Traducido por Aletse
Renata silenciosamente abrió la puerta de la habitación de Mira y miro con atención adentro a la durmiente niña que descansaba pacíficamente sobre la cama. Simplemente una niña normal con una pijama color rosa, su suave mejilla apoyada contra la almohada delgada, soplando el aliento rítmicamente de la boca en forma de querubín delicada. Sobre la mesita rústica próxima a la cama estaba el corto velo negro que cubría los ojos notables de Mira en todo momento cuando ella esta despierta.
"Dulces sueños, ángel", susurró Renata en voz baja, palabras esperanzadoras. Ella se preocupaba por Mira más y más últimamente. No eran sólo por las pesadillas que se habían establecido después del ataque que había presenciado, sino la salud general de Mira por lo que Renata se preocupaba a la mayoría del tiempo. A pesar de que la chica era fuerte, su mente rápida y aguda, ella no estaba del todo bien.
Mira rápidamente estaba perdiendo su vista.
Cada vez que ella era obligada a ejercitar su don de la reflexión pre-cognoscitiva, algo de su propia vista se deterioraba. Esto había estado ocurriendo constantemente durante meses antes de que Mira hubiera confiado en Renata sobre lo que estaba sucediendo con ella. Ella tenía miedo, como cualquier niño lo tendría. Quizá más entonces, porque Mira era sabia más allá de sus ocho años de edad. Ella tenia por entendido que el interés de Sergei Yakut se evapora en el momento en que el vampiro la considerara sin ninguna utilidad mas para él. Él la expulsaría, quizás incluso la mataría si eso le complacía.
Así que en esa noche, Renata y Mira había hecho un pacto: Mantendría la condiciendo de Mira en secreto entre ellas, llevándoselo a la tumba, si era necesario. Renata había llevado la promesa de un paso más allá, jurándole a Mira que ella la protegería con su propia vida. Ella le juró que ningún daño le iba a acontecer a ella, no de Yakut o de cualquier otra persona, ya sea de la raza o humano. Mira estaría a salvo del dolor y la oscuridad de la vida de una manera que Renata jamás había conocido.
Que la niña hubiera sido sacada a exhibir para entretener al huésped no invitado de Sergei Yakut esta noche solo agrego mas irritación a su estado actual de Renata. Lo peor de su repercusión psíquica había pasado, pero aún persistía todavía un dolor de cabeza en los bordes de sus sentidos. Su estómago aún no había dejado de revolverse. Las pequeñas olas de náuseas formaban pliegues en ella como una marea que retrocede poco a poco.
Renata cerró la puerta de Mira, temblando y estremeciéndose un poco con el balanceo de otro pequeño temblor sobre su cuerpo. El largo baño que acababa de tomar la había ayudado a aliviar algunos de sus malestares, aunque aun por debajo de sus pantalones holgados de color grafito y su jersey suave de algodón blanco, su piel todavía seguía zumbando, en carne viva con el chisporroteo de la electricidad que nadaba debajo de su piel.
Renata se frotó las palmas de las manos sobre las mangas de su camisa, tratando de ahuyentar algo de la sensación todavía encendida como fuego que viajaba por lo largo de sus brazos. Demasiado despierta para dormir, ella se detuvo en su propia habitación sólo el tiempo necesario para recuperar un pequeño alijo de láminas de su baúl de armas. El entrenamiento siempre había demostrado ser un punto de bienvenida para su inquietud. Ella disfrutaba de las horas del castigo físico al cual ella se infligía a sí misma, feliz por el entrenamiento riguroso de ejercicios que llevaba a cabo, con temple a levantarse.
Desde la terrible noche en que ella se encontró sumergida en el mundo peligroso de Sergei Yakut, Renata había perfeccionado cada músculo de su cuerpo a su condición máxima, trabajaba servilmente para asegurarse de que ella era tan agudo y letal como las armas que ella llevaba cubiertas en la envoltura de seda y terciopelo que ahora sostenía en la mano.
Sobrevivir. Ese simple pensamiento de guía había sido su faro desde el momento en que ella era una niña incluso mas joven que Mira. Y tan solo… Una huérfana abandonada en la capilla de un convento de Montreal, Renata no tenía ningún pasado, ninguna familia, ningún futuro. Ella solo existía, solo eso.
Y para Renata, eso había sido suficiente. Era suficiente, incluso ahora. Sobre todo ahora, que navegaba por el mundo subterráneo del reino traicionero de Sergei Yakut. Había enemigos a todo alrededor de ella en este lugar, tanto escondidos como visibles. Innumerables formas de que ella diese un paso en falso, para equivocarse. Infinidad de oportunidades para ella de disgustar al despiadado vampiro que sujetaba su vida en sus manos y terminar el sangrando y morir. Pero nunca sin una pelea.
Su mantra de sus días de tempranos de la infancia le sirvió a ella de manera acertada aquí: Sobrevivir otro día. Luego otro y otro.
No había ningún espacio para la blandura en esta ecuación. Ningún derecho de emisión para la piedad o la vergüenza o el amor. Especialmente, no para el amor, de ninguna especie. Renata sabía que su afecto por Mira – que alimentaba el impulso que le daba fuerzas para allanar el camino de la niña, para protegerla a ella como a alguien de su propia familia – probablemente iba a costarle muy caro en el final.
Sergei Yakuto había perdido poco tiempo explotando esa debilidad en ella, Renata tenía las cicatrices para demostrarlo.
Pero ella era fuerte. Ella no había encontrado nada en esta vida que ella no pudiera soportar, físicamente o de otra manera. Ella había sobrevivido a todo eso. Afilada y fuerte, letal cuando ella lo tenía que ser.
Renata salió fuera del alojamiento del albergue y caminó a grandes pasos través de la oscuridad hacia uno de los edificios periféricos que estaban anexos que estaban atrás. El cazador que originalmente había construido el bosque compuesto evidentemente había adorado a sus perros. Una vieja perrera de madera estaba de pie detrás de la residencia principal, dispuesta como un establo, con un amplio espacio que se reducen en el centro y cuatro plumas de acceso controladas alineadas a ambos lados. El techo de viga abierto en donde alcanzaba su punto máximo a unos quince pies de alto.
Aunque pequeño, era un espacio abierto, bien ventilado. Había un granero más grande, más nuevo en la propiedad que permita una circulación más fluida, pero Renata tendían a evitar el otro edificio.
Una vez dentro de ese lugar oscuro, malsano y húmedo era suficiente. Si ella pudiera salirse con la suya, hubiese quemado la maldita cosa hasta cenizas.
Renata encendió el interruptor dentro de la puerta de la perrera y se estremeció cuando la bombilla desnuda en lo alto derramo un lavado de luz amarilla áspera por el espacio. Ella entró, caminando por el suelo liso y apretado de tierra, por delante más allá de los extremos colgados de dos correas largas, trenzadas de cuero que se colocaban alrededor de la viga que estaban en el centro de la estructura. En el extremo mas alejado de la perrera interior se encontraba un poste de madera alto que solía ser equipado con pequeños ganchos de hierro y lazos para el almacenamiento de correas y demás artes. Renata había curioseado y se había desecho de los aparejos hace unos meses, y ahora el puesto funcionaba como un blanco estacionario, la madera oscura marcada con cortes profundos, gubias, y roturas. Renata coloco sus láminas envueltas en un fardo de paja cercano y se lo puso de cuclillas. Ella se quito sus zapatos, entonces camino descalza por el centro del la perrera y se movió hasta alcázar el par de correos de cuero largo que hacia, una en cada mano. Ella enredo el cuero alrededor de sus muñecas un par de veces, probando la holgura de estas. Cuándo lo sintió cómodo, ella se extendió flexionando sus brazos y se levanto del suelo tan suavemente como si ella tuviera alas. Suspendida, con esa sensación de ingravidez, temporalmente transportada, Renata comenzó su calentamiento con las correas. El cuero crujía suavemente cuando se volvió para darse vuelta e intercambio su cuerpo varios pies del suelo. Esta era la paz para ella, la sensación de sus miembros ardiendo, poniéndose mas fuertes y más ágil con cada movimiento controlado.
Renata se dejó a si misma deslizarse en una meditación ligera, sus ojos cerrados, todos sus sentidos entrenados hacia el interior, concentrándose en su ritmo cardíaco y su respiración, en el fluido concierto de sus músculos cuando ella se desperezo de un agarre largo, para mantener la imposición a otro. No fue sino hasta que ella había girado sobre su eje para quedar en una postura con la cabeza hacia abajo, y sus tobillos ahora afianzando bien las correas para sostenerla en lo alto, que ella sintió una leve agitación en el aire a su alrededor. Fue repentino y sutil, pero inconfundible.
Tan inconfundible como el calor de un aliento que exhalaba ahora calentando su mejilla.
Sus ojos se abrieron de golpe. Luchado para enfocarse en los alrededores invertidos y el intruso que estaba de pie debajo de ella. Era el guerrero de la Raza -Nikolai. “¡Mierda!" ella dijo entre dientes, su falta de atención haciendo oscilar un poco el dominio de las correas. "¿Qué diablos crees tu que estás haciendo?"
"Tranquila", dijo Nicolái. Él levantó sus manos como si fuera a estabilizarla. "No estaba tratando de asustarte."
"Tu no lo hiciste". Contesto ella con palabras planas, pronunciadas con frialdad. Con una líquida flexión de su cuerpo, se trasladó a sí misma fuera de su alcance. "¿Te importaría? Estás interrumpiendo mi entrenamiento".
"Ah". Sus oscuras cejas rubias se arquearon hacia arriba mientras su mirada seguía la línea de su cuerpo en donde todavía colgaba de los tobillos. "¿Qué es exactamente lo que tu estás entrenando allí arriba, para el Cirque du Soleil?
Ella no dignifico el pinchazo con una respuesta. No es que él esperara una. Él Giró lejos de ella y se dirigió hacia el poste que estaba al otro extremo de la perrera. Él extendió la mano y sus dedos rastrearon las más profundas de las muchas cicatrices que tenia la madera. Entonces él encontró sus láminas y levantó la tela que las contenía. Metal tintineo al chochar suavemente dentro del cuadrado doblado de seda atado con la cinta de listo y terciopelo.
"No toques eso”, dijo Renata, liberándose de las correas y balanceándose alrededor para colocar sus pies en el suelo. Ella se camino hacia adelante con paso majestuoso. "Te dije, que no los tocaras. Son míos. "
Él no se resistió cuando ella le arrebató la preciada posesión -las únicas cosas de valor que ella podía reclamar como suyas – estaban en sus manos. El aumento en sus emociones le hizo girar la cabeza un poco, los efectos secundarios aun persistentes de la repercusión psíquica que ella esperaba hubiesen pasado. Ella dio un paso hacia atrás. Tuvo que trabajar para mantener estable su respiración. "¿Estás bien?"
No le gusta el aspecto de su mirada de preocupación reflejada en sus ojos azules, como si él pudiera sentir su debilidad. Como si él supiera que ella no era tan fuerte como quería-o necesitaba-aparentar.
"Estoy bien". Renata trasládalo las láminas a una de las plumas de la perrera y las desenvolvió. Una por una, ella cuidadosamente coloco cada una de las cuatro repujadas dagas hechos a mano bajo la cornisa de madera delante de ella. Forzando un tono ligeramente presumido en su voz. "¿Parece que quien debería estar haciéndote esa pregunta debería ser yo, no te parece? Te deje caer bastante muy duro allá atrás en la ciudad".
Ella escucho su gruñido bajo en algún lugar detrás de ella, casi como si fuera una broma. "Nunca se puede ser demasiado cautelosos cuando se trata de extranjeros," dijo ella. "Sobre todo ahora. Estoy segura de que tu entiendes".
Cuando ella finalmente recorrió con su mirada a él, ella lo encontró mirándola fijamente. "Cariño, la única razón por la que tu tuviste la posibilidad de poderme derribar fue porque tu jugaste sucio. Te aseguraste de que yo te notase, fingiendo que tenías algo que ocultar y sabiendo que iba a seguirte fuera de aquel club. Directamente hacia tu pequeña trampa".
Renata levanto sus hombros, sin arrepentimiento. "Todo vale en el amor y en la guerra". Él le dedico una suave sonrisa acompañada por un par de hoyuelos en sus mejillas delgadas. "¿Es esto, la guerra?"
"Es seguro como el infierno que no es el amor."
"No", él dijo, tornándose todo serio ahora. "Eso nunca".
Bien, al menos ellos estaban de acuerdo en algo.
"¿Cuánto tiempo ha estado trabajando tu para Yakut?"
Renata sacudió con la cabeza como si fuera incapaz de recordar eso particularmente, a pesar de que la noche estaba grabada en su mente como si hubiera sido quemado allí. Inundada por la sangre. Imponente. El comienzo de un fin. "No sé", dijo ella a la ligera. "Un par de años, supongo. ¿Por qué?"
"Simplemente me preguntaba cómo una hembra, sin importar que sea una Compañera de Raza con su habilidad psíquica poderosa – termino en esta línea de trabajo, especialmente para un Gen Uno como él. Es extraño, eso es todo. Demonios, es inaudito. Tan solo, dime. ¿Cómo es que tú estas conectada con Sergei yakuto?"
Renata se quedó contemplando fijamente a este guerrero-este forastero, peligroso y astuto, que de repente estaba entrometiéndose en su mundo. Ella no estaba segura de cómo contestar. Ciertamente ella no estaba a punto de decirle la verdad. "Si usted tiene preguntas, tal vez deberías preguntarle a él."
"Sí", dijo él, estudiándola mas estrechamente ahora. "Tal vez lo haré. ¿Y qué pasa con la niña – Mira? ¿Ha estado ella aquí tanto tiempo como usted?"
"No tiene mucho tiempo, no. Apenas hace seis meses.” Renata trató de parecer indiferente, pero un feroz instinto de protección se levantó en ella con la simple mención del nombre de Mira sobre los labios de este macho de la Raza. "Ella ha pasado por mucho en tan poco tiempo. Cosas que ningún niño debería atestiguar.”
"¿Como el ataque contra Yakuto la semana pasada?"
Y otras, más oscuras, cosas, Renata reconoció interiormente. "Mira tiene pesadillas casi aproximadamente todas noches. Ella casi no duerme más que un par de horas en un tiempo".
Él asintió con la cabeza en reconocimiento sobrio. "Este no es ningún maldito lugar para una niña. Algunos podrían decir que no es ningún lugar para una hembra tampoco".
"¿Es eso lo que tu dirías, guerrero?”
Su sonrisita ahogada de contestación ni confirmó ni negó eso.
Renata lo observo a él, mientras surgían en ella preguntas burbujeando en su mente. Una en particular. "¿Qué has visto tu en los ojos de Mira mas temprano esta noche?"
Él gruñó algo por lo bajo en su aliento. "Confía en mí, tu no deseas saberlo".
"Estoy preguntándote, ¿no? ¿Qué te mostro ella?
"Olvídalo". Sosteniendo su mirada, se pasó una mano por los hebras de color oro de su el cabello y luego exhala una maldición fuerte y desvió la mirada de ella. "De cualquier manera, eso no es posible. La chica definitivamente se equivoco."
"Mira no se equivoca nunca. Ella no se ha equivocado ninguna vez, no en todo el tiempo que la he conocido ella."
"¿Es eso así?" Su penetrante mirada azul volvió fijamente de nuevo a ella, ambos calor y frio viajaron a lo largo de su cuerpo con su lenta, y evaluadora mirada. "Alexis me ha dicho que su habilidad es imperfecta."
"Lex". Renata se burlo. "Hazte un favor y no pongas tu fe en nada de lo que Lex te diga. Él dice y no hace nada sin un motivo oculto."
"Gracias por el consejo". Él se recostó atrás contra el poste marcado con cicatrices por las láminas. "Entonces, así pues, no es cierto, lo que él dijo – ¿que los ojos de Mira sólo reflejan los acontecimientos que podrían ocurrir en el futuro, basado en el ahora?"
"Lex puede tener sus propias razones personales para desear que no sea así, pero Mira nunca se equivoca. Todo lo que ella mostró esta noche, esta predestinado a suceder". "Predestinado", dijo él, pareciendo divertido con eso. "Pues bien, mierda. Entonces creo que estamos condenados”.
Él la miró fijamente a ella cuando él pronuncio esas palabras, todo excepto ella la desafiaba para que le preguntara si él deliberadamente la había incluido a ella en su observación. Dado que la idea le parecía a él terriblemente divertida, ella no estaba a punto de darle la satisfacción de pedirle a él que le explicara por que. Renata cogió una de sus láminas y probó el peso de ella en su palma abierta. El frío del acero de la daga se sentía bien contra su piel, sólido y familiar. Sus dedos se morían de ganas por trabajar. Sus músculos ahora estaban flexibles por el calentamiento, listos para ser empujados con una o dos horas de duro entrenamiento. Ella giró alrededor con la lámina en la mano y dirigió una señal hacia el poste donde Nikolai se encontraba apoyado. "¿Te importaría? Yo no quiero juzgar mal mi marca y golpeó accidentalmente en su lugar".
Él recorrió con la mirada el poste y se encogió de hombros. "¿Mas bien no lo haría para ti que fuera mas interesante, el combate de entrenamiento con un oponente real que puede devolverte el golpe? O tal vez para ti funcione mejor con las probabilidades apiladas de forma desigual en tu favor."
Ella sabía que él el estaba poniendo un cebo, pero el brillo de sus ojos era de juguetón, bromista. ¿Estaba él realmente coqueteando con ella? Su naturaleza práctica le hizo erizarse los bellos de la nuca con cautela. Ella pasó su pulgar por el borde de la lámina mientras ella lo miraba, inseguro de qué hacer con él ahora. "Prefiero trabajar sola".
"Muy bien". Él inclinó su cabeza, pero solo hizo un pequeño desplazamiento del camino. Desafiándola con su mirada. "Haz lo que quieras".
Renata frunció el ceño. "Si tu no te vas a mover, ¿cómo puedes estar seguro que no te tomare como objetivo a ti?"
Él sonrió abiertamente, completamente lleno de arrogancia divertida, sus gruesos brazos cruzados sobre su pecho. "Apunta a todo lo que tu quieras. Tú nunca me golpearías. " Ella dejó a la lamina volar sin la mas mínima advertencia.
El acero afilado le dio un mordisco a la madera haciendo una grieta profunda, golpeando en el blanco exactamente donde ella lo había enviado. Pero Nikolai se había ido. Así como así, desapareciendo de su la línea de visión por completo. Mierda. Él era de la Estirpe, mucho más rápido que cualquier ser humano, y tan ágil como un depredador de la selva. Ella no era ningún rival para él con las armas o la fuerza física, ella sabía esto incluso antes de que ella enviara la daga volando por el aire. Sin embargo, ella había esperaba que al menos mermar al arrogante, engreído hijo de puta por incitarla.
Sus propios reflejos afilados por la precisión, Renata estiro su brazo y alcanzó otra de sus láminas en la espera. Pero cuando sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura labrada, ella sintió al aire revolverse detrás de ella, sintiendo el calor a través de la longitud de las hebras de cabello que estaban sobre su barbilla.
El metal afilado de una chuchilla, subió por debajo de su mandíbula. Una dura pared muscular duro le apretaba se columna vertebral.
"¡No me diste!". “Me echaste de menos”.
Ella tragó saliva cuidadosamente alrededor de la prensa ligera de la lamina que estaba bajo se barbilla. Tan suavemente como ella podría hacer, se relajó sus brazos a los costados. Entonces en ese momento atrajo con la mano la daga sobre su eje desde detrás de ella para descansarla significativamente entre sus muslos separados. "Parece que te encontré."
Simplemente porque ella podía, Renata lo golpeó con una pequeña sacudida del poder de su mente.
"Mierda", gruñó él, y en el instante en que su agarre sobre ella se relajó, ella salió de su alcance y se volvió hacia él para enfrentarlo. Ella esperaba la cólera de él, la temía un poco, pero él sólo levantó su cabeza y le dirigió a ella un pequeño encogimiento de hombros. "No te preocupes, cariño. Solo voy a tener que jugar contigo hasta que las repercusiones se activen y te derriben".
Cuando ella lo contemplaba, confundida y afligida por que él pudiera saber acerca del desperfecto que tenia su habilidad, el dijo "Lex me puso al tanto acerca de un par de cosas sobre ti también. Él me conto lo que te sucede cada vez que tu disparas uno de aquellos misiles psíquicos. Componente muy poderoso. Pero yo en tu lugar, no lo gastaría sólo porque te sientes en la necesidad de demostrar un punto." "A la mierda con Lex", murmuró Renata. "Y a la mierda tu también. No necesito tus consejos, y seguro como el infierno no necesito a ninguno de ustedes dos hablando mierda acerca de mí detrás de mi espalda. Esta conversación ha terminado". Enojada como estaba ahora, ella impulsivamente flexiono hacia atrás su brazo y lanzó la daga en su dirección, a sabiendas de que él fácilmente podía salir de su camino justo como antes. Únicamente que esta vez él no se movió. Con un chasquido rápido como un relámpago de su mano libre, él extendió la mano y capturo la lámina que navegaba sobre el aire. Su sonrisa satisfecha totalmente la saco fuera de sus casillas.
Renata arrancó la última daga de su lugar de descanso en la repisa de la perrera y la envió a volar hacia él. Al igual que la otra antes de ésta, éste también fue tomado en el aire y ahora estaban atrapadas en las manos hábiles del guerrero de la Raza.
Él la miró, sin parpadear, con un calor masculino que la debería haber helada, pero excepto que no lo hizo. "¿Y ahora qué vamos a hacer para divertirnos, Renata?"
Ella lo fulmino con la mirada. "Entretente tu mismo. Yo me voy de aquí."
Ella se dio la vuelta, lista para salir con paso majestuoso de la perrera. Apenas había dado dos pasos cuando ella escucho un sonido agudo en ambos lados de su cabeza tan cerca que algunas hebras errantes de su cabello volaron hacia delante de su cara.
Entonces, por delante de ella, observo sobrevolar una mancha borrosa de acero pulido, que estallo hacia el otro extremo de la pared.
Golpe seco – golpe seco.
Las dos dagas que habían navegado por delante de su cabeza con un objeto errático – estaban ahora sepultadas en la vieja madera a mitad de camino de sus empuñaduras. Renata se dio la vuelta, furiosa. “Tu hijo de puta…"
Él se lanzo justo encima de ella, su enorme cuerpo obligándola a irse hacia atrás, sus ojos azules brillando intermitentemente con algo más profundo que la simple diversión o la básica arrogancia masculina. Renata retrocedió un paso, sólo lo suficiente para que ella pudiera equilibrar su peso sobre sus talones. Ella se echó hacia atrás y se giro sobre su eje, su otra pierna que elevo en una patada giratoria.
Unos dedos tan inflexibles como las bandas de hierro se cerraron alrededor de su tobillo, retorciéndolo.
Renata cayó al suelo de la perrera, ásperamente sobre su espalda. Él la siguió hasta allí, extendiéndose así mismo sobre ella y acorralándola por debajo de él mientras ella luchaba agitando violentamente sus puños y ondulando las piernas. Tan solo le requirió todo un minuto para doblegarla.
Renata jadeando por el esfuerzo excesivo, levantándose su pecho, que corrían por la velocidad de su pulso. "Ahora, ¿quién es el que desea demostrar algo, guerrero? Tú ganas. ¿Estas feliz ahora?"
Él se quedo con la mirada fija en ella en un extraño silencio, ni demostrando regocijo o enfado.
Su mirada fija se mantenía estable y tranquila, demasiado íntima. Ella podía sentir su corazón martillando contra su esternón. Sus muslos posados a horcajadas sobre ella, mientras el tenia atrapadas sus dos manos por encima de su cabeza. Él la sostenía con firmeza, sus dedos sujetándose alrededor de sus puños en un suave apretón, increíblemente cariñoso. La mirada fija de él se desvió hasta el agarre de sus manos, con un destello de fuego que crepitaba sobre su iris cuando se encontró con la pequeña marca de nacimiento color carmesí de una lagrima que caía montada sobre una medialuna que había dentro de su muñeca derecha. Con su pulgar acarició aquel preciso lugar, una caricia fascinante-hipnótica que envió calor corriendo por sus venas.
"¿Todavía quieres saber lo que vi en los ojos de Mira?"
Renata ignoró la pregunta, segura de que eso era la ultima cosa que ella necesitaba saber en esos momentos. Ella luchó con fuerza debajo de la molesta losa muscular de su cuerpo pesado, pero él la dominaba con maldito poco esfuerzo. Bastardo. "¡Quíntate de mi!".
"Pregúntame otra vez, Renata. ¿Qué fue lo que vi?"
"Te dije, ¡Que te quitaras de mi!", gruño ella, sintiendo el aumento del pánico dentro de su pecho. Tomó una respiración para calmarse, sabiendo que ella tenía que guardar la calma. Ella tenía que mantener conseguir la situación bajo control, y rápidamente. La última cosa que ella necesitaba era que Sergei Yakut saliera a buscarla y la encontrara clavada e impotente debajo de este otro macho. "Déjame salir ahora."
"¿De qué tienes miedo?"
"De nada, ¡maldito seas!"
Ella cometió el error de levantar su mirada fija hacia él. Calor ámbar incitándose dentro del interior del azul de sus ojos, fuego devorando el hielo. Sus pupilas se comenzaron a estrechar rápidamente, y detrás de la limpia mueca de sus labios, ella observo las puntas agudas de sus emergentes colmillos.
Si él estaba enojado ahora, esa era sólo una parte de la causa física de su transformación; ya que donde su pelvis se posaba amenazadoramente sobre ella, ella sentía la cresta dura de en ingle, de la dilatación muy evidente de su polla presionándose deliberadamente entre las piernas.
Ella se movió, tratando de escapar de ese calor, de la erótica posición de sus cuerpos, pero eso sólo la dejo mas encajada sobre ella. El pulso acelerado de Renata se elevo aun más en un ritmo urgente, y un calor no deseado comenzó a florecer en su núcleo.
¡Oh, Dios!. No es bueno. Esto no esta bien.
"Por favor”, ella gimió, odiando a sí misma por el débil temblor que sonó al momento de pronunciar la palabra. Odiándolo a él también.
Quería cerrar los ojos, rehusándose a ver se ardiente, fija mirada hambrienta o su boca que estaba tan cerca de la suya. Quería negarse a sentir todo lo ilícito que él movía en ella – el peligro de este inesperado, deseo mortal. Pero sus ojos se quedaron arraigados en los suyos, incapaz de apartar la mirada, la respuesta de su cuerpo hacia él era más fuerte el mismo hierro, incluso que su voluntad.
"Pregúntame lo que la niña me mostró esta noche en sus ojos", exigió él, con voz, tan baja como un ronroneo. Sus labios estaban tan cerca de los suyos, la piel suave rozo su la boca cuando le hablo. "Pregúntemelo, Renata. O tal vez prefieres ver por ti mismo la verdad."
El beso paso a través de su sangre como fuego.
Los labios se presionaron juntos con pasión, el cálido aliento apresurándose, mezclándose. Su lengua de exploro las comisuras de su boca, sumergiéndose en su interior ahogando su grito mudo de placer. Ella sintió sus dedos acariciando sus mejillas, deslizándose sobre el cabello se su sien, y después, alrededor de su nuca sensible. Él la elevo hacia él, sumergiéndola más profundamente en el beso que la estaba derritiendo, rompiendo toda su resistencia.
No. ¡Oh, Dios! No, no, no.
No puedo hacer esto. No puede sentir esto.
Renata se separó de la erótica tortura de su boca, volviendo la cabeza a un lado. Ella estaba temblando, sus emociones estaban subiendo a un nivel peligroso. Ella arriesgaba mucho aquí, con él ahora. Demasiado.
Madre María, pero ella tenía que apagar esta llama que él le había encendido dentro de su interior. Estaba derritiéndose, mortalmente. Tenía que apagarlo rápidamente. Sus dedos cálidos tocaron su barbilla, dirigiendo su mirada nuevamente a la fuente de su angustia. "¿Estás bien?"
Ella extrajo sus manos de su asimiento suelto, del puño por encima de su cabeza y lo aparto de un empujón, incapaz de hablar.
El se alejó inmediatamente. Le tomó la mano y la ayudó a ponerse sobre sus pies, ella no quería ninguna ayuda, pero estaba demasiado afectada para rechazarlo. Se quedó allí de pie, incapaz de mirarlo, tratando de reagruparse.
Rezando como el infierno que ella no hubiese acabado de firmar su propia sentencia de muerte.
"¿Renata?" Cuando finalmente encontró su voz, se filtró a través de ella, tranquila y frío, con desesperación. "Acércate a mí otra vez”, dijo ella, "Y te juro que te matare".