65

En el interior de la preciosa casa de la actriz Estela Ponce, el silencio reinaba y solo era roto por la banda sonora de la película West Side Story.

Tumbada en su enorme sofá del salón y vestida con un pijama blanco Noelia, a oscuras, veía aquella maravillosa película mientras comía galletas Oreo y lloraba a moco tendido. Tanto la el tema que Leonard Bernstein creó para esa película como la historia de la misma siempre la habían cautivado.

Sobre la mesita de centro que tenía enfrente había cinco cosas: una caja de Kleenex, su Oscar, una bolsa enorme de galletas Oreo casi vacía, una botella de agua y un vaso. Alargando la mano cogió un Kleenex y se sonó la nariz. Después dio un trago de agua y, finalmente, y ante nuevos sollozos provocados al ver a María, la prota de la película, sufrir, cogió una galleta Oreo la mordisqueó y gimoteó:

—Ay Dios… que ya vas a morir… que vas a morirrrrrrrrrrr.

Tomi y Juan que habían entrado sin hacer mido por la puerta de la cocina, llegaron hasta el salón sin que ella notase su presencia.

—Por el amor de mi life. La está viendo otra vez —murmuró Tomi.

Juan apenas miraba la pantalla. Solo quería ver a Noelia, ya que en ese momento solo podía escuchar su voz.

—Yo me voy. Os dejo solos —cuchicheó Tomi y tendiéndole algo dijo—: Toma lo que me pediste y ahora como diría el abuelo Goyo ¡Suerte y al toro!

Tras enseñarle los pulgares de ambas manos en señal de buena suerte, el joven se marchó por donde había llegado. Durante más de diez minutos Juan estuvo escondido entre las sombras sin saber qué decir, ni qué hacer. Había pensado lanías cosas durante aquellas ultimas horas, que cuando llegó el momento de expresarlas apenas si podía reaccionar. De pronto la observó levantarse y dirigirse hacia una mesa grande de donde cogió un nuevo paquete de galletas. El corazón le comenzó a palpitar con fuerza. Escondido en la oscuridad la vio moverse por el salón a oscuras hasta que se sentó despreocupadamente sobre el respaldo del sillón.

—Oh Dios… no quiero verlo… no quiero verlooooooooo.

Confundido por lo que ella decía y por la intensidad de la música, la vio escurrirse por el respaldo del sillón y en el momento álgido de la película gritar entre sollozos:

—¿Por qué te tienes que morirrrrrrrr? ¿Por quéeeeeeeee?

Asustado por sus sollozos, Juan salió de las sombras dispuesto a consolarla. Ella al sentir una presencia se asustó, se levantó a oscuras, cogió la botella de cristal y la lanzó contra su oponente. Se escuchó un golpe, una blasfemia y el cristal caer al suelo y hacerse añicos. Sin perder un segundo, la joven lanzó también el vaso y cuando iba a tirar el Oscar escuchó:

—¡Canija… para que soy yo!

Esa palabra. Esa voz, le hicieron parar de golpe. Se agachó y cogió un mando. Presionó un botón y se quedó sin palabras al encenderse la luz y descubrir que quien estaba ante ella empapado de agua era él, tan impresionantemente atractivo como siempre.

Deseo correr hacia él y abrazarle, pero sus pies parecían clavados al suelo. Todavía recordaba lo que había sucedido la noche anterior en casa de Anthony, y las terribles cosas que él le dejó en el contestador de su móvil y eso no pensaba perdonárselo. Sin dejar de mirarle, agarró el Oscar con seguridad entre sus manos y se puso tras el sillón para mantener las distancias con él.

—¿Cómo has entrado?

—Cielo… escúchame.

—¿Qué haces aquí? Le dije a Tomi que no quería verle ¡Fuera de mi casa! —gritó con gesto hosco.

Juan, que gracias a la luz por fin podía ver el rostro de Noelia, sintió deseos de abrazarla, estaba preciosa con aquel pijama, el pelo desgreñado y la boca sucia de migas de las galletas Oreo. Pero su actitud combativa y la tensión que reflejaban sus movimientos le indicaron cautela.

—Lo primero de todo cielo, baja el Oscar y…

—¡No me llames cielo! Ni canija… ni nada —vociferó muy enfadada.

—Vale… de acuerdo —asintió acercándose a ella despacio.

—No quiero que estés aquí. No quiero verte. No quiero necesitarte. No quiero quererte. Solo quiero que te vayas y desaparezcas por dónde has venido o te juro que lo vas a lamentar.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada de eso, porque he venido a por ti.

—¿A por mi? ¿Te has vuelto loco?

Juan sonrió y al ver como ella resoplaba asintió y dijo:

—Sí… estoy completamente loco por ti.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Noelia intentó centrarse. Ante ella estaba el hombre al que amaba, pero que también le había partido el corazón con sus palabras, y cambiando el peso de un pie al otro gritó:

—¡Me dejaste muy claro lo que sentías hacía mi! En tu mensaje me dijiste que me odiabas. Que yo era la peor persona del mundo. Me dijiste que…

—Siento todo lo que dije. Me arrepiento de haberte enviado ese maldito mensaje cuando lo que realmente tenía que haber dicho era que te quería. Que volvieras conmigo. Que no podía vivir sin ti, que el único problema en nuestra relación era yo con mis continuos miedos hacia ti y tu profesión, —al ver que ella bajaba el Oscar continuó—: Esperé tu llamada. Tu respuesta. Tu enfado. Tú siempre te jactas de decir la última palabra ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me insultaste? ¿Por qué?

—Porque no quería hacerte más daño del que ya te había hecho Juan —gimió cogiendo un kleenex de la mesa— …por eso no te llamé.

—Sé que las cosas que me dijiste aquel día no las sentías. Lo hiciste para que yo te odiara y me alejara de ti ¿verdad?

Ella no respondió y el insistió:

—La mujer que yo conocí, nunca me hubiera dicho que yo no podría seguir su ritmo de vida porque nunca ha sido una clasista. La mujer que yo conocí no tenía enamoramientos caprichosos porque ama de verdad y selecciona muy bien a quien querer. Pero tú, como buena actriz, dentro de mi furia aquel día conseguiste engañarme. La mujer que habló y dijo cosas terribles fue Estela Ponce. Escondiste a Noelia y su sensibilidad y me diste lo que yo, en cierto modo, me merecía escuchar ¿verdad canija? Y por favor, no me mientas.

Boquiabierta por escuchar aquello murmuró:

—Yo… yo te quería, te adoraba por ser como eras, por mirarme como me mirabas, por reírte conmigo por lo mal que cocino, pero…

Canija ven…

—No.

—Ven cielo…

—No —gruñó ella—. Hemos tenido dos oportunidades para darnos cuenta que lo nuestro no puede funcionar. Somos demasiado diferentes. Nuestros mundos son demasiado dispares y… y… a mi me gusta ser actriz, ¡quiero ser actriz! Tanto como a ti te gusta ser un geo español. Tú no soportas que yo bese a otros por exigencias del guión, y yo no soporto que te juegues la vida cada vez que sales de casa y te diriges a alguno de esos peligrosos operativos. Además, está la prensa y sus continuos cotilleos y…

—¿Y?

Sorprendida por aquella pregunta y cada vez más aturdida por cómo la miraba, se retiró su rubio pelo de la cara y aclaró:

—Pues que yo no puedo ofrecerte lo que tú necesitas por que mi mundo está plagado de cámaras, fotos, indiscreción, preguntas y…

—Ven cielo

—No… escúchame —exigió ella—. Tú adoras tu anonimato, tu tranquilidad y yo no puedo darte eso. La prensa, ellos…

—Les miraremos y les diremos eso de: ¿Y a ti que te un porta?

Noelia sonrió, pero segundos después cambio su gesto.

—Por favor vete. No lo hagas más difícil.

Pero Juan no se movió y clavando su oscura mirada en ella dijo.

—Vi la entrega de los Oscar y creí entender que sentías algo por mí.

Asombrada porque él hubiera escuchado su breve discurso, tragó el nudo de emociones que tenía atascado en la gar ganta y cogiendo otro nuevo kleenex se sonó la nariz.

—¿Vista la entrega de premios? —él asintió y ella bajando sus defensas cerró los ojos y dijo—: Oh Dios… soy patética ¡patética!

—Mi sueño eres tú —insistió acercándose a ella—, Y voy a luchar por ti, quieras o no. Y si hoy no me crees, mañana te buscaré y volveré a decirte que te quiero para que te des cuenta que soy real y que quiero hacer todos tus sueños realidad. Y si mañana sigues sin creerme, te seguiré como tú hiciste conmigo en Sigüenza hasta que conseguiste que no pudiera vivir sin ti.

—No sé por qué dije aquello… —murmuró confundida por las cosas tan bonitas que Juan le decía—. Estaba tan feliz por haber ganado el Oscar que… que se me fue la lengua como a Tomi y ¡oh Diosss!

Aquel descuido fue el que Juan aprovechó para acercarse a ella, quitarle el Oscar de las manos y abrazarla. Sin tacones aún era más pequeña de lo que recordaba y al aspirar el perfume de su pelo y su piel sonrió. Por primera vez en aquellos duros meses, su cuerpo sintió que estaba donde tenía que estar. Con ella. Durante unos segundos permanecieron callados y abrazados.

—Escúchame, cielo —ella le miró—. En España se dice que a la tercera va la vencida y esta vez le prometo que nada nos va a separar. Te quiero, me quieres y juntos vamos a encontrar la mejor opción para que podamos vivir y ser felices desempeñando nuestros trabajos.

—Vaya…

—Si. Vaya. —sonrió mirándola.

Tras darle un rápido beso, se arrodilló ante ella y con un gesto que a la joven no se le olvidaría en su vida, murmuró mientras le ataba en la muñeca una nueva cinta de cuero de todo incluido:

—Sé que he sido un idiota por no darme cuenta que tú siempre has sido Noelia conmigo y con los míos —prosiguió él con seguridad—. Sé que la vida no es de color de rosa como tú en ocasiones te empeñas en pintarla —ella sonrió—. Pero me he dado cuenta que tampoco es de color gris como yo muchas veces me empeño en verla. Nunca he creído en el romanticismo, ni en el amor, ni en los finales felices hasta que te conocí a ti, y tú, canija, desbarataste mi vida y yo me he enamorado de ti como un loco.

—Ay Dios… —murmuró emocionada.

—Si me das la oportunidad de poder mostrarte cuánto te quiero y enmendar todos mis errores, prometo que te voy a cuidar, te voy a mimar, voy a enfadarme contigo cuando dejes a Senda subir en la cama, voy a besarte cada mañana y cada noche cuando regrese de trabajar, te voy a apoyar en tu carrera como actriz y, sobre todo y ante todo, prometo hacerte tan feliz que nunca querrás separarte de mi.

Boquiabierta por aquella preciosa declaración de amor, sintió que él le ponía un anillo en un dedo. Al ver de qué se trataba ella sonrió. Juan le había puesto el horroroso anillo de dados que diez años atrás se pusieron ante un juez vestido de Elvis Presley en Las Vegas.

—¿De dónde los has sacado? —al ver que él sonreía, ella murmuró— … Tomi.

—Sí… gracias a él, he podido llegar a ti —y mirándola con auténtica adoración susurró—: Recordé que me dijiste que guardabas estos anillos en un joyero de tu habitación corno tu seguro de vida —ella sonrió—, y perdóname, pero tu seguro lo estoy utilizando yo para conquistarte de nuevo.

Conmovida, emocionada y más feliz que en toda su vida Noelia miró lo que él le había puesto en la mano y susurro divertida:

—Es horrible. Mas feo no puede ser.

—Lo se preciosa, pero yo te compraré el que tú quieras.

—¡¿El que quiera?!

Al entender aquella mofa, Juan sonrió y dijo:

Estrellita, empeñaré mi alma al diablo, si es necesario, para darle a la mujer que amo el anillo que se merece. —Y aún con la rodilla clavada al suelo preguntó con voz ronca por la emoción—. ¿Quieres casarte conmigo?

Con el corazón latiéndole a mil por hora y emocionada por aquel bonito final de película ella cerró los ojos y respondió:

—Si, Xman. Por supuesto que quiero casarme contigo.

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