CAPITULO 5

Ann Carter se detuvo ante la puerta y dijo:

—Por favor, Jay, recuérdalo bien. Se llama Crawford. No vayas a llamarlo Cranford, Crawham o algo así. Crawford, ¿eh?

—Haré lo que pueda —prometió Vickers, sumiso.

Ella se le acercó para acomodarle la corbata; le ajustó el nudo, se lo enderezo y le quitó imaginarías pelusas de la solapa.

—En cuanto acabemos con esto vamos a salir para comprarte un traje —dijo.

—Ya tengo uno.

Sobre la puerta se leía: Investigación Norteamericana.

—Lo que no puedo entender —protestó Vickers— es qué tenemos en común Investigación Norteamericana y yo.

—El dinero —respondió Ann—. Ellos lo tienen y tu lo necesitas.

Abrió la puerta para pasar y él la siguió con mansedumbre. ¡Qué bonita era, y qué eficiente! Demasiado eficiente. Sabía demasiado. Sabía de libros, de editores, de públicos y preferencias. Estaba en todo. Su empuje arrastraba a cuantos le rodeaban, y nunca era tan feliz como cuando tenía tres teléfonos sonando, ochenta cartas para contestar y diez llamadas a hacer. Ella había sabido convencerlo para que asistiera a la cita, y probablemente era también la responsable de que ese Crawford e Investigación Norteamericana quisieran tratar con él.

—Puede pasar, señorita Carter —dijo la recepcionista—; El señor Crawford la está esperando.

“Y ya ha echado su embrujo sobre la recepcionista”, pensó Vickers.

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