53

Cuando llegaron a la casa del padre de Juan, todo fueron risas y diversión. Eva observaba con disimulo a la famosa actriz americana. Estela Ponce ¡estaba allí! Ella parecía feliz con su familia y eso, en cierto modo, le sorprendía. Noelia debía de estar acostumbrada al lujo y glamour y allí estaba, compartiendo canapés de sucedáneo de caviar y sonriendo a su abuelo mientras este cantaba un villancico y rascaba con una cuchara una botella de anís del mono.

Manuel, orgulloso, disfrutaba por tener reunida un año más a su maravillosa familia y sonreía por ver a su hijo tan solícito con aquella mujercita. Desde que Noelia había entrado en su vida sonreía más a menudo, y se le veía más feliz. Una felicidad que Manuel saboreaba de una manera especial.

Irene llegó como una diva de Hollywood. ¡Guapísima! Se había dejado aconsejar en todo y parecía otra mujer, algo que a Lolo, su Lolo, le tenía cautivado. No podía dejar de admirarla. Parecía increíble que la impresionante preciosidad que reía ante él fuera su mujer. Irene, con su nuevo aspecto y, en especial, al escuchar los comentarios de todos, se sentía guapa. Ataviada con un vestido de fiesta negro que realzaba sus curvas, se dejó alisar el pelo por su hija Rocío y estaba impresionante.

Todos lo pasaban bien, pero Juan, tras lo ocurrido en su casa, no podía disfrutar al cien por cien del momento. El hecho de que alguien ya supiera la verdad sobre Noelia, significaba que el engaño comenzaba a hacer aguas y eso le preocupaba. En un par de ocasiones cruzó la mirada con Eva y esta, con ñus gestos y guiños, lo hizo sonreír. Pero ya nada era igual. Saber que la prensa mundial tenía la certeza de que Noelia estaba en España le inquietaba.

—¿Qué te ocurre hijo? —preguntó Manuel acercándose a él.

—Nada papá, no te preocupes.

Manuel, que había sido testigo de los gestos entre él y Eva sonrió y dijo:

—Vale. No me lo cuentes. Pero las miraditas entre Eva y tú me hacen suponer que ha pasado algo entre vosotros, y…

Al escuchar aquello preguntó.

—¿Qué te ha contado esa metomentodo?

—Absolutamente nada hijo.

—¡Joder!

—Vamos a ver Juan —indicó su padre caminando con él hacia un lateral del salón—, sé que algo te ocurre esta noche porque soy tu padre y te conozco. Con esto no estoy diciendo que me cuentes lo que te pasa, pero recuerda, tú, y la persona a quien tú ames, siempre podréis contar con mi apoyo incondicional. —Y mirando a Noelia que en aquel momento reía con su nieta mayor murmuró—: Esa muchacha es un encanto de mujer.

—Sí papá, lo es.

Y por primera vez en su vida y como si de un tsunami se tratara Juan sintió lo que era el verdadero amor. Adoraba a aquella mujer y ya nada se podía hacer.

Poco después todos se sentaron a la mesa engalanada y comenzaron a cenar. Los pequeños lo pasaban bien y los mayores disfrutaban de la felicidad reinante. En aquella mesa no faltaron langostinos, salmón, ibéricos de la tierra, patés y cordero. Todo ello regado con vinos españoles, risas y canciones. A las once de la noche las mujeres se afanaron por quitar la mesa y preparar las uvas.

—Quédate conmigo —pidió Juan al ver que Noelia se levantaba.

No quería que se moviera de su lado. Deseaba aprovechar los momentos que les quedaban juntos y vivirlos lo más intensamente posible. El tiempo corría inevitablemente en su contra y quiso retenerla con él.

Al escuchar su voz sensual, y sentir su mano sobre su brazo Noelia le miro a los ojos y Juan, la atrajo hacia él y la besó. Le dio igual lo que pensaran. Le dieron igual sus propias y absurdas reticencias en cuanto a ella. Necesitaba besarla y lo hizo. La familia, sorprendida por aquella demostración de afecto, aplaudió y Noelia, aturdida, tras separarse de él contestó:

—Mi abuela me enseñó que cuando se está en familia hay que ayudar. Por lo tanto, ahora vuelvo, que voy a ayudar a tus hermanas. No quiero que piensen que soy una comodona.

Dicho esto cogió varios platos sucios y desapareció tras la puerta de la cocina. El abuelo Goyo sonrió. Aquella demostración de su nieto ante todos le había henchido de orgullo.

—¿Quién quiere un helado? —preguntó Irene que salió de la cocina con una caja en la mano.

—Yo mami —gritaron Ruth y Javi al escucharla.

Tras darles un par de helados a sus niños, Irene se dirigió a su hija mayor.

—¿Tú no quieres helado?

—No mamá, que engordan.

—Los helados no engordan. Engorda quien los come —se guaseó el abuelo Goyo haciéndoles reír a todos—. Y tú gorrioncillo mío te lo puedes comer con tranquilidad porque tienes mucho pellejo que rellenar.

—Pero qué dices abuelo Goyo —protestó la cría—. Sí tengo unos muslos con los que se podrían cascar nueces.

—Uisss la puñetera qué cosas tiene. Esta jodía tiene más salidas que la M-30 —se mofó aquel al oírla.

Cinco minutos después mientras las chicas trajinaban en la cocina Tomi que hablaba con Rocío dijo.

Oh my God, you are a very beautiful girl.

—Thanks, Tomi —respondió la muchacha.

El abuelo Goyo que estaba sentado junto a ellos, les miró molesto por no poder entender de qué hablaban.

—En cristiano, por favor.

Irene, al escuchar aquello, se acercó a su abuelo y le susurró con cariño:

—Tomi le habla en ingles a Rocío para que practique el idioma abuelo.

—¡Me importa un carajo! — gruñó aquel—. Quiero entender de qué hablan.

Tomi, al escuchar la queja, se dirigió al anciano que llevaba toda la noche mirándole con horror.

—Oh lo siento abuelo Goyo… le decía a Rocío que es una chica preciosa —dijo con una encantadora sonrisa.

El hombre, le miró y señaló su atrevido flequillo.

—¿Por qué llevas ese extraño color en el pelo?

Because I…

—En cristiano, por favor —repitió el anciano.

—Oh lo siento de nuevo. Decía que lo llevo así porque me gusta.

—¿Te gusta llevar el pelo verde como una rana?

Con la boca abierta, Tomi acarició con mimo su cabello.

—No es verde rana. Es color pistacho triguero. ¿No lo ve? —respondió provocando las risas de todos a excepción del abuelo, que se apresuró a responder.

—Pues no hermoso… no lo veo.

—¿Seguro?

—Segurísimo —asintió el abuelo.

Tomi cruzó una mirada con Juan, que se encogió de hombros, y comprendiendo que era más que lógico que aquel anciano diera su opinión sobre su pelo, admitió:

—Sabe lo que le digo, que hay que ser elegante en la victoria y en la derrota y creo que esta vez, usted tiene razón. Mi pelo puede parecer de cualquier color menos pistacho triguero.

En el interior de la cocina, las mujeres se afanaban por quitar la cacharrería de en medio mientras charlaban.

—Ruth cariño, mete ese vasito en el lavavajillas —pidió Irene a su hija, y volviéndose hacia su otro hijo gritó—. Javi, como vuelvas a dar otro balonazo como el que acabas de dar a la nevera te juro que te corto las orejas.

Todas sonrieron. Irene era muy exagerada en palabras, pero luego no hacía nada de nada. Era demasiado buena y sus hijos sabían manejarla.

—De acuerdo mamita. Dejaré el balón.

—Ainsss ¡lo que cuesta querer ser un Iniesta! ¿Verdad? —dijo Noelia tocando la cabeza del crío.

—¡Ya te digo! —rio el niño.

Eva, sorprendida por aquel comentario, la miró, y preguntó con mofa:

—¿Pero tú sabes quién es Iniesta?

Rocío, que en ese momento entraba por la puerta, cruzó una mirada con Noelia y ambas sonrieron. Almudena llamó a su sobrina mayor para que la ayudara a coger unos platos para las uvas y, en compañía de Irene, salieron al comedor para ponerlos sobre la mesa. Javier, cuando vio que su madre salía por la puerta, comenzó a jugar de nuevo con la pelota. Y los acontecimientos se precipitaron. Noelia se agachó para coger un trozo de pan cuando un balonazo del tocapelotas del niño la desequilibró. El vaso que llevaba en la mano se estrelló contra el suelo y se hizo añicos y ella cayó de bruces, con tan mala suerte que se cortó. El crío se asustó y salió por patas. Eva, que lo había presenciado todo, rodeó la encimera para ayudarla pero la primera en llegar fue la pequeña Ruth.

—¿Te has hecho pupa? —preguntó la cría.

Resignada a los balonazos del pequeño monstruito, Noelia se miró la mano y a pesar de que la sangre manaba, murmuró tocándose la peluca con premura para comprobar que seguía en su sitio:

—No, cielo… esto no es nada.

La cría de pronto dio un salto hacia atrás y gritó asustada:

—Tita Eva, tita Eva. A Noelia se le ha caído un ojo como a mi osito Sito.

A Noelia le entró pánico, ¿cómo que se le habla caído un ojo? Rápidamente, se palpó la cara, pero lo único que consiguió fue ensuciársela de sangre. Su ojo seguía en su lugar. Eva, asustada, al llegar a su lado comprendió lo que estaba pasando.

—Ve y dile al tito que venga en seguida. ¡Corre!

La cría salió corriendo entre aspavientos.

—Se te ha caído una lentilla —comunicó Eva tratando de localizarla entre los crista les.

—¡¿Qué?! —preguntó Noelia desconcertada.

Tras rebuscar unos segundos más, al fin la encontró, y entregándole la lente oscura le dijo apremiándola:

—La niña te acaba de ver tu ojo azul. Rápido, lava la lentilla aunque sea con agua y póntela antes de que venga cualquiera de mis hermanas y vea que tus ojos son azules y no negros y tengas que empezar a dar cientos de explicaciones.

—¿Cómo? —preguntó perpleja.

—Joder Noelia, que sé que eres Estela Ponce pero ahora no hay tiempo para explicarte porqué lo sé. Ponte la jodida lentilla, como sea, si no quieres que todos sepan quién eres.

Sin pensárselo dos veces Noelia se levantó, abrió el grifo del agua, se quitó la sangre de la mano, lavó la lentilla, y se la metió en el ojo justo en el momento en que se abría la puerta y toda la familia entraba asustada. El primero en llegar hasta ellas fue Juan, que con cara de preocupación, miró a Noelia y al ver su mejilla con gotas de sangre y su ojo lloroso e irritado preguntó:

—¿Qué te ha pasado?

—Nada… nada no te preocupes —respondió quitándole importancia—. Me resbalé, nada más.

—¿Y la sangre? —gritó Irene histérica.

—No os preocupéis —aclaró Eva—. Se ha cortado con un vaso en la palma de la mano pero nada grave. Vamos… de esta se salva y se come las uvas.

Aquello hizo sonreír a Noelia, incluso cuando vio al pequeño Javi mirarla con gesto asustado. Todos comenzaron a hablar entre sí y Juan atrayendo de nuevo su mirada preguntó observándola de cerca:

—Dime que estás bien.

Al sentir su preocupación le miró emocionada y susurró:

—Estoy bien, cielo.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —susurró deseando besarle.

El abuelo Goyo, abriéndose paso entre todos a bastonazos, llegó hasta la muchacha y la miró con preocupación.

—¿Estás bien gorrioncillo?

—Sí abuelo Goyo —dijo ella mirándole con cariño—. Ha sido un corte sin importancia en la mano. Sin querer me he tocado la cara y…

La pequeña Ruth metiéndose entre las piernas de todos llegó hasta su tito y dijo para atraer su atención:

—¿Has visto que a Noelia se le ha caído un ojo como al osito Sito?

Sin entender de qué hablaba Juan la miró, y Noelia, al entender porque la niña decía aquello, sin poder evitarlo dirigió su mirada hacia Eva y ambas sonrieron. De pronto un grito desgarrador se escuchó tras ellos. Tomi al oír lo que la pequeña había dicho, antes de que nadie pudiera hacer nada, cayó redondo ante todos. El susto fue morrocotudo y el caos se reinó de nuevo de la cocina. Segundos después le trasladaron a una pequeña salita y le recostaron en el sofá. Su prima empezó a abanicarle y Tomi, por fin, reaccionó. Abrió los ojos y vió a su adorada Noelia ante él.

—Ay mi love, dime que estás enterita y bien.

—Sí Tomi si… no te preocupes. Estoy bien. Ha sido solo un cortecito sin importancia en la palma de la mano.

Pero al ver la sangre seca en su mano este gritó de nuevo horrorizado sacando toda su pluma dramática.

—Por el amor de Dios cuchita… estás… estás sangrando. Please… please… llamen a una ambulancia. Esto es terrible… ¡esto es horrible! Necesitamos con urgencia que el mejor cirujano plástico del país examine su linda mano.

Noelia, al ver que su primo perdía los papeles, se agachó para sisearle en el oído:

—Tomi, maldita sea, quieres cerrar tu bocaza y relajarte. No ha pasado nada, y estás asustando a todo el mundo.

Aquel tono de voz, y en especial, su mirada fue lo que le relajó. Si su prima le miraba así, no podía encontrase muy mal. Así que sacándose un pañuelo del interior de su chaleco celeste, se lo pasó por la cara y preguntó:

—¿Como lie llegado hasta aquí? Yo estaba en la cocina.

—Juan te cogió m brazos y te trajo basta el sofá —respondió Manuel.

Al escuchar aquello, Tomi, con una media sonrisa, miró al hombre que tanto le gustaba y haciéndole sonreír preguntó con picardía:

—¿Has tenido que hacerme el boca a boca?

—No. Pero si hubiera hecho falta te lo habría hecho —respondió aquel divertido por sus aspavientos.

—Por el amor de my life… mi hombretón preferido, my divine, me ha cogido entre sus fuertes y musculosos brazos ¡y yo me lo he perdido!

—Me temo que si —asintió Noelia.

Thanks rey divino —murmuró aquel—. Ahora, además de ser el macho man más sexy y perfecto del mundo mundial, también eres mi salvador. Aisss cuanto te I love you. Ven aquí que te coma a besos cielito lindo.

El abuelo Goyo, que hasta el momento se había mantenido callado en todo lo que hacía referencia a aquel muchacho no pudo más, y dijo ante todos dejándoles boquiabiertos:

—Este muchacho es más maricón que un palomo cojo —y levantando el bastón gritó—: Pero Juanito, hermoso, que te está tirando los tejos el muy sinvergüenza delante de tosss. Que te ha llamado cielito lindo y te quiere comer el morro el muy cochino.

—¡Abuelo, por favor! —le regañó Almudena, mientras Juan y Noelia se morían de risa.

—¡Ni abuelo, ni San Leches! —gritó de nuevo el hombre.

—¿Un palomo cojo? Uisss que comparación más poco glamurosa —se mofó Tomi. Los descalificativos en referencia a su sexualidad eran algo que ya hacía tiempo que habían dejado de afectarle.

Irene se llevó las manos a la cabeza mientras Lolo y Manuel intentaban contener la risa. Todos parecían divertidos excepto las tres hermanas.

—Abuelo cállate. No seas descortés —gruñó Eva horrorizada.

—¿Qué me calle? —protestó aquel garrote en alto—. Lo que voy es a ¡arrearle! Por sinvergüenza. Pero no habéis visto las cosas que hace y que dice. En mi época ya…

—Tu lo has dicho abuelo, en tu época —cortó juan a ver el cariz que estaba tomando aquello. Después, miró a su padre y a sus hermanas y con la mirada les pidió que les dejaran a solas y se llevaran a los niños.

Cuando se alejaban, Noelia sintió que alguien le tocaba la espalda y al volverse sonrió.

—Lo siento mucho. Yo no quería que…

—Psss, no pasa nada, Javi. No te preocupes. Sé que lo hiciste sin querer y tranquilo, esto quedará entre nosotros.

—Yo no quería que te cortaras, de verdad, no lo quería.

—Lo sé, cielo, no te preocupes.

El crío suspiró aliviado.

—¿Me perdonas tita?

¡¿Tita?! Escuchar aquella palabra tan familiar le puso los pelos de punta. Ella no tenía hermanos y ningún niño nunca la llamaría así. Por ello y aprovechándose de aquella intimidad entre los dos, Noelia le besó con dulzura.

—Por supuesto que sí, cielo. ¿Cómo no te voy a perdonar?

Juan observó la situación y, aunque no podía oír lo que decían, se imaginó lo que había sucedido en la cocina. Dos segundos después, todos se marcharon al comedor dejando a solas en el saloncito al abuelo, Noelia, Juan y a un perjudicado Tomi.

I'm sorry abuelo Goyo, no era mi intención molestarle —se disculpó Tomi al recordar las advertencias de su prima. Ver el gesto crispado de aquel anciano y cómo le miraba, le recordó los consejos que su abuela le había dado antes de morir.

—¿Amsorri? —repitió el anciano—. Ya estamos con tus palabrejas. ¿Qué has querido decir?

—Que lo siento. Siento mucho haberle incomodado con mi manera de ser —respondió bajando los pies del sofá— No era mi intención. Y si a usted le molesta mi presencia entenderé que quiera que me vaya y…

Noelia fue a hablar. Si su primo tenía que irse, ella se iría con él, pero el abuelo levantando el bastón les ordenó callar. Miro fijamente al muchacho que, de pronto, parecía haber perdido toda su espontaneidad.

—Vamos a ver hermoso. ¿Por qué te vas a ir?

—Mire abuelo Goyo. Sé que a veces soy algo exagerado en todo. Pero no lo puedo remediar, así soy yo. Intento no hablar espanglish pero…

—¿Espanglis? ¿Pero qué leches es eso? —repitió el anciano sorprendido.

—Abuelo —aclaró Juan—. El espanglish es la mezcla de palabras en español con palabras en inglés. Vamos… su manera de hablar.

—Anda leches… ahora comprendo porque no te entiendo,

—Lo siento.

—Hermoso —sonrió en viejo mirándole—, si quieres que te entienda, o hablas castellano clarito o no te pillaré nada, por que sinceramente de cinco palabras que dices a veces solo entiendo una y malamente.

—Lo intentaré.

—Harás bien, hermoso. Harás bien.

Juan observó a su abuelo con orgullo, quien levantó la mirada indicándole que todo estaba bien.

—Como iba diciéndole, sé que tengo más pluma que un lago lleno de cines rosas y espumosos, a pesar que delante de usted he intentado cuidar mis formas y comportarme. —El anciano sonrió—. Mi abuela, que en paz descanse, siempre me decía: «Tómasete, ten cuidado con lo que demuestras con tus actos y con tus palabras o la gente te juzgará sin saber». Y hoy ¡zas! He demostrado ante usted y su familia que estoy enloquecido por este hombretón. —Juan sonrió—. Ese cuerpo, esa preciosa cara y esas manos me tienen ¡crazy!, digo loco. —Al ver que el anciano comenzaba a levantar el bastón aclaró—: Lo que quiero decir es que yo… I love you, Juan.

—Qué le aisloyus a mi nieto ¿Qué es eso?

—Que le quiero —aclaró aquel—. Pero no del modo en que usted piensa. Le adoro porque es una buena persona. Le quiero por su temple, por su varonilidad, por su seguridad, por su saber estar, y le admiro porque me gusta como nos trata a mi prima y a mí, y como cuida de lodos ustedes, su familia. Creo que él es un maravilloso hombre digno de admirar, y yo le admiro y le quiero.

—Es que mi Juanito es un chico muy educado. Siempre nos sacó muy buenas notas en el colegio —afirmó el encantado el abuelo haciéndoles sonreír.

—Abuelo Goyo —prosiguió Tomi intentando hablar con claridad para que el anciano le entendiera—. Los gays con plumaje rosado como yo, cuando estamos en familia nos mista mostrarnos tal y como somos, y usted y su familia me han hecho sentir tan bien, que he sacado toda mi artillería gay creo que les he asustado, ¿verdad?

El anciano miró a su nieto Juan, y al ver que este sonreía suspiró. Volvió su mirada hacia el muchacho que había soltado toda aquella parrafada y dijo:

—Criatura, me has asustado. Por un momento he pensado que mi casa se podía convertir en Sodoma y Gomorra y ¡copón! Eso no me hizo ni pizca de gracia. En nuestra familia nunca ha habido un… un… guy o jey o como leches se diga, y no estoy acostumbrado a tratar con gente como tú.

—Pues somos gente normal se lo aseguro —aseguró Tomi—, lo único que quizá, en mi caso, soy extremadamente escandaloso y amanerado a la hora de manifestar lo que pienso y siento. Si ya me lo dijo Noelia antes de venir: «Tomi, controla esa lengua de víbora, o al final te envenenarás con tu propio veneno».

—¿Eso le dijiste, gorrioncillo?

—Sí, abuelo Goyo —asintió esta—. Soy la persona que más conoce a Tomi en el mundo y sé que cuando se siente en familia, suelta su lengua hasta límites insospechados. Y aunque ha intentado estar comedido, al final ha explotado.

—Si ya decía yo que eras demasiado fino moviéndote. Lo aberrunté el primer momento que te vi hace días —sonrió el anciano—. Y cuando esta noche te he visto aparecer con este traje azul y…

—No es un azul cualquiera… —intervino Tomi de nuevo.

—Ya estamos con los colores —resopló el anciano.

—El i raje que llevo además de ser de la última colección de Valentino, es color azul ozono. ¿No lo ve?

Juan fue a hablar. Aquellos dos iban a comenzar de nuevo con sus contradicciones, pero su abuelo adelantándose dijo.

—Yo lo veo azul. Simplemente azul.

—Como diría mí abuela —intervino Noelia—, Todo depende del ojo con que se mire.

—Exacto —cuchicheó Tomi—, La vida tiene muchas tonalidades y, en este caso, el color azul tiene muchos matices.

—¿De que hablas muchacho?

—Veamos abuelo Goyo, el azul tiene tonalidades como el ultramar, antracita, azul grisáceo, azul pastel, lapislázuli, azul humo, azul hielo, aguamarina, azul acero, celeste agua, celeste muerto etc… Solo hay que mirar bien el color para acertar su nombre, y este divino traje de Valentino, siento decirle que no es azul. Es azul ozono.

E1 abuelo examinó de nuevo el traje y encogiéndose de hombros murmuró:

—Me parece muy bien muchacho, pero yo sigo viéndolo azul.

—¿Cuántos azules conoce? —insistió Tomi.

—Uno. Bueno dos —reconoció el anciano—. El azul claro y el oscuro.

—¡Genial! Vamos por buen camino. Eso es ampliar miras al futuro. Pues la vida es así, solo hay que fijarse bien en las personas para encontrar su color —sonrió el muchacho ganándose una divertida mueca del anciano.

—De verdad hermoso… que hablar contigo es como abrir una enciclopedia. ¿Te han dicho alguna vez que serías un buen orador?

—No, pero me agrada saberlo.

Viendo que el momento tenso había pasado y que su abuelo y aquel charlaban con cordialidad, Juan cogió del brazo a Noelia y dijo:

—Ahora que veo que empezáis a entenderos, si no os importa iré con Noelia al baño para curarle la mano.

—Sí hijo ve —indicó el anciano—. Tomi y yo tenemos mucho de que hablar.

Tras cruzar una mirada con su primo, Noelia, se dejó guiar.

Una vez llegaron al baño Juan cogió algodón y agua oxigenada, la obligó a sentarse en un taburete, se agachó delante de ella y la besó. Devoró sus labios con dulzura y deseó continuar con aquella salvaje pasión, pero se contuvo. No era lugar.

—Me estas volviendo loco. Es mirarte y deseo besarte.

—Vaya… ¿en serio?

—Sí… muy en serio —suspiró él.

Después de varios sensuales besos, Noelia estaba excitada e incapaz de ocultar lo que necesitaba decirle le miró fijamente y dijo en un susurro:

—Te quiero…

Al escuchar aquello, Juan se separó de ella y frunció el reno.

—¿Qué has dicho?

—Que te quiero —repitió sin dudar.

Boquiabierto, e incapaz de creer lo que acababa de conferirle, murmuró:

—No… eso no puede ser.

—Pues créeme, lo es —afirmó esta.

Adoraba escuchar aquello, pero no, no podía ser. Y mirándola a los ojos preguntó:

—¿Cómo puedes quererme si apenas me conoces?

Sabía que tenía razón. Pero ella era una mujer que vivía al día, sin pensar mucho en el mañana y necesitaba decirle lo que sentía. Así que, encogiéndose de hombros, añadió:

—Lo que conozco de ti me hace quererte. Es más, me haces tan feliz que a veces creo que voy a explotar. Me gusta estar contigo, pasear, jugar a la Wii, ver la televisión. Me encanta como me tratas, como me mimas, como me miras, como me haces el amor. Adoro a tu familia, a tus amigos, a tu perra… No sé cómo ha pasado, Juan pero tengo que decirte que te quiero…

—No sabes lo que dices… —cortó molesto.

—Si… si se lo que digo.

—Lo que yo creo es que has visto demasiadas películas románticas, o mejor dicho, has hecho demasiadas escenas románticas, y te crees que esto es una escena más —se mofo él haciéndola reír,

—Me encantan las películas románticas. ¿A ti no?

—No.

—¿Por qué?

—Porque la realidad del día a día no es tan bonita como el final de cualquiera de esas películas. Yo no creo en el amor, Creo en el deseo sexual, en la necesidad de tener a alguien u tu lado. Pero en esa romántica palabra llamada amor que a las mujeres os vuelve locas, sinceramente no.

Durante unos segundos ella le observó. Por su manera de mirarla y de cuidar de ella, sabía que él también sentía algo muy especial por ella. Pero era tan cabezón que nunca daría su brazo a torcer. Por ello, sin querer darse por vencida, levantó su mano derecha y mostrándole la muñeca murmuró:

—Llevó tu pulsera de todo incluido. ¿Acaso no puede incluir el amor?

—No canija, esa pulsera no lo incluye —siseó.

—Te quiero, Juan —cortó de nuevo ella tapándole con su mano la boca—, y aunque tú no me quieras, yo no puedo dominar mis sentimientos hacia ti, a pesar de nuestro trato, Una vez te dije que mi abuela me enseñó a vivir el presente y a eso es lo que hago. Quererte. Me encantaría que me dijeras que sientes lo mismo por mi, pero…

Sintiendo que un fuego abrasador le quemaba por dentro, pero incapaz de hablar de sus sentimientos, la atrajo hacía él y la besó. Deseó decirle muchas, pero se contuvo. No era buena idea. No tenían futuro. Interrumpió el beso y la desconcertó dándole un dulce beso en la punta de la nariz para empezar a curarle la mano. Durante un rato ambos es tuvieron en silencio hasta que ella murmuró:

—Eva sabe quién soy.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Sí.

—¿Esto te ocasiona algún problema?

—No —respondió ceñudo.

Apenas si podía dejar de pensar en las palabras que minutos antes ella había pronunciado: «Te quiero». Le quería. Aquella mujer que tenía delante, que se dejaba cuidar y mimar por él, y por la que suspiraban millones de personas en el mundo, le acababa de confesar su amor, y él era incapaz de hacer lo mismo.

—¿Crees que dirá algo a la prensa?

Juan, concentrado en lo que estaba haciendo, murmuró:

—Tranquila. Nuestro secreto sigue a salvo, pero he de decirte que la prensa ya sabe que tú sigues en España.

—¡¿Cómo?!

—Me lo ha dicho Eva.

Confundida fue a responder cuando la puerta del baño se abrió y apareció la pequeña Ruth.

—¿Te duele la pupa?

—No, cielo, no me duele nada.

—La tita es muy valiente —sonrió la niña abrazando a Noelia.

—¡¿Tita?! — preguntó Juan.

—Ruth cariño, yo no soy tu tita —increpó la joven al ver la cara de aquel.

—Sí… sí lo eres. Javi me ha dicho que lo eres.

—¡¿Javi?! —volvió a preguntar confundido.

—Sí, él ha dicho que eres la tita, porque eres muy buena y nos quieres.

Abochornada, la joven cerró los ojos para evitar ver el gesto descolocado de Juan, cuando la pequeña, ajena a lo que aquellos pensaban, abrió un cajón del mueble del baño, sacó una cajita y dijo:

—Toma tito ponle una tirita de Dora la Exploradora en la mano a la tita. El yayo dice que son mágicas y que quitan el dolor muy rápido.

Divertido por las ocurrencias de su sobrina, cogió una de las tiritas y tras cruzar una mirada cómplice con una acalorada Noelia, la abrió y se la puso en la palma de la mano.

—¿A que ya duele menos? —preguntó la cría.

—Uis, pues es cierto, Ruth —asintió Noelia—. De pronto se me ha quitado el pequeño dolor que sentía.

Juan, incapaz de no sonreír ante aquel teatrillo, las miró alternativamente y suspiró. La cría, encantada de haber ayudado a mitigar su dolor, se acercó a Noelia y examinándola los ojos con detenimiento, cuchicheó:

—Que suerte que encontraste tu ojo. Guando se le cayó ni osito Sito, lo busque y lo busqué pero no lo encontré.

Noelia, pasándose la mano por el ojo, asintió y Juan por fin comprendió lo que había ocurrido. Eso le provocó una carcajada que apaciguó los nervios entre ellos. Una vez concluyó su misión de enfermero, guardó el algodón, cogió a la pequeña en brazos y tras ayudar a Noelia a levantarse dijo:

—Vamos, regresemos al salón.

Diez minutos después, una peculiar familia miraba con adoración el televisor mientras bromeaba con los cuartos, hasta que Irene gritó y todos comenzaron a comer las uvas entre risas y jaleo. Cuando sonó la última campanada, y se metieron la última uva en la boca, todos prorrumpieron en aplausos y comenzaron a besuquearse. Juan, tras tragar sus uvas, asió de la mano a Noelia y la atrajo hacia él. Lo que ella le había confesado aun le tenía bloqueado, pero encantado por tenerla junto a él, murmuró:

—Feliz año nuevo estrellita.

—Feliz año cucaracho.

Ambos sonrieron y se dieron un corto beso en los labios, mientras, el abuelo Goyo le daba un codazo a Tomi para llamar su atención sobre el beso, y ambos sonreían complacidos.

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