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Aquella noche, cuando regresaron del hospital, donde todos se felicitaron por el nacimiento del bebé de Almudena, en la cocina de la casa de Juan, Noelia hablaba con un tal Max por teléfono. Él preparaba unos filetes de pollo a la plancha y derretía mantequilla en un cazo con leche. Intentaba concentrarse en lo que hacía, pero se le hacía difícil al escuchar a la joven que estaba sentada sobre la mesa de la cocina divertida y muerta de risa.

Noelia, por su parte, tampoco podía prestar total atención a Max Nixon, su representante. No podía dejar de observar a Juan. Ver cómo cocinaba y se movía con seguridad por la cocina, era una de las cosas más sexys que había visto en su vida. Su ceño fruncido al salar el pollo y su concentración al ponerlo en la sartén le hizo sonreír. Diez minutos después cerró su móvil, se bajó de la mesa de un salto, le dio un manotazo en el trasero para llamar su atención y preguntó:

—¿Puedo ayudarte en algo? Eso sí… facilito porque ya sabes que la cocina no es lo mío.

Él sonrió, quiso preguntarle quién era ese tal Max, pero calló y sugirió:

—¿Qué tal si preparas el puré de patatas?

—¡Perfecto!

Ver su entusiasmo ante cualquier cosa cotidiana, era algo que a Juan le dejaba K.O., y sacando del armarito de arriba la caja de puré instantáneo se lo entregó y dijo:

—En el segundo cajón, a tu derecha, encontrarás cucharas de madera para mover los copos en la leche hasta que espese.

Durante unos minutos ambos se mantuvieron en silencio hasta que de pronto ella dijo.

—Qué fácil ha sido preparar el puré. ¡Es facilísimo!

—Me alegra saberlo —sonrió Juan dando la vuelta al pollo mientras ella se sentaba en una de las sillas de la cocina.

Mirándola por el rabillo del ojo observó que se miraba las uñas y preguntó.

—¿Buenas noticias?

—Era Max. Mi representante. He recibido dos estupendas ofertas por dos películas y está contentísimo. —Al ver que él sonreía murmuró—: Y sí… lo reconozco, yo también estoy contenta. Rodar con Morgan Freeman y Denzel Washington me apetece mucho. Son excelentes actores y profesionales y sé que con ellos tendré un buen rodaje.

Al ver que él no decía nada, ni la miraba, continuó:

—Por cierto, cuando regrese y le diga a mi nutricionista todo lo que he comido estos días ¡me va a matar!

Limpiándose las manos en el pequeño delantal oscuro que llevaba Juan atado a la cintura, la miró, y preguntó.

—¿Tienes nutricionista?

—Oh, sí ¿acaso lo dudabas? —Él no respondió—. Necesito controlar las calorías si quiero mantenerme en este peso. Como ya te dije, mi público espera de mí que no cambie durante muchooooooooo tiempo.

—Increíble —se mofó él apagando la vitrocerámica.

Una vez colocó las porciones de pollo en dos platos, cogió el cazo donde ella había hecho el puré y al no poder sacar la cuchara, la miró y preguntó:

—¿Cuánto puré has echado?

—Un sobre entero. ¿Me he pasado?

Juan se dio la vuelta divertido e intentando sacar la cuchara del cazo dijo con una sonrisa:

—Creo que sí. Ha espesado tanto, que esto vale como cemento para la construcción.

Levantándose de la silla Noelia miró aquella pasta dura e hizo un gesto que le provocó una carcajada a Juan.

—¿Lo ves? Lo mio no es la rocina.

Media hora después. Tras cenar el pollo con una improvisada ensalada que el preparó los dos se encaminaron hacia el sofá del salón con una copa de vino para ver una película, mientras Juan continuaba riéndose de ella por lo del puré.

—Si alguna vez decides buscar otro oficio, recuerda, como obrera de la construcción preparando cemento no tienes precio.

Con una sonrisa en los labios se sentó en el sofá justo en el momento en que le sonó el móvil.

—Hola Anthony, ¿cómo estás, cielo? —saludó consiguiendo que Juan la mirara ceñudo.

Durante veinte minutos ella rio y habló con un tal Anthony mientras Juan, tirado en el sillón, cambiaba de canal en busca de algo que le entretuviera y su humor se oscurecía por momentos. Oírla reír y hacer planes con aquel para cuando regresara a Los Angeles, no le estaba gustando absolutamente nada.

Guando la conversación acabó y ella se despidió, para su gusto, demasiado cariñosa, su humor había cambiado, pero intentó disimularlo. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso una de las condiciones que él mismo había exigido no era aquello de «Sin reproches»? Noelia, sin ser consciente de lo que pensaba, con una sonrisa de oreja a oreja se acurrucó junto a él para ver la televisión.

—¿Qué ves?

—Aún nada. Estoy cambiando a la espera de encontrar algo bueno.

—Esta película me gusta mucho —exclamó ella de pronto señalando el televisor.

—¿Cuál?

—Siete días y siete noches. Harry está estupendo y…

—¡¿Harry?! —preguntó él mirándola.

—Harrison Ford. ¿No le conoces?

—Ah… el actor —dijo Juan encogiéndose de hombros.

—Es un cielo de hombre. Hace unos meses estuve con él y unos amigos dando un paseo en su avioneta y lo pasamos muy bien.

—No me gusta Harrison Ford como actor —mintió él, cambiando de canal.

—Pero si es buenísimo —insistió ella.

—Pues a mi no me gusta —zanjó el tema él.

Durante unos segundos ambos permanecieron callados hasta que ella volvió a decir.

—Oh, Dios ¿has visto esta serie alguna vez?

—¿House?

—Sí… es que no sabía si se llamaba igual en España. Bueno… bueno, el papel que hace Hugh de doctor antipático y sarcástico me encanta. Lo que me puedo reír con él cuando me cuenta sus peripecias. Cada vez que coincidimos en alguna fiesta nos morimos de risa los dos.

Juan volvió a cambiar de canal sin comentar nada y ella de pronto gritó.

—¡¡Alatriste!! Uooo, qué guapo que sale Viggo Mortensen en esta película. De verdad, tendrías que conocerle. Es un tipo maravilloso y muy simpático. Ni te cuento la que se lió con mis fans cuando fuimos a…

—Joder, ¿es que conoces a todos los hombres que salen en las películas? —cortó Juan.

Sorprendida por aquel tono de voz, y en especial por aquella ridícula pregunta, ella se encogió de hombros y respondió:

—Muchos han trabajado conmigo y son amigos desde hace años. Son actores como yo. Y en la industria cinematográfica, al menos en la americana, casi todos nos conocemos.

—Qué bien. ¡Qué emoción!

Al ver en él un gesto que hasta el momento no había visto nunca preguntó.

—Oye ¿qué te pasa? Parece que te moleste que conozca a…

—¿Tuviste algo con tu guapo y simpático Viggo?

Sorprendida por aquella pregunta y el cariz que estaba tomando aquella conversación, le miró y frunciendo el ceño preguntó:

—¿Que es lo que me estás preguntando exactamente?

Molesto por haber dicho aquello sin pensar, se irguió en el sillón. Se toco la cabeza y sintió que estaba perdiendo su trabajado autocontrol.

—Bah… déjalo. Olvídalo —dijo.

—De eso nada. Tú has empezado y ahora yo quiero seguir —siseó molesta—. Es más, como bien me dijiste una vez, somos adultos para poder charlar.

—Mejor dejémoslo —insistió él.

—No.

—Sí.

—¡No!

Al ver la terquedad de ella la miró y en actitud chulesca cruzó los brazos tras la cabeza, estiró las piernas y preguntó con voz grave.

—¿Tienes ganas de discutir y decir la última palabra canija?

Aquella absurda pregunta, y más cuando él había comenzado toda con la discusión le quemó la sangre, y levantándose del sillón gritó:

—¡No… no quiero discutir, pero tú sí! Yo solo he comentado que conocía a esas personas, porque soy actriz como ellos, cuando tú has preguntado una cosa terrible. ¿Qué pasa? ¿Que todo lo que sale en la prensa crees que es verdad? Porque si es así, entonces creerás que he tenido líos con todos los hombres que comparten plano conmigo en mis películas y…

—¿Con Mike Crisman no has tenido un lío?

Al ver su gesto torcido y la chulería en su cara, Noelia resopló y señalándole con el dedo siseó:

—Pero bueno. ¿Y a ti que te importa?

—Vaya… veo que a mí si me dices lo que a la prensa no te atreves a decir —se mofó enfadado.

—Te recuerdo que la pulsera del todo incluido —gritó señalándose la muñeca— excluye reproches y preguntas incómodas. ¿Has olvidado que tú mismo lo pediste?

—No —mintió malhumorado. ¿Qué hacía él preguntando aquello?

—¿Acaso yo te he preguntado con cuantas mujeres te has acostado?

—No.

—Entonces ¿por qué tú me lo prefinías a mi?

Con la sangre hirviéndole y tan fuera de si como ella gritó enfadado consigo mismo por lo que estaba haciendo:

—Porque he visto fotos tuyas muy acaramelada con él, con Crisman, y…

—¿Que has visto fotos mías?

—Sí. En la prensa.

—Vaya…

—He visto fotos tuyas con Crisman y con muchos otros prosiguió él—. He visto películas tuyas donde te besas apasionadamente y…

—¡¿Y?!

Con la sensación de haber metido la pata hasta el fondo, pero incapaz de frenar respondió.

—Y nada. Soy un gilipollas por haber preguntado algo que en el fondo no me interesa. Y aunque no quiero pensarlo, si que me imagino que si la prensa descubre que estás aquí, conmigo, solo tendría problemas.

—Si quieres me voy. Nunca me ha gustado ser el problema de nadie.

Aquello le dolió. Estaba siendo injusto y al ver su mirada miento modular su tono de su voz, se acercó a ella y sin tocarla susurró.

—Yo no he dicho que te vayas.

—Sí… sí que lo has dicho.

Dolorida se apartó de él, cogió su pitillera que estaba sobre la mesa y con un enfado monumental decidió irse a la cocina. Se conocía, y en aquel preciso momento lo mejor era alejarse o continuaría discutiendo con él.

Al verse solo en el salón maldijo en silencio. Su perra, Senda le miró y como si entendiera lo ocurrido se levantó de su sitio y se fue tras Noelia. ¿Qué había hecho? Lo que menos le apetecía era aquella situación de enfado. Ella nunca había preguntado ni exigido nada. Había aceptado sus exigencias y no podía entender por qué de pronto a él se le hacían difíciles de cumplir.

Miro la televisión y vió a Viggo Mortensen caminar con su capa de capitán Alatriste hacia un barco y sonrió. Al final el capullo de Carlos iba a tener razón y los celos por primera vez estaban llamando a su puerta. Aunque más que llamar, derribaban la puerta. Durante un rato esperó a que ella regresara al salón. Nunca había ido tras una mujer. Nunca lo había necesitado. Pero al ver que los minutos pasaban y ella no regresaba comenzó a sentirse inquieto. Aquella situación era nueva para él y tras suspirar y convencerse de que era un imbécil y todo lo había propiciado él decidió actuar.

En la cocina, Noelia se fumó un cigarrillo y una vez lo apagó, sin poder evitarlo abrió el mueble de los bollos y se cogió unas Oreo. Eso calmaría las ganas que tenía de salir corriendo de allí. ¿Qué había pasado? Solo estaba hablando de sus amigos y compañeros de trabajo, como él en ocasiones había hablado de Lucas, Carlos O Damián. Enfadada por lo ocurrido mordisqueaba la galleta apoyada en la puerta del patio mirando como llovía, cuando escuchó la música proveniente del salón. Era la canción At Last de Beyoncé. Su canción.

—Cierra los ojos y relájate. Esta canción sé que te ayuda a relajarte ¿verdad? —escuchó de pronto la voz ronca de Juan en su oído.

Incapaz de no entrar en su juego, asintió y le hizo caso. Juan conseguía que ella explotara de furia pero también tenía el poder de calmarla solo con su voz. Instantes después se dejó abrazar y comenzó a bailar con él aquella dulce y sensual canción en la cocina. Cundo la canción terminó Juan la miró a los ojos y le preguntó

—¿Me perdonas?

¿Cómo no perdonarte? pensó ella, le besó y esbozó una sonrisa.

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