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Base de los geo Guadalajara (España), noviembre de 2010

Un grupo de fuertes y jóvenes hombres corría sin descanso por el campo de la base de madrugada. Pisaban el suelo con seguridad mientras el resuello de sus respiraciones se acompasaba al esfuerzo del momento. Eran los mejores. El selecto grupo de los geo. Los miembros de la Unidad de Elite de la Policía Nacional. Valerosos hombres Alfa, seccionados en Comandos que, con su dedicación por el beneficio de los demás, estaban dispuestos a actuar en cualquier punto de España o allá donde se les necesitara.

Tras pasarse más de ocho horas entrenando hasta la extenuación y realizar un simulacro de asalto a un edificio, regresaban sucios y sudorosos pero, a la vez, felices y satisfechos a su Base de Guadalajara.

—Id a descansar. Os lo merecéis —dijo Juan Morán, Instructor del pelotón.

Los hombres, agotados, se dirigieron hacia los vestuarios. Una buena ducha y un café les sentaría de maravilla. Ya descansarían luego.

Cuando Juan entró en sus dependencias, se encontró allí dormitando a Carlos Díaz, especialista en explosivos y aperturas y su mejor amigo. Juntos habían superado las difíciles y extenuantes pruebas para entrar en el cuerpo y lo habían conseguido. Con desgana, despertó al oír ruido, se sentó en el camastro y mirando a su sucio colega preguntó:

—¿Todo bien?

Quitándose la sudada camiseta oscura y tirándola al suelo el inspector Morán asintió, dio al play de su CD y la música de Aerosmith inundó la estancia. Necesitaba una ducha miles de que sus músculos se agarrotaran por el esfuerzo hecho.

Diez minutos después, ya más relajado, salió de la ducha con una toalla blanca alrededor de la cintura.

Su amigo, el inspector Díaz, sonrió al verle. Aquella visión hubiera levantado murmullos de admiración entre las amigas de su mujer, Laura. Juan era un tipo que levantaba pasiones entre el sexo femenino. Algo que él no parecía tener muy en cuenta. En todos los años que hacía que se conocían, solo había visto a su amigo prestar atención a alguna mujer en dos ocasiones. En cuanto las féminas comenzaban a agobiarle, cortaba la relación. El Inspector Morán de treinta y dos años, no quería compromisos. Quería vivir su vida, disfrutar del sexo y seguir con su trabajo, que le apasionaba.

—He recibido un mensaje al móvil de mi churrita. Nos propone un plan para esta noche para celebrar tu cumpleaños —dijo Carlos observando el tatuaje que su amigo se había hecho años atrás en el brazo.

Juan sonrió. Era cierto. Era su cumpleaños. Cumplía treinta y dos. Mientras se secaba su oscuro corto pelo vigorosamente con una toalla preguntó:

—¿Qué ha planeado la casamentera de tu mujercita?

Ambos sonrieron. Laura era una chica magnifica pero se había empeñado en buscarle una compañera ideal. Algo imposible. Ninguna le gustaba lo suficiente como para tener más de dos citas con ellas.

Juan era un tipo imponente. Alto, deportista, atractivo y terriblemente sexy. Su constante entrenamiento en la base de Guadalajara había conseguido labrar en él un cuerpo imponente. Era todo músculo y fibra. Fuerza y sensualidad. Y si a eso le unías unos ojos oscuros seductores y una sonrisa que utilizaba en contadas ocasiones, pero que cuando la mostraba dejaba sin habla, tenías el cóctel perfecto para hacer babear a cualquier mujer.

Durante años, Laura había intentado emparejarle con todas y cada una de sus amigas solteras. Algo que a él le resultaba gracioso, así que la dejaba hacer. Laura era de las pocas mujeres en el mundo que no le aburría. Era divertida e ingeniosa, a pesar de su continua intención de buscarle esposa.

Una vez se secó su corto pelo, se sentó junto a un sonriente Carlos quien le dijo:

—Quiere que vayamos al cine a ver el estreno de Brigada 42.

Al oír aquel título Juan se tensó. Justo esa película. Lo último que le apetecía era ver a la actriz que salía en ella. Pero Carlos sin darle tiempo a hablar continuó:

—Vale. Sé lo que piensas sobre esa película, pero le han dicho a mi churrita que está muy bien y ya sabes lo mucho que le gusta a mi mujercita el imbécil de Mike Grisman y la actriz… Estela Ponte. Y si encima sale Vin Diesel aunque sea haciendo de malo ¡ya ni te cuento!

—Paso —cortó aquel—. No me apetece ver esa película.

Carlos le entendió pero no se dio por vencido y volvió al ataque.

—No me puedes decir que no, nenaza o Laura me dará la noche. Por favor, di que sí.

—Lo siento pero no, churri —se mofó aquel—. Dile lo que quieras a Laura pero he dicho que no —respondió poniéndose los pantalones de camuflaje.

—No me jodas, tío —protestó Carlos—. Es nuestra noche libre y es tu cumpl…

—He dicho que no. ¿Qué parte de tu minúsculo cerebro no procesa bien?

Carlos sonrió y en un tono divertido insistió.

—Será una cena cortita y te prometo que cuando acabe la película no dejaré que Laura diga eso de «Juan… acompaña a Paula a su casa».

—¡¿Paula?! Hablas de…

—Sí —cortó aquel sonriendo. Sabía que aquella mujer le atraía—. La que trabaja en el Parador.

—Definitivamente no.

—Venga tío. Sé que Paula te gusta… no digas que no.

—No, no me gusta. Pero reconozco que nos lo pasamos muy bien en la cama.

—Entonces ¿a qué esperas para decir que sí, mamonazo? Ya sabes que ella no busca en ti nada serio. Solo busca lo mismo que tú, sexo. Diversión. Morbete.

Aquel comentario le hizo sonreír. La verdad era que gracias a la mujer de su amigo, tenía una buena vida sexual. Por ello, y consciente de que no le vendría mal un poco de sexo con aquella explosiva mujer respondió:

—De acuerdo. Pero que te quede claro que es la última vez acepto las encerronas de tu mujercita, aunque sean con la tigresa de su amiga Paula, ¿entendido?

—Alto y claro —asintió Carlos consciente de la cantidad de veces que había oído aquello. Y sin darle tiempo a retractarse dijo—: He quedado con ellas en la puerta del cine a las siete. Cenaremos algo, luego veremos la película y después puedes celebrar tu cumpleaños con Paulaaaaaaaaaa ¿De acuerdo?

Clavando su mirada en él mientras se abrochaba sus botas militares, finalmente asintió.

—Que sí pesado. Iremos a ver esa dichosa película. Pero dile a tu churrita que deje de organizarme la vida o al final le miré que enfadarme.

Carlos suspiró aliviado y agarrándole del cuello con el brazo dijo atrayendo a su amigo hacia él:

—Bien hecho, colega.

Juan sonrió. Aunque no le apeteciese parte del plan, el sexo con Paula sería divertido.

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