55

El dos de enero, a las siete y veinte de la mañana, el sonido de su móvil despertó a Juan. Él se movió y notó la presencia de Noelia a su lado dormida, sonrió y la abrazó. Cogió el móvil de la mesilla y, al ver que era su padre, contestó:

—Dime, papá.

—Hijo tenemos que hablar urgentemente.

—¿Qué pasa? — preguntó alarmado.

De pronto, el timbre de la puerta comenzó a sonar insistentemente, y el teléfono de casa también. Aquel sonido hizo que la joven actriz pegara un bote sobresaltada y, con el pelo revuelto, miró a Juan asustada.

—¿Qué pasa?

—Nada, cielo no te preocupes. Duerme —respondió conmovido al ver que aún estaba medio dormida.

Noelia volvió a tumbarse, atravesándose en la cama como solía hacer siempre, se tapo con el nórdico y volvió a dormirse.

—Juan ¿sigues ahí?

—Sí papá —dijo levantándose—. Pero espera que han llamado a la puerta.

—Es la prensa. No abras y escúchame. ¿Qué es eso de que has estado casado con Estela Ponce? Vamos, con Noelia.

—Qué —susurró saliendo de la habitación en calzoncillos blancos.

Aquella noticia, los ladridos de Senda y el maldito ruido de la puerta le estaban bloqueando como pocas veces en su vida. Lo primero que pensó fue en su hermana ¡la mataría!, pero segundos después desechó la idea. Su padre continuaba al otro lado de la línea.

—Una foto tuya y de Noelia sale en el periódico. En primera plana. Pero ¿cuando te has casado ron ella?

—¡¿Cómo?!

—Te leo el titular —prosiguió su padre—: «Geo español casado con la gran diva del cine americano». ¿Qué quiere decir esto Juan?

—Joder… joder… —resopló al intuir todo lo que se le venía encima—. Papá, eso es algo que ni tú ni nadie debería saber. Ocurrió hace tiempo, es algo sin importancia y…

—¿Sin importancia? ¿Pero cómo puedes pensar que para mi no tiene importancia tu boda? Juan, por Dios, que eres mi hijo.

—Mira papá, luego te llamo —contestó antes de cerrar el móvil.

En ese momento, se abrió la puerta de la habitación de invitados y apareció Tomi con su pijama color rosa chicle.

—Todos los días amanezco hermoso, pero lo de hoy es una exageración —dijo con coquetería.

Juan le miró, pero ni siquiera pudo oír lo que decía. Estaba bloqueado. Tomi, al verle de aquella guisa, medio desnudo con aquellos bóxer blanco susurró:

—Por el amor de my life… genéticamente eres lo más. Por cierto ¿sigo dormido? Porque si es así aprovecho y te doy un kissssss de tornillo.

Al ver que aquel no sonreía, se extrañó.

—¿Qué ocurre divine?

—La prensa.

Al escuchar aquello a Tomi se le borró la sonrisa de la cara, se llevó las manos a la cabeza y gritó:

—Oh my God. ¡Esto es un desastre! —y rápidamente añadió—: Tenemos que salir de aquí cuanto antes. No pueden verla. Si la ven confirmarán que es ella y…

Senda —voceó Juan a la perra—. ¡Basta ya!

Los ladridos cesaron, pero el incómodo pitido del portero automático continuaba. Sin poder contener un segundo más su mal humor, Juan bajó los escalones de dos en dos. Pero, de repente, el pitido cesó y dos segundos después la puerta de su casa se abrió y ante él aparecieron sus hermanas Irene y Eva.

—Madre del amor hermoso Juan, la que hay liada ante tu puerta con la prensa —dijo Irene acalorada.

—Oh sí, cielo. La prensa es horrible, y te lo digo con conocimiento de causa —asintió Tomi que había bajado tras Juan vestido con el pijama.

Más blanca que la cera Eva miró a su hermano y antes de que este preguntara aclaró:

—Juan, yo no he sido. Te lo prometo.

Irene aún sorprendida por la noticia, le enseñó el periódico a Juan y mientras entraban en la cocina preguntó:

—¿Estás casado con Estela Ponce? —al ver que aquel no la miraba, volvió sus ojos hacia Tomi—, Pero de verdad que la chica que ha estado estos días con nosotros es ella. ¿Es Estela Ponce?

—Sí querida, es ella. Ya de nada sirve decir lo contrario —asintió Tomi preparándose un café.

Juan, sin apartar los ojos de su hermana Eva, le arrancó el periódico de las manos a Irene.

—Sí tú no has sido, me puedes explicar cómo coño han llegado estas fotos aquí.

—No lo sé —gimió Eva desconcertada.

Ella no había sido y su móvil estaba en su bolso, como siempre, a buen recaudo. ¿Cómo podían haber llegado aquellas fotos a la agencia EFE? Cuando su amiga Yolanda la llamó para darle la enhorabuena por la noticia, al principio no sabía a qué se refería hasta que aquella se lo aclaró. Durante horas, intentó que las fotos no salieran publicadas, pero sus intentos fueron en vano. Aquello era un bombazo informativo imposible de parar.

—Me lo prometiste y creí en ti —siseó enfadado—, ¿Cómo has podido hacerlo? Sabes lo que esto significa. ¡Me has vendido!

—Te estoy diciendo que yo no he sido —se defendió.

—¿Y cómo quieres que te crea? Estas fotos solo las tienes tú en tu maldito móvil —siseó señalando el periódico.

—Pues tienes que hacerlo. Nunca te vendería. Nunca —gritó descompuesta.

—Venga no os peleéis intercedió Irene . Vosotros siempre lo habéis solucionado todo hablando.

Tomi intentó echar una mano a la hermana mayor.

—Vuestra hermana tiene razón. Atora necesitamos una solución al problem, no más problemas, porque cuando Noelia se levante y lo sepa… Oh my God. Se va a disgustar y mucho.

—Joder Eva —gritó Juan desencajado—. ¿Entonces quien ha sido? Te repito que estas fotos solo las tenías tú. Te dije que las borraras. ¡Te lo dije!

—Lo sé… lo sé…

—Pero no… —continuó malhumorado— la señorita metomentodo no las borró y ahora míralas, aquí están. En primera plana, en todos lados para ocasionarme problemas. ¡Joder!

—A ver love… el problema también será para mi chica. No lo olvides —susurró Tomi.

Pero Juan no le escuchaba. Estaba cegado por la ira y Eva, plantándose ante él, gritó:

—Juan, escúchame. Esto tiene que tener una explicación, y te aseguro que la encontraré, pero créeme, yo no he sido. Te lo juro por mamá. Por favor, créeme.

El timbre de la puerta volvió a sonar e Irene fue a contestar. Dos segundos después el abuelo Goyo, Manuel y Almudena con el bebé en brazos entraron. Juan, a punto de explotar, deseó gritar. De pronto, casi toda su familia se había plantado en su casa a la espera de una explicación. Todos hablaban a la vez y estaban volviéndole loco. Entonces apareció Noelia en la puerta de la cocina con gesto adormilado.

—¿Qué os pasa?

La familia al completo se quedó contemplando aquella aparición:

—Copón bendito, ¿te has desteñido gorrioncillo? —le preguntó el abuelo Goyo.

—¡La rubia! —murmuró Irene.

Noelia se despertó de golpe. Estaba tan dormida y sorprendida por el jaleo que no había reparado en su aspecto.

—Joder, es cierto —gritó Almudena—. ¡Eres Estela Ponce!

—Y la rubia que vi esa noche con juan —insistió Irene, ojiplática.

Fue a contestar, cuando reparó en las fotos de la portada del periódico que el padre de Juan llevaba en la mano. Con un rápido movimiento se lo arrebató.

—Oh no… oh no… ¡oh no!

—Oh sí my love…oh sí —asintió Tomi antes de que Juan pudiera ni gesticular.

Todos fueron testigos de cómo el gesto dormido de Noelia se transformaba en otro devastador. Tan devastador que incluso Juan se asustó cuando vio cómo Noelia paseaba sus claros ojos por la habitación y los clavaba en su hermana Eva. De pronto, una frialdad arrolladora se instaló en su mirada y levantando la barbilla al más estilo hollywoodiense se acercó a aquella y dijo:

—Felicidades Eva. Has conseguido tu gran noticia.

—No… yo no…

—Espero que esto te reporte muchas ganancias y un buen trabajo. Siempre quisiste una buena noticia y cuando la has tenido no la has desaprovechado, ¿verdad?

—Noelia yo no he sido. Te lo prometo.

Con una fría sonrisa cabeceó y torciendo el gesto siseó:

—¿Acaso pretendes que te crea?

—Sí —suplicó aquella—. Tienes que creerme yo…

—¿Crees que soy tan tonta como para no entender que una periodista como tú simplemente ha optado por vender a su propio hermano con tal de ganar fama y dinero? ¿Acaso crees que eres la primera persona que me vende?

—Entiendo que no me creas —insistió Eva sollozando—, pero yo no he vendido nada. Te lo prometo.

Su padre, tan sorprendido como el resto del giro que habían dado los acontecimientos, al ver el estado en el que estaba a su hija se acercó y la abrazó con cariño.

—Papá te juro por lo que tú más quieras que yo no he sido, le lo juro.

Con gesto devastador, Noelia siseó llena de ira:

—Él es tu padre y puede creer lo que quiera, pero yo no. ¡No te creo!

Con la mente funcionando a mil por hora joven estrella del cine calibró la situación. Debía de salir cuanto antes de aquella casa.

—Sí mi hermana dice que no ha sido, debes creerla.

—Sí claro… no lo dudo —se mofó Noelia.

Enfadado y con ganas de hacer una locura, Juan agarró a la joven a la que tanto deseaba por el codo y, atrayendo su fría mirada, se reafirmó.

—Te repito, que si mi hermana dice que ella no ha sido, no ha sido. No ocasiones más problemas.

—¿Problemas? ¿Yo ocasiono problemas? —gritó ella fuera de control—. Yo no soy ningún problema. Maldita sea, ¿por qué todo el mundo se empeña en llamarme así?

—Basta ya… Noelia. Basta ya —siseó malhumorado.

Oír su dura voz y ver su mirada fuera de si la hizo reaccionar. Durante unos segundos se miraron a los ojos con desesperación. Sus miradas hablaban por si solas y al final Noelia, retirándose su rubio pelo de la cara, dijo en un tono más conciliador:

—De acuerdo. Eva, te pido disculpas por lo que te he dicho. Pero estoy tan acostumbrada a que la gente me traicione por dinero, que es en lo primero que he pensado.

La muchacha al escucharla cabeceó abrazada a su padre, cuando el móvil de Juan sonó.

—Gorrioncillo, la base de toda buena familia es la confianza y el amor. Dinero no tendremos mucho, pero confianza y amor a raudales. Por cierto, ¿de cuantos rombos haces las películas? —quiso saber el abuelo Goyo.

Aquello la hizo sonreír y tras mirar a su primo y ver lo emocionado y calladito que estaba, entendió lo inevitable, se tenía que despedir de aquella maravillosa gente.

Al fondo del salón, Juan parecía discutir con alguien a través del móvil.

—No me toques más las narices, Fernández —le oyó gritar—. Eso que tú has visto no es nada por lo que yo deba de dar explicaciones. Es impensable lo que estás diciendo, impensable.

Impensable pensó con dolor Noelia al escucharle, le gustara o no él tenía razón. Que pudiera haber algo más entre ellos era, como la propia palabra resumía, impensable.

Durante un rato le observó. Su gesto preocupado y sus aspavientos al hablar le pusieron los pelos de punta. Todo lo que habían vivido durante aquel último mes había sido maravilloso, pero con un gran dolor en el corazón supo que aquello tenía que acabar.

Tomando aire, miró a todas aquellas personas que tanto cariño le habían dado en los últimos días e intentando responder a sus preguntas dijo:

—Me llamo Estela Noelia Rice Ponce. Efectivamente soy Estela Ponce, la actriz de Hollywood, pero también soy Noelia, la mujer que habéis conocido estos días —y mirando a Irene murmuró—: Y sí. Soy la rubia pilingui que viste aquella noche con Juan.

—Ay Noelia, no digas eso —negó avergonzada aquella.

—Como habréis comprobado ni soy morena, ni tengo los ojos oscuros, pero si quería pasar desapercibida entre la gente y ser una persona de a pie, necesitaba ocultar mi verdadera imagen, y por eso quiero pediros perdón. Nunca me ha gustado engañar a nadie, y menos a vosotros, que me habéis dado tanto cariño.

El padre de Juan, al verla tan agobiada, dio un paso al frente y dijo:

—No tienes que pedir disculpas y hablo en nombre de todos. Te entendemos perfectamente y para nosotros siempre seguirás siendo Noelia. ¿Está claro?

—Gracias Manuel. Muchas gracias por abrirme las puertas de tu casa y…

—Estarán abiertas para ti y para Tomi siempre que queráis —insistió aquel acercándose a ella para abrazarla.

Ahora entendía el agobio de su hijo en muchas de las ocasiones en las que se habían reunido. Por fin comprendía qué era aquello que preocupaba a Juan de manera constante y que no había querido revelarle.

—Que fuerte maja. ¡Eres Estela Ponce! —murmuró Almudena con su bebe en brazos.

—Sí, y es divina ¿verdad? —asintió Tomi sonriendo.

—Para mi es tan divina como siempre —se mofó el abuelo Goyo—, El gorrioncillo sigue siendo el mismo pero con otro pelaje diferente y mi cariño por ella no ha cambiado ni un ápice. Si ayer la tenía cariño, hoy le tengo el mismo porque para mi es Noelia, no la actriz esa de joügusssss que vosotros decís.

—Gracias abuelo Goyo —murmuró emocionada.

—Por cierto hermosa —rio el anciano—. Tienes unos ojos que parecen dos luceros, no me extraña que mi nieto esté así.

Todos miraron al fondo del pasillo donde estaba Juan. Él, a diferencia del resto, no sonreía, discutía con alguien. Desde el primer instante que supo que la noticia había saltado a la prensa, sabía que aquello le acarrearía problemas con alguno de sus mandos. Pero algo en él se rebeló. Era su vida y pensaba luchar como nunca por ella. Por Noelia. No quería perderla y se enfrentaría a quien tuviera que hacerlo, como lo estaba haciendo en aquel momento.

La tensión se palpaba en el ambiente y Eva para arrancarles una sonrisa cuchicheó:

—Fíjate tú que te veo más guapa al natural —y con gesto divertido prosiguió—: Ahora entendéis, al ver sus ojos, porqué la pequeña Ruth creyó que se le había caído un ojo como al osito Sito el día de la cena de Nochevieja.

Todos miraron en dirección a Noelia.

—Cuando me caí en la cocina, se me saltó una lentilla. La pobre Ruth fue la primera en auxiliarme y al ver mi ojo do otro color se asustó.

La familia rio al conocer el verdadero significado de lo que la niña dijo aquella noche, pero a Noelia se le cortó la sonrisa al mirar a Juan y verle tan agobiado. Se sintió culpable por aquella situación y decidió que debía marcharse cuanto antes o él terminaría odiándola.

—Uisss y yo que recuerdo que te dije que tu pelo me parecía natural —rio Irene para atraer su atención—. Madre mía ¡que ojo tengo! Por cierto, cuando la lianta de mi Rocio se entere de quien eres ¡le va a dar algo! Veras cuando se lo cuente a sus compañeros de instituto. Su tito saliendo con Estela Ponce ¡la actriz! Va a ser la envidia de todos en el pueblo.

—Y cuando lo sepa Laura, la mujer de Carlos. Ella que te adora— apostilló Almudena—. ¡Verás! ¡Verás!

—¿Saldremos en el HOLA? —se guaseó Irene divertida.

El timbre del portero automático de la casa no dejaba de sonar. Aquello era una locura. La prensa estaba allí y quería información. Sonó el móvil de Eva, contestó y fue a abrir la puerta. Menchu había llegado. Al entrar y ver a Noelia con gesto confuso, la abrazó y esta se lo agradeció.

—Oye… ¿y que vais a hacer ahora mi hermano y tú? —preguntó Irene.

—Nada.

—¡¿Cómo que nada?! —gritaron las hermanas al unísono.

—Sé lo que pensáis pero esto es imposible —aclaró la actriz—. Él vive aquí y su trabajo requiere algo que yo no le puedo dar. Además, es imposible que esto salga bien. Imposible.

—Pero ¿por qué? —preguntó Almudena dejando con mimo a su bebé en el sillón— No os entiendo. Si Penélope Cruz que es española y Tom Cruise se pudieron enamorar. ¿Por qué vosotros no?

—Uiss Penélope ¡qué divina! Y el Cruise ¡que bombón! —afirmó Tomi encantado, pero al ver el gesto de su prima, calló.

Tras unos segundos de silencio, Almudena insistió.

—Si en la película Notting Hill el amor ente una actriz y un librero inglés se hizo realidad, ¿Por qué no puede ser real entre' vosotros?

Al escuchar aquello, Noelia sonrió. Eso era un amor de película. Justo lo que ella buscaba y en lo que Juan no creía.

—Notting Hill es una película preciosa, Almudena pero esto es el mundo real.

—Vamos a ver, Noelia —volvió al ataque Almudena. Conocía a su hermano y por cómo se había comportado con ella sabía que aquello para él no era una simple aventura— Creo que el hecho de que tú seas una superestrella de Hollywood no quila que puedas enamorarte de alguien que no lo sea. Además, ¿que pasa? ¿las actrices solo se pueden enamorar de actores? Vamos… es como si me dijeras que los zapateros solo se pueden enamorar de zapateras y los cajeros de cajeras.

Aquella comparación la hizo sonreír. Ella más que nadie deseaba aquel vínculo, aquel amor, pero tras mirar de reojo a Juan y verle tan enfadado murmuró:

—Almudena, créeme, es imposible.

—¿Y vuestra boda? —preguntó Manuel.

—Eso gorrioncito. A mi me interesa la boda. ¿Qué es eso de que mi nieto y tú os casasteis y que yo no lo supiera? —replicó el abuelo Goyo.

—Pero ¿cómo es que os casasteis y no dijisteis nada? —insistió Irene.

Aturullada por el montón de preguntas quiso contestar, pero fue incapaz. Solo con mirar a Juan y ver lo enfadado que estaba se le partía el corazón.

—Pero si os queréis y ya habéis estado casados. ¿Dónde está el problema? —preguntó Almudena sorprendiéndola—. Solo tenéis que hablar, llegar a un entendimiento y…

—¿Queréis dejar de agobiarla por favor? —se quejó Eva, La situación no era fácil y ninguna de sus hermanas parecía darse cuenta.

Finalmente Manuel, que llevaba rato observando tanto a su hijo como a la joven, dijo:

—Creo que Eva tiene razón. Dejemos que ellos decidan,

—Pero papá, si ya estuvieron casados y… —protestó Irene.

—Ellos mejor que nadie sabrán qué tienen que hacer —insistió aquel.

Noelia le agradeció aquello con la mirada y el abuelo Goyo, acercándose a ella, le tomó la mano.

—Mi madre, que en paz descanse, siempre decía: «Al tiempo, le pido tiempo y el tiempo me lo da». Piensa en ello ¿vale tesoro?

Las palabras del abuelo Goyo siempre conseguían llegar al corazón de Noelia. Cuánto se parecía su manera de razonar y de expresarse a la de su abuela. El cosquilleo de las lágrimas en sus ojos cada vez era mas fuerte, pero no quería llorar. No debía. Y sacando a flote su faceta más fría, aquella que su padre le había encargado de enseñarle muy bien, dijo:

—Escuchadme por favor. Quiero que sepáis que para mí el tiempo que he estado aquí con vosotros ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo y que nunca lo olvidaré. Pero he de regresar a mi vida. Mi sitio no está aquí. En cuanto a la boda entre Juan y yo, él mejor que nadie os lo puede explicar. Yo solo os diré que fue algo que pasó hace mucho tiempo. Un error que se solucionó sin ningún problema.

—¡¿Error?! —cuchicheó el abuelo Goyo—. Nadie se casa por error, hermosa.

—Nosotros si, nosotros sí —susurró la joven observando a Juan que continuaba discutiendo a través del móvil.

—Mira Noelia —dijo Manuel— Todos aceptaremos lo que vosotros decidáis hacer, pero déjame decirte que la vida pasa rápido y lo más importante que hay es el amor. Como bien sabes, yo perdí a mi mujer hace años y nunca pensé que volvería a encontrar a alguien que me hiciera latir con fuerza el corazón. Cuando Maite, una mujer maravillosa, apareció en mi vida, yo me negué a dar una oportunidad a mi felicidad. Pero el abuelo Goyo fue quien me empujó a darme cuenta de que las oportunidades para ser feliz no se presentan todos los días. Hoy por hoy me alegro de haberle escuchado. —Al ver como sus hijas pequeñas le miraban aclaró—. Ya hablaré con vosotras en referencia a Maite ¿vale?

—Tranquilo papá. Lo que tú decidas, bien estará —apostillo Eva sonriéndole.

Durante unos segundos todos permanecieron callados. Noelia quiso decirle a Manuel que pensaba como él. Ella quería vivir el presente, disfrutar de la vida con Juan, pero él se negaba. Finalmente el abuelo Goyo añadió:

—Gorrioncillo en esta vida todo lo que merece la pena cuesta conseguirlo ¡piénsalo! No te conformes con lo que te ha tocado vivir, busca lo que tú quieres, tu felicidad, aquello que tu deseas. Y así, el día de mañana, cuando el tiempo haya pasado, nunca podrás reprocharle aquello de: Qué hubiera pasado si…

—Ay, abuelo Goyo —aplaudió Tomi emocionado por todo lo que escuchaba—, ¡Qué bien habla!

—Gracias hermoso —y acercándose a él dijo—: Y tú espero que vengas a verme de vez en cuando. Me gusta hablar contigo de las diferentes tonalidades de la vida. Eres un buen conversador, algo escandaloso en formas y en actos, pero un buen muchacho al que me ha agradado mucho conocer y que no quiero perder de vista.

Un gemido lastimero y emocionado escapó de la garganta de Tomi, y sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre el anciano y le abrazó.

I love you abuelo Goyo. You are the best.

El anciano, conmovido, le devolvió el abrazo.

—El aisloyu lo he entendido. Pero luego ¿me has llamado bestia?

—No —sonrió la joven actriz—. You are the best. Ha dicho que eres el mejor.

Aquel pequeño episodio hizo que todos sonrieran y Noelia, haciendo acopio de fuerzas, dijo consciente de lo que debía hacer:

—Ahora voy a salir para hablar con la prensa y, por el bien de Juan y el mío propio, por favor, permitidme que hable solo yo.

Dicho esto, se puso un abrigo largo de cuero negro de Juan sobre el pijama, se miró en el espejo para colocarse su rubio cabello ante la mirada de todos, tomó aire y, tras levantar el mentón e instalar en su rostro una deslumbrante sonrisa, abrió la puerta de la calle y salió. Juan, al ver aquello, cerró su móvil de inmediato.

—¿Dónde va? ¿Se ha vuelto loca? —preguntó caminando hacia la puerta enfurecido.

Tomi, interponiéndose entre él y la puerta le detuvo y dijo mientras el resto de la familia escuchaba lo que ocurría a través de la puerta:

—Hace lo que tiene que hacer. Nada más.

En el exterior, el viento frío de enero azotaba con dureza las mejillas de Noelia que, con el abrigo de Juan y el pelo al viento, contestaba todo lo amablemente que podía a las preguntas que los centenares de periodistas le hacían.

—¿Qué hay de cierto sobre su boda con el geo español?

—Eso fue algo que ocurrió hace años y que ambos solucionamos en su momento —respondió con una sonrisa.

—¿Qué hace aquí, en Sigüenza ,en casa de su exmarido, Juan Morán? ¿Sigue siendo su ex o hay algo más?

—Mantenemos una cordial amistad desde nuestra juventud. El que nos separáramos no quita que podamos ser amigos. ¿O hay algo que lo impide? Juan es una estupenda persona a la que le deseo mucha suerte en su vida, pero entre él y yo no existe nada más.

Los reporteros sonrieron, pero otro periodista insistió:

—¿Solo amigos? Según mis informaciones su ex es un hombre muy solicitado por las féminas del lugar y…

—Normal —cortó ella—. Juan es un hombre soltero, muy atractivo y que, por suerte, puede estar con la mujer que quiera.

—¿Usted por ejemplo?

—No. Conmigo solo puede haber una buena amistad,

—Pero ¿podría haber una reconciliación?

—No. Eso nunca ocurrirá.

—¿Por qué nunca ocurrirá? —insistió de nuevo el periodista.

—Su mundo y el mío son tan dispares que intentar que haya algo entre nosotros sería una auténtica locura.

—Entonces ¿se lo han planteado?

Las preguntas de los reporteros la agotaban. Aquello era un tira y afloja continuo pero dispuesta a no claudicar se carcajeó como buena actriz. Cuando se disponía a responder, la puerta de la casa se abrió y el abuelo Goyo gritó con el garrote en alto:

—¡Y a ti que te importa! Jodio por culo.

Sus nietas, tras mirar a la Noelia, le agarraron como pudieron y le metieron dentro de la casa, momento en el que la actriz dijo tras aspirar el aroma de Juan de su abrigo:

—La respuesta a su pregunta es que es impensable, y ahora, si me disculpan, he de coger un avión y regresar a Los Angeles. En unos días viajo a Tokio para continuar con la promoción de la película que presenté en España. Buenos días.

Tras despedirse con la mejor de sus sonrisas, se dio la vuelta y entró en la casa. Al cerrar la puerta se apoyó en ella con los ojos cerrados y al abrirlos se encontró frente a ella a toda la familia con cara desencajada y a un furioso Juan.

—¡¿Impensable?! —dijo él.

—Sí… impensable —asintió ella—. Y no me tires de la lengua porque tú, y solo tú, sabes porqué lo digo.

Si algo odiaba Juan eran los numeritos y menos delante de su familia, por lo que tras blasfemar en voz baja murmuró clavando la vista en su padre:

—Tengo que ir a la base. Mis superiores quieren verme.

—Vaya hijo, lo siento.

Noelia, aun con el corazón a mil, sintió la frialdad en su mirada. Juan estaba muy enfadado y por primera vez desde que su historia comenzó, sintió el peso de aquella maldita palabra: «Problema». Por ello, y para acabar cuanto antes con aquella situación miró a su primo y dijo quitándose el abrigo de Juan:

—Tomi, llama al aeropuerto y reserva dos pasajes lo antes posible. Salimos para Los Angeles en cuanto esté lista.

Aquella rotundidad cortó la respiración de Juan. ¿Cómo que se iba? Pero sin querer manifestar sus miedos no dijo nada y se tensó aún más.

—Gorrioncillo, ¿entonces te vas? —preguntó el anciano tras cruzar una mirada con su nieto.

—Sí. Es lo mejor para todos.

Y sin decir nada más, corrió escaleras arriba. No quería que la vieran llorar y ella era una persona de lágrima fácil. Juan, al ver como su familia le miraba, a la espera de que hiciera algo blasfemó de nuevo. Y, tras pasarse con desesperación las manos por su oscuro cabello, subió tras ella las escaleras.

Después de contar hasta diez entró en la habitación cerró la puerta. Tenía que hablar con ella muy en serio y necesitaba que le entendiera. Ella le escuchó entrar pero no se volvió a mirarle. Se limitó a coger su trolley, ponerlo sobre la cama y abrirlo.

Ese gesto indescifrable no gustaba en absoluto a Juan, pero aun así preguntó:

—¿Por qué has dicho a la prensa que lo nuestro es impensable?

—Porque es la verdad.

—Te equivocas. Creo que…

—Tú no crees nada —cortó callándole—. ¿Qué pretendes que diga? ¿Qué creí amar a un hombre que no me quiere? —chilló enfadada—. Oh no… Juan. Ya ha sido bastante humillante darme cuenta yo sólita.

—¿Creías? —preguntó descolocado.

—Sí, creía. Hoy, con lo que ha ocurrido, me he dado cuenta de la realidad de todo lo que nos rodea. Lo nuestro no puede ser.

Sorprendido por aquel cambio de actitud, se movió por la habitación.

—Escúchame Noelia. Tú me gustas mucho, pero no puedo decir las palabras que quieres escuchar porque no sé si lo que siento es lo que tú sientes por mi. Solo sé que quiero estar contigo, que me gustas y que me joroba en exceso esta absurda situación.

—¿Absurda? —dolida caminó hacia él—. Lo absurdo es lo que yo hice el otro día. Te abrí mi corazón y tú te limitaste a sonreír. ¿Cómo crees que me sentí? Se supone que la diva fría e inalcanzable soy yo, pero no, aquí el inalcanzable eres tu. Para ti sigo siendo el mismo problema de hace un mes o diez años ¿no lo ves?

—Pero que quieres que haga, joder —gritó desesperado.

—Nada. No quiero que hagas absolutamente nada.

—Noelia, no puedo dejar mi vida para ir tras de ti y vivir a costa tuya como si fuera un chulo. Un mantenido. Me gusta mi trabajo, mi hogar, mi vida. Me gusta donde vivo. ¿Qué podría hacer yo siguiéndote?

—Quererme e Intentar ser feliz ¿Te parece poco?

—Mira Noelia, no digas tonterías que esto es la vida real y no una de las románticas películas que haces. Esto es…

—Oh Dios… no comencemos con eso. Me agotas —murmuró.

—Sé realista ¡joder! Yo en tu mundo no pintaría nada. Yo no tengo yates, ni mansiones, no puedo costearme un nutricionista, ni un personal trainer, yo solo soy un poli, un simple policía. ¿Cuándo vas a darte cuenta?

—¿Y cuándo vas a darte cuenta tú que eso a mi no me importa?

—Noelia, eres Estela Ponce.

—Sí… soy ella, y como Estela Ponce tengo una vida muy glamurosa, éxito en la pantalla, aplausos y cenas de gala. Pero siempre estoy sola ¡sola! ¿Cuándo te vas enterar de que yo contigo solo quiero ser Noelia? Nada más —gritó fuera de sí—. Me gusta todo lo que te rodea, esta casa, sus ruidos, las risas, tu familia, por gustar me gustan hasta nuestras discusiones. Pero tú te empeñas en poner obstáculos en nuestra relación porque eres incapaz de ver más allá y entender que yo ante todo soy Noelia. Una mujer.

Ceñudo, la miró. Ella tenía razón. Desde el principio él siempre había puesto las normas y ella siempre las había acatado. Pero algo le impedía terminar de abrir su corazón y ella prosiguió:

—¿Sabes lo que me dijo el abuelo Goyo? —él la miró—. Que la vida se compone de momentos y para mí cada momento contigo ha sido tan auténtico que los atesoro con verdadero amor. ¿Tú también puedes decir eso?

Pero Juan estaba fuera de sí. Lo que no conseguía un operativo policial con la mayor tensión del mundo, lo estaba consiguiendo ella con sus palabras. Incapaz de pensar o razonar con cordura se pasó de nuevo la mano por el pelo y murmuró:

—Solo puedo decir, que has puesto mi vida patas arriba. Que tú eres Estela Ponce, la gran diva del cine americano y yo solo soy Juan Moran, un policía español.

Desesperada por la frialdad de sus palabras se dio la vuelta y continuó haciendo su equipaje. No pensaba decirle nada más. No quería discutir. Ya estaba todo dicho. Como un tigre encerrado en una jaula Juan caminó de un lado a otro de la habitación y cuando sintió que podía hablar en un tono más calmado pre gimió:

—¿Qué es eso de que te vas tan pronto estés lista?

Al ver que no respondía, se acercó a ella y cogiéndola del brazo la obligó a mirarle. Una mueca de ella le hizo ver lo molesta que estaba y soltándola añadió:

—Canija, creo que…

Como una escopeta cargada le miró deseosa de gritar. No quería volver a escuchar la palabra problema. Ella era una mujer poderosa en el mundo del cine, pero para él, para un simple hombre, era un problema y decidió actuar como tal. A partir de ese momento Noelia desaparecía de escena para dar paso a Estela Ponce. La digna hija de su odioso padre. Algo que Juan parecía demandar.

—Juan cállate. No digas ni una palabra más porque no te quiero escuchar. —Al ver que la miraba prosiguió—. Este jueguecito se nos ha ido de las manos y quiero regresar a mi vida cuanto antes. Necesito que le digas a Eva que borre todas las fotos que tenga mías y lo mismo te digo a ti y a toda tu familia. Borrad las fotos que tengamos juntos antes de que me ocasionen problemas. Y en cuanto a esta maldita foto —dijo cogiendo el retrato de la boda— quémala.

Sorprendido por aquella dura voz y mirada fría, apartándose de ella murmuró:

—¿Crees que yo voy a vender nuestras fotos?

—Lo único que ahora soy capaz de entender es que la prensa está en la puerta de tu casa y yo no la he llamado. A partir de este momento lo que tu pienses o creas, me da igual.

A cada segundo más enfadado por aquella frialdad, dio un paso atrás y exigió:

—Mírame.

—No.

—¡Mírame! —necesitaba ver su mirada.

Finalmente ella lo hizo y él preguntó

—Dime, exactamente, ¿qué significa lo nuestro para ti?

¿Cómo contestar a aquello tras todo lo que le había dicho? Estaba claro que los hombres estaban hechos de otra pasta porque si no había entendido nada, era imposible continuar. Deseaba estar con él, era lo que más ansiaba en el mundo, pero sabía que las cosas serían complicadas, en especial, por la resistencia de él y respondió:

—¿Lo nuestro? ¿Qué es lo nuestro? Lo nuestro no es nada. Solo un enamoramiento caprichoso por mi parte y ya está.

—¿Enamoramiento caprichoso?

—Sí —respondió con el corazón roto. Pero dispuesta a mantenerse fuerte le miró y respondió—: Aunque me cueste decirlo, es algo que me suele pasar muy a menudo ¡soy muy enamoradiza!

Con la mandíbula tensa, Juan fue a decir algo cuando ella gritó:

—Pero si ni siquiera sabes que mi película preferida es West Side Story, ni que odio el brócoli —Al ver que él resoplaba continuó—. Tú siempre has sido más realista que yo. Piénsalo. Pero si hasta cuando hemos hablado de mi trabajo siempre has dicho que nunca, ¡nunca! estarías con una mujer que, como yo, tiene que besar a otros hombres por su trabajo.

—No comencemos con ese absurdo tema —gruñó él.

—De absurdo nada. Soy actriz y como tal actúo ante la cámara. Si la escena requiere un beso, dos o veinte los doy, porque para mi esos besos no significan nada. ¿Acaso debo de pensar que tú eres un asesino porque tienes una pistola?

—No es lo mismo. Cuando hablamos de ese tema me refería a que no me gustaría que mi mujer saliera desnuda en una escena porque… porque ¡joder! No es lo mismo.

—Oh claro… por supuesto que no es lo mismo —se mofó furiosa—. Mira Juan, déjame en paz y acabemos de una voz con esto.

—Pero ¿de qué estás hablando? —preguntó confundido. Minutos antes le estaba hablando de amor y de pronto, aquella frialdad le tenía desconcertado.

—Pues que yo soy Estela Ponce —siseó con frialdad— y tu un simple policía español que nunca entendería mi trabajo, ni podría seguir mi ritmo de vida.

Dolido, deseó gritarle que su indiferencia le había hecho reaccionar. Que estaba dispuesto a que sus vidas encajaran, pero de pronto ella sentenció:

—Lo nuestro no es nada Juan. Nada. Fue algo bonito para recordar, pero nada más —Se quitó la pulsera de cuero que él le ató alrededor de la muñeca el día que le pidió que se quedara, la tiró sobre la cama y dijo—: Gracias a ti he tenido unas vacaciones en la que he conocido a un hombre que me ha hecho muy feliz en la cama, pero creo que el todo incluido se acabó y debo regresar a mi vida. ¿Y sabes por qué? —Él no respondió y ella prosiguió—: Porque me he dado cuenta que mi carrera no la voy a sacrificar ni por ti, ni por nadie.

Aquella rotundidad en sus palabras hizo que el corazón de Juan latiera desbocado. Él no era hombre de manifestar sentimientos pero lo que había vivido con ella había sido tan real que, por primera vez en su vida, al notar el rechazo de ella no supo qué hacer ni decir. Quería que se quedara con él. Deseaba hacer planes con ella, pero la frialdad en sus palabras le obligaron a callar. Estaba claro que ella cambiaba de opinión como una veleta, y nada de lo que le había confesado días antes tenía sentido ya. Nunca le pediría que renunciara a su carrera y a su lujosa vida para vivir con un simple policía español.

—Noelia… —susurró abrazándola.

Con desesperación la besó, demandó su cariño, pero no había que ser muy listo para entender cuando a uno le rechazaban.

—Juan por favor, vete y déjame hacer mis maletas para me pueda marchar de aquí lo antes posible. Quiero irme.

Incapaz de creer que aquello acabara así, la miró a los ojos y deseo tirar el trolley por la ventana, gritar que la quería, que no podía vivir sin ella, pero calló. Ella había sido clara. Quería marcharse, regresar a su glamurosa vida y poco podía hacer. Al ver la foto de la boda sobre la cama, la cogió y la lanzó en su dirección.

—Quémala tú.

Ella no se movió. No pudo. La crueldad con que la había tratado le había roto el corazón. Juan, dándose la vuelta con gesto hosco, dijo al escuchar sonar el móvil de ella:

—Tengo que ir a la base con urgencia. Procuraré no tardar. Tranquilízate y no te marches sin hablar antes conmigo ¿de acuerdo?

Sin querer mirarle o se pondría a llorar como una loca, la joven se dio la vuelta y cogió el móvil. Con desagrado comprobó que era su padre.

—Hola papá.

—Estella, estarás contenta —gruñó aquel fuera de sí—. ¿Ya has conseguido lo que querías? Esta publicidad será negativa para ti, con lo que hemos luchado.

Noelia vio a Juan salir de la habitación. Desesperada, se sentó en la cama y, limpiándose las lágrimas que corrían descontroladamente por sus mejillas, dijo lo más serena que pudo:

—En unas horas cojo un vuelo papá. Cuando llegue hablamos.

Dicho esto colgó, se tapó la cara con las manos y lloró.

Poco rato después de que Juan se marchara, Noelia apareció en el salón dispuesta a abandonar la casa. No quería volver a verlo y aquella era una buena oportunidad. Manuel intentó retenerla. Sabía que cuando su hijo regresara querría hablar con ella, pero no hubo forma. Se quería marchar sin esperar un segundo más. Tras dolorosas muestras de cariño por parte de aquella familia, se despidió de ellos y desapareció.

Dos horas después, y tras torear a varios periodistas en el aeropuerto de Barajas de Madrid, la actriz Estela Ponce y su primo volaban rumbo a Los Angeles.

Cuando Juan regresó de la base se quedó sin habla. Ella se había marchado. Se había ido sin decirle adiós. Simplemente había recogido sus cosas y había desaparecido tan rápida mente como había aparecido. Aturdido, intentó centrarse. En un principio pensó en coger el coche e ir al aeropuerto en su busca, pero una vez confirmo que el vuelo de ella había despegado blasfemó. Se lo había dejado claro. No quería nada con él.

Por la noche, cuando por fin logró echar a su familia de su casa y tras haber bebido más de la cuenta, en un arranque de furia cogió su móvil. Sabía que a ella le gustaba decir la última palabra y estaba seguro de que le respondería. Marcó su número de teléfono y, a pesar de que saltó el buzón de voz, gritó desesperado:

—Eres dañina. Eres lo peor que he conocido en mi vida y espero no volver a cruzarme contigo nunca más, porque efectivamente, soy un simple policía y no podría seguir tu glamuroso estilo de vida. Entras y sales de la vida de cualquiera a tu antojo porque te crees superior. Te crees que por el hecho de ser Estela Ponce ¡la diva entre las divas! —gritó fuera de sí—, puedes encapricharte de cualquiera ¿verdad? Dices que no entiendo tu mundo ¿pero tú has intentado entender el mío? ¿Acaso crees que para mi sería agradable ver a la mujer con la que estoy posando desnuda ante cualquiera y luego aguantar las mofas y los comentarios mordaces de los demás? No Noelia. No seria agradable —tras un tenso silencio finalizó—. Espero que tu vida sea desastrosa y no consigas ser nunca feliz porque no te lo mereces.

Dicho esto y con la rabia alojada en sus palabras y en su cuerpo, cerró el teléfono deseoso de que ella escuchara aquel mensaje. Si no le respondía, por una vez, la última palabra sería la suya.

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