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Con tristeza, hastío y desgana, Juan la llevó al parador a las ocho y diez de la mañana mientras escuchaban Aerosmith en el coche. El día era oscuro y gris y amenazaba con lluvia. A las nueve tenía que estar en la base de Guadalajara para dar una clase teórica sobre armamento a un grupo de geos. Por primera vez desde que entró en aquel cuerpo de élite Juan deseó poder olvidarse del trabajo. Pero no, no podía hacerlo. Muchos hombres y en especial muchas vidas dependían de que él cumpliera con lo estipulado.

En el interior del coche los dos se besaban incapaces de despedirse cuando el CD se acabó y se escuchó en la radio.


Gorrioncito que melancolía.

En tus ojos muere el día ya […] yo sin ti… moriré.

Sin saber por qué los dos se miraron y supieron que estaban retrasando la despedida. Finalmente Juan suspiró.

—Me ha encantado volver a verte, a pesar de que al principio pensé que serías una auténtica molestia —dijo.

—Lo sé, me lo hiciste saber, en especial cuando te perseguía haciendo footing por el campo —murmuró haciéndole reír.

—Te pido disculpas por ello. A veces soy algo…

—¿Rudo? ¿Descortés? ¿Grosero? —preguntó divertida.

—Canija, si sigues diciéndome esas cosas tan amables, te juro que te volveré a tapar la boca con lo que tú ya sabes.

Recordar aquel momento y, en especial, la cinta americana les hizo sonreír.

—¿Sabes?

—¿Que?

—Me encanta que me llames canija… me gusta mucho.

Estrellita me quedo claro que no —se mofó él mientras la voz de Sergio Dalma inundaba el interior del coche—. Por cierto, gracias por los CD de música, creo que van a gustarme mucho.

—Vaya… me alegra saberlo…

Ambos sonrieron, pero la tensión acumulada por el momento se percibía en sus rostros. Finalmente, la joven intentando desviar el tema dijo;

—Por cierto, despídeme de tu familia —abriendo su bolso, sacó una agenda y de ella una foto suya en la que escribió algo y se la entregó—: Toma, dásela a Carlos para su mujer. Se lo prometí.

Juan asintió. Pensó en pedirle una para él, pero finalmente desistió. Mejor no.

—… y dile a tu padre y al abuelo Goyo que siento lo de la fabada. Aunque casi es mejor no haberles hecho pasar por esa terrible experiencia —se mofó.

—Se lo diré —rio él—. Pero conociéndolos sentirán mucho no haber podido despedirse personalmente de ti. En especial el abuelo. En ti había encontrado una aliada para fumar.

Emocionada asintió y dándole vueltas a las gafas que tenía en sus manos murmuró:

—No les digas la verdad de quién soy. Creo que les decepcionaría y…

—Nunca les decepcionarías. Pero, tranquila, nuestro secreto seguirá siendo nuestro. Te lo prometo. Aunque sé que mis hermanas me someterán al tercer grado durante algún tiempo preguntándome por ti.

Pensar en aquellas personas que la habían tratado como a una más de la familia sin apenas conocerla, la emocionó. Y, sin poder evitarlo, los ojos se le encharcaron de lágrimas.

—Juan, tienes una familia increíble. Cuídales mucho.

Al ver sus vidriosos ojos la atrajo hacia sí y la abrazó. Aquella mujer a pesar de vivir rodeada de lujo y glamour, debía sentirse muy sola… demasiado sola. Conmovido por el momento la besó en la cabeza y susurró:

—Eh… canija. ¿Desde cuándo una diva del cine llora?

Secándose rápidamente las lágrimas de sus azulados ojos, sonrió y dijo a modo de disculpa:

—Soy una sensiblera. Tenías que haberme visto cuando gané el Globo de Oro. Estuve llorando un mes. Es más, cada vez que veo la estatuilla sobre la chimenea de mi habitación, aún lloro.

—Pues estás nominada a los Oscar. ¿Qué harás si ganas? —bromeó él.

—Llorar a mares.

—Te propongo algo mejor —rio el—. Cuando sientas que estás a punto de llorar y no quieras hacerlo, piensa en algo o alguien divertido y eso te hará sonreír. Pruébalo. Es efectivo.

—Vale… lo recordaré.

Sin poder evitarlo volvió a besarla. Iba a echar de menos aquella dulzura y, en especial, su chispa para hacerle sonreír. Algo que pocas mujeres conseguían. Cuando se separó de ella murmuró mirándola a los ojos:

—Volver a verte ha sido lo mejor que me ha ocurrido en mucho tiempo. Lo mejor —insistió—. Y, por mucho que me gustaría que te quedaras, es mejor que te marches porque, sinceramente Noelia, yo no tengo nada que ofrecerte. Nada.

El nudo de emociones que pugnaba por salir de su garganta solo le permitió asentir. Él tenía razón. Era mejor acabar cuanto antes con aquello. Las despedidas nunca le habían gustado y aquella no estaba siendo nada fácil. Tantos sentimientos pululando a su antojo estaban empezando desquiciarla.

Juan, intentando mantener su autocontrol y disciplina, algo para lo que estaba muy preparado por su trabajo, con una candorosa sonrisa indicó:

—Si vuelves a venir a España, ya sea por la promoción de alguna película o simplemente porque te apetezca volver a comer en mi cocina un sándwich de pavo, lechuga y mayonesa, por favor, házmelo saber ¿de acuerdo?

—Por supuesto —asintió con una triste sonrisa.

No quería apartar sus ojos de él. Quería retener todos y cada uno de los detalles de aquel hombre. Deseaba grabar su perfume, su sonrisa… todo, pero los minutos en el reloj pasaban y él tenía que marcharse, Noelia decidió terminar con aquella agonía. Él lo había dejado muy claro, no tenía nada que ofrecerle. Abrió la puerta del coche, y le dio un rápido beso en los labios.

—Juan… es mejor que me vaya, si no al final llegarás tarde a trabajar, y entonces sí que pensarás que he sido una molestia —él sonrió— Mira, no te voy a decir adiós, porque nunca me ha gustado esa palabra, mejor lo dejamos en un hasta pronto. ¿De acuerdo?

—Hasta pronto, estrellita —respondió él con voz ronca.

Con una teatral sonrisa en los labios, Noelia cerró la puerta del coche y una vez fuera movió la mano a modo de despedida. Durante unos segundos la observó. Necesitaba tanto como ella recordar todos y cada uno sus preciosos rasgos. Pero, finalmente, al verla caminar hacia el interior del parador, quitó la radio y aquella triste canción y pulsó play en el reproductor del coche. La música cañera de Metallica le hizo despertar. Pisó el acelerador y se marchó. El mundo debía de continuar incluso sin ella.

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