Traducido por Laura
En el escenario del cavernoso club de jazz bajo el nivel de la calle de Montreal, una cantante de labios carmesí arrastraba las palabras en el micrófono sobre la crueldad del amor. Aunque su seductora voz era lo suficiente encantadora, las letras sobre sangre, dolor y placer claramente eran sinceras, Nikolai no estaba escuchando. El se preguntaba si ella sabía si alguna de las docenas de humanos agrupados en el íntimo club sabía que estaban compartiendo el espacio con vampiros.
Las dos jóvenes que tomaban martinis rosa en la esquina oscura de los taburetes con toda seguridad no lo sabían.
Estaban rodeadas por cuatro individuos, un grupo de hombres alcohólicos que vestían de moteros con quienes estaban charlando -sin mucho éxito- e intentando actuar como si sus ojos sedientos de sangre no hubieran estado permanentemente fijados sobre las yugulares de las mujeres durante los últimos quince minutos. Incluso aunque estaba claro que los vampiros estaban negociando fuerte para que las humanas salieran fuera del club con ellos, ellos no estaban logrando mucho progreso con sus respectivos anfitriones de sangre.
Nikolai se rió por lo bajo.
Aficionados.
El pagó la cerveza que había dejado intacta en el bar y se dirigió en un fácil paseo hacia la mesa de la esquina. Mientras se acercaba, miró a las dos humanas escabulléndose del mostrador con piernas temblorosas. Riéndose, se fueron hacia el cuarto de baño juntas, desapareciendo por un tenue vestíbulo abarrotado de gente que llegaba a la sala principal.
Nikolai se sentó en la mesa de forma negligente.
“Buenas tardes, damas”.
Los cuatro vampiros le miraron fijamente en silencio, instantáneamente reconociendo a los de su propia especie. Niko alzó una de las copas de martini con una mancha de pintalabios hasta su nariz y olfateó los posos del mejunje afrutado. El se estremeció, empujando la asquerosa bebida a un lado.
“Humanos”, dijo en voz baja. “¿Cómo pueden beber esa porquería?”
Un cauteloso silencio cayó sobre la mesa mientras la mirada de Nikolai viajaba entre los obviamente jóvenes, obviamente civiles de la Raza. El más grande de los cuatro aclaró su garganta mientras miraba a Niko, sus instintos no dudaron al captar que Niko no era de allí, y era un lejano lamento de lo civilizado.
La juventud adoptaba algo que ellos probablemente pensaban que era una mirada hostigada y movían su barbilla hacia el pasillo donde estaban los baños. “Nosotros las vimos primero” murmuró él. “Las mujeres. Nosotros las vimos primero”. El aclaró su garganta de nuevo, mientras esperaba que su trió de hombres retrocediera. Ninguno lo hizo. “Nosotros llegamos aquí primero. Cuando las mujeres vuelvan a la mesa, van a irse con nosotros”.
Nikolai se rió ante el tembloroso intento del joven por reclamar su territorio. “¿De verdad crees que habría algún concurso si yo estuviera aquí a cazar a tu juego? Relájate. No me interesa eso. Estoy buscando información.”
El había tenido un aspaviento similar dos veces ya esta noche en otros clubs, buscando los lugares donde los miembros de la Raza tendían a reunirse y cazar sangre, buscando a alguien que pudiera señalarle hacia un vampiro más mayor llamado Sergei Yakut.
No era fácil encontrar a alguien que no quería ser encontrado, especialmente un hombre reservado y nómada como Yakut. Estaba en Montreal, de eso estaba muy seguro Nikolai. El había hablado con el vampiro recluido por teléfono un par de semanas antes, cuando el había rastreado a Yakut para informarle de una amenaza que parecía dirigida a uno de los miembros más raros y más poderosos de la Raza – los veinte individuos aún en existencia habían nacido de la primera generación.
Alguien se estaba centrando en la extinción de los Gen Uno. Varios habían sido dados por muertos durante el pasado mes, y para Niko y sus hermanos volver a Boston – un pequeño cuadro de guerreros altamente preparados y altamente letales conocidos como la Orden – el asunto de erradicar y clausurar a los asesinos de los Gen Uno era una misión crítica. Por eso, la Orden había decidido contactar con todos los Gen Uno conocidos que quedaban entre la población de la Raza y conseguir su cooperación.
Sergei Yakut había sido menos entusiasta con el hecho de estar implicado. El no temía a nadie y tenía a su propio clan para protegerle. Había declinado la invitación de la Orden para venir a Boston y hablar, así que Nikolai había sido enviado a Montreal para persuadirle. Una vez que Yakut fuera consciente del alcance de la actual amenaza – la estupefacta verdad de que la Orden y toda la Raza estaban en contra – Nikolai estaba seguro de que el Gen Uno estaría dispuesto a venir a bordo.
Primero tenía que encontrar al cauteloso hijo de puta.
Hasta el momento las averiguaciones alrededor de la ciudad no habían dado nada. La paciencia no era exactamente su fuerte, pero tenía toda la noche y seguiría investigando. Más pronto o más tarde, alguien podría darle la respuesta a lo que estaba buscando. Y si él siguiera actuando de forma seca, tal vez si el hiciera suficientes preguntas, Sergei Yakut vendría a buscarle.
“Necesito encontrar a alguien”, dijo Nikolai a los cuatro jóvenes de la raza. “Un vampiro fuera de Rusia. De Siberia, para ser exactos”.
“¿De dónde eres?” preguntó el líder del grupo. El había evidentemente captado el ligero tinte de un acento que Nikolai no había perdido durante los largos años que había estado viviendo en los Estados Unidos con la Orden.
Niko dejó que sus ojos color azul glacial hablaran de sus propios orígenes. “¿Conoces a ese hombre?”
“No. No le conozco”.
Dos cabezas más se agitaron en inmediata negativa, pero el último de los cuatro, el huraño que estaba con los hombros caídos en el mostrador, disparó una ansiosa mirada a Nikolai desde el otro lado de la mesa.
Niko captó esa mirada habladora y la mantuvo. “¿Qué hay de ti? ¿Alguna idea de lo que estoy hablando?”
Al principio, el no pensaba que el vampiro fuera a responder. Los ojos de serpiente sostenían los suyos en silencio, después, finalmente, el niño ascendió un hombro encogido de brazos y exhaló una maldición.
"Sergei Yakut," murmuró.
El nombre fue apenas audible, pero Nikolai lo oyó. Y desde la periferia de su visión, percibió a una mujer de pelo color caoba sentada en el bar cerca de ellos también. El podía decir que ella tenía desde la súbita rigidez de su espina dorsal hasta debajo de su top negro de mangas largas y desde la manera en que su cabeza se partía brevemente a un lado mientras llegaban empujados allí por el poder de ese simple nombre.
“¿Le conoces?” preguntó Nikolai al varón de la Raza, mientras mantenía a la vista en la morena del bar.
“Le conozco, eso es todo. El no vive en los Darkhaven”, dijo el joven, refiriéndose a las comunidades con seguridad que albergaban a la mayoría de las poblaciones civilizadas de Raza a través del Norte de América y Europa. “El tío es desagradable por lo que he oído”.
Sí, era el, Nikolai admitió por dentro. “¿Alguna idea de donde podría encontrarle?”
“No”.
“¿Estás seguro de eso?” preguntó Niko, mirando mientras la mujer del bar se deslizaba de su taburete y se preparaba a marchar. Ella todavía tenía más de medio coctel en su copa, pero con la mera mención del nombre de Yakut, ella parecía tener prisa súbitamente por salir del lugar.
El joven de la Raza agitó su cabeza. “No se donde encontrar al tipo. No sabemos porque nadie estaría dispuesto a buscarle, a menos que tenga ganas de morir”.
Nikolai miró por encima de su hombro mientras la alta morena comenzaba a dirigirse a través de la multitud reunida cerca del bar. Por impulso, ella se giró para mirarlo entonces, su mira de color verde jade le agujeró bajo el fleco de capas oscuras y el brillo agitado de su delgada y larga barbilla. Había una nota de miedo en sus ojos mientras ella le devolvía la mirada fijamente, un miedo desnudo que ella ni siquiera intentaba ocultar.
“Estaré condenado” murmuró Niko.
Ella sabía algo de Sergei Yakut.
Algo más que solo un conocimiento pasajero, el estaba suponiendo. Esa Mirada asustada y llena de pánico mientras ella se giraba y buscaba una salida lo decía todo.
Nikolai fue tras ella. El se hizo paso a través del barullo de humanos que llenaban el club, sus ojos seguían el sedoso y oscuro cabello de su presa. La mujer era rápida como la armada y ágil como una gacela, sus oscuras ropas y cabello le permitían prácticamente desaparecer por los alrededores.
Pero Niko era de la Raza, y no existía humano que pudiera dejar atrás a uno de su Estirpe. Ella eludió la puerta del club e hizo un giro rápido hacia la calle exterior. Nikolai la siguió. Ella debió haberle sentido sobre sus talones porque ella giro su cabeza alrededor para evaluar su persecución y esos pálidos ojos verdes se cerraron sobre el como lasers.
Ella corría más rápido ahora, girando en la esquina al final de la calle. Dos segundos más tarde, Niko estaba allí también. El sonrió mientras la avistaba a un par de metros por delante de él. El callejón al que ella entró entre dos altos edificios de ladrillo era estrecho y oscuro-un fin letal se cerró por un contenedor de metal dentado y una valla de unos tres metros de altura.
La mujer se giró alrededor de los talones de sus botas negras, jadeando fuerte, sus ojos curtidos sobre el, mirando cada uno de sus movimientos.
Nikolai dio unos pocos pasos hacia el mal iluminado callejón, después se detuvo, sus manos se sostuvieron benévolamente a sus lados. “Está bien”, le dijo. “No necesitas correr. Solo quiero hablar contigo”.
Ella lo miró en silencio.
“Quiero preguntarte por Sergei Yakut."
Ella tragó saliva visiblemente, su blanco y dulce estómago flexionándose. "Le conoces, ¿no?"
El borde de su boca se arqueó solo una fracción, pero suficiente para decirle que tenía razón -ella estaba familiarizada con el recluta Gen Uno. Lo que fuera que ella pudiera guiar a Niko hasta él era otro asunto. Justo ahora, ella era su mejor, posiblemente su única, esperanza.
“Cuéntame donde está. Necesito encontrarle”.
En sus caderas, sus manos apoyadas en sus puños. Sus pies estaban abrazados ligeramente como si ella estuviera preparada para salir disparada. Niko vio su mirada sutilmente hacia una maltrecha puerta a su izquierda.
Ella le gritó.
Niko siseó una maldición y voló tras ella con toda la velocidad que el tenía. En el momento que ella abrió la puerta sobre sus chirriantes goznes, Nikolai estaba ante ella en el umbral, bloqueando su paso hacia la oscuridad en el otro lado. El se rió con facilidad.
“Dije que no hay necesidad de correr” dijo el, encogiéndose de hombros ligeramente mientras ella retrocedía un paso hacia atrás alejándose de él. El dejó que la puerta se cerrara detrás de él mientras seguía su lento retroceso hacia el callejón.
Jesús, ella estaba impresionante. El solo había conseguido vislumbrarla en el club, pero ahora, estando a un par de metros de ella, se dio cuenta que ella era absolutamente sensacional. Alta y delgada, esbelta bajo su ropa negra, con una intachable piel blanca como la leche y luminosos ojos con forma de almendra. Su cara con forma de corazón era una combinación cautivadora de fortaleza y suavidad, su belleza igualaba partes claras y oscuras. Nikolai sabía que estaba jadeando, pero maldita sea si podía evitarlo.
“Háblame” dijo el. “Dime tu nombre”.
El extendió el brazo hacia ella, un movimiento fácil y nada amenazador de su mano. El sintió una sacudida de adrenalina que se disparó en su corriente sanguínea – el pudo oler el penetrante olor acido en el aire, de hecho- pero no vio la patada circular viniendo a el hasta que el tomó el afilado tacón de su bota de lleno en su pecho.
Maldita sea.
El cayó hacia atrás, mas sorprendido que desmayado.
Era todo el tiempo que ella necesitaba. La mujer saltó por la puerta de nuevo, esta vez logrando desaparecer en el oscuro edificio antes de que Niko pudiera dar la vuelta y pararla. El la persiguió, maldiciendo detrás de ella.
El lugar estaba vacío, mucho hormigón vacio bajo sus pies, ladrillos desnudos y vigas expuestas alrededor de el. Algo de sentido fugaz de premonición le picó en la nuca mientras corría adentrándose mas en la oscuridad, pero toda su atención estaba centrada en la mujer que permanecía en el centro del espacio vacío. Ella le miró despectivamente mientras el se acercaba, cada musculo de su delgado cuerpo parecía tenso, listo para atacar.
Nikolai sostenía esa afilada mirada mientras se colocaba en frente de ella. “No voy a hacerte daño”.
“Lo se”. Ella sonrió, marcando una ligera curva en sus labios. “No tendrás esa oportunidad”. Su voz era suavemente aterciopelada, pero el brillo de sus ojos era de un matiz frio.
Sin avisar, Niko sintió una súbita tensión que hizo añicos su cabeza. Un sonido de alta frecuencia estalló en sus oídos, más alto de lo que podía soportar. Después mas alto aun. Sintió como sus piernas cedían. El cayó de rodillas, su visión nadando mientras su cabeza se sentía a punto de explotar.
A distancia, registró el sonido de unas botas viniendo hacia el – varios pares, pertenecientes a hombres, vampiros todos ellos. Voces apagadas zumbaban sobre el mientras sufría un repentino y extenuante ataque en su mente.
Era una trampa.
La puta le había guiado allí deliberadamente, sabiendo que el la seguiría.
“Suficiente, Renata” dijo uno de los vampiros de la raza que había entrado en la habitación. “Puedes liberarlo ahora”.
Algo del dolor en la cabeza de Nikolai paró a la orden. El alzó la vista a tiempo para ver la bonita cara de su atacante mirándole donde el permanecía cerca de sus pies.
“Quítenle las armas” dijo ella a sus compañeros. “Necesitamos sacarlo de aquí antes de que recupere las fuerzas”.
Nikolai la escupió unas cuantas maldiciones, pero su voz se ahogó en su garganta, y ella ya estaba caminando lejos, las delgadas puntas de sus tacones cliqueando en el suelo del frío hormigón debajo de el.