44. Rosenhan

Williams insistió en que Maureen se tomara un té para entrar en calor. Bunyan le preparó una taza y se la trajo de la cocina. El agua estaba hirviendo y Maureen hizo lo que pudo para probarlo primero con la lengua, pero la bebida caliente le calmó un poco el dolor de garganta, así que se lo bebió a pequeños sorbos.

Bunyan encendió un cigarro y dejó el paquete encima de la mesita de café. Maureen no pudo resistirse a ese gesto de camaradería. Cogió el paquete y sacó un cigarro. Habría llorado muchas horas seguidas porque al fin estaba en casa. Arthur Williams estaba sentado tranquilamente, sonriendo cada vez que ella lo miraba.

– ¿Han acusado a Leslie y a Jimmy?

– Todavía no -dijo Williams, pausadamente-. Ya veremos, todo dependerá de cómo se solucione todo esto.

– ¿Han ido a casa de Tam Parlain? -preguntó Maureen.

– Sí -dijo él-. Están interrogando a Parlain y a Elizabeth Wooly.

– ¿Han encontrado a Elizabeth?

– Estaba en casa de Parlain cuando nosotros llegamos. Los hemos detenido por otro cargo, así que tenemos todo el tiempo del mundo.

– ¿Qué otro cargo?

– Posesión de drogas.

Williams observó cómo Maureen bajaba la cabeza, dando una calada al cigarro. Su cuello era un mosaico en rojo y negro, a él no le extrañaría que tuviera algún hueso roto. Era menuda y estaba hecha un asco y, a juzgar por las cartas, su vida no era un camino de rosas. Él se inclinó y dio unos golpecitos encima de la mesa, en su ángulo de visión.

– ¿Por qué no nos cuenta lo que pasó?

Maureen se sentó, fumó un cigarro detrás de otro mientras les explicaba la historia de la bolsa de Ann, las deudas a los usureros y el ataque en Knutsford, la carta con el membrete del bufete de abogados inexistente y el sofá mojado de Tam Parlain. No les habló de Moe ni del libro de asignación familiar, porque no consideró que tuvieran ninguna relevancia en la historia, ni les habló de Mark Doyle porque aún no sabía qué pintaba en todo aquello. Estaba llegando al final, a Maxine y a Hutton y a la estación de servicio. Había llamado a Hugh y a New Scotland Yard y al 999 cuando Williams la interrumpió.

– ¿Cuál es la historia de la Polaroid?

– Era una foto de Toner con uno de los hijos de Ann. Se la envió para hacerla salir de la casa de acogida.

– ¿Y usted no la tiene?

Maureen agitó la cabeza y metió la mano en el bolsillo.

– Pero tengo esto -dijo, y sacó la fotocopia de la Polaroid que había hecho en la fotocopiadora de Brixton.

Bunyan se inclinó mientras Williams la desdoblaba y los dos miraron a Toner cogiendo la mano del crío.

– Un tío majo, ¿verdad? -dijo Bunyan, en voz baja-. ¿Pasó mucho miedo?

Maureen bajó la cabeza y dio una calada al cigarro.

– Esta gente -dijo Bunyan, asintiendo-, dan mucho miedo.

Maureen se dio cuenta de que estaba hablando con ella como si fuera una niña, como si pudiera arreglarlo con una naranjada y un pastel de chocolate, pero ahora Maureen necesitaba aquella seguridad y respondió a la pregunta. Asintió.

– Pasé mucho miedo -dijo.

– No me extraña -dijo Bunyan, acercándose a ella-. Yo paso miedo sólo con hablar con ellos.

Maureen la miró.

– ¿Han venido aquí sólo para verme? -dijo, en voz alta y temblorosa.

– Sí.

– ¿Cómo han sabido que estaría aquí?

– No lo sabíamos.

– ¿Cómo pudieron saber que fui yo quien hizo esas llamadas?

Bunyan se dio unos golpecitos en la nariz.

– Intuición policial -dijo, y sonrió para consolarla.

Maureen le devolvió la sonrisa.

– Gracias -dijo.

Williams se reclinó en la silla.

– Aún es posible que Jimmy Harris lo hiciera, lo sabe.

– Lo sé.

– Estaba en Londres.

– Lo sé -miró a Bunyan-, pero han hablado con Jimmy, saben lo pasivo que es. Estoy segura que fue Tam. ¿Por qué otra razón limpiaría con detergente un sofá de piel?

Williams asintió mirando al suelo.

– Pero eso no demuestra nada. No podemos estar seguros sólo con la prueba de que ha limpiado su sofá de piel, ¿no cree?

Williams volvió a dibujar una sonrisa triste y Maureen se dio cuenta de que ir de hombre amable, gordo e inofensivo era su punto fuerte. Debían enviarlo a interrogar a todos los pirados del país.

– Tendremos que llevarla a la comisaría de Carlisle para un interrogatorio formal -dijo él.

– ¿Por qué a Carlisle?

Williams suspiró, parecía muy cansado.

– Es una larga historia -dijo.

Unos suaves golpes en la puerta anunciaban el desagradable retorno de Inness. Hugh McAskill estaba detrás de él, con su pelo dorado y plateado reluciente en la mañana gris mientras miraba hacia el salón y encontraba los ojos de Maureen. Por un momento pareció muy triste y luego miró al suelo. Volvió a levantar la mirada con una expresión ausente.

– ¿Es este el oficial con el que quería hablar por teléfono? -preguntó Williams.

– Sí -dijo Maureen.

Hugh estaba de pie en la puerta del salón y asintió sin levantar la mirada. Williams y Bunyan captaron la indirecta y se levantaron y se fueron a la cocina con Inness a esperar. Hugh los vio salir por la puerta y se giró hacia ella, con los ojos azules achinados vivos otra vez.

– ¿Estás bien?

– Sí -dijo Maureen, sintiéndose como un caso difícil de resolver-. Es agradable volver a estar en casa.

– Grabaron la llamada de Londres -dijo Hugh-. Fueron a casa de Parlain y encontraron restos de sangre y cabellos debajo del sofá. Coinciden con el cabello del cadáver.

– ¿Dejarán libre a Jimmy?

– Ya está en la calle -dijo Hugh-. Todavía no lo habían acusado de nada.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué hay de Leslie?

– También está libre. Esa tal Elizabeth tiene un mono increíble. Lo está confesando todo a cambio de un poco de metadona.

– Ya -dijo Maureen-. A mí me lo confesó todo por quinientas libras.

– Desesperada -dijo Hugh, asintiendo y mirándola a los ojos-. ¿Farrell te ha estado escribiendo todo este tiempo?

– Sí.

Él suspiró.

– Maureen -dijo-, no puedo creer que no me lo dijeras.

– Es tu trabajo, Hugh, tu obligación hubiera sido contárselo a Joe. -Se miraron y Hugh asintió lentamente-. Sólo está haciendo ver que está loco -dijo Maureen-. Os está tomando el pelo. Al principio no entendía por qué me escribía las cartas pero al final lo descubrí. Para vosotros era muy fácil seguir el rastro de las cartas hasta aquí. Está dándole información a Joe sobre su estado mental en cuentagotas. Sabe que es más probable que Joe se lo crea si le cuesta mucho trabajo conseguir las cartas.

– No lo sé…

– ¿Qué vais a hacer con las cartas?

– Se las tendremos que dar al fiscal. No tenemos otra opción, son pruebas físicas de su estado mental.

– Saldrá, Hugh -dijo ella-. Joder, es psicólogo, sabe exactamente qué hacer para que le suelten.

– Lo sé. Es un tramposo. -Inclinó la cabeza para mirarle el cuello-. Déjame ver eso. -Ella levantó la barbilla todo lo que pudo-. Deberías ir a hacerte unas radiografías -dijo Hugh-. Si quieres, te llevo al hospital Alpert.

– No -dijo ella-, ya iré después. ¿Quieres una taza de té?

Hugh pestañeó despacio y sonrió.

– Me encantaría.

La siguió hasta la cocina llena de gente. Bunyan estaba sentada junto a la mesa y Williams estaba de pie en la esquina, sonriendo mientras Inness le explicaba una historia. Se callaron cuando se abrió la puerta, poniéndose más serios cuando vieron que era Maureen.

– Hola otra vez -dijo Williams, amablemente.

– Perdón -dijo Maureen-, sólo venía a preparar una taza de té.

Williams se movió y miró a Inness, que estaba junto a él.

– Tengo entendido -dijo- que pasó una temporada en un psiquiátrico -dijo, y la miró inocentemente pero la pregunta era de lo menos inocente.

– ¿Y qué?

Williams se encogió de hombros.

– Sólo es, ya sabe, interesante.

Maureen encendió otro cigarro y el corazón le palpitó más rápido cuando sintió otra punzada de dolor en el pulmón. Ahora Hugh ya estaba allí y ella no necesitaba el compañerismo de aquel hombre prepotente.

– No -dijo ella, encendiendo la tetera-, se equivoca. No fue nada interesante.

– Mientras estuvo allí…

– No estoy respondiendo preguntas sobre mi vida. Respondo preguntas sobre la muerte de Ann Harris y sobre lo que pasó en Londres, no sobre mí.

Williams señaló a Inness.

– Mi colega me ha dicho que su hermano era traficante de drogas. ¿Tenía alguna relación con Frank Toner?

– No. Ninguna.

– Pero es interesante, ¿no cree? Que encontráramos un montón de drogas en casa de Tam Parlain y que su hermano se dedicara a traficar. ¿Por eso fue a Londres?

Si no hubiera ido a Ruchill, ella misma habría pensado que aquello era raro. Le habría dado vueltas pero ahora estaba segura de todo. La tetera empezó a sacar vapor y se apagó sola.

– Esta vista es magnífica -suspiró Bunyan. Los hombres la miraron. Estaba sentada, con la mano apoyada en la mesa y un cigarro entre los dedos. Tenía una sonrisa en los labios y estaba mirando hacia el perfil norte de la ciudad y la torre en llamas-. Magnífica.

– Nos quedaremos las cartas -dijo Inness, dando un paso al frente, reafirmando su autoridad.

Maureen se giró hacia él.

– Oiga -dijo-, ¿ve esas cartas? Él quería que yo se las diera. Quiere que piensen que está loco para poder conseguir una reducción de la condena en un edificio de seguridad menor.

– ¿De veras? -Inness lanzó una mirada maliciosa a Williams-. ¿Así que ahora es médico?

Maureen lo odiaba con todas sus fuerzas.

– ¿Ha oído hablar del estudio Rosenhad de 1971? -dijo ella, y esperó, obligándolo a decirlo.

– No -dijo él, al final.

– Aquella gente fue a varios manicomios y dijeron que oían voces. Su comportamiento era normal aparte de las afirmaciones retrospectivas. Estaban mintiendo, no les pasaba nada.

– ¿Entonces por qué lo hicieron?

– Por el estudio -dijo Maureen, con paciencia-. A todos les diagnosticaron esquizofrenia y todo lo que hicieron a partir de aquel momento lo achacaban a su enfermedad; se tomaban notas para el estudio, los observaban a ellos y a los demás pacientes, la gente preguntaba por su caso. A algunos los tuvieron allí días, a algunos incluso semanas. Los únicos que sabían que aquellas personas no estaban locas eran los demás pacientes. Yo soy un caso diagnosticado de enfermedad mental -miró a Williams, que se estaba mordiendo el labio inferior y escuchando-, y puedo decirles que a Angus Farrell no le pasa nada.

Williams levantó las cejas y le sonrió a Inness.

– Una señorita lista -dijo.

Inness no sonrió.


Ya se iban. Inness estaba haciendo muy bien su papel de policía agradecido por su ayuda, pero a él no le gustaba Maureen y a ella no le gustaba Inness, y para los dos fue muy difícil disimularlo.

– Adiós -dijo Inness-. Estoy seguro de que nos veremos muy pronto.

La miró despectivamente y se fue hacia las escaleras, saliendo antes de que dijera algo de lo que después pudiera arrepentirse, dejando a Maureen y a Williams solos.

Williams parecía muy divertido con la situación.

– Digamos que no es usted muy de su agrado.

– Conflicto de personalidades.

– Pero sí que es de mi agrado -dijo él-. ¿No piensa volver a irse de la ciudad, verdad?

– No -dijo ella sonriendo-. No durante una larga temporada.

– Volveremos mañana para llevarla a Carlisle. ¿Le va bien hacia las doce?

– Sí.

– Vaya a hacerse una radiografía -dijo Williams, girándose y señalándole el cuello-. Por aquí hay pequeños huesos.

– Sí -dijo ella, rozándose el cuello-, seguro que no es nada.

– De acuerdo, pues -dijo Hugh. El aliento le olía a té amargo-. Ya nos veremos.

– Cuídate, Hugh -dijo ella, intentando levantar la cara para mirarlo sin doblar el cuello.

– Ve a hacerte una radiografía.

– Lo haré, Hugh, lo haré.

Los observó mientras bajaban la escalera. La mujer rubia inglesa iba la última, mirando a Maureen mientras desaparecían por el hueco de las escaleras. Sonrió y levantó la mano, cerrando los dedos contra la palma, como si se estuviera despidiendo de una niña pequeña.


Maureen llamó al número del teléfono móvil que tenía.

– Oh, Mauri, por Dios, jamás en mi vida había pasado tanto miedo. -Leslie hizo una pausa y Maureen escuchó el ruido que hacía al darle una calada al cigarro.

– ¿Te han dejado en libertad?

– Sí y estoy en casa, y Jimmy también, gracias a Dios. Se lo han dicho al comité de Hogar Seguro. Me van a despedir pero no me importa. No me importa en absoluto. -Cammy llamó a Leslie impaciente para que fuera. Leslie suspiró y se apartó el teléfono para hablar con él-. Estoy hablando por teléfono, Cameron. Espérate, ¿quieres?

– Bueno -dijo Maureen-, han encontrado sangre y cabellos en casa de alguien, así que supongo que retirarán los cargos.

– Nunca habían tenido un caso con pies y cabeza. Fue ridículo desde el principio -dijo Leslie, y se dio cuenta de cómo sonaba lo que estaba diciendo-. Estaba rodeada de órdenes judiciales, pero no tuve miedo, no. Pongamos un negocio juntas ahora que las dos estamos libres.

Maureen se rió, contenta de que Leslie volviera a ser la misma de siempre.

– ¿Un negocio? ¿De qué?

– Vigilando las calles -dijo Leslie-. Yo conduzco.

– Es una locura. No creo que las calles hagan nada malo.

– Maureen -dijo Leslie, seria-. Hacer juegos de palabras provoca cáncer.

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