18

En el Croll, aquella noche se celebraba una fiesta country y medio pueblo de Sigüenza acudió a divertirse al local. Juan y Carlos acompañados por Laura y Paula cenaban en una de las mesas mejor situadas. La noche se presentaba divertida y Juan sonrió. Paula estaba especialmente guapa aquella noche con aquel vestido tan sexy y, además, muy caliente, a juzgar por las cosas que le ronroneaba al oído.

La besó en el cuello. Aquella mujer era una máquina sexual y siempre que quedaba con ella en la cama los dos lo pasaban fenomenal. Tiempo atrás, en su quinta cita, Juan habló claramente con ella. No quería hacerle daño. Él no quería una relación seria ni formal con nadie y se sorprendió cuando ella le confesó que le gustaba ser libre a nivel de pareja para hacer con su vida lo que quisiera. Aquella rotundidad animó a Juan a volver a quedar en más ocasiones con ella.

Laura, la mujer de Carlos, aún creía en el amor. Era una romántica empedernida y estaba convencida de que tarde o temprano Juan y su amiga Paula formalizarían su relación. Los implicados decidieron seguirle el juego, ya se daría cuenta que lo suyo era puro sexo.

Paula no era muy guapa pero era tremendamente sexy. Años atrás apareció un día en Sigüenza y tras encontrar trabajo en el parador, allí se quedó. No era una mujer que despertara muchas simpatías, en especial entre las féminas. Su sexto sentido les avisaba de que Paula no era una mujer de fiar. Su cuerpo lleno de curvas, su sinuosa voz cargada de erotismo y su pasión en la cama volvía locos a todos con los que se había acostado, y, por supuesto, a Juan. Ella era una mujer desinhibida a la que le gustaba probar de todo y eso ¿a qué hombre no le gustaba?

—Churri, pídeme una coca cola —pidió Laura a su marido.

—Ahora mismo, preciosa —asintió. Y echando un vistazo a un lateral del local dijo:

—Anda… mira ahí vienen Lucas y Damián.

Con aplomo varonil y seguridad se acercaron a ellos dos de sus compañeros de unidad. Dos ligones en potencia que solo buscaban lo que muchos hombres: rollos de una noche y nada más. Paula, que había compartido momentos íntimos con Lucas, sonrió al verle y este la saludó. La complicidad que aquellos compartían nunca había importado a Juan. Los tres eran adultos y tenían muy claro lo que querían.

—Está hoy animado el Croll —comentó Damián tras besar a Laura.

—Sí. Con esto de la fiesta country parece que la gente ha salido de sus casas a pesar del frío —asintió ella y mirando a su marido que saludaba a Lucas insistió—: Churri mi Coca-Cola.

—Tomaaaaaa tu Coca-Cola, cielo. —Le entregó Carlos la bebida.

—Aisss el churri qué majo es —se mofó Lucas haciendo sonreír a Juan.

Durante un buen rato los seis charlaron mientras escuchaban a un grupo tocar su música. Una música que les incitaba a moverse aunque solo fuera la punta del zapato. Laura sacó a Damián a bailar que aceptó encantado. Carlos al ver a su mujer tan animada sonrió. Adoraba a aquella mujercita a pesar de que en ocasiones le volvía loco. Instantes después Lucas, tras cruzar una significativa mirada con Juan, se levantó e invitó a Paula a bailar. Ella aceptó y segundos después, en la pista, comenzó a mover sinuosamente sus caderas.

Juan miraba divertido a la gente pasarlo bien. Acostumbrado a la tensión de su trabajo ver que la gente sonreía y se divertía era una de las mayores satisfacciones que podía Tener.

—¡Joder macho! La morena que está con Menchu, la del parador, tiene un culito digno de forrar las mejores pelotas de tenis —murmuró Carlos señalando hacia la barra.

Juan miro hacia donde su amigo decía y asintió. En la barra una joven de pelo negro se movía al compás de la música dejando entrever su culito respingón mientras hablaba con un tío bastante más alto que ella.

—Indiscutiblemente. Te doy la razón —asintió Juan dando un trago de su cerveza.

Poco después, Paula y Laura regresaron de bailar con unos agotados Damián y Lucas, quienes tras despedirse de ellas y sus compañeros, se alejaron en busca de alguna conquista.

Cuando la banda country lanzó los primeros sones de la canción de Coyote Dax, No rompas más mi pobre corazón el local entero, en especial las mujeres, se lanzaron a la pista. Como era de esperar, Paula y Laura entre ellas.

Desde su mesa, Juan observaba como la gente bailaba cuando reparó en que sus compañeros estaban hablando con la morena que, minutos antes, Carlos y él habían estado observando. Curioso, observó como aquellos desplegaban todas sus buenas maneras en pro de llamar la atención de la chica, que parecía encantada con aquel cortejo.

—Mira —rio Juan a su amigo—. La morena del culito respingón ya tiene a dos más babeando por ella.

Carlos dejó entrever una sonrisa. Estaba claro que sus compañeros, aquella noche, triunfaban. De pronto, un saltito que dio la morena, llamó la atención de Juan. ¿Dónde había visto hacer aquello antes? Instantáneamente le vino una imagen a la cabeza. Aquel movimiento se lo habla visto hacer a… ¡Imposible! pensó sorprendido. La que se movía con gracia mientras hablaba con Lucas no podía ser ella. La actriz era rubia y aquella era morena. Pero algo dentro de él le alarmó y ya no pudo dejar de mirar hacia donde estaban aquellos. Carlos al darse cuenta de que no quitaba el ojo de encima al grupo, preguntó curioso:

—¿Te ha gustado la morenaza?

Juan no respondió, simplemente continuó observando. Deseaba que ella se diera la vuelta para verla de frente. Pero no, la morena, en ningún momento se giró. Finalmente y sin poder contener un segundo más la necesidad de saber si lo que creía era cierto o no, se levanto y se dirigió hacia sus compañeros. Con disimulo, se acercó a la barra y se apoyó en ella. Aquel ángulo era estupendo para verle la cara a la joven que ahora reía a carcajadas por algo que Lucas decía. Cuando esta levantó el rostro para mirar a su compañero Juan respiro al ver sus ojos oscuros. No era ella. Sonriendo pidió otra cerveza al camarero cuando, de nuevo, ella repitió el movimiento. Aquel gesto y como ella cambiaba el peso de una pierna a otra volvieron a atraer su atención. Tras pagar su consumición cogió el botellín y se dirigió hasta donde aquellos estaban, pero antes de llegar se dio la vuelta. Todo aquello era una tontería, debía olvidarlo.

Noelia, al ver por el rabillo del ojo que el hombre que la había tratado como a una rata se acercaba, intentó permanecer tranquila, a pesar de que era verle y hervirle la sangre. Desde que había entrado en el bar, le había visto junto a la tetona del parador y por sus movimientos y sus continuos besitos en el cuello intuyó que entre ellos existía algo más. En un principio no le importó, pero por alguna extraña razón, no podía dejar de mirar en su dirección. Y cuando vio que Juan se acercaba un extraño júbilo la inundó, que desapareció justo en el momento en que él decidió dar media vuelta.

Cuando Juan regresó junto a Carlos, su amigo le preguntó:

—¿Está tan buena la morenaza como se ve desde aquí?

Juan volvió a mirar hacia aquellos que continuaban de risas y asintió:

—Te lo aseguro. ¡Tremenda!

Ambos rieron. En ese momento, se acercó Paula, que ya estaba cansada de bailar, y se sentó sobre las piernas de Juan. Dos minutos después, él la besó apasionadamente, excitado por las cosas que le decía al oído. Noelia que observaba con disimulo desde su posición, no perdía detalle.

Parapetada por la gente que, por lo general, casi siempre era mas alta que ella, comprobó cómo Juan sonreía a la mujer que, con descaro, se le había sentado encima a horcajadas movía las caderas con provocación. Ver el sensual gesto de Juan y como le mordía los labios la estaba poniendo cardiaca.

Desde su posición, y sin quitarle ojo, se excito al ver como aquel pasaba su mano lentamente por la espalda de aquella.

Noelia, cada segundo qué pasaba, se excitaba más. Solo imaginar que era a ella a quien acariciaba le hacia suspirar de placer. A punto estuvo de gritar cuando vio como aquel, tras apretar sus caderas contra la de ella, le agarró del pelo y, con una pasión que la dejó fuera de sí, la atrajo hacia él y la besó.

Por faaavor… ¡soy patética!, pensó acalorada.

Seis cervezas después, Noelia llegó a dos conclusiones. La primera, que era realmente patética. Y la segunda, que quería ser ella la que besara a Juan de aquella manera.

Menchu, que había accedido a acompañarla a tomar algo aquella noche, se encontraba en una nube. ¡Ella acompañando a Estela Ponce! Tras la discusión que mantuvieron aquella y su primo, el gay, en el parador porque el pelo de aquel ahora era verde, este se negó a salir, y cuando la joven estrella se lo propuso, fue incapaz de decir que no. Menchu, una joven normalita que solía pasar desapercibida para todos, sabía quién estaba bajo aquellas gafas, aquellas lentillas y aquel pelo negro y eso le enorgulleció. Si alguien del local supiera que se trataba de Estela Ponce, se organizaría un gran revuelo y le gustó ser partícipe de aquel secreto.

Un par de horas después, Juan se dirigió al aseo y allí se encontró con Damián.

—Ehhhh Morán.

—Qué pasa mamonazo —rio este al ver lo animado que se encontraba.

—Tío tienes que venir. Te voy a presentar a una tía que está como toda la flota de trenes españolas.

—Ah, sí —rio divertido Juan al intuir que se refería a la morena.

—Sí… pero joder, para mi desgracia Lucas ya se la ha adjudicado. ¡Qué cabronazo Es como tú. Se las lleva de calle.

Cuando salieron del baño Juan le pidió a Paula un segundo con la mirada, y se acercó hasta aquellos. La joven morena reía a carcajadas y, por su aflautada risa, dedujo que se había pillado una buena cogorza. De pronto, su tono de voz le sonó, y clavando su mirada en ella la examino, la altura correspondía y cuando aquellos ojos negros le miraron con descaro tras las finas gafas rojas y vio como torcía el gesto lo supo: ¡era ella!

—Morán, ellas son Noelia —dijo Lucas agarrándola con la familiaridad de la cintura—, y Menchu.

La madre que la parió ¿qué hace aquí todavía? pensó Juan sorprendido.

La joven morena al verle sonrió y suspiró, mientras Menchu, algo achispada y nerviosa al verse rodeada de tanto tío alto gritó:

—Nos conocemos ¿verdad?

Desviando la mirada, Juan al saber de quién se trataba asintió:

—Sí. Tú eres amiga de mi hermana Eva y creo recordar que trabajas en el parador.

—¡Es verdad! —rio Menchu, quien al igual que Noelia, había bebido alguna copilla de más. Por unas horas, y rodeada de aquellos hombres, se sintió una muchacha bonita y deseada. Algo que no solía ocurrir.

Noelia recorrió con su oscura mirada el cuerpo de Juan con descaro y soltó un suspiro de satisfacción al imaginar lo bien que podría pasárselo con él en la cama. Se colocó bien las gafas y dijo en tono jovial pero sin demasiada emoción:

—Hola hombretón.

Juan fue a decir algo cuando la joven agarrando de la mano a un hipnotizado Lucas dijo:

—Venga, vamos a la pista. Quiero bailar. ¡Me gusta bailar!

Una vez aquellos dos se alejaron Damián soltó un silbido y murmuró sin que Menchu le escuchara:

—Joder… joder… este Lucas es un tío con suerte. Menuda nochecita va a pasar con esa tía. Está buenísima.

Sin abrir la boca Juan observó su pelo. ¿Qué se había hecho? Había pasado de rubia a morena en un abrir y cerrar de ojos, ¿para qué? Estoicamente, esperó a que aquellos dejaran de bailar y regresaran cansados y sonrientes hasta ellos. Noelia que, a juzgar por sus movimientos, llevaba una buena cogorza, sentó en un taburete vacío, cogió su cerveza y tras darle un buen trago murmuró mirando a Menchu:

—Oh Dios… llevaba tiempo sin bailar así.

Juan arqueó una ceja. ¿Qué debía hacer? Debía llevársela o dejarla allí para que Lucas tuviera una buena noche con ella. Mientras se decidía, Lucas se acercó a ella, la cogió por la cintura y le dijo algo al oído que la hizo carcajearse. Esa intimidad le molestó. Pero más le enfadó la mirada de ella, quien imitándole, levantó una de sus perfiladas cejas. La música, en ese momento, cambió, las luces se oscurecieron y el ritmo se relajó. Era momento de actuar. Juan le cogió de la mano mientras coqueteaba sin ningún tipo de pudor con Lucas y dijo alto y claro:

—Ven, vamos a bailar.

Al ver aquello, Lucas, que ya había tenido en alguna que otra ocasión un encontronazo con Juan, lo miró con gesto de enfado, y antes de que dijera nada, Juan aclaró en tono autoritario.

—Noelia y yo somos viejos conocidos.

Sin poder frenar el tirón que aquel le dio, saltó del taburete y dos segundos después estaba en medio de la pista, entre la gente, bailando una canción lenta. Carlos sorprendido por ver a su amigo en la pista con la morenaza, miró hacia sus compañeros y se carcajeó. Estaba claro que si Juan se lo proponía le levantaba la tía a quien quisiera.

—¿De qué te ríes churri? —preguntó Laura.

Sin necesidad de decir nada señaló hacia la pista y Laura al ver a Juan en ella bailando con una morena murmuró sorprendida:

—No me lo puedo creer. ¿Y Paula? —e instantáneamente miró a su amiga quien con gesto no muy divertido observaba la escena.

En la pista, Juan necesitó unos segundos para aclarar sus ideas. Todavía no había encajado que Estela Noelia Rice Ponce, la actriz de Hollywood y para más señas su exmujer, estuviera allí, cuando tenía que encajar que ahora estaba entré sus brazos y como una cuba. Finalmente, bajó su mirada hacia ella y preguntó en tono seco:

—¿Se puede saber qué haces aquí?

—Divertirme. ¡Oh Dios! los españoles sí que sabéis divertiros. Mucho más que los americanos y en especial los californianos —respondió saludando con la mano a Lucas que les observaba.

Incrédulo porque ella estuviera aún en Sigüenza acercó la boca a su oído.

—Te dije que te quería ver lejos de mí y de mi entorno.

—Por faaavor —se mofó ella.

—No quiero problemas con la prensa ni con nadie, ¿es que no me entendiste?

Intentando controlar sus torpes movimientos levantó la cabeza para mirar a aquel gigante y respondió:

—Perdona pero yo no me he acercado a ti, si no tú a mí. Por cierto, que alto eres. ¿Siempre fuiste así de alto? —Al ver que el no respondía continuó—. Y ahora si no te importa, quiero seguir divirtiéndome con Lucas. ¡Es todo un bombón!

—¿Estás loca? Lucas y Damián no son lo que puede llamarse gente divertida.

Clavando sus oscuros y vidriosos ojos en él, ella respondió:

—Desde luego más que tú sí que me lo parecen.

—Pero ¿has perdido el juicio?

—Sí, cariño —asintió con un gesto aniñado—. Pero eso ocurrió hace muchoooooooooooo, muchoooooooooo tiempo.

—Joder. Estás borracha.

—¡¿Yo borracha?! —gritó y mirándole exigió—, ¿Serías tan amable de soltarme para que yo pueda regresar con quien me dé la gana, y pasármelo bien?

—No.

—¿Seguro? —dijo hundiéndole uno de sus tacones en el pie.

—¡Joder! —gruñó él al sentir el dolor. Y levantándola del suelo con facilidad para que dejara de apretar su pie contra el de el murmuró—. Si vuelves con Lucas te aseguro que maña. cuando te des cuenta de lo que has hecho, te arrepentirás.

—¿Tan malo es en la cama?

Incomodo por aquella indiscreta pregunta fue a responderle cuando una mano se poso en su hombro. Era Paula.

—Cielo ¿nos vamos ya?

Enfocando su mirada, Noelia sonrió. Aquella era la mujer que había hablado de malos modos a Menchu en el parador, y que llevaba toda la noche refregándose con Juan. Deshaciéndose de él le miró y dijo.

—Venga… venga iros a casa a terminar lo que lleváis toda la noche haciendo delante de todos. Que todo sea dicho, es lo mismito que voy a hacer yo en cuanto llegue al hotel con aquel rubiales.

Tras soltar una risita tonta que calentó la sangre de su ex, la joven se alejó. En medio de la pista, Juan observó como Noelia se unía de nuevo al grupo y Lucas, el rubiales, la asía por la cintura.

—… estoy deseando llegar a mi casa para desnudarte y comerte enterito —le susurró en tono sensual Paula al oído, tras seguir con la mirada a aquella morena y ver que estaba con la boba de Menchu.

Oír aquello volvió a atraer la atención de Juan, aunque una risotada de Noelia le hizo volver de nuevo la mirada. Paula, consciente de que no atraía su atención al cien por cien, se apretó contra él y tras devorarle los labios murmuró sobreexcitada:

—Vámonos cielo. Carlos y Laura nos esperan fuera.

Juan tras comprobar que Noelia seguía divirtiéndose con aquellos decidió dar por zanjado el tema, y cogiendo a Paula con fuerza de la mano, salió del local dispuesto a tener su estupenda noche de sexo.

Mientras caminaban hacia el coche Carlos se acercó a su amigo.

—¿Qué coño hacías levantándole la tía a Lucas?

Sin querer contestar, continuó andando hacia el coche junto a una ardiente Paula. Pero una vez llegó a él miró a su amigo, que se quedó a cuadros cuando dijo:

—Carlos, ¿puedes acompañar a Paula a su casa?

—¡¿Cómo?! —gritó la mujer en cuestión.

Laura y su marido se miraron y rápidamente este se puso al lado de su amigo y preguntó:

—¿Qué estás diciendo? ¿Cómo voy a llevar a Paula a su casa si está deseando que la lleves tú? Joder macho, que vive en ese portal —dijo señalando hacia su derecha.

Juan, clavando los ojos en su amigo, dijo muy serio:

—Créeme. A mí también me apetece ir con ella y poner en práctica lo que me lleva susurrando toda la noche, pero no puedo irme sin solucionar algo.

—¿El qué?

Resoplando, Juan le miró. ¿Cómo decirle que la morenita del culo estupendo era Estela Ponce?

—Churri —llamó Laura— Venga vámonos.

—Un segundo, preciosa.

Los dos amigos se miraron y Juan con un gesto que Carlos entendió murmuro haciéndole sonreír:

—Confía en mí churri, y por favor, acompaña a Paula hasta mi portal y mañana te explico.

Si algo había entre ellos era confianza y aquellas palabras le hicieron suponer a Carlos que algo que se le había escapado a él había ocurrido. Lo que no sabía era el qué.

—Mañana sin falta —insistió su amigo y Juan asintió.

Carlos accionó el botón de su coche y lo cerró. Juan era un tío muy lógico y si hacía algo tenía un por qué, del que más larde se enteraría.

Paula paralizada por aquel desplante miró a Juan, aquel ardoroso y caliente hombre, y suspiró. Ambos sabían lo que había, pero aquello le molestó. Y tras darle un beso en los labios de despedidla murmuró resignada:

—Llámame otro día.

Juan asintió. Urna vez vio a Carlos y su mujer alejarse con Paula, regresó al local. Sin pararse a pensar, llegó hasta donde estaban sus compañeros con Noelia y tras echarse a la joven al hombro, que gritó al sentirse como un saco de patatas, dijo con seguridad:

—Lucas, no te lio tomes a mal, pero ya te dije que Noelia y yo somos viejos amigos y tenemos algo de lo que hablar.

Luego mirando i Menchu dijo en tono seco:

—Vamos, te llevaré a tu casa.

Damián y Lucas sorprendidos y malhumorados porque su compañero se llevara su diversión asegurada fueron a protestar, pero la mirada de aquel les calló. Minutos después Juan dejó a Menchu en su casa, y continuó hacia la suya mientras Noelia roncaba en la parte trasera del coche.

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