6. Amigas para siempre

Maureen siempre había sabido que Leslie podía ser una puta descarada, pero nunca antes había sido hostil con ella. Jamás hubiera creído que un novio pudiera interponerse entre ellas, porque no eran de esa clase de mujeres. Estaban por encima de eso, tenían una historia heroica a sus espaldas y estaban demasiado unidas. Interpretó, erróneamente, que Cammy sólo sería uno más en la lista. Salió con ellos un par de veces pero al final siempre se iba con la incómoda sensación de que habían hablado de ella, puede que con buenas palabras, pero de ella.

Sólo llevaban juntos un par de meses pero Leslie había cambiado. Ya no quería estar con nadie más que con Cammy y siempre se iba temprano para llegar cuanto antes a casa y estar con él. Empezó a hablar de tener hijos y había cambiado su manera de vestir. Se compró unos pantalones de piel para ocasiones informales, que ya eran de risa, y encima los combinó con unos tops cortos y sexys de generoso escote que la hacían parecer barata y vulnerable.

La última vez que habían quedado para salir, Leslie le dio plantón a Maureen. Ella la esperaba en el bar, al principio bebiendo despacio, mirando el reloj cada cinco minutos, cada tres minutos, cada indignante y maldito minuto hasta que se dio cuenta de que Leslie no vendría. La llamó a su casa. Leslie dijo que se le había olvidado. Lo sentía. Sin embargo, Maureen se preguntó cómo se le podía haber olvidado. Por el amor de Dios, habían quedado el día antes. Leslie rió y le susurró a Cammy que se estuviese quieto y Maureen se sonrojó cuando los escuchó, íntimos y cómplices, burlarse de ella. Colgó el teléfono y se fue caminando hasta su casa sintiéndose una idiota.

Maureen y Leslie se habían conocido a causa de un miedo mutuo por el Slosh. Fue una boda espantosa. Lisa y Kenny tenían casi veinte años y sólo llevaban saliendo siete meses, malgastados en pelearse borrachos y en practicar sexo en público. La comida estaba insípida, la novia iba borracha y el novio no dejó de hacer muecas a la cámara de vídeo. El conocimiento compartido de que aquel matrimonio tenía los días contados añadió histerismo a la recepción. Todos reían demasiado fuerte, simulaban estar borrachos antes de estarlo y bailaban confiados. Maureen y Leslie estaban sentadas solas con cara de pocos amigos en dos mesas paralelas mientras los demás bailaban desgarbados la conga en fila alrededor de la sala, chillando y estirando la ropa del que tenían delante. Leslie miró con cara de desagrado a Maureen, le cogió un cigarro de su paquete y la avisó que la orquesta amenazaba con tocar el Slosh. El Slosh es un baile muy poco elegante consistente en una fila sólo de mujeres y en el que no participar es motivo de castigo en las bodas escocesas, penado con el ritual de un baile en solitario en el centro de la pista.

– Larguémonos de aquí -dijo Maureen, y se quedaron en la barra el resto de la noche.

Bebieron whisky y fumaron puros baratos y secos que compraron en la barra. Maureen creyó que eran cigarros grandes e inhaló con tuerza. Al día siguiente casi no podía hablar pero también fue porque tuvo que gritar mucho para hacerse oír por encima de las risas; fue la charla de bar más estimulante que jamás había tenido. Leslie creía que los hombres y las mujeres nacían distintos pero Maureen creía que cada sexo aprendía cuál era su comportamiento. Leslie comentó, en términos generales, la naturaleza de los hombres y las mujeres basándose en evidencias muy poco sólidas: todos los hombres eran malos conductores, todos los hombres eran unos arrogantes y unos prepotentes, todas las mujeres eran amables y generosas. Era como escuchar a un misógino intolerante, pero al revés. Maureen dijo que si las mujeres tuvieran una naturaleza esencial, no sólo abarcaría cosas positivas, algunas características tendrían que ser negativas, como ser unas negadas con los números o como ser demasiado simples mentalmente como para votar. Leslie no tenía una respuesta para eso pero siguió la conversación gritando una y otra vez los mismos argumentos. Se intercambiaron los números de teléfono y siguieron en contacto. Fueron juntas a la cena del divorcio de Lisa. Cuando Maureen acabó sus estudios ya eran tan buenas amigas que Leslie y Liam fueron sus invitados en la cena de graduación.

La clase de historia de arte no era un grupo representativo de la sociedad. Era una escuela intelectual de postgrado para niñas pijas, una base para trabajar en casas de subastas y otros trabajos tan mal pagados y tan reputados que sólo los ricos podían desempeñar. Maureen no se estaba preparando para trabajar, sencillamente le gustaba la asignatura, y nunca pensó que llegase a los veintiún años. La mayor parte de las chicas eran de Londres o de Manchester, todas llevaban unas melenas perfectas, ropa nueva cada día y joyas de la familia. Maureen les daba un poco de miedo a esas chicas de casa bien y a ella le gustaba. Posiblemente, era el único grupo social de Glasgow en la que la consideraban una pueblerina maleducada. Leslie, que sí era una pueblerina maleducada, se sintió ofendida en la cena de graduación y trató de insultar a todas las compañeras de Maureen, metiéndose sobre todo con Sarah Simmons porque había malinterpretado la noche y se había puesto la tiara de filigranas de su madre muerta. Las chicas coincidían en casi todos los puntos de Leslie, así que no le dieron mucha importancia, y sugirieron irse a una discoteca de mala reputación a ver si veían a un grupo de estudiantes de medicina que habían oído que iban por allí. Maureen, Liam y Leslie declinaron la invitación. Intentando aguarles la fiesta. Leslie les dijo que en la ciudad aquella discoteca era conocida como «una cerveza y un polvo». Las chicas se emocionaron todavía más y se fueron sin tomarse el café.

Maureen no estudió demasiado para los finales. Sabía que le estaba pasando algo. Los recuerdos, la desorientación y los miedos nocturnos habían llegado a un punto insoportable. Cuando estaba en la biblioteca de la universidad, se iba a la sexta planta a leer libros y artículos de enfermedades mentales. Creía que se estaba volviendo esquizofrénica pero no lo comentó con nadie. Tenía miedo de que la marginaran, de que Leslie se fuera y se llevara consigo las noches agradables y normales.

Maureen tuvo la crisis casi un año después y la naturaleza fiel de Leslie salió a la luz.

Después de que Liam la encontrara en el armario del recibidor en Garnethill y la llevase al hospital envuelta en una manta, susurrándole que estuviera tranquila y bautizándola con sus lágrimas, Leslie fue la primera persona en visitarla y lo siguió haciendo. Planificaba los turnos en la casa de acogida dependiendo de las horas de visita, le llevaba revistas y buena comida y pasaba tiempo con ella. Sin embargo, ni Leslie podía detener los sueños, ni el miedo, ni el pánico aterrador, ni los gritos en medio de la noche. Winnie fue a visitarla, sollozando, cada día más borracha y atrayendo miradas de lástima de los pacientes. Una fue a visitarla con Alistair. Sonrieron nerviosos y se fueron muy pronto. Marie, la hermana mayor, no pudo viajar desde Londres. Demasiado trabajo en el banco.

Maureen ya llevaba algunas semanas en el hospital cuando Alistair volvió, solo, a visitarla. Rompió la promesa que le había hecho a Una y les contó a los doctores que aquello ya había sucedido antes. Maureen tenía diez años cuando la encontraron encerrada en el armario de debajo de las escaleras. Winnie abrió la puerta y la sacó por las piernas mientras Marie y Una esperaban junto a ella. Maureen tenía un gran moretón en una mejilla y cuando la bañaron le encontraron sangre reseca entre las piernas. Nadie sabía lo que había pasado pero Michael se fue de Glasgow para siempre, llevándose la chequera y jamás se puso en contacto con ellos. Winnie no tenía que decirles que era un secreto: los niños lo supieron instintivamente. Nadie lo había vuelto a mencionar hasta que Una se lo confesó a Alistair y él mismo decidió contárselo a los médicos de Maureen.

Entonces todo tenía sentido: el miedo de Maureen a la gente que entraba en su habitación mientras dormía, al olor a alcohol en cierta cantidad, a los sueños de dedos implorantes y al silencio y la torpeza en la oscuridad. Él se había aterrorizado cuando había visto la sangre. Ella se acordaba del puñetazo en la mejilla, de las mantas blancas cubriéndole los ojos, de que él la levantó, la encerró y la dejó allí sola con el olor a sangre esperando que se muriera antes de que él regresara. Cuando se recuperó del reciente horror del hospital y de la crisis, lo que más le dolía era que, en su memoria, las acciones de Michael no respondían a un impulso incontrolable. Los abusos eran desganados, como si estuviera probando, verificando sobre el terreno una nueva forma de libertinaje.

Desde el día en que Alistair fue a ver a los médicos en el hospital, Maureen siempre había creído que Michael la había hecho sangrar por una herida interna con una uña mal cortada. No fue hasta más tarde, mucho más tarde, cuando atacó a Angus y él se lo dijo a la cara, cuando empezó a considerar la otra posibilidad. Angus le dijo que Michael la había violado. Todos los sueños y las marcas lo indicaban, y en su corazón sabía que podía ser cierto. No importaba, se dijo a sí misma, le dolió y sangró y eso era todo. Era una niña, y los niños no perciben el sexo sólo como la penetración. Los curas, los abogados y los ginecólogos sí, pero los niños no. La posibilidad de que él la hubiera violado no tendría por qué cambiar nada, pero lo hizo, lo cambió todo radicalmente. Esa posibilidad la violaba de maneras que ni siquiera podía nombrar.

Winnie había dejado muy claro en el hospital que no creía que Michael hubiera abusado de ella y Maureen deseaba de verdad que eso fuera cierto. Era mucho más fácil admitir que ella se equivocaba y dejar a todo el mundo tranquilo. Se deslizó en la oscuridad como la arena de un reloj en el compartimento inferior. Durante todo ese tiempo, Leslie fue a visitarla, tan incansable como el flujo de la lava. Hizo que Maureen escribiera una lista con las razones por las que no salía del pozo en el que estaba metida. Le llevó libros sobre supervivencia y artículos acerca de las reacciones de la familia ante la propia destrucción. Le dijo que ella no era la única que no quería creérselo: nadie quería; nadie quería saber nada de los abusos.

Maureen estaba en desventaja porque Leslie la había visto en su momento más bajo. Veía que Leslie se compadecía de otros pacientes, los evitaba, ponía mala cara sin disimular en absoluto cuando Pauline iba hacia ellas en el jardín, con pantalones cortos. No había mirado así a Maureen ni una sola vez pero, en aquel entonces, era muy difícil no compadecer a Pauline. La admitieron en el hospital cuando pesaba treinta kilos y ella quería adelgazar hasta los quince; jamás pudo contarle a la policía lo que su padre y su hermano le habían hecho. Su madre se moriría si lo supiera. Le habían dado de alta hacía dos semanas cuando una mujer la encontró en los parques desiertos cerca de su casa mientras paseaba con su perro. Estaba debajo de un árbol, acurrucada como una pelota y con la cara tapada con la falda. Tenia semen seco en la espalda, y la policía pensó que la habían asesinado hasta que encontraron la carta en su casa, un relato vago y enternecedor acerca de los malos sentimientos y las dificultades de sobrellevar su vida.

Leslie no fue al funeral, dijo que no podría estar callada, pero los demás habían acordado que no se lo dirían a la madre. Había sido la única ambición de Pauline. Su madre lloró tanto que se le reventaron los vasos sanguíneos de los ojos. El padre estaba sentado a su lado, abrazándola por el hombro cuando su llanto era demasiado escandaloso. Los hermanos llevaban trajes baratos y se dieron prisa en salir a fumarse un cigarro, olvidándose de la fila para recibir las condolencias. Nadie de los presentes sabía cuál de los hermanos era el que la había estado violando. Pauline nunca se lo dijo a nadie. La familia se reunió en el bar después del funeral, tomando whisky en silencio y fumando un cigarro detrás de otro. Liam insistió en invitar al padre a una cerveza y vació dos dosis de ácido en el vaso. Unos meses más tarde, se enteraron de que el padre había enloquecido de la pena y lo habían hospitalizado.

Leslie se entusiasmó con ese pequeño y depravado gesto. Desde que Maureen la conocía, Leslie siempre hablaba con mucho entusiasmo de las acciones directas y de cómo le gustaría hacer estallar esto, apuñalar a aquel o liderar la revolución. La única vez que las dos habían intentado algo fue cuando se enfrentaron a Angus Farrell. Angus había matado a Douglas y a otro hombre muy querido llamado Martin pero no pudieron descubrirlo. Lo había hecho para cubrir su hábito de violar a mujeres de manera sistemática en la caseta del guarda del hospital psiquiátrico Northern, a sabiendas de que ninguna de las mujeres gravemente heridas podría presentar pruebas fiables en su contra. Maureen y Leslie lo persiguieron, atrayéndolo hasta la pequeña localidad costera de Millport en la isla Cumbrae, pero Leslie se echó atrás en el último momento diciendo que sabía que se iba a quedar helada si lo único que tenía que hacer era sentarse con Siobhain. Maureen atacó sola a Angus.

Con toda esa historia a sus espaldas, sabían demasiado la una de la otra y Maureen estaba segura de que superarían la mala elección de novio de Leslie. Antes de que se diera cuenta de que realmente Cammy no era un ligue de una noche, de que su amistad se estaba muriendo, ya había llegado la Nochevieja.

La Nochevieja del Milenio no era la salida social más prometedora para Liam. Había champán seco del malo y la demanda de fiestas con drogas era excepcionalmente alta. Parecía como si todo el mundo en Glasgow quisiera celebrar dos mil años del mensaje cristiano divirtiéndose a su costa. Liam había dejado de traficar hacía unos meses; todavía tenía muchos contactos pero aún así no consumía nada. Poco acostumbrado como estaba a beber sin una respuesta química inmediata, perdió el control hacia las diez y media.

Liam nunca había organizado una fiesta; hacía poco que tenía acceso al resto de la casa. Durante sus días oscuros de traficante había dejado la planta baja de una casa de tres pisos tan desgastada y sucia como cuando la había comprado. Mantuvo la separación al principio de las escaleras para dar a las visitas desconfiadas la impresión de que el segundo piso era independiente. La policía había hecho una redada en su casa por lo del asesinato de Douglas y habían incautado toda la droga que tenía. Vinieron con perros e hicieron pedazos el suelo. A él y a su novia los hicieron desnudarse y los registraron. Hablaron con todos sus vecinos y les dijeron por qué estaban allí. Vaciaron todos los armarios de la casa, tiraron cada caja y recipiente. No fue hasta mucho tiempo después cuando le contó a Maureen que habían encontrado sus revistas pornográficas bajo las toallas del baño. No eran nada raro pero se las enseñaron a Maggie y la obligaron a que las mirara. No necesitaba explicarle a Maureen por qué le dolió tanto. También registraron la casa de Maggie y encontraron sus vibradores y se tomaron la molestia de dejarlos en una pila aparte. No se había vuelto a masturbar libremente desde entonces.

Liam lo dejó casi inmediatamente después de aquello. Se las arregló para volver a la universidad para estudiar cine, a pesar de que había aceptado algunas becas en efectivo antes de dejar la carrera de derecho hacía unos años. Invertía su tiempo libre entre clase y clase renovando la casa. Era precioso. Sacó las contraventanas de madera para que volvieran a funcionar, arrancó el papel pintado de la pared y empapeló las paredes de yeso desnudas con papel de vitela amarillo. Levantó y limpió las alfombras, pegajosas después de treinta años de pies arrastrados y pequeños derrames, y pulió y barnizó el suelo. Compró un lote de sillas victorianas en una casa de subastas y la fiesta del milenio era su oportunidad para estrenar la casa. Leslie llegó a las once y diez con Cammy.

Cammy lo tenía todo: era alto, delgado y rubio, pero el destino le había hecho una mala jugada porque era un idiota.

Se había engominado el flequillo de manera que le quedaba puntiagudo como las púas de un peine encima de la frente, llevaba una camiseta de fútbol encima de unos vaqueros de pierna recta y tenía un grano en la nuca que requería atención médica urgente. Impresionado por los magníficos alrededores, Cammy asumió que Maureen y Liam eran unos parásitos superprivilegiados. Le preguntó a Liam si su papaíto le había dejado la casa y Liam, molesto y sin darse cuenta del tono acusatorio, se rió a carcajada limpia y dijo que sí, exacto, su papi se la había dado. Leslie se quitó la chaqueta de motorista. Liam observó su cambio de estilo y le preguntó por qué iba vestida como una azafata de una casa de putas. La ofensa a Leslie se perdió en la memoria de la noche porque Liam continuó y tuvo momentos mucho más gloriosos. Dejó plantada a Maggie veinte minutos antes de las campanadas, diciéndole que era demasiado buena para él, demasiado buena, y que de todos modos él aún estaba enamorado de Lynn. Lynn lo escuchó y se puso furiosa, le dijo que la había hecho parecer una vaca maquinadora y le dijo a Maggie que no volvería a salir con él. Maggie, desconsolada, se cerró en el único baño que funcionaba, lo que provocó un charco de casi tres centímetros de orina en el jardín de atrás. La mitad de la gente entró en el nuevo siglo haciendo cola con las piernas cruzadas.

Leslie y Cammy se fueron de la fiesta de Nochevieja de Liam a la una, un gesto con las mismas connotaciones sociales que abofetear a alguien en la cara con un guante, como en los duelos de antes. Ya en la puerta, cuando se iban, Cammy se molestó en volver dentro y decirle a Maureen que le hubiera gustado ir a otra fiesta. Ella le contestó que a ella también.

Maureen sabía que debía de haber hecho algo mal, que Leslie no la trataría como a una pija sin una razón, pero no podía imaginarse un día en lo oficina, y mucho menos seis meses de comentarios superficiales. Sospechaba que Leslie estaba decepcionada y avergonzada por su actuación en la casa de acogida. Su amistad estaba tocando fondo y Maureen estaba demasiado distraída con su pasado como para arreglar las cosas.

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