3

Al principio no había habido ningún mensaje instantáneo o correo realmente dañino o sospechoso. Pero esto cambió de repente tres semanas después.

Sonó el intercomunicador en el cubículo de Tia.

– Ven a mi oficina enseguida -dijo una voz áspera.

Era Hester Crimstein, la gran jefa de su bufete. Hester siempre convocaba a sus subordinados personalmente, nunca lo delegaba a su ayudante. Y siempre parecía un poco mosqueada, como si ya tuvieras que saber que deseaba verte y debieras materializarte mágicamente sin hacerle perder el tiempo a ella con el intercomunicador.

Hacía seis meses, Tia había vuelto a trabajar de abogada para el bufete de abogados de Burton y Crimstein. Burton había muerto hacía años. Crimstein, la afamada y muy temida abogada Hester Crimstein, estaba muy viva y en forma. Era internacionalmente conocida como especialista en temas penales e incluso tenía un programa propio en el canal de telerrealidad truTV con el ingenioso nombre de Crimstein contra el Crimen.

Hester Crimstein gritó por el intercomunicador con su brusquedad habitual:

– ¡Tia!

– Voy.

Tia guardó el informe de E-SpyRight en el cajón de arriba y bajó por el pasillo de despachos acristalados con vistas a un lado, el de los socios séniores, y cubículos sin ventilación al otro. Burton y Crimstein tenía un sistema de castas con una soberana al mando. Había socios séniores, sin duda, pero Hester Crimstein no permitía que ninguno de ellos añadiera su nombre a la cabecera.

Tia llegó al espacioso despacho de la esquina. La ayudante de Hester apenas levantó la cabeza cuando ella pasó por delante. La puerta del despacho de Hester estaba abierta. Casi siempre lo estaba. Tia se paró y golpeó la pared junto a la puerta.

Hester paseaba arriba y abajo. Era una mujer menuda, pero no parecía pequeña. Parecía compacta y fuerte y más bien peligrosa. A Tia no le parecía que paseara en realidad, sino que acechara. Desprendía calor, una sensación de poder.

– Necesito que hagas una deposición en Boston el sábado -dijo sin preámbulos.

Tia entró en el despacho. Los cabellos de Hester siempre estaban encrespados y los llevaba teñidos de un color rubio apagado. Lograba dar la sensación de estar al mismo tiempo hostigada y totalmente serena. Algunas personas exigen atención, Hester Crimstein era como si te agarrara de las solapas, te sacudiera y te obligara a mirarla a los ojos.

– Claro, por supuesto -dijo Tia-. ¿De qué caso?

– Beck.

Tia lo conocía.

– Éste es el expediente. Llévate al especialista en informática. El chico de la postura espantosa y los tatuajes que dan pesadillas.

– Brett -dijo Tia.

– Sí, ése. Quiero que revise el ordenador personal de este hombre.

Hester le entregó el expediente y siguió paseando.

Tia lo miró.

– Es el testigo del bar, ¿no?

– Así es. Coge un avión mañana. Vete a casa y estúdialo.

– De acuerdo, como quieras.

Hester paró de caminar.

– ¿Tia?

Tia estaba hojeando el expediente. Intentaba centrarse en el caso, en Beck, en la deposición y en la posibilidad de ir a Boston. Pero el maldito informe de E-SpyRight no paraba de darle la lata. Miró a su jefa.

– ¿Estás pensando en algo? -preguntó Hester.

– Sólo en esta deposición.

Hester frunció el ceño.

– Bien. Porque este tipo es un montón de mierda mentirosa. ¿Me comprendes?

– Mierda mentirosa -repitió Tia.

– Sí, señora. Está claro que no vio lo que dice que vio. No es posible. ¿Me entiendes?

– ¿Y quieres que lo demuestre?

– No.

– ¿No?

– Más bien lo contrario.

Tia frunció el ceño.

– No te entiendo. ¿No quieres que demuestre que es un borrico mentiroso?

– Así es.

Tia se encogió de hombros.

– ¿Te importa explicarte?

– Me encantaría. Quiero que te sientes con él, le sonrías y le hagas millones de preguntas. Quiero que te pongas algo ajustado y más bien corto. Quiero que le sonrías como si fuera una primera cita y todo lo que diga te pareciera fascinante. No debe haber escepticismo en tu tono. Todo lo que diga es una verdad evangélica.

Tia asintió.

– Quieres que hable con total libertad.

– Sí.

– Lo quieres todo grabado. Toda la historia.

– También, sí.

– Para poder desmontar su versión en el juzgado.

Hester arqueó una ceja.

– Y con el famoso estilo Crimstein.

– De acuerdo -dijo Tia-. Entendido.

– Pienso servir sus pelotas para desayunar. Tu tarea, siguiendo con la metáfora, es comprar los víveres. ¿Puedes hacerlo?

El informe del ordenador de Adam: ¿cómo debería hacerlo? Primero llamar a Mike. Juntarse, leerlo y decidir qué hacer a continuación…

– ¿Tia?

– Sí, puedo hacerlo.

Hester dejó de caminar. Dio un paso hacia Tia. Era un palmo más bajita, pero a Tia no se lo parecía.

– ¿Sabes por qué te he elegido para esta tarea?

– Porque soy graduada en la Facultad de Derecho de Columbia, soy una gran abogada y en los seis meses que llevo aquí no me has dado ni un solo trabajo que no pudiera hacer un macaco.

– Pues no.

– Entonces, ¿por qué?

– Porque eres mayor.

Tia la miró.

– No me refería a esto. ¿Cuántos años tienes? ¿Cuarenta y tantos? Yo te llevo al menos diez años. Pero el resto de mis abogados júnior son crios. Querrían portarse como héroes. Creerían que pueden demostrar lo que valen.

– ¿Y yo no?

Hester se encogió de hombros.

– Si lo haces, te despido.

No había nada que decir, de modo que Tia mantuvo la boca cerrada. Bajó la cabeza y miró el expediente, pero su cabeza no paraba de volver a su hijo, su maldito ordenador y aquel informe.

Hester esperó un instante. Lanzó a Tia la mirada que había desmontado a más de un testigo. Tia le sostuvo la mirada intentando que no la afectara.

– ¿Por qué elegiste este bufete? -preguntó Hester.

– ¿La verdad?

– Preferentemente.

– Por ti -dijo Tia.

– ¿Debería sentirme halagada?

Tia se encogió de hombros.

– Me has pedido la verdad. La verdad es que siempre he admirado tu trabajo.

Hester sonrió.

– Sí. Sí, soy el no va más.

Tia esperó.

– Pero ¿por qué más?

– Esto es más o menos todo -dijo Tia.

Hester negó con la cabeza.

– Hay algo más.

– No te entiendo.

Hester se sentó en su silla. Indicó a Tia que hiciera lo mismo.

– ¿Quieres que me explique otra vez?

– De acuerdo.

– Elegiste este bufete porque lo dirige una feminista. Pensaste que entendería que te hubieras tomado unos años para cuidar a tus hijos.

Tia no dijo nada.

– ¿Acierto?

– Hasta cierto punto.

– Pero mira, el feminismo no tiene nada que ver con ayudar a una compañera. Se trata más de proporcionar un plano de igualdad. De dar a las mujeres opciones, no garantías.

Tia esperó.

– Tú elegiste la maternidad. No deberían castigarte por eso.

Pero tampoco debería hacerte especial. En cuestión de trabajo perdiste esos años. Te saliste de la fila. Y no puedes volver al mismo sitio. Un plano de igualdad. Y si un hombre dejara el trabajo para cuidar a sus hijos, le trataríamos igual. ¿Entiendes?

Tia hizo un gesto poco comprometedor.

– Has dicho que admirabas mi trabajo -siguió Hester.

– Sí.

– Yo decidí no tener hijos. ¿Admiras eso?

– No creo que sea algo que se deba admirar o no.

– Exactamente. Y lo mismo sucede con tu elección. Yo elegí mi profesión. No me salí de la fila. Así que en cuestión de derecho, ahora estoy en el primer puesto. Pero al acabar el trabajo, no encuentro en casa a un guapo médico y una verja de madera y los dos hijos coma cuatro. ¿Entiendes lo que te digo?

– Sí.

– Espléndido. -Los orificios nasales de Hester temblaron al subir de tono la mirada incendiaria-. Así que cuando estés en mi despacho, en mi despacho, tus pensamientos son todos para mí, para complacerme y servirme, no para lo que vas a hacer de cena o si tu hijo llegará tarde al entrenamiento de fútbol. ¿Está claro?

Tia quería protestar, pero el tono no dejaba mucho espacio para el debate.

– Está claro.

– Bien.

Sonó el teléfono y Hester contestó.

– ¿Qué? -Silencio-. Será idiota. Le dije que tuviera la boca cerrada. -Hester dio la vuelta a la silla. Era la señal para Tia, que se levantó y salió, deseando fervientemente estar preocupada sólo por algo tan inocuo como la cena o el entrenamiento de fútbol.

Se paró en el pasillo y cogió el móvil. Se guardó el expediente debajo del brazo, e incluso después de la reprimenda de Hester, su cabeza volvió inmediatamente al mensaje que contenía el informe de E-SpyRight.

Los informes a menudo eran tan largos -Adam navegaba mucho y visitaba muchas páginas, y tenía muchos «amigos» en lugares como MySpace y Facebook- que las impresiones eran absurdamente voluminosas. En general, sólo los hojeaba, como si esto lo hiciera menos invasivo de la intimidad, cuando en realidad significaba que no podía soportar saber tanto.

Volvió rápidamente a su mesa, sobre la que tenía la preceptiva foto familiar. Estaban los cuatro: Mike, Jill, Tia y, por supuesto, Adam, en uno de los pocos momentos que les concedía audiencia, fuera, en el escalón de la entrada. Todas las sonrisas parecían forzadas, pero aquella foto le proporcionaba un gran consuelo.

Sacó el informe de E-SpyRight y encontró el correo que la había sobresaltado. Lo leyó otra vez. No había cambiado. Pensó qué podía hacer y se dio cuenta de que no era sólo decisión suya.

Tia sacó el móvil y buscó el número de Mike. Tecleó el texto y apretó ENVIAR.


Mike todavía llevaba puestos los patines de hielo cuando llegó el mensaje.

– ¿Es Manillas? -preguntó Mo.

Mo ya se había quitado los patines. El vestuario, como todos los vestuarios de hockey, apestaba. El problema era que el sudor se metía en todas las protecciones. Un gran ventilador oscilante se mecía adelante y atrás. No ayudaba mucho. Los jugadores de hockey ya no se percataban del olor. Pero un forastero habría entrado y se habría desmayado por la peste.

Mike miró el número de teléfono de su mujer.

– Sí.

– Dios, qué pillados estáis.

– Sí -dijo Mike-. Me ha mandado un mensaje. Está pilladísima.

Mo hizo una mueca. Mike y Mo eran amigos desde la época de Dartmouth. Habían jugado en el equipo de hockey juntos, Mike era el goleador del ala izquierda, y Mo el más duro de los defensas. Casi un cuarto de siglo después de licenciarse -ahora Mike era cirujano de trasplantes y Mo hacía trabajos sucios para la Agencia Central de Inteligencia- seguían desempeñando los mismos papeles.

Los otros jugadores se quitaban las protecciones con cautela. Todos se hacían mayores y el hockey era un deporte para jóvenes.

– Sabe que es tu hora de hockey, ¿no?

– Sí.

– Pues debería abstenerse.

– Sólo es un mensaje, Mo.

– Te matas a trabajar en el hospital toda la semana -dijo él, con aquella sonrisita que nunca te dejaba claro si bromeaba o no-. Es la hora de hockey y es sagrada. Ya debería saberlo.

Mo estaba presente aquel día frío de otoño en que Mike vio por primera vez a Tia. De hecho, Mo la había visto primero. Habían jugado el partido de inauguración contra Yale. Mike y Mo eran júniores. Tia estaba en las gradas. Durante el calentamiento previo al partido -esa parte en la que patinas en círculo y te estiras- Mo le había dado un codazo y había señalado a Tia con la cabeza diciendo:

– Bonito jersey de cachorritos.

Así fue como empezó.

Mo tenía la teoría de que todas las mujeres irían detrás de Mike o de él. Mo se llevaba a las que se sentían atraídas por los chicos malos, mientras que Mike se llevaba a las chicas que veían verjas de estacas en sus fantasías. Así que en el tercer tiempo, con una ventaja cómoda de Dartmouth, Mo se peleó y pegó una paliza a un jugador de Yale. Mientras lo machacaba, se volvió, guiñó el ojo a Tia y evaluó su reacción.

Los árbitros los separaron. Mo patinó hacia la tribuna de castigo, pero antes se inclinó para decirle a Mike:

– Para ti.

Palabras proféticas. Coincidieron en una fiesta después del partido. Tia había ido con un sénior, pero no estaba interesada en él. Hablaron de su pasado. Él le dijo enseguida que quería ser médico y ella quiso saber desde cuándo lo sabía.

– Creo que desde siempre -contestó él.

Tia no quiso aceptar aquella respuesta. Indagó más, de una forma que él acabaría por reconocer como personal. Finalmente, Mike se sorprendió contándole que había sido un niño enfermizo y que los médicos eran sus héroes. Ella le escuchó como nadie lo había hecho ni lo haría. No es que iniciaran una relación, sino que se lanzaron a ella. Comían juntos en la cafetería. Estudiaban juntos por la noche. Mike le llevaba vino y velas a la biblioteca.

– ¿Te importa si leo su mensaje? -preguntó Mike.

– Es una pesada.

– Exprésate, Mo. No te cortes.

– Si estuvieras en la iglesia, ¿te mandaría mensajes?

– ¿Tia? Probablemente.

– Bueno, léelo. Y después dile que nos vamos a un bar de titis genial.

– Sí, hombre. Ahora mismo.

Mike apretó una tecla y leyó el mensaje.


Necesito hablar. Algo que he encontrado en el informe del ordenador. Ven a casa enseguida.


Mo vio la expresión en la cara de su amigo.

– ¿Qué?

– Nada.

– Bien. Entonces seguimos con el plan del bar de titis para esta noche.

– Nunca dijimos de ir a un bar de titis.

– ¿No serás uno de esos mariquitas que prefieren llamarlos «clubes para caballeros»?

– Se llame como se llame, no puedo.

– ¿Te hace volver a casa?

– Tenemos un problema.

– ¿Qué?

Mo no conocía el significado de «personal».

– Con Adam -dijo Mike.

– ¿Mi ahijado? ¿Qué pasa?

– No es tu ahijado.

Mo no era el padrino porque Tia no lo había permitido. Pero eso no impedía que Mo pensara que lo era. Cuando bautizaron al niño, Mo se había colocado en primera fila junto al hermano de Tia, el padrino de verdad. Mo le miró con hostilidad. Y el hermano de Tia no dijo ni palabra.

– ¿Y qué es lo que pasa?

– Todavía no lo sé.

– Tia es demasiado protectora, ya lo sabes.

Mike dejó el móvil.

– Adam ha dejado el equipo de hockey.

Mo hizo una mueca como si Mike hubiera insinuado que su hijo se había introducido en el culto al demonio o la bestialidad.

– Vaya.

Mike se desató los patines y se los quitó.

– ¿Cómo puede ser que no me lo hayas dicho? -preguntó Mo.

Mike empezó a despegar y quitarse los protectores de los hombros. Se marcharon algunos compañeros, que se despidieron del doctor. La mayoría conocía suficientemente a Mo para mantenerse apartados de él.

– Te he traído yo -dijo Mo.

– ¿Y qué?

– Que has dejado tu coche en el hospital. Perderás tiempo si te acompaño a recogerlo. Te llevaré a casa.

– No creo que sea buena idea.

– Lo siento. Quiero ver a mi ahijado y descubrir qué estáis haciendo mal.

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