20

En la planta de arriba Noelia se sentó en la cama y, sin pensárselo dos veces, se puso las lentillas oscuras, después se vistió, se colocó las gafas y se arregló la peluca. Cuando hubo comprobado que su aspecto era decente, y especialmente irreconocible, cogió su bolso, guardó el estuche de las lentillas y bajó de nuevo al salón. Al entrar, se encontró con una mujer de unos cuarenta años con los mismos ojos que Juan.

—Hola, soy Irene y siento mucho haber irrumpido de esta manera —dijo la mujer en un tono amigable mientras caminaba hacia ella.

—Encantada. Soy Noelia y no te preocupes, no pasa nada.

Irene, sorprendida por la simpatía y belleza natural de aquella muchacha, la observó con curiosidad.

—¿De dónde eres? —le preguntó.

Juan, al escuchar a su hermana, maldijo por lo bajo. ¿Por qué tenía que ser tan cotilla? Y al ver que Noelia dudaba contestó por ella.

—Se podría decir que es de Asturias aunque no vive allí.

Tocándose la barbilla y cerrando un ojo para inspeccionarla, Irene dijo queriendo saciar su curiosidad:

—¿Asturias con ese acento?

Al ver que ninguno respondía finalmente dijo:

—Por cierto tienes un pelo precioso. Se nota a leguas que es tu color natural. ¡Qué bonito!

—Vaya, gracias —sonrió esta tocándose la peluca.

Juan para intentar cortar aquella conversación, llamó la atención de su hermana.

—Irene ¿querías algo? Te lo digo porque estaba a punto de llevar a Noelia al parador.

—¿Estas alojada en el parador?

—Si.

—¿A que es un lugar precioso?

—¡Divino!

Cada vez más enfadado con su hermana por su cháchara, fue a hablar cuando esta dijo mirándole:

—A ver, hermano deja de matarme con la mirada y escucha. He pasado por tu casa por dos cosas. La primera, para recordarte por trigésima vez que tienes que confirmarme si libras las Navidades y así poder contar contigo en los festejos importantes.

—Que sí, pesada —suspiró él—. Ya lo miré y estoy libre ¿qué más?

—¡Genial! Y la segunda es porque hoy es el cumpleaños del abuelo y quería saber si mañana viernes librabas y podía contar contigo para que vinieras a la cena familiar. He hablado con Eva María y vendrá de Madrid.

—Iré. Estoy de libranza hasta el lunes.

—¡Estupendo! —asintió Irene y volviéndose hacia la morena preguntó—: Noelia ¿te apetece venir a la cena? Estoy segura de que a mi padre y al abuelo les encantará conocer a una amiga de mi hermano.

Juan quiso estrangularla. ¿Qué narices hacía su hermana? Noelia al ver el gesto de aquel sonrió y todo lo amable que pudo respondió.

—Gracias por la invitación pero no puedo asistir.

—¿Por qué? —preguntó ganándose una reprochadora mirada de su hermano.

—Creo… creo que no estaré aquí —respondió con cierto pesar.

—¿Te vas? Oh, que pena, apenas nos hemos conocido y…

—Por el amor de Dios, Irene —protestó Juan—. ¿Quieres dejar de ser tan indiscreta?

Irene miró a su hermano con gesto de enfado y cogiendo su bolso dijo antes de salir por la puerta todo lo digna que pudo:

—Me voy. No quiero arrancarle el pellejo a cierto individúo —luego volviéndose hacia Noelia se acercó a ella y tras darle dos besos le susurró al oído:

—Encantada de conocerte y si puedes ven al cumpleaños del abuelo. Le encantará conocer a una amiga de este tostón.

Dicho esto tras tocar la cabeza de Senda que parecía escuchar sentada entre ellos, Irene se marchó dejándoles parados a los dos en medio del salón.

—Perdona a mi hermana, es tremenda.

Noelia estaba muerta de risa. Y mientras Senda se acercaba a ella y esta le tocaba la cabeza a modo de despedida, dijo:

—Pues a mí me ha parecido muy simpática.

Suspirando, Juan cogió las llaves de su coche y mientras salían de la casa indicó:

—Lo es. Aunque también es demasiado cotilla.

El trayecto en el coche hasta el parador fue corto. Demasiado corto. Una vez paró en la puerta de la entrada Juan la miró. Quería seguir hablando con ella pero estaba claro que aquello debía acabar. Había sido extraño y hasta divertido aquel raro encuentro mientras duró, pero había que ser objetivo y pensar que ella era quien era y él solo un policía español.

La joven actriz, sin moverse de su asiento, sonrió. Debía abrir la puerta del coche e irse pero algo se lo impedía. Le miró a los ojos. Deseó besar aquellos carnosos y seductores labios, y se estremeció.

—Ya hemos llegado —masculló él.

—Sí, aquí estamos —asintió tocándose las gafas.

Al ver el brillo en los ojos de ella sintió una punzada de deseo. Aquella mujer, su boca, sus ojos, su piel, era una autentica y morbosa tentación. Pero debía olvidar lo que él y su entrepierna deseaban o la situación se tornaría embarazosa.

El silencio entre los dos se hizo denso e insoportable. Finalmente, para acabar con aquel tenso momento, Juan murmuro tras aclararse la voz:

—Ha sido un placer volver a verte y siento lo de mi hermana. —Ella sonrió y él prosiguió—: No sé cómo se le ha ocurrido invitarte al cumpleaños del abuelo.

Al escuchar aquello la joven, sorprendiéndose a si misma, murmuro.

—A mí no me hubiera importado asistir.

—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendido.

Consciente de lo que había dicho, maldijo en silencio. Pero al final encogiéndose de hombros susurró con una tímida sonrisa.

—No tengo prisa por regresar a Los Angeles. Allí la Navidad en cierto modo me entristece. Demasiadas ausencias, Además, la promoción de mi última película no continúa hasta dentro de un mes en Tokio. —Y quitándose las gafas dijo clavando sus ojos en él—. ¿Sabes? en el fondo reconozco que me hubiera gustado conocer a la familia que tuve hace años durante unos días.

Boquiabierto por aquella revelación, murmuró sin pensar:

—Mañana te recojo a las ocho y media aquí mismo ¿de acuerdo?

Sorprendida por aquella invitación, asintió feliz como una tonta. Abrió la puerta del coche y dijo en tono jovial:

Okay. Aquí te esperaré —rápidamente sacó un bolígrafo de su bolso y en una tarjeta personal le apuntó su teléfono móvil y se lo entregó—. Toma, por si surgiera un imprevisto y tuvieras que avisarme.

Desconcertado, Juan lo cogió y lo guardó en el bolsillo de su vaquero. Después ella salió del coche y se alejó. Cuando desapareció tras las puertas del parador Juan dio un golpe a su volante y maldijo ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la había animado a cenar con él y su familia? Pero, segundos después sin entender por qué sonrió.

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