39

Agotado por la noche de trabajo Juan llegó a casa a las siete de la mañana. Como siempre su fiel Senda le hizo uno de sus sonoros recibimientos.

—Hola Senda, ¿todo bien por aquí?

La perra, feliz porque su amo hubiera regresado, le dio varios lametazos y a continuación se tumbó en su lugar preferido, detrás de la puerta. Juan, cansado, soltó las llaves sobre el mueble del recibidor, entró en el salón y comprobó que en su contestador automático tenía un mensaje. Bajando el volumen, lo escuchó y sonrió al escuchar a Andrés, el chico que paseaba a Senda, despidiéndose porque se iba a Badajoz para pasarlas Navidades.

Con una sonrisa en la boca entró en la cocina. Necesitaba tomarse algo caliente, después se iría a descansar. Como otras muchas mañanas se calentó el café en el microondas, iba a sentarse a ojear el periódico cuando pensó en la mujer que lo esperaba en su cama.

Con una flamante sonrisa, abrió el armario donde guardaba la comida para el desayuno, buscó algo y cuando lo encontró asintió complacido. Después calentó dos cafés, los puso sobre una bandeja y subió con todo ello a su habitación.

Al entrar, la semioscuridad de la habitación y el silencio le hicieron pensar que ella estaba dormida. Con cuidado, dejó la bandeja sobre una de las mesitas y la buscó con la mirada. Sorprendido, observó la cama y finalmente sonrió al notar un bulto bajo el edredón. Con mimo para no despertarla, la destapó y casi suelta una carcajada al ver cómo dormía. En vez de estar con la cabeza sobre la almohada, estaba atravesada y hecha un ovillo.

Durante unos segundos la observo complacido. Se sintió como un tonto, pero continuó admirando su cabello rubio y revuelto. Verla al natural, sin peluca ni lentillas, le encantaba. Era preciosa. Recordó lo que Lucas dijo en el helicóptero y se sintió molesto. Se sentó en la cama con sigilo y se tumbó a su lado. Deseaba abrazarla y sentir su calor cuando ella abrió los ojos sobresaltada.

—Buenos días canija —susurró besándole en la punta de la nariz.

—Eh… hola —balbuceó abriendo los brazos para acurrucarle.

Durante unos segundos permanecieron abrazados hasta que el olor del café llegó hasta las fosas nasales de ella y sin poder remediarlo preguntó:

—¿De verdad has traído café?

—Si. Pero ya sabes que yo no doy nada sin recibir algo a cambio.

Con los ojos somnolientos se retiró el flequillo de la cara y preguntó:

—¿Qué quieres a cambio de ese rico y calentito café?

—Mmm… para empezar, ¿qué tal un beso de buenos días?

—¡Genial!

—Pero no uno cualquiera —insistió él—. Debe ser uno de esos que gusta recibir cuando uno llega destrozado de trabajar y…

Sin darle tiempo a decir nada más, ella saltó de la cama y corrió en dirección al baño dejándole solo. ¿Qué había ocurrido? Boquiabierto se incorporó, fue hasta el baño y la encontró lavándose los dientes.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó sorprendido.

Al escucharle ella levantó un dedo a pidiéndole que esperara y cuando acabó y se limpió la boca con la toalla dijo sorprendiéndole:

—No pretenderías que te besara con los dientes sucios ¿no?

Dicho esto volvió corriendo de nuevo a la cama, se tumbó como estaba y dijo ante un desconcertado Juan:

—¿Dónde nos habíamos quedado?

Divertido por las cosas que hacia se tumbó de nuevo junio a ella y acercándose peligrosamente a su boca susurró, al oler el fresco sabor de la pasta de dientes.

—Creo que ibas a besarme.

Dicho y hecho. Noelia le echó los brazos al cuello y tomando su boca con auténtica adoración le besó. Durante unos segundos degustó el sabor salado y masculino de él, mientras notaba cómo aquellas manos grandes subían tentadoramente por el interior de la camiseta negra de Armani con la que dormía.

—Estaba deseando volver a tenerte así, canija —susurró poniéndole la carne de gallina.

Ella suspiró encantada. A sus treinta años había disfrutado del sexo, pero nunca, ningún hombre, había provocado aquella candorosa sensación. De pronto él cerró sus manos alrededor de sus costillas y eso le provocó una sonora carcajada.

—No… cosquillas no, por favorrrrrrrrrrrrr.

Cautivado por aquello, en especial al ver como ella se movía desconsoladamente entre sus manos, murmuró haciéndola reír con más fuerza:

—Por el amor de Diorrrrrrrrr —dijo él parodiando a Tomi—. ¿Tienes cosquillas?

Jadeando para tomar aire ella, asintió y él continuó cosquilleando la zona mientras ella se revolvía como una loca y reía a grandes carcajadas. Estuvieron así unos segundos hasta que finalmente y sin poder evitarlo dejó caer su peso sobre e1 de ella y la besó. La camiseta negra de Armani voló por los aires y la ropa de él, segundos después, siguió el mismo itinerario. Excitados entre beso y beso por el tórrido momento, ella abrió sus piernas y él, sabedor de lo que quería, sacó un preservativo de la masilla, lo abrió y se lo puso. Sin mediar palabra, guió su duro pene hasta el calor que lo enloquecía, y de un empellón que hizo que ambos se estremecieran, lo hundió en Ella.

Enloquecida por el deseo que sentía, clavó sus manos en aquellos poderosos hombros y se arqueó para ir a su encuentro. Meció las caderas borracha de pasión dejándose llevar por el momento. Excitado por la vehemencia en su entrega, Juan se hundió en ella una y otra vez, hasta que la sintió vibrar entre sus manos y escuchó su suspiro de satisfacción al llegar al clímax. Al ver que ella quedaba lasa y satisfecha entre sus brazos, aceleró sus embestidas en busca de su propio placer mientras sentía como a cada segundo, a cada roce, todo su cuerpo se erizaba. Poseerla en su cama y sentirla suya era lo más maravilloso que le había ocurrido nunca y cuando creyó que iba a explotar de placer, cayó sobre ella exhausto y feliz.

Segundos después, aún sobre ella, Juan respiraba con dificultad. Fue a apartarse para no aplastarla pero ella no le dejó.

—No… no te quites por favor.

—Pero te voy a aplastar.

—No. Tú solo abrázame —exigió.

Durante un buen rato descansaron en silencio uno en brazos del otro sumidos en sus propios pensamientos, hasta que finalmente Juan la besó en el cuello y susurró con una dulzona sonrisa:

—Cariño, si por un café he conseguido esto, no quiero ni pensar lo que conseguiré de ti cuando te diga que además del café sobre la bandeja hay una caja de galletas Oreo que tanto te gustan.

Ella rio a carcajadas. Diez minutos después, los dos desayunaban sentados sobre la cama.

—Come más galletas canija, te vendrán bien —animó Juan.

Noelia miró con deleite las Oreo. Se moría por comérselas, pero tras dar un sorbo a su café murmuró con resignación:

—No. Ya me he comido dos y…

Sin darle tiempo a terminar la frase, Juan cogió una de las galletas y metiéndosela en la boca para su sorpresa murmuró:

—Mastica y déjate de tonterías. Tienes que alimentarle.

El sabor dulce y fuerte de la Oreo hizo que se le contrajera el estómago. Cerró los ojos, masticó la galleta y la disfruto.

Veinte minutos después, y animada por Juan para que se comiera otra galleta, terminaron con todo lo que él había subido en la bandeja, pasadas las ocho de la mañana ninguno de los dos tenía sueño’ cuando Juan recordó algo de pronto.

—Voy a enseñarte algo que cuando lo veas, te vas a sorprender.

Levantándose desnudo para deleite de ella, abrió el armario del fondo. De la parte superior cogió una caja y la llevó hasta la cama. Una vez allí quitó la tapa sacó varias carpetas y tras rebuscar entre varios papeles sacó un sobre y se lo entregó.

—Ábrelo.

Noelia cogió sobre y obedeció.

—Vaya —murmuró realmente sorprendida.

—Sí vaya —asintió él. Aquella palabra. Aquella cara de sorpresa, aquel gesto tan suyo le volvía loco.

—La licencia de nuestra boda en Las Vegas —rio ella—. ¿Y la Foto?

—Sí.

Boquiabierta, observo lo jóvenes que se les veía a los dos y lo ridículos que estaban con aquellos feos vestidos de boda.

No pudo contener la risa al darse cuenta, por sus caras, de la melopea que llevaban en ese momento.

—El dineral que pagaría la prensa por esta foto.

—¿En serio? —se mofó él sabiendo que tenía razón.

—Totalmente en serio,

Sorprendiéndola como siempre, le dio un dulce beso en la mejilla y en tono divertido murmuró:

—La seguiré guardando como un perfecto seguro de vida.

Noelia supo al instante que él nunca lo utilizaría como tal. El no veneraba el dinero y el poder como su padre.

—Pero yo recuerdo que rompiste esto y… —añadió ella.

—Si. Lo rompí. Pero cuando me marchaba de aquella preciosa suite, vi los papeles en el suelo, y, si te soy sincero, no sé porque, los cogí y los guardé. Y aquí están,

—Sin poder apartar la mirada de aquella foto, Noelia sonrió:

—Vale, lo confieso. Yo aún conservo las horrorosas alianzas de la boda —confeso ella con un suspiro.

Ahora el sorprendido era él.

—¿Tienes las alianzas?

Ella asintió y al ver su gesto de incredulidad dijo:

—Están en mi casa de Bel Air en uno de mis joyeros. Son baratas, horrorosas y vulgares con esos dados de juego, pero siempre me dio pena deshacerme de ellas. Además, nunca se sabe. Quizá también en un futuro sean mi seguro de vida.

Le abrazó y, al cabo de unos minutos hicieron de nuevo apasionadamente el amor sobre la foto y la licencia de matrimonio.

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