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Una semana después había finalizado la promoción de la película en España. El equipo, en el aeropuerto de Barajas, se disponía a regresar a Los Angeles. Noelia, desde lo ocurrido en el hotel Ritz, no había podido dejar de pensar en una cosa: el policía o, mejor dicho, su exmarido. Nadie conocía su secreto a excepción de su padre, las amigas que le acompañaban en el viaje y Tomi, su paño de lágrimas. Tras recibir el fax del despacho de abogados días atrás en el hotel, Noelia se puso en contacto con un conocido en Nueva York, y este hizo su trabajo. Cuatro días después Noelia recibía noticias en el correo de su portátil sobre Juan Moran Gómez. Su foto, su dirección, incluso los horarios en los que hacía footing.

Durante días, guardó toda aquella información en su maleta. No podía dejar de pensar en él y, mucho menos, dejar de admirarle. El joven alto y algo desgarbado que conoció en Las Vegas diez años atrás, se había convertido en un hombre sexy y varonil. Intentó zanjar el tema, olvidar que lo había visto, pero, extrañamente, le resultaba imposible. Se lo impedía aquella mirada turbadora a través del pasamontañas.

En la sala VIP, mientras esperaban a que su avión privado estuviera preparado para partir Tomi se dirigió a ella:

—Me muero por cerrar los ojos y sleep. Qué ganitas tengo de plantar mi traserito en el avión y sleep durante all el vuelo.

Al ver que ella no contestaba le quitó el auricular del su Ipod y sacándola de su mutismo le preguntó:

—¿Me has escuchado, queen?

Noelia asintió. Le había escuchado perfectamente. En ese momento una señorita muy mona vestida de azul y rojo dijo acercándose a ellos:

—Cuando quieran pueden comenzar a embarcar. Ya tenemos su avión preparado.

Parte del equipo de la película se levantó y se dirigió hacia el avión, y Tomi, agarrando su enorme bolso de colores, indico a Noelia que se levantara.

—Cuchi… let'sgo. —Al ver que ella no se movía, zapateando m el suelo, repitió—: Queen… no te hagas de rogar.

Noelia se levantó, pero en lugar de dirigirse hacia donde estaba todo el equipo buscó a Howard, el director de la película, que en ese momento estaba hablando con Mike Grisman. Tras respirar profundamente y ser consciente de lo que Iba a hacer se quitó los auriculares, se planto ante él y dijo:

—Howard ¿sería un problema si hoy no regreso con vosotros y me quedo unos días más en España?

El director, sorprendido, le preguntó:

—¿En España?

—Sí. Necesito unos días para relajarme. Tras lo ocurrido no me siento con fuerzas para regresar a Los Angeles y atender a toda la prensa. Solo serían unos días. Después te prometo regresar y atender todos los compromisos que tengamos.

Mike, su compañero de reparto, frunció el ceño y dijo:

—Pero, amor, eso es imposible. Estamos en plena promoción y no debes separarte del grupo.

Molesta porque aquel se entrometiera le miró.

—Tú te callas. Y no vuelvas a llamarme amor, ¿entendido?

Mike Grisman no estaba acostumbrado a aquel tipo de trato y frunciendo el ceño preguntó:

—¿Sigues enfadada todavía?

—Por supuesto que sí —siseó esta—. Lo que hiciste en el hotel de Madrid, eso de marcharte y dejarme sola allí, me tiene muy cabreada por lo tanto, ¡cállate!

—Pero amor… debemos regresar todos a…

Con cara de pocos amigos Noelia miró a Mike, por quien suspiraban millones de mujeres, y señalándole con el dedo le recriminó:

—No estoy hablando contigo. Cierra el pico.

—Pero… ¡no debes! —insistió aquel.

Cogiéndole de la pechera la joven, cansada, siseó:

—Mike eres un buenísimo actor y me lo paso bomba contigo en la cama, pero o cierras tu boca en este instante o te juro por mi abuela que te vas a enterar de quién soy yo.

Tomi, al ver qué estaba pasando, corrió a su lado y aplaudió mientras decía:

—Muy bien dicho, queen, pero relájate… que cuando te vuelves crazy eres la peor.

El director, con una sonrisa en la boca, ordenó a Mike alejarse. Tal y como había dicho la joven, Mike era un excelente actor, pero era tremendamente insoportable. Tomi, divertido, hizo lo mismo y, una vez a solas, le dijo:

—Dentro de un mes tenemos que estar en Tokio. Concretamente el doce de enero. Sabes que comenzamos la promoción allí y…

—Prometo estar en Tokio el día que me digas —y sonriendo murmuró—: Venga, Howard que a Vin Diesel no le dijiste nada porque no viniera a Europa.

Howard, amigo de la familia de toda la vida, adoraba a la joven. Sabía que ella era una profesional y que no iba a fallarle. Pero aun así se le hacía raro regresar a Los Angeles sin ella, por lo que insistió:

—Vamos a ver, Estela. ¿Por qué no regresas con nosotros y descansas en casa? Además, se acercan las Navidades y…

—Howard, sabes que allí no podré hacerlo. En cuanto aterrice, no tendré un solo momento para mí, sobre todo después de lo ocurrido aquí. Y en cuanto a las Navidades, ya sabes que no es mi época favorita del año.

—Pero tu padre…

—¿Mi padre? —preguntó molesta—. Tengo treinta años. ¡Treinta! Y por muy importante que sea él en la industria del cine, no manda en mi vida y lo sabes. Howard, quiero que confíes en que estaré en Tokio para el estreno. Solo necesito que tú confíes en mí, no que pienses en lo que vaya a decir mi padre.

Al ver la determinación en su mirada, el hombre asintió.

—De acuerdo. Pero te quiero en Tokio para el estreno y no aceptaré ninguna excusa, ¿entendido?

Sonriendo, le besó en la mejilla.

—Allí estaré.

Arlo seguido intercambió unas palabras con Sean, su guardaespaldas, y este asintió. Después miró a su primo que la observaba extrañado y, mientras se calaba una gorra para esconder su pelo rubio y se ponía unas gafas de sol, dijo con decisión:

—Vamos, Tomi. Tú te vienes conmigo,

Con su gran bolsón de Gucci en la mano, este la siguió y preguntó:

But… ¿dónde vamos cuchita? Nuestro avión sale dentro de poco. ¿Y Sean?

—No necesitamos guardaespaldas, tranquilo.

—Por el amor de Diorrrr, ¿te has vuelto crazy?

Emocionada como hacia mucho tiempo que no estaba, murmuró con una enorme sonrisa:

—Confía en mi Tomi. De momento vamos a hablar con quien haga falta para que saquen nuestras maletas del avión.

Una hora después y antes de salir del aeropuerto, oculta tras una gorra y unas enormes gafas negras, se pararon ante una agencia de alquiler de coches.

—Necesito que alquiles un coche automático con GPS a tu nombre para diez o doce días. Y, por favor, no menciones que voy a viajar en él o tendremos a toda la prensa detrás ¿vale?

—Pero…

—Hazlo. Luego te explico —apremió ella.

Retirándose su flequillo de mechas púrpura de la cara, el joven dijo:

—Ay, queen ¡qué miedo me estás dando!

Media hora después, ya estaban subidos en un Mercedes automático.

—Por el amor de my life, Noelia ¿Qué hacemos aquí sin guardaespaldas y dónde vamos?

Con una media sonrisa ella puso en marcha el vehículo y, tras darle un sonoro beso en la mejilla, dijo pisando el acelerador.

—De momento vamos a ir a Guadalajara para visitar un castillo que esta en Sigüenza, después, ya veremos,

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