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El 24 y 25 de diciembre lodos se reunieron para cenar y comer en la casa familiar y la reunión fue todo un éxito. Noelia convenció a Tomi para que les acompañara, aunque tuvo que pelear con él para que se pusiera algo discreto, mientras Juan como siempre sonreía ante la locura y el excentricismo de aquel. Antes de salir hacia la casa de Manuel, Noelia le recordó a su primo aquello que su abuela siempre le decía: «Sé tú mismo, pero no asustes a los demás». Por lo que Tomi intentó ser moderado en sus actos.

Manuel estaba encantado de que fueran más invitados de los que esperaba y se emocionó al tener a Noelia de nuevo entre ellos. El abuelo Goyo se quedó sin palabras tras conocer a Tomi. No le quitó el ojo de encima en toda la noche. Aquello no pasó desapercibido para nadie y todos temían que el abuelo, de un momento a otro, soltara alguna de las suyas, Pero no, sorprendiéndoles a todos no lo hizo. Fue discreto, aunque todos sabían lo que pensaba, incluido el observado.

Aquella noche tras una divertida y exquisita cena en la que lo pasaron a lo grande, Tomi se marchó de juerga con Eva. Ambos tenían ganas de tomarse una cervecitas y bailar. Noelia y Juan regresaron solos a casa. Tras saludar a una efusiva Senda, Juan cogió una botella fresca de champán de la nevera, dos copas y entre risas y besos subieron a la habitación. Una vez allí, el joven dejó lo que llevaba en las manos sobre la mesilla y abriendo un cajón sacó algo y dijo:

—Toma canija. Papá Noel, ya sabes, ese señor gordo vestido de rojo que baja por las chimeneas, ha debido de pensar que has sido buena y dejó algo para ti.

Con una deslumbrante sonrisa ella lo cogió y abriendo su trolley, que estaba en un lateral de la habitación, sacó otro paquete y se lo entregó.

—Vaya que casualidad. El mismo señor gordo pensó que habías sido bueno y dejó esto para ti.

Ambos sonrieron y se sentaron con sus respectivos regalos sobre la cama.

—Las señoritas primero —insistió Juan con galantería.

Divertida, y emocionada porque él hubiera tenido tiempo de comprarle algo a pesar de los horarios de su trabajo comenzó a abrirlo. Lo primero que vio fue un perfume de Loewe, una cajita de la misma marca y un CD de música.

—Sergio Dalma —susurró encantada.

—Sí. He visto que lo escuchas muy a menudo, y como veo que te gusta más que AC/DC o Metálica te lo compré para que lo escuches en tu casa —al ver que ella sonreía el prosiguió—. En cuanto a los otros regalos, recuerdo que el día que fuimos de compras dijiste que una de tus tiendas preferidas era Loewe, ¿verdad?

Feliz asintió y al abrir la pequeña cajita se quedó sin habla hasta que él dijo.

—Vale… no es un súper regalo de esos a los que estás acostumbrada, pero es algo que yo me puedo permitir.

—No digas tonterías Juan por favor.

Al ver su ceño fruncido la besó y susurró.

—Me he vuelto loco pensando qué regalarte. Al principio pensé un Porsche rojo, pero luego imagine que una estrellita como tú ya tendrías alguno.

—Dos. Rojo y azul antracita —asintió sorprendiéndole.

—¿Lo ves? —sonrió encantado—. Sabía que lo tendrías. Por ello al final pensé que un llavero de Loewe con las llaves de mi casa podría gustarte —y mirándola a los ojos murmuró—: Espero que mi casa y mi compañía te gusten tanto como tu marca preferida.

Emocionada asintió sin poder hablar. No esperaba un regalo así. En especial porque aquello le sonó a declaración de amor. Juan al ver su mirada turbada prosiguió. Necesitaba hablar con ella y aquel era un momento ideal.

—A ver… Noelia. Quizá no venga a cuento lo que te voy a decir, y sea una metedura de pata tremenda…

Con el corazón a mil ella murmuró:

—Qué… qué pasa.

Durante unos segundos se miraron a los ojos y finalmente Juan a escasos centímetros de su boca susurró:

—Soy consciente de que eres un gran, grandísimo problema para mí…

—No lo pretendo —cortó ella torciendo el gesto.

—Me guste o no, cielo —prosiguió él—, lo eres y más cuando no puedo dejar de pensar en ti. —Al escuchar aquello el corazón a Noelia se le revolucionó—. Sé que tenemos unas normas que ninguno va a incumplir, al igual que sé que tu vida no está aquí conmigo, ni yo soy hombre para ti. Pero quiero que cuando regreses a tu hogar, te lleves este llavero de tu marca favorita con estas llaves y sepas que aquí, en España, en Sigüenza, tienes tu casa para cuando quieras. ¿De acuerdo?

Acalorada, emocionada y sorprendida por sus palabras, y en especial, por lo que había sentido al escucharlo, le besó.

—Muchas gracias —murmuró en un hilo de voz.

Al ver que él la miraba cómo esperando algo, sonrió y dijo:

—Juan, te prometí cumplir tus normas, pero tengo que decir que me gustas mucho, demasiado y creo que…

De pronto él se agobió. ¿Qué iba a decir? y le tapó la boca con las manos, al tiempo que le decía:

—Tú también me gustas mucho, cielo. Eres maravillosa, divertida, preciosa y estoy encantado de que estés aquí conmigo, pero seamos realistas y no digamos cosas que dentro de unos días puedan hacernos daño. ¿Vale, canija?

—Pero…

—No Noelia, no sigas con ello.

—Pero yo intento vivir el presente y…

—Lo estamos haciendo y lo estamos pasando bien —cortó Juan—. Ahora lo que no tienes que olvidar es nuestro trato y que esto es el mundo real y no una de tus románticas películas. ¿De acuerdo, cielo?

Decepcionada por no poder manifestar libremente lo que sentía por él, asintió e intentando guardar su desilusión, sonrió como buena actriz y dijo:

—Tienes razón. Venga, ahora abre tu regalo.

Con una radiante sonrisa, tras la que escondía su malestar por lo que acababa de decir, Juan rasgó el papel de regalo cuando ella murmuró:

—Te compré este marco de fotos porque pensé que si tenías la foto de nuestra primera boda a la vista, encima de algún mueble, te acordarías de mí y querrías verme otra vez a pesar de que soy un gran, grandísimo problema para ti.

Desconcertado, Juan clavó sus oscuros ojos en ella.

—¿Qué estamos haciendo Noelia?

Consciente de que aquella pregunta revelaba, en cierto modo, lo que él sentía por ella le quitó el marco de fotos de las manos y dejándolo a un lado de la cama, se abalanzó sobre y le besó.

—Conocemos. ¿Te parece poco?

Juan la abrazó y la besó. A partir de ese momento sobraron las palabras. Solo deseaban hacer apasionadamente el amor.

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