del orden con las niñas delante, así que entró un poco, miró a las niñas y después a él intensamente a los ojos.

– Creo que sería mejor en privado, señor Novak.

Finalmente él captó el mensaje. Miró a la mujer y dijo.

– Beth, ¿te llevas a las niñas a la cocina y les das palomitas?

– Claro.

Muse las observó saliendo del salón. Intentaba entender a Guy Novak. Parecía un poco crispado, pero algo en sus modales indicaba que estaba más irritado por su inesperada llegada que realmente asustado.

Clarence Morrow y Frank Tremont, junto con algunos policías del pueblo, estaban cerca. Estaban echando un vistazo disimuladamente. Existía una pequeña esperanza de que Guy Novak hubiera secuestrado a Reba Cordova y la tuviera retenida aquí, pero con el paso de los segundos eso parecía cada vez menos probable.

Guy Novak no la invitó a pasar.

– ¿Y bien?

Muse le enseñó brevemente la placa.

– No fastidie -dijo él-. ¿Le han llamado los Lewiston?

Muse no tenía ni idea de quiénes eran los Lewiston, pero decidió seguir por ahí. Hizo un gesto vago con la cabeza.

– No me lo puedo creer. Lo único que hice fue pasar por delante de su casa. Sólo eso. ¿Desde cuándo es ilegal?

– Depende -dijo Muse.

– ¿De qué?

– De sus intenciones.

Guy Novak se subió las gafas por la nariz.

– ¿Sabe lo que ese hombre le hizo a mi hija?

Muse no tenía ni idea, pero fuera lo que fuera, estaba claro que había alterado a Guy Novak. Eso la complació, le serviría.

– Escucharé su versión -dijo.

Él se puso a parlotear sobre algo que un profesor había hecho a su hija. Muse le observó la cara. Igual que en el caso de Neil Cordova, no tuvo ninguna sensación de que estuviera actuando. Despotricó sobre la injusticia de lo que le habían hecho a su hijita, Yasmin, y de que el profesor hubiera salido impune.

Cuando se paró a respirar, Muse preguntó:

– ¿Qué piensa su esposa de esto?

– No estoy casado.

Muse ya lo sabía.

– Ah, creí que la mujer que estaba con las niñas…

– Beth. Es una amiga.

Muse esperó que dijera algo más.

Él respiró hondo y dijo:

– De acuerdo, he captado el mensaje.

– ¿El mensaje?

– Doy por supuesto que los Lewiston me han denunciado. Mensaje recibido. Hablaré del asunto con mi abogado.

Aquello no los llevaba a ninguna parte, pensó Muse. Era el momento de cambiar de rumbo.

– ¿Puedo preguntarle otra cosa?

– Supongo.

– ¿Cómo reaccionó la madre de Yasmin?

El hombre entornó los ojos.

– ¿Por qué me lo pregunta?

– No es una pregunta absurda.

– La madre de Yasmin no participa mucho en la vida de su hija.

– Aun así. Un problema tan gordo como éste…

– Marianne nos abandonó cuando Yasmin era pequeña. Vive en Florida y ve a su hija cuatro o cinco veces al año, como mucho.

– ¿Cuándo fue la última vez que estuvo aquí?

Él frunció el ceño.

– ¿Qué tiene eso que ver…? Espere, ¿puedo volver a ver su placa?

Muse la sacó y esta vez él la miró con atención.

– ¿Es del condado?

– Sí.

– ¿Le importa que llame a su oficina y verifique que es legítima?

– Adelante. -Muse sacó una tarjeta del bolsillo-. Tenga.

Él la leyó en voz alta.

– Loren Muse, investigadora jefe.

– Sí.

– Jefe -repitió-. ¿Es que es usted amiga personal de los Lewiston o algo así?

De nuevo Muse se preguntó si Guy Novak estaba actuando magistralmente o era sincero.

– Dígame cuándo vio por última vez a su ex esposa.

Él se frotó la barbilla.

– Creía que había dicho que se trataba de los Lewiston.

– Responda a mi pregunta, por favor. ¿Cuándo fue la última vez que vio a su ex esposa?

– Hace tres semanas.

– ¿Por qué estuvo aquí?

– Vino a ver a Yasmin.

– ¿Habló con ella?

– La verdad es que no. Pasó a recoger a Yasmin. Prometió devolverla a una hora concreta. Normalmente Marianne respeta estas cosas. No le gusta pasar mucho tiempo con su hija.

– ¿Desde entonces ha hablado con ella?

– No.

– Mmm… ¿Sabe dónde se aloja normalmente cuando viene?

– En el Travelodge cercano al centro comercial.

– ¿Sabía que hacía cuatro noches que estaba alojada allí?

Pareció sorprendido.

– Dijo que se iba a Los Ángeles.

– ¿Cuándo se lo dijo?

– Recibí un mensaje de correo de ella, creo que fue… no lo sé, ayer.

– ¿Puedo verlo?

– ¿El mensaje? Lo borré.

– ¿Sabe si su ex esposa tenía novio?

Algo parecido a una mueca burlona se dibujó en la cara del hombre.

– Estoy seguro de que tenía varios, pero no puedo decirle nada concreto.

– ¿Algún hombre de la zona?

– Tenía hombres en todas las zonas.

– ¿Algún nombre?

Guy Novak sacudió la cabeza.

– Ni lo sé ni me importa.

– ¿Por qué está tan resentido, señor Novak?

– No sé si «resentido» sigue siendo la palabra adecuada. -Se quitó las gafas, frunció el ceño mirando la suciedad de los cristales e intentó limpiarlos con la camisa-. Quería a Marianne, pero ella no lo valía. Siendo compasivo, se podría decir que es autodestructiva. Este pueblo la aburría. Yo la aburría. La vida la aburría. Era una esposa infiel en serie. Abandonó a su hija y después no fue más que un cúmulo de decepciones. Hace dos años Marianne prometió a Yasmin llevarla a Disney World. Me llamó el día anterior para anular el viaje. Sin motivo alguno.

– ¿Paga pensión para ella o para la niña?

– No. Tengo la custodia.

– ¿Su ex esposa sigue teniendo amigos en la zona?

– Lo dudo mucho, pero no estoy seguro.

– ¿Qué me dice de Reba Cordova?

Guy Novak se lo pensó.

– Eran buenas amigas mientras Marianne vivió aquí. Muy íntimas. Nunca entendí por qué. Esas dos mujeres no podían ser más diferentes. Pero bueno, sí, si Marianne mantiene el contacto con alguien de aquí, seguramente es con Reba.

– ¿Cuándo vio por última vez a Reba Cordova?

El hombre miró hacia arriba y a la derecha.

– Hace bastante. No sabría decirle, quizá en una fiesta de principio de curso o algo así.

Si sabía que su ex había sido asesinada, pensó Muse, era un tipo muy frío.

– Reba Cordova ha desaparecido.

Guy Novak abrió la boca, y después la cerró.

– ¿Y cree que Marianne ha tenido algo que ver?

– ¿Y usted?

– Es autodestructiva, pero la palabra clave es «auto». No creo que haga daño a nadie, exceptuando a su familia, claro.

– Señor Novak, me gustaría mucho hablar con su hija.

– ¿Por qué?

– Porque creemos que su ex esposa ha sido asesinada.

Lo dijo sin más y observó su reacción. Fue lenta. Fue como si las palabras flotaran hacia él una por una y le llevara tiempo oírlas y asumirlas. Estuvo unos segundos sin reaccionar. Se quedó quieto, mirándola. Después hizo una mueca, como si no lo hubiera entendido bien.

– No… ¿Cree que ha sido asesinada?

Muse miró hacia atrás y asintió. Clarence se acercó a la puerta.

– Encontramos un cadáver en un callejón, vestido como una prostituta. Neil Cordova cree que puede ser su ex esposa, Marianne Gillespie. Señor Novak, necesitamos que acompañe a mi colega, el detective Morrow, a la oficina del forense para que pueda ver el cadáver. ¿Me comprende?

– ¿Marianne está muerta? -dijo Novak en tono aturdido.

– Creemos que sí, pero por eso necesitamos su ayuda. El detective Morrow le acompañará a ver el cadáver y le hará algunas preguntas. Su amiga Beth puede quedarse con las niñas. Yo también me quedaré. Quiero preguntar algunas cosas a su hija sobre su madre, si le parece bien.

– De acuerdo -dijo. Y esto le liberó de muchas sospechas. Si se hubiera puesto a carraspear y a dudar, habría sido otra cosa. El ex marido siempre es un buen candidato. No es que Muse estuviera del todo segura de que no estaba implicado. Podría ser que hubiera topado con otro gran actor de la categoría de De Niro o Cordova. Pero también lo dudaba. En cualquier caso, Clarence le interrogaría.

– Señor Novak, ¿está listo? -preguntó Clarence.

– Debo decírselo a mi hija.

– Preferiría que no lo hiciera -dijo Muse.

– ¿Disculpe?

– Ya le he dicho que no estamos seguros. Le haré unas preguntas, pero no le diré nada. Eso dejaré que lo haga usted si es realmente necesario.

Guy Novak asintió con expresión aturdida.

– Entendido.

Clarence le cogió del brazo y con su voz más amable, dijo:

– Vamos, señor Novak. Por aquí.

Muse no se quedó mirando cómo Clarence acompañaba a Novak hasta el coche. Entró en la casa y fue a la cocina. Las dos niñas estaban muy serias fingiendo comer palomitas.

Una de ellas preguntó:

– ¿Quién es usted?

Muse sonrió forzadamente.

– Me llamo Loren Muse. Trabajo para el condado.

– ¿Dónde está mi padre?

– ¿Eres Yasmin?

– Sí.

– Tu padre está ayudando a uno de mis agentes. Volverá enseguida. Pero ahora necesitaría hacerte unas preguntas, ¿de acuerdo?

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