26

La cena se retrasó. Eva, hermana que trabajaba en Madrid, no llegaba. Pero cuando las tripas de todos comenzaron a rugir por fin apareció como un vendaval.

—Ay Dios… perdóname todos pero tenía que cubrir una noticia y mi jefe…

—¿El impresentable? —preguntó Almudena.

—Sí, hija ¿quién sino? —respondió Eva repartiendo besos—, El muy imbécil a pesar de que hoy era mi último día me ha martirizado como siempre. Y os diré algo más, he estado a puntito de graparle las orejas a la mesa por negrero, pero al final he pensado eso que papá siempre dice de dejar las puertas abiertas para el futuro.

—Hiciste bien, cielo. En esta vida nunca se sabe —asintió su padre tras darle un cariñoso beso en la frente.

—¿Te ha despedido? —preguntó Irene preocupada.

—Hoy cumplía mi contrato y directamente no me lo ha renovado. Según él, con la crisis existente han de rebajar la plantilla. Por lo tanto ¡estoy en paro! Y para colmo el portátil que me entregó la empresa se lo ha quedado. ¡Estoy sin portátil! —gritó—. ¿Qué va a ser de mí?

—Mujer… en tu habitación tienes tu PC —sonrió Almudena.

—Sí… si tenerlo, lo tengo… pero es que es de la prehistoria y ahora en paro no puedo comprarme uno nuevo. ¡Estoy apañada!

El abuelo tras besar a su alocada nieta, con la que tanto se divertía, levantó un puño y respondió:

—A ese jefe tuyo, mándale a hacer puñetas. Si le cojo yo a ese ¡le crujo!

Eva, divertida, volvió a tesarle.

—Abuelito me ha mandado él a mí —suspiro resignada—. Solo espero tener una noticia sensacional algún día para poder darle con ella en todos los morros cuando se la venda a otra agenda. El día que consiga esa noticia, haré que se arrastre a mis pies.

Todos sonrieron. Si algo tenían claro era que Eva cumpliría con subjetivo. Machacar a su jefe y darle un escarmiento tardara lo que tardara.

Cuenca hubo saludado a todos los presentes se fijó en una muchacha morena de ojos oscuros que Juan le presentó como Noelia, una amiga. Tan sorprendida como el resto de su familia se acercó a la joven y tras darle un par de besos la miró con curiosidad.

—¿Nos conocemos?

Incómoda por cómo le observaba, Noelia se colocó el flequillo en la frente y respondió:

—No… no creo.

—Pues me suena un montón tu cara. ¿Dónde te he visto antes? —murmuró escrutándola con la mirada. Sabía que la había visto ¿pero dónde?

Nerviosa, miró a Juan, pero intentando aparentar tranquilidad sonrió. Entonces, el padre de la joven curiosa dijo acercándose a ella:

—Es asturiana quizá la hayas visto en alguno de tus viajes, cielo.

Juan miró a su padre. Este levantó su cerveza con complicidad y sonrió, y Juan maldijo para sus adentros. Su padre, definitivamente, se estaba dando cuenta de algo.

—¿Asturiana con el acento que tiene? —preguntó Eva con comicidad.

—Bueno, la verdad es que viajo mucho. He vivido en Estados Unido muchos años y de ahí mi acento —susurró la joven al punto del desmayo.

Radiografiándola, Eva se fijó en su muñeca.

—¡Me encanta tu reloj! Es muy bonito.

—Noelia se fijo en su muñeca y al ver que llevaba el carísimo reloj Piaget fue a decir algo, cuando Juan se interpuso entre ellas abrazando a su hermana.

—Si llegas a tardar un rato mas, mando a los geos a buscarle.

Aquello atrajo la atención total de Eva. Le encantaba un compañero de su hermano, Damián. Divertida le besó y dijo:

Joer pues si lo sé me retraso un poco mas.

Dos horas después, tras una opípara cena, todos estaban alrededor de la mesa cuando el abuelo, t ras servirse de una botella, dijo:

—Después de comer, una copilla de anís es lo mejor que sienta al estómago.

—Abuelo Goyo, he visto que no has comido nada de verdura —protestó Irene—, y sabes que eso es precisamente lo que tienes que comer, no la copita.

El anciano miró a la joven que acompañaba a su nieto y, acercándose a ella, le cuchicheó haciéndole reír:

—Yo con el verde me voy por la pata abajo, pero esta puñetera nieta mía se empeña en que lo coma todos los días.

—La verdura es buena para el cuerpo —sonrió Noelia.

—No para el mío, hermosa —puntualizó el hombre.

Irene se levantó y fue a la cocina a coger una estupenda tarta de tres pisos de chocolate y nata, apagó las luces y entró en el salón. Todos comenzaron a cantar cumpleaños feliz al abuelo.

El anciano sopló las velas y se emocionó cuando sus nietos comenzaron a aplaudir mientras le pedían que dijera unas palabras. Finalmente se levantó de su silla:

—Ay, gorrioncillos que feliz me hacéis.

Tras mirar a sus nietos con pasión dijo mirando a Irene:

—Dame un moquero, hermosa, que me veo venir.

Aquello hizo que Juan se carcajeara divertido y Noelia disfrutara como una niña del momento. Le encantó ver a aquella familia tan unida ante el abuelo. Aquello era lo que había vivido cuando era niña con su abuela en Puerto Rico, y le emocionaba su autenticidad. Irene le tendió un pañuelo al anciano, este se secó los ojos y dijo con voz cascada:

—Hoy cumplo 80 años. Mi vida está siendo mas larga de lo que yo nunca imaginé y vosotros, todos y cada uno de vosotros hacéis que sea bonita y dichosa. —Tras una breve pausa continuó—. Aunque no os mentiré si os digo que en un momento así me encantaría que mi Luisa y vuestra madre, mi Rosita, estuvieran aquí. —Secándose los ojos murmuró—: Aunque bueno, ya sabéis como pensamos. Ellas están aquí mientras las recordemos y sé que todos nosotros las recordamos todos y cada uno de los días.

El padre de Juan miró a la amiga que había traído su hijo y sonrieron. Aquello era justo lo que habían hablado horas antes en la cocina.

—Tengo una familia maravillosa y aunque a veces —sonrió el abuelo—, me irritéis y me sienta más vigilado que un marrano el día previo a la matanza —todos rieron—, ¡copón! No os cambiaría ni por todo el oro del mundo —luego mirando a la joven qué acompañaba a su nieto añadió—: Por cierto, me congratula mucho haber conocido a la amiga de Juanito. Y espero, que el año que viene, y al siguiente, y al otro, vuelva con nosotros para celebrar mi cumpleaños.

Todos sonrieron. Estaba claro que todos habían aceptado a Noelia como una más. Sin poder evitarlo y mientras todos cantaban de nuevo el cumpleaños feliz al abuelo, Juan la observó. Se la veía sonriente y relajada. Incluso parecía disfrutar con la compañía de los suyos. Eso le agradó, pero al tiempo, no pudo evitar sentirse molesto. Ella estaba de paso, y no quería que su familia se hiciera ilusiones con algo que era totalmente imposible.

—Gorrioncillo ¿no quieres más tarta? —preguntó el abuelo al ver la minúscula porción que ella se había puesto en el plato.

—No gracias, no me va mucho el dulce —mintió.

Si algo le gustaba era el dulce. Pero mantener su línea era algo primordial para ella. No debía olvidarlo.

Sito y yo queremos más tarta, yayo Goyo —sonrió Ruth sentándose en sus rodillas.

—¿Sito? —pregunto Noelia.

La niña le enseñó un viejo oso azulado del que no se despegaba.

—Este es sito. Mi osito.

Noelia le tomó la mano al muñeco y, agachándose, le saludo:

—Encantada de conocerte. Sito. Creo que eres un oso muy guapo y muy bonito.

La niña sonrió.

—Él dice que tú sí que eres guapa —respondió.

Fijándose en el muñeco Noelia preguntó:

—¿Qué le pasó en el ojo a tu Sito?

—Se le cayó uno y como no lo encontramos, mamá le puso este azul ¿te gusta?

Sonrió satisfecha al ver el botón azul que la madre de la niña le había cosido por ojo.

—Precioso. Creo que ha quedado genial.

Ambas se carcajearon y el abuelo cortó una buena porción de tarta.

—Toma tesoro, para Sito y para ti. Anda… corre antes de que tu madre la vea y te la quite.

La cría encantada de haber conseguido semejante manjar lo cogió y antes de que su madre la viera desapareció con el oso y la tarta.

—Por cierto —señaló el anciano divertido—, le has dado un toque sabrosísimo a los pimientos asados.

—Gracias —sonrió satisfecha. Era la primera vez que la felicitaban por algo culinario— Me encanta saber que te han gustado.

Al escuchar aquello Manuel, metiéndose en la conversación dijo:

—Ah… pues no sabes lo mejor, abuelo. Noelia, como buena asturiana, sabe hacer fabada y se ha ofrecido a hacernos una. ¿Qué te parece?

El abuelo, al escuchar aquello, se tocó su inexistente barriga con un gesto que provocó la risa de todos.

—Ya me relamo solo de pensarlo —afirmó.

Ay Dios… a ver si les voy a envenenar, pensó ella.

Sonó el timbre de la puerta y segundos después aparecieron varios familiares y vecinos, todos venían a felicitar al abuelo Goyo. También acudieron Carlos, el compañero de Juan, con Laura, su mujer y su bebé, Sergio. Y cuando llegó el turno de las presentaciones Noelia tuvo que excusarse de nuevo ante la pregunta de Laura:

—Oye ¿nos hemos visto alguna vez?

—No creo.

—Sí la viste la otra noche en el Croll —intercedió Juan. Era mejor que la identificara con aquello que con otra cosa.

—Ah, es verdad… —asintió Laura.

Durante más de una hora Noelia fue testigo mudo de cómo la mujer de Carlos la observaba con curiosidad, hasta que de pronto tras una risotada general por lo que el abuelo Goyo había dicho, saltó delante de todos.

—Ya sé a quién me recuerdas.

—¿A quién? —preguntó Eva que estaba sentada a su lado.

—A Estela Ponce.

—¿Y quién es esa moza? —preguntó con curiosidad el abuelo Goyo.

—Una actriz de Hollywood —asintió Laura.

Divertido el abuelo Goyo dijo haciéndoles reír:

—De Joligud na menos.

—¡Estela Ponce! —repitió Rocío levantándose—. Es verdad ¡qué fuerte! Si te quitas las gafas te pareces un huevo.

—Es cierto —asintió Eva escrutándola con la mirada— Sí, ya decía yo que tu cara me sonaba de algo.

Noelia se encogió en el sillón, Juan se puso en pie, nervioso, y Laura prosiguió emocionada:

—Madre mía, si fueras rubia y tuvieras los ojos claros, serías clavadita a ella— ¿No te lo habían dicho nunca?

Sintiéndose medio descubierta, la joven, sacó a relucir sus dotes artísticas.

—Vale… lo confieso. Alguna vez me lo han dicho pero…

—¡¿Estela Ponce?! —preguntó Carlos abriéndose paso entre ellos con su hijo en brazos.

—Sí… mírala bien, churri ¿no te la recuerda? —dijo su mujer.

Carlos clavó sus ojos en aquella muchacha morena. Después miro a su desconcertado amigo, que miraba hacia otro lado. No podía ser ¿como iba e estar ella allí? Además, la actriz de Hollywood era rubia y de ojos claros y aquella era morena de ojos oscuros.

—Mírala bien, churri— insistió Laura a su, de pronto, acalorado marido—. ¿No crees que se parece a ella? Mira su nariz, su mandíbula, es casi tan perfecta como la de la Ponce.

Manuel captó el gesto de su hijo, e interponiéndose entre ellos, preguntó atrayendo la atención:

—¿Queréis tarta? La hizo Irene y ya sabéis que es una magnifica repostera.

Laura aceptó sin dudar y se alejó de Noelia. Carlos, en cambio, se aproximó a su amigo.

Nenaza ¿en qué lío te estás metiendo? —le susurró al oído.

Juan no tuvo ni que responder. Una mirada bastó. Carlos resopló y volvió a mirar a la joven con detenimiento.

—Irene… dame tarta y que sea doble ración. La necesito —dijo.

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