CAPITULO 18

Todos estaban exactamente como él esperaba encontrarlos, sentados frente a la tienda, ya fuera sobre el banco o sobre cajones invertidos. Volvieron hacia él sus miradas recelosas, diciendo:

—Sentimos lo de su papá, Jay. Era muy buen hombre.

—Así que escribe libros, ¿no? Tendré que leer alguno un día de éstos. Nunca los oí nombrar.

—¿Irá a visitar la casa?

Vickers respondió:

—Sí, esta tarde.

—Está cambiada —le advirtieron—. Todo está cambiado. Ya no vive nadie allí.

Le dijeron:

—Las granjas se han ido al demonio. No se gana un centavo con ellas. Por los carbohidratos. Hay muchos que no pueden seguir adelante y el banco se las quita o tienen que vender por nada. Muchas han sido compradas para pastoreo. Ponen un alambrado y listo: se puede soltar el ganado. Ni siquiera tratan de sembrar. En el invierno compran alimentos en el oeste y en el verano lo dejan suelto para engordarlo hasta el otoño.

—¿Y en la vieja casa ha ocurrido eso?

Asintieron llenos de solemnidad:

—Eso es lo que ocurrió, hijo. El tipo que la compró a su papá no pudo aguantar. Y la casa de su papá no es la única. Hubo muchas otras, también. ¿Recuerda usted la vieja casa de los Preston?

Vickers asintió.

—Bueno, pasó lo mismo. Y era un lindo lugar. Uno de los mejores de por aquí.

—¿Está deshabitada?

—Por completo. Alguien cerró con tablas las puertas y las ventanas. ¿Quién se habrá tomado ese trabajo?

—No se me ocurre —dijo Vickers.

El dueño del negocio salió a sentarse en los escalones.

—¿Dónde vive ahora, Jay?—preguntó.

—En el este.

—Le va bien, supongo.

—Más o menos.

—Bueno, entonces no le va tan mal. Al menos come todos los días.

Otro de los hombres preguntó:

—¿Qué auto es ése que ha traído?

—Es una marca nueva —respondió Vickers—. Lo compré el otro día. Se llama Eterno.

—Vaya nombre para ponerle a un auto.

—Debe haber costado un montón de dinero.

—¿Cuánto consume por kilómetro?

Vickers subió al automóvil y se alejó, cruzando aquella aldea polvorienta y rezagada, entre los coches viejos y cansados, inmóviles junto al arcén, y vio la iglesia metodista desmañadamente erguida en la colina, y la gente vieja caminando por la calle con bastones, y los perros dormidos en el polvo bajo los arbustos de lilas.

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