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Al día siguiente la noticia de lo ocurrido a la estrella de Hollywood en España ocupó todas las portadas de los diarios y revistas del corazón. La prensa dio titulares como «Estela Ponce una rehén liberada» o «Los geo españoles evitan un conflicto internacional». Aunque el que más gracia les hizo fue «Actriz de Hollywood salvada por los nuestros. Los GEOS Españoles.»

—Podían hacer una película de esto —se mofó Carlos mirando el periódico.

—No te extrañe que la hagan —sonrió Juan poniéndose una camiseta blanca mientras escuchaba de fondo la música de AC/DC—. A los yanquis les encanta reflejar en el cine este tipo de cosas.

—Oye… pues espero que piensen en nosotros. No estaría mal participar en un rodaje y ser famosos —rio Carlos dejando a un lado el periódico—. Aunque conociendo a estos yanquis pondrán al imbécil ese de Mike Grisman en el papel principal.

Juan se carcajeó.

—Anda… deja de hablar de ese estirado y vamos a entrenar. Lo necesito.

—Oye capullo, grábame este CD de AC/DC.

—¿El de Back in Black?

—Sí. Creo que mi churrita me lo tiró a la basura. ¿Te puedes creer que dice que no soporta esta música con lo buena que es?

—Mujeres —susurró Juan consciente de lo mucho que horrorizaba a sus conquistas aquel tipo de música.

Divertidos por los comentarios que soltaron respecto a AC/DC y a las mujeres, se encaminaron hacia el gimnasio.

—¿Todo bien, nenaza? premunió Carlos a Juan.

—Sí. Y deja de llamarme nenaza o te arrancaré los dientes.

Carlos rio y respondió tras darle un puñetazo cariñoso.

—Es que me pone… nenaza.

Ambos sonrieron por aquello y volvió al ataque.

—Ella está muy guapa.

—Siempre lo fue —respondió acelerando el paso.

—¿Por qué no le dijiste que eras tú? Quizá te recordara.

—No era buena idea.

—Joder, macho que esa era Estela Ponce.

—Yo Juan Morán ¿Cuál es la diferencia?

Con una sonrisa socarrona Carlos miró a su amigo y murmuró:

—No te lo tomes a mal, pero las piernas de ella me gustan muchísimo más que las tuyas, entre otras cosas.

—Cállate —ordenó.

—No me jodas, macho. Que estamos hablando de una de las actrices más queridas de Hollywood. La que los directores de todo el mundo se rifan para trabajar con ella, sin contar con que la humanidad está rendida a sus pies.

—Gracias por la información churri. No la sabía.

Aquello hizo sonreír a Carlos. Si algo tenía claro aquel era que su buen amigo conocía absolutamente todo de aquella mujer. En más de una ocasión le había pillado observando una foto suya en prensa o leyendo alguna crítica de sus películas.

—Oye… no es por meter cizaña, pero la escena de la película que vimos el otro día, esa en la que ella sale con ese biquini de cuero impresionante. Dios ¡qué pechos!

—Me estás cabreando —resopló Juan.

—¿Por qué? Solo hablo de una actriz de Hollywood.

—Háblame me de ti —se mofó Juan—. Eres más interesante.

—Gracias, pero prefiero hablar de ese bombón.

Cansado de aquella insistencia Juan repitió.

—No quiero hablar de ello ¿de acuerdo, churri?

—Juan escucha —dijo deteniendo el paso—. Lo que ocurrió fue hace diez anos, todos éramos unos críos y estoy seguro que ella guardaba también buen recuerdo de ti y…

—¿Por qué no cierras el pico de una puta vez?

—Porque soy tu mejor amigo y sé lo que piensas. No hablo de que estés enamorado pero…

—¡¿Enamorado?! ¡Pero qué jodida chorrada estás diciendo! — gritó descompuesto.

Al ver la cara de mala leche con que su amigo le miraba retrocedió un paso.

—Vale… me he pasado, lo reconozco. Soy un bocazas.

—Joder macho, vale ya con esto —protestó.

—Esa mujer te dejó marcado y…

Al límite de su paciencia Juan le empujó contra la pared.

—Lo que ocurrió fue algo que ninguno provocamos, pero pasó. Ahora, podrías hacer el favor de callar esa puta bocaza antes de que me cabrees y te la cierre yo de un puñetazo. No estoy de humor y te aseguro que me estás llevando al límite de mi paciencia, y por mucho que te quiera como amigo y exista confianza entre nosotros, si continúas con ello, te juro que te lo voy a hacer pagar.

Dicho esto, Juan, separándose de él, comenzó a caminar. No le gustaba hablar de aquello, ni recordarlo. Pero conocía a Garlos y lo cabezón que era. Dos segundos después le dio alcance:

—De acuerdo. No hablaré más de ello. Pero si yo hubiera sido tú, la hubiera saludado. No todo el mundo ha estado casado, aunque fuera quince minutos, con la maciza de Estela Ponce.

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