19

Un sonido molesto y continuo la despertó. El móvil. Sin abrir los ojos Noelia buscó el dichoso aparatito a su alrededor pero no lo encontró. Se sentó en la cama y continuó buscando la fuente del sonido atronador, y cuando vio que estaba sobre una mesilla blanca lo cogió y contestó.

—¿Si?

—Oh my Godl Me vas a matar a disgustos —gritó un desencajado Tomi— ¿Dónde estás? ¿Dónde te metes? Maldita sea, cuchi, lo tuyo no tiene nombre. Anoche saliste a tomar unas copas con la girl del parador y son ¡las doce de la mañana! Te podría haber raptado a saber Dios y yo aquí tan pancho y sin enterarme. Pero ¿dónde estás?

Intentando ordenar sus ideas y, sobre todo, responder a un alocado Tomi, miró a su alrededor.

—Por favor ¿puedes dejar de gritar? Yo m…

—Tienes voz de resaca. You have a hangover! —chilló al escucharla.

—Si vuelves a gritar te juro que te cuelgo —siseó alejándose el móvil de la oreja.

—Ok. ¿Dónde estás?

Miró a su alrededor. Lo último que recordaba era estar en un bar atestado de gente divirtiéndose con Menchu y dos hombres. Levantando las sábanas comprobó que no llevaba su ropa, aunque sí llevaba una camiseta enorme y negra. Horrorizada por lo que hubiera podido ocurrir se llevó la mano a la cabeza ¡la peluca! ¿Dónde la había dejado? Tras verla sobre un sillón se llevó las manos a los ojos. ¡Las lentillas! No podía dormir con lentillas y ella había dormido. Asustada por el mal que hubiera podido ocasionar a su vista murmuró:

—Tomi…

—Mira lo que le digo Noelia, como se entere la prensa esto va a ser un scandal… y si your father o tu agente se enteran de lo que estás haciendo —tras resoplar gritó teatralmente—. Oh my Godl Me pones histérica cuando haces estas cosas y…

—Que no grites —refunfuñó mientras se metía un dedo en el ojo.

«Ay Dios… que no encuentro lo lentilla» pensó cerrando el ojo molesta.

—Okey… —suspiró Tomi y en tono combativo preguntó—. ¿Su majestad, la princess, cuando me hará el honor de regresar al castillo?

—No lo sé… —respondió preocupada por sus ojos. ¿Dónde estaban las lentillas?

Tomi, al sentirla tan despistada, perdió la paciencia y gritó:

—¿Cómo que no lo sabes? Pero, where the hell are you?

—En casa de Menchu.

Sin ganas de bromear Tomi se retiró con glamour su flequillo de la cara y siseó.

—Pues ya puedes ir levantando tu pretty culito de colibrí de allí y venirte para acá. ¿Me has entendido?

—Ok.

Al escuchar aquella contestación el muchacho cambió su tono de voz y dijo emocionado.

—Ay, queen ¡es que tengo que contarte algo! Algo divino… maravilloso…

Con un dolor de cabeza increíble Noelia, que no quería escucharle ni un segundo más, dijo:

—Luego me lo cuentas. Adiós.

Y, sin más, le colgó. Pero cuando fue a levantarse estaba tan torpe que se le enredó un pie en la sabana y, sin poder evitarlo, cayó contra el suelo provocando un gran estruendo.

Aug— se quejó tocándose el pie.

Totalmente desorientada localizó un espejo. Debía quitarse las lentillas cuanto antes o sus ojos acabarían dañados. Cuando se puso frente al espejo, su cara era todo un poema. Sus ojos eran los azules de siempre, aunque estaban cargados de sueño y de una buena noche de juerga. Localizó también sus gafas rojas sobre la mesilla y su ropa tirada sobre un sillón color claro a juego con el resto de los muebles de la habitación.

¿Pero dónde estoy? pensó mirándolo todo.

Al pasear su mirada por la habitación se quedó boquiabierta al ver encima de la mesilla el recipiente verde para las lentillas que llevaba en su bolso. Lo abrió y suspiró aliviada al ver que allí estaban sus segundas pupilas oscuras ¿Quién se las había quitado? Y sobre todo ¿dónde estaba?

Se sentó en la cama para masajearse su dolorido pie cuando escuchó música. Sin perder un segundo miró su atuendo. La camiseta que llevaba le llegaba hasta la mitad de muslo pero aun así se puso los vaqueros. No sabía qué había pasado, pero sí sabía que, fuera lo que fuera, no tenía que volver a suceder. Después cogió la peluca y se la colocó. Con cuidado, abrió la puerta y la música heavy metal tronó.

Aquello la horrorizó. Nunca le había gustado aquella música ratonera, pero con curiosidad se encaminó hacia las escaleras y a medio camino se paró. Ya había estado allí. De pronto, se le puso la carne de gallina al recordar de quién era aquella casa, y maldijo en silencio sin saber si huir, tirarse por la ventana del primer piso o gritar como una loca. No le dio tiempo a nada Senda, la perra, apareció ante ella e inmediatamente después, su taciturno dueño. Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos hasta que finalmente él dijo:

—Ven a la cocina, hay café recién hecho.

Tragándose su orgullo, soltó un suspiro y le siguió. Entró en la cocina y se sentó. Juan retiró una silla para sentarse frente a ella. Aquel mínimo ruido consiguió que la cara de ella se contrajera.

Ay Dios mío ¡qué dolor de cabeza!

Juan se dirigió hacia un mueble, sacó dos tazas color chocolate, las llenó de café y al enseñarle el brick de leche entera con mofa, ella asintió. Sin hablar ni mirarla metió las dos tazas en el microondas y dio a la opción dos minutos.

Sentada en la silla muy tensa, Noelia se tocó el pelo y se lo retiró de la cara.

Tengo que tener una pinta de loca increíble pensó al sentir la peluca enmarañada.

Sin poder evitarlo se lijo en la indumentaria de él. Pantalón negro de algodón y sudadera gris de Nike. Se le veía el pelo mojado, por lo que supuso que acababa de ducharse. Cuando el microondas pitó Noelia volvió a contraerse y cuando él le puso la taza de café en la mesa y la vio con el gesto arrugado murmuró mientras se sentaba:

—Ese es el resultado de haber bebido más de la cuenta.

Quiso responderle un borderío pero no pudo. La música tan alta la enloquecía y el estómago le daba vueltas a más revoluciones que un centrifugador. Llevándose las manos a la boca le miró alarmada. Iba a vomitar. Juan se levantó raudo y señaló hacia la puerta.

—Segunda puerta a la derecha.

Levantándose con rapidez salió de la cocina y llegó a su destino. Cinco minutos después Juan, tras pasar por el salón y bajar el volumen de la música, llamó a la puerta y preguntó:

—¿Te encuentras bien?

Sentada en el suelo del baño, tras haber vomitado respondió:

—Sí… si a esto se le puede decir estar bien.

Sin saber por qué él sonrió y dijo antes de regresar a la cocina.

—Sal de ahí. Te he preparado una manzanilla para que se te asiente el estómago.

Levantándose del suelo se miró en el espejo. Estaba pálida y el pelo oscuro la hacía parecerlo más. Tras enjuagarse la boca reunió el valor que le quedaba y abriendo la puerta se dirigió hacia la cocina. Una vez llegó allí, la perra le saludó y se sentó frente a Juan que leía el periódico. Al ver que había retirado el café y en su lugar tenía una manzanilla aspiró su aroma y susurró:

—Gracias.

Él no respondió, se limitó a asentir y a continuar leyendo. Cinco minutos después y con mejor color de cara, él dejó el diario sobre la mesa y clavando sus penetrantes ojos en ella preguntó.

—¿Qué estás haciendo todavía en Sigüenza? Te dije que…

—Lo sé… sé lo que me dijiste pero…

—¿Cómo se te ocurre hacer lo que hiciste ayer? —protestó levantándose.

—¿Qué hice?

—Joder pues exponerte a los depredadores directamente. ¿Estás loca?

—No.

—¿Te imaginas la que se hubiera liado si alguien te hubiera reconocido? Joder que este es un pueblo muy tranquilo y no suele haber actrices del glamuroso Hollywood emborrachándose por nuestros bares. Y por cierto, ayer te salvé de las garras de Lucas porque estabas borracha pero no volveré a hacerlo, ¿entendido?

Al escúchale entendió al peligro al que se había expuesto y al ver que él esperaba que dijera algo susurró confundida:

—Gracias pero yo… yo…

—¿Tú? ¿Tú qué? ¿Acaso crees que puedes aparecer por aquí para joderme la vida?

Noelia le miró. ¿Por qué estaba tan enfadado con ella?

Quería decirle que un extraño impulso al reconocerle en el Ritz le hizo buscarle. Ella nunca había ido detrás de un hombre y realmente no sabía por que había hecho aquello hasta que le escuchó decir.

—Vamos a ver, estrellita. Has venido a mi pueblo, a mi casa, me has perseguido por el campo por las mañanas, me has investigado, has ido a los bares donde voy a tomar algo. ¿Qué narices quieres?

Molesta por escuchar aquel termino que tanto odiaba, y a la vez sorprendida por aquella pregunta, suspiró y respondió:

—Solo quería saber si eras tú.

Juan espetaba cualquier respuesta menos aquella y al ver su gesto cansado y ajado asintió:

—Pues si. Soy yo, canija. —Ella sonrió— Soy ese idiota que se caso contigo hace diez años en Las Vegas, gracias a que su amigo, el Pirulas, nos echó en la bebida algunas de sus setillas pasadas de contrabando. Te aseguro que se lo hice pagar muy caro. Aun lo recuerda.

Noelia comenzó a reír y divertido Juan no pudo evitar echarse a reír también. Durante un buen rato, y más relajados, hablaron de sus recuerdos hasta que Juan se sinceró.

—Supe quién eras el día que regresamos a España. En el avión había una revista de cine y al abrirla me encontré con una foto donde tu padre y tú salíais junto a un par de actores. En ese momento supe que la que había sido mí mujercita era la hija del magnate del cine Steven Rice. Te aseguro que en ese momento me quedé sin palabras.

—¿Se lo contaste a alguien?

—Sí, a Carlos —asintió percatándose de lo guapa que estaba sin maquillaje—. Estaba tan alucinado con lo ocurrido que un mes después de llegar le enseñé la revista que me había llevado del avión y se lo conté. Ni que decir tiene que él se quedó tan alucinado como yo. Meses después me llegaron los papeles definitivos del divorcio y fin de la historia.

—Gracias —asintió ella—. Otro en tu lugar se hubiera lucrado con todo el asunto. Pero tú no lo hiciste. Eso es de agradecer.

—Si te soy sincero un par de veces lo pensé —bromeó aquel y echándose de nuevo café en la taza, aseguró con un aplomo que a ella le resecó hasta el alma—: Nunca lo hubiera hecho. No es mi estilo.

Ambos se quedaron en silencio de nuevo hasta que ella, para romper aquel incómodo momento, preguntó:

—¿Por qué hacéis el café tan fuerte aquí?

—No es que lo hagamos fuerte, es que en Estados Unidos bebéis aguachirri.

—¡¿Aguachirri?! En la vida había escuchado esta palabra. Aguachirri —rio ella y al ver que él sonreía preguntó para destensar más el momento—. ¿Has visto alguna de mis películas?

Juan quiso decirle que todas. Había seguido su carrera todos aquellos años con cierto orgullo, pero dispuesto a no dejar al descubierto su secreto murmuró entre dientes:

—Sí, alguna he visto.

Encantada por verle sonreír, ella comenzó a sentirse mejor, y clavando sus increíbles ojos azules en él preguntó:

—¿Que le parezco como actriz?

Él la miró con guasa, y ella dispuesta a escuchar una crítica atroz prosiguió.

—Vale… no lo digas, tu sonrisilla ya ha hablado por ti.

Responder a aquella pregunta le ponía en una difícil tesitura. Como actriz le gustaba mucho. Era una mujer guapa y con estilo, aunque a veces alguna de sus películas no habían estado en su línea, así que intentó ser diplomático.

—Eres una mujer muy guapa a pesar de esas gafas y esa peluca que te has puesto y lo sabes. —Ella sonrió satisfecha, a nadie le amargaba un dulce—. Particularmente me gustas como actriz, y a mis amigos también, te lo puedo asegurar.

Escucharle decir aquello de «me gustas» provocó en ella un extraño calor. Allí estaba a solas, con una pinta desastrosa y sin maquillar, ante un hombre que apenas conocía, pero que había sido su marido y que, cada segundo que pasaba, le atraía más y más. Por ello intentando que no se percatara de lo nerviosa que la ponía dijo en broma:

—¿Puedo tomarme eso como un cumplido?

—Tú has preguntado y yo he respondido —asintió él, sonriendo mientras se levantaba.

Estar ante ella no era fácil. Era la famosa Estela Ponce. Su sonrisa picara, sus ojos y esa manera como se tocaba el cuello al hablar le excitaba tanto como su precioso cuerpo. Ella era sexi, dulce y suave. Solo recordar cuando la desnudó la noche anterior para meterla en la cama y ella, borracha, había intentado besarle, le puso duro.

Al sentirle incómodo ella cambió de tema.

—Vale. Dejemos de hablar de mí y hablemos de ti. Por lo que he podido comprobar conseguiste ser policía, ¿verdad?

—Si.

—Pero no eres un policía que patrulla y pone multas.

—No.

—¿Eres un S.W.A.T?

Juan sonrió divertido y sentándose de nuevo frente a ella la miro y aclaró:

—Te equivocas yo soy un G.E.O. Eso de S.W.A.T. lo dejamos para vosotros, los americanos.

—¡¿G.E.O?! ¿Qué es eso?

—Grupo Especial de Operaciones, los geo. Somos una unidad especial del Cuerpo Nacional de Policía de España especializado en operaciones de alto riesgo.

—Vaya… te has convertido en un héroe.

Aquel comentario hizo sonreír a Juan y tras dar un trago a su café respondió:

—Yo no lo veo así. En todo caso los verdaderos héroes son nuestras familias, por soportar todo lo que soportan.

—Uf… solo pensarlo da miedo, ¿no?

Juan se encogió de hombros.

—A mí, particularmente, me da más miedo ponerme ante una cámara y que todo el mundo me mire y juzgue, que realizar cualquier operativo policial.

—Vale, reconozco que, a veces, las críticas son duras e incluso difíciles de asumir —suspiró esta—. Pero lo tuyo es peligroso. Creo que has de amar mucho tu trabajo para arriesgarte tanto.

—Me gusta lo que hago —asintió con seguridad—. Para mí pertenecer a los geo es un orgullo, a pesar de que mi familia en ocasiones piense que estoy loco. Por cierto, cuanta menos gente lo sepa mejor. Por lo tanto, te pido discreción ¿vale?

—Seré tan discreta como tú lo has sido conmigo todos estos años. Tu secreto irá conmigo a la tumba.

Aquel comentario le gustó, y cuando ella le preguntó sobre qué solía hacer en su trabajo recostándose en la silla contestó:

—De todo un poco. Liberamos rehenes —ella sonrió—, neutralizamos bandas terroristas, prestamos servicios de seguridad en algunas sedes diplomáticas, en fin…

Sorprendida por lo que le contaba fue a decir algo cuando oyó cómo la puerta principal de la casa se abría.

—Juan, soy Irene ¿estás despierto? —se escuchó.

Noelia se quedó bloqueada por aquella intromisión.

—Mi hermana —le informó.

—¿Qué hago? —y tocándose los ojos murmuró—. Oh Dios no tengo las lentillas puestas. No puede verme.

—Sube a la habitación. Rápido.

Pero fue tarde. Irene entró en la cocina y al ver a su hermano acompañado de aquella morena dio un salto hacia atrás.

—Oh, Dios ¡disculpad! No quería, yo…

Juan se puso de pie impidiendo que su hermana viera a Noelia, que se cubrió el rostro con las manos. Después agarró a su hermana del brazo y sacándola de la cocina dijo con voz molesta:

—No te preocupes, no pasa nada —y volviéndose hacia Noelia murmuró—. Sube a arreglarte. Te llevaré al parador.

Como si le hubieran metido un petardo en el culo Noelia salió de la cocina y corrió escaleras arriba. Una vez se quedaron solo; Irene, sorprendida porque su hermano nunca llevaba a ninguna mujer a su casa, preguntó:

—¿Quién es esa chica?

—Una amiga.

Si su hermana se enteraba de que era Estela Ponce, la estrella de Hollywood, el desastre estaba asegurado.

—¿La conozco?

—No.

—¿Es del pueblo?

—No —repitió molesto.

—Ufss… pues por lo poco que he visto, es monísima.

Él asintió. Noelia era una mujer preciosa pero no quería hablar de ella. Nunca le había gastado hablar de su vida privada y menos con la cotilla de su hermana.

—¿Ha pasado aquí la noche contigo?

—No voy a contestar a eso.

Clavando la mirada en su guapo hermano sonrió y mofándose cuchicheó.

—Ya me has contestado tontorrón.

Juan, al ver aquella sonrisita tonta, clavó su mirada en ella y gruño.

—Vamos a ver Irene, lo que yo haga o no con mi vida a ti no te incumbe, ¿no crees?

Molesta por el tono de voz que empleaba murmuro:

—Bueno, hijo tampoco es para que te pongas así. Que arisco eres a veces por Dios.

Su hermano en todos aquellos años nunca les había presentado ninguna chica, ni llevado una a casa de su padre. Solo se interesaba por su trabajo, sus amigos y sus viajes, poco más. Aunque sabía por lo que se hablaba por el pueblo que era un hombre que tenía gran aceptación entre las féminas del lugar. Especialmente entre las amigas de Laura, la mujer de Carlos.

—Vaya… vaya… no sabía yo que salieras con alguien en particular.

—Y no salgo.

—¿Es una de las amigas de Laura?

—No.

—Per…

—Se acabó el interrogatorio ¿vale? —cortó aquel.

Irene, sorprendida por el enfado repentino de su hermano asintió y con una sonrisita que a Juan le quemó la sangre murmuró:

—Hijo, no me extraña que no te aguante nadie. Eres un borde.

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