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En la base de los geo de Guadalajara se recibió un aviso a las tres menos veinte de la madrugada. Una mujer desesperada había llamado a la policía de Sevilla porque su expareja se había llevado a sus hijos y ellos, al ver la delicada operación, decidieron llamar a los geo. La policía de Sevilla había localizado el piso con los niños y se alarmó al comprobar que en aquel lugar pernoctaban varios narcos colombianos.

Podía haber sido una misión más, si no hubiera sido por la presencia de los niños. Aquello lo convertía en una misión delicada. Ataviados con sus monos negros, pasamontañas, gafas tácticas, guantes y cascos negros, un par de comandos de la sección operativa de los Geo, salió con urgencia hacia Sevilla.

Nunca pensaban en el peligro, sino en la acción. Y mientras observaban las instrucciones que el grupo de apoyo les enviaban a través del portátil grababan a fuego en sus mentes la palabra «positividad».

Juan miró su reloj. Las cuatro y cinco de la madrugada. Durante unos segundos se permitió pensar en algo que no fuera su trabajo y sonrío al imaginar a Noelia dormida y atravesada en su cama.

—¿A que se debe esa cara de nenaza enamorada? —preguntó Carlos al mirarle.

Este no respondió, simplemente se limitó a sonreír.

—Vale… entonces imaginaré que esa sonrisita es por mí —se mofó aquel.

—No me jodas Morán que estás colgado por una mujer, —preguntó Roberto,

Lucas, al escuchar aquello, se echó hacia delante y mirando a Juan dijo alto y claro:

—¿Sabes que no te voy a perdonar que te llevaras a la morena y menos que ahora la tengas en tu cama? Esa preciosidad era para mí y me la levantaste ante mi jeta.

—¿Morán te levantó una tía? —se mofó Roberto.

—Un dulce y suave pibón y delante de sus narices —asintió Damián divertido.

—Morán puede tener a la mujer que quiera. ¿Acaso todavía no os habéis dado cuenta? —cuchicheó Carlos con guasa.

Juan no respondió y Lucas, retándole, indicó:

—Lo que él no sabe, es que a la morena ahora se la voy a levantar yo a él.

—¿En serio? —preguntó Juan.

—Solo dame la oportunidad de estar a solas con ella —rio Lucas—, y esa preciosidad donde dormirá será en mi cama, Concretamente entre mis piernas.

—Joder macho… es que es pa darte dos guantas — masculló Carlos.

—Tú, churri, cállate —indicó Lucas.

Carlos al escuchar aquello se carcajeó y gruñó de buen humor.

—A ver… que mi mujer me llame churri, no te da derecho a que tú también me llames así. ¿Entendido?

Todos le miraron y al unísono gritaron:

—¡Churri cállate!

—Mamonazos —rio aquel divertido—. Esperad que os saque un buen mote que os voy a bombardear el resto de vuestras vidas.

—Uooooo —se mofaron todos al escucharle y Juan, clavando su inquietante mirada en Lucas, sentenció:

—Aléjate de ella, capullo, si no quieres tener problemas conmigo.

Su gesto. Su mirada. Su rostro al decir aquello hizo que sus compañeros silbaran y rieran. Estaba claro que aquella mujer le gustaba y eso les hizo bromear. Durante parte del trayecto hasta Sevilla, Juan tuvo que soportar todo tipo de comentarios, Sus compañeros, aquellos que se jugaban la vida en cada operativo con él, eran parte de su familia y sabía que aquellas risas y bravuconadas eran una buena manera de paliar la tensión que sentían en los momentos previos a pasar a la acción.

Cuando llegaron a Sevilla se trasladaron inmediatamente hacia el lugar donde debían proceder. Eran las cinco y media de la mañana y, con el máximo silencio posible, desalojaron a los seis asustados vecinos del edificio. A través de la pared del piso colindante comprobaron que no había ninguna actividad en la casa y dedujeron que todos dormían. Así que procedieron a actuar de la manera habitual en aquellos casos, entrar y pillarles por sorpresa.

Tras derribar la puerta y gritar «¡Alto policía!», los valientes policías españoles comandados por Juan, parapetados en sus monos negros y portando en sus manos el subfusil MP5 fueron limpiando habitación por habitación con profesionalidad y disciplina, hasta tener a los narcos neutralizados y a los dos niños en su poder y fuera de peligro.

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