15

La joven actriz, apoyada en el quicio de la ventana de su habitación, observaba como anochecía mientras intentaba organizar sus ideas y entender lo que había pasado. Por norma, .siempre era bien acogida por el sexo masculino, y lo ocurrido con aquel español, con Juan, la tenía desconcertada.

—Ay cuchita no frunzas tanto el ceño o te saldrán una terribles arrugas.

Noelia miró a su primo que se miraba al espejo y se depilaba con mimo sus cuidadas cejas. Como siempre le ocurría, atrás había quedado el enfado del día anterior. Si algo tenía bueno era que igual que se enfadaba se desenfadaba algo que su abuela siempre le había alabado. Noelia tenía un gran corazón a pesar de que la gente, por su aspecto glamuroso, pensara que era de hielo y superficial. Al contrario de todo pronóstico, la joven estrella de Hollywood era una muchacha muy afable y cariñosa y que cuando la conocías un poco te dabas cuenta de que solo quería querer y ser querida.

—¿Sabes? Creo que lo hice mal. No debí de ir a su casa así. ser tan dura y…

—¿Dura? —chilló Tomi—. Oh, my God, pero si por lo que me has contado, él te echó de su casa. ¿Cómo puedes permitir que un man por muy divine que sea te haga eso? Sé que tienes un pronto terriblemente puertorriqueño, pero luego no eres nadie.

—Vale… tienes razón —apuntó apagando el cigarro sobre un cenicero—, pero yo tampoco fui muy amable que digamos. Además…

—No… no… no. Ahora mismo vamos a recoger nuestras cosas, coger nuestro auto e irnos ipsofacto para el airport. ¿De acuerdo my darling? Estoy segura que el bombonazo de Mike te recibirá con los brazos abiertos en hause. Oh… no veo el momento de darme un baño de color en el pelo. Lo necesito.

Pero Noelia quería saber más de Juan. No sabía por qué pero le costaba marcharse de aquel lugar. Necesitaba volver a encontrar al muchacho que conoció años atrás. Aquel que fue amable y sincero con ella y que, en cierto modo, se ganó su corazón. Estaba decidida a intentar de nuevo un acercamiento.

—Lo siento Tomi, pero yo tengo que hablar con él antes de irme de aquí —al ver que su primo la miraba boquiabierto indicó—. No te puedo explicar el porqué, pero quiero volver a ver a Juan y…

—¡Tú estás crazy\… pero loca de remate.

—No —respondió divertida.

Su primo, blanco como la leche, al ver como esta sonreía se sentó sobre la cama y murmuró:

—Por el amor de Diorrrrrrr… me conozco esa sonrisita y no depara nada bueno ¿Qué es lo que pretendes?

—No lo sé. Pero no quiero irme con la sensación de no saber qué hubiera pasado si yo…

—Te lo digo yo. La prensa se enterará de que estamos aquí y…

Sin querer escuchar más, se acercó a su primo, le dio un beso en la mejilla y poniéndole un dedo sobre los labios consiguió callarle.

—La abuela siempre nos dijo que cuando algo nos interesaba, y mucho, debíamos buscar la razón. Pues bien, quiero saber esa razón —mirando su reloj dijo antes de salir—. Buenas noches, cielo. Que sueñes con los angelitos.

Guando llegó a su habitación, se metió rápidamente en la ducha. El calorcito del agua corriendo por su piel la reconfortó. Una vez acabó de ducharse, se echó crema y se secó el pelo con el secador. Alas once de la noche estaba metida en la cama mirando la televisión cuando de pronto recordó algo. Se levantó, abrió su trolley Louis Vuitton, y cogió una carpeta. Tras sentarse en la cama y leer lo que ponía en aquellos papeles sonrió. Ante ella tenia la información que necesitaba.

El despertador sonó a las seis y diez de la mañana. Horrorizada, lo apagó y pensó en seguir durmiendo. Pero tras recordar el motivo de la alarma se levantó. Como una autómata, se puso unas mallas negras, una sudadera, unas zapatillas de deporte y con cuidado metió su melena rubia bajo un pañuelo y después se caló la gorra de Nike y sus gafas oscuras.

Guando llegó a la entrada del parador suspiró y sintió un escalofrío. El día estaba gris y, por los nubarrones, parecía que iba a llover. Pero dispuesta a no cesar en su empeño, salió al trote del parador. Durante un buen rato anduvo por un caminito hasta que a lo lejos vio a alguien que podía ser quien ella buscaba. Acelerando el ritmo, se aproximó lo suficiente y entonces, se le aceleró el corazón. Era él.

La perra, Senda, fue la primera en percatarse de que alguien se acercaba y se quedó quieta. Juan, al ver que la perra se quedaba atrás, se volvió para mirarla y vio a una mujer correr hacia él. Sorprendido por aquello, pues pocas mujeres veía corriendo por las mañanas, llamo a su perra y esta fue hacia él. Dos minutos después la mujer que corría llegó a su altura.

—Buenos días. Preciosa mañana para hacer deporte.

Al escuchar aquella voz, y su particular tono, Juan la miró y se paró en seco.

—¿Tú otra vez?

—No pares o te quedarás frío. Ritmo… ritmo —respondió ella con buen humor mientras seguía dando saltitos en el mismo lugar.

Malhumorado por aquella intromisión en su espacio gruño:

—Creí haberte dejado las cosas muy claritas el otro día.

—Pues si —respondió desconcertándole.

—Entonces ¿qué narices haces aquí todavía?

Su voz crispada la tensó, pero dispuesta a no caer en su luego respondió con la mejor de sus sonrisas.

—¿Tu siempre estás de mal humor?

—Eso no le interesa —respondió él volviendo al trote.

La joven sin dejarse amilanar, a pesar del gesto hosco de aquel, se puso a su altura sin parar de dar saltitos mientras decía:

—Te van a salir unas arrugas increíbles en la comisura de los labios, por el rictus serio que tienes siempre que te veo, ¿Sabías que sonreír es buenísimo para muchísimos músculos de la cara? —Él la miró pero no respondió mientras seguía su carrera—. Y tranquilo, señor policía, no quiero nada de ti. Pero estoy de vacaciones y los días que tengo para mí, me gusta disfrutarlos, y mira por donde, me encanta la naturaleza. Por cierto, todo esto es precioso, aunque estoy segura de que con un poquito más de calor tiene que ser todavía más bonito. Y ah… creo que va a llover de un momento a otro.

Boquiabierto por la parrafada que iba soltando mientras corrían se detuvo de nuevo.

—¿Qué pretendes guapa? ¿Buscas que te selle la boca con cinta americana?

—No, por Dios —contestó con una sonrisa.

—Vamos a ver. No quiero problemas… —dijo pasándose la mano por el pelo.

—Yo no soy un problema —siseó al escuchar aquello.

Juan, sin darse cuenta de cómo el gesto de aquella se había contraído, prosiguió.

—… tú me los traerías. ¿Acaso no fui lo suficientemente clarito contigo?

—Sí, hombre sí, te entendí perfectamente —sonrió desconcertándole—, Soy actriz, que no es sinónimo de sorda y tonta, y sé escuchar.

—Ah… ¿Sabes escuchar? —Se mofó él—. Permíteme que lo dude, estrellita.

Cada vez que la llamaba estrellita con aquel tono de voz a Noelia le daban ganas de darle una patada en la espinilla, pero conteniendo aquellas ganas respondió resoplando por la carrera.

—Sé escuchar, pero yo interpreto lo que escucho como quiero.

—Vaya… ¡qué bien! —añadió molesto.

Sin mediar mas palabra él volvió al trole y ella le siguió.

Durante unos minutos ambos corrieron en la misma dirección y para ponérselo más difícil él se salió del camino y corrió campo a través. Noelia le siguió como pudo pero aquello no era fácil. Él corría, sorteaba piedras y saltaba charcos, mientras ella se lo comía todo. Por el rabillo del ojo Juan comprobó su penoso estado y como se esforzaba por seguirle. Eso le animó, y aceleró su trote sabedor que era imposible que ella tuviera su fondo físico.

Sin querer dar su brazo a torcer la joven intentó seguir aquel ritmo infernal, hasta que se tropezó con un pedrusco y se cayó todo lo larga que era. Y para más inri sobre un enorme charco de agua estancada. Al oír el golpe, juan aminoró unos segundos con la intención de ayudarla, pero al ver que ella se levantaba con rapidez, continuó su carrera.

Incapaz de dar un paso más por el agotamiento y el trompazo que se había dado, se miró las rodillas. Se había roto las mallas y podían verse dos bonitas heridas. Maldiciendo por lo bajo, se quitó el barro de la boca y enfadada por la poca galantería de aquel, gritó dispuesta decir la última palabra, al ver como se alejaba con la perra:

—¡Estoy bien! ¡Ha sido muy agradable correr contigo, estúpido!

Juan sonrió, pero continuó su camino, mientras ella, maltrecha, regresaba al parador de donde nunca debió salir.

Al día siguiente Noelia volvió a sorprenderle. Para cabezona, ella. Allí estaba de nuevo dispuesta a correr. Juan al verla aparecer la miró y a pesar de las ganas que sintió de mandarla a freír espárragos se contuvo y continuó corriendo.

—Buenos días —saludó ella con energía.

El la miró y sin parar su ritmo asintió con la cabeza. Durante unos minutos corrieron en silencio hasta que ella comenzó a hablar. Sin querer escuchar su parloteo, Juan sacó de su bolsillo un iPod y colocándose unos pequeños auriculares en los oídos lo encendió y dijo:

—AC/DCA. Maravillosa música para correr y no escucharte.

—Serás grosero —cuchicheo deteniéndose al ver aquello.

Incapaz de no responder, Tras mirar al cielo y ver como diluviaba, la miró y dijo en tono burlón antes de continuar corriendo:

—No te pares, estrellita o te enfriarás. Ritmo… ritmo.

Quiso decirle cuatro cositas, pero calló. No iba a entrar en su juego, por lo que cerró la boca y continuó la carrera. Cuando ya no pudo más se paró y él se alejó. Seguir su ritmo era imposible pero gritó:

—¡Que tengas un buen día, simpático!

El tercer día amaneció lluvioso. Al mirar por la ventana Noelia pensó si ir o no pero al final las ganas de verle le pudieron, se calzó sus deportivas y salió a correr. Durante unos segundos trotó sin rumbo hasta que le vio y corrió hacia él. Juan, que venía de arreglar una valla en la granja de su abuelo, al verla acercarse maldijo pero prosiguió su carrera.

—Hola, buenos días —saludó con positividad.

—Buenos días.

Noelia sonrió. Eso era un avance. Durante unos metros corrieron en silencio hasta que ella se tropezó y él, con rapidez, frenó la caída.

—Joder, estrellita, eres un auténtico pato mareado —gruñó molesto.

—Vale, lo reconozco. Correr campo a través no es lo mío. Yo estoy acostumbrada a Jimmy, mi entrenador personal en casa y no a este campo de barrizal.

—¿Entrenador personal? Serás pija —se mofó.

Noelia se molestó al ver su gesto y, corriendo para ponerse a su altura, respondió:

—Mira, guapo, yo no tengo la culpa de haber nacido en una familia adinerada, ni tampoco de ser una actriz de Hollywood. Que todo sea dicho me lo he currado yo sólita, aunque mi padre sea quien es. Pero bueno, siempre habrá gente que piense que soy una niña de papá y mira ¡me da lo mismo! —exclamó con vehemencia—. Si estás molesto porque piensas que voy de diva, allá tú. No voy de diva. Por norma soy una mujer normal y corriente cuando no trabajo y aunque no creas, la gente tiene buen concepto de mi y…

Pero no pudo decir más. Con una rapidez increíble Juan sacó del bolsillo de su pantalón una especie de tira alargada, despegó algo de ella y sin más, se la pegó sobre los labios. Noelia se quedo estupefacta.

—Te dije que te sellaría la boca si no callabas y al final he tenido que hacerlo.

Sin más continuó corriendo mientras ella se quedaba de piedra en medio del campo y con la boca sellada. ¿Había algo más humillante?

El cuarto día y con una nevada considerable la joven, que no quería dar su brazo a torcer, consiguió llegar hasta él campo a través. Pero a dos metros de él, pisó mal, resbaló, y se cayó de culo. Con toda la dignidad que pudo se levantó y antes de que él se mofara de la situación, con gesto de enfado se colocó unos auriculares y dijo.

—Marvin Gaye, maravillosa música para no hablarte ni escucharte.

—¿Es tu última palabra? —preguntó divertido.

—Por supuesto.

Sorprendido, la vio pasar, incluso con el trasero dolorido corría delante de él sin esperarle. Senda, la perra, que ya se había acostumbrado a su visita matinal la siguió encantada y Juan suspiró. Parecía que aquello iba a convertirse en algo habitual.

Así estuvieron seis días lloviera, nevara o tronara. Cada mañana ella corría la misma ruta que él. Intentaba seguir su ritmo ya fuera por camino o por barrizal y, finalmente, cuando sus fuerzas la abandonaban desistía. Se daba la vuelta y se marchaba, mientras él continuaba tranquilamente su camino sorprendido por la cabezonería de aquella mujer.

La séptima mañana, Juan miró sorprendido a su alrededor. ¿Dónde estaba ella? Comenzó su carrera, pero inevitablemente la buscaba con la mirada, pero Noelia no apareció. Corrió por el camino un buen rato, incluso más del habitual y cuando regresó a su casa una extraña decepción se apoderó de él ¿se habría ido finalmente?

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