Capítulo 41

Dos semanas después,

Caracas, Venezuela

El terremoto se produjo a las 11.05. El seísmo de magnitud 7,8 tuvo su epicentro veinte kilómetros al este de Caracas, sobre la falla de El Pilar. En el momento en que sobrevino el primer temblor de tierra, hacía un día soleado y ventoso, y unas pocas nubes surcaban veloces el cielo azul brumoso. Cuarenta segundos después, el sol quedó oculto tras columnas de polvo de hormigón que se elevaban sobre los restos achatados de bloques de pisos, torres de oficinas, dependencias municipales y escuelas. Después, varias roturas en las tuberías de gas ocasionaron incendios que, avivados por el viento, se propagaron con furia por el barrio histórico de Altamira y el complejo urbanístico Parque Central.

El ochenta por ciento de las doscientas veinte mil muertes acaeció durante los segundos que siguieron al primer terremoto; hombres, mujeres y niños perecieron aplastados sin piedad bajo el acero, el vidrio y el cemento. La mayoría de los que quedaron atrapados entre los escombros murieron víctimas de una lenta deshidratación. A otros los matarían las fuertes réplicas y los incendios que asolaron la ciudad durante las setenta y dos horas siguientes.

Los datos telemétricos recibidos encendieron todas las luces de alarma de la Red Sismográfica Mundial como si fuera un árbol de Navidad. El centro de monitorización del Departamento de Estudios Geológicos de Estados Unidos, en el Laboratorio Sismológico de Albuquerque, clasificó enseguida el terremoto de Caracas como Movimiento Sísmico de Gran Intensidad y, siguiendo el protocolo, efectuó llamadas por líneas de comunicación directa al Departamento de Seguridad Nacional, el Pentágono, el Departamento de Estado y la Casa Blanca.

En el anillo C, en lo más profundo de las entrañas del Pentágono, el secretario de Marina se enteró de lo ocurrido por boca de un simple ayudante del subsecretario de Defensa. Lester lo escuchó, soltó un gruñido de asentimiento y colgó. Llevaba dos años dedicando todos sus esfuerzos a planificar ese día, y no era así como se suponía que debía acabar todo.

El plan de la misión establecía que en el momento en que se produjera el Suceso de Caracas, Lester descendería a un búnker de mando en un subsótano del Pentágono y daría autorización al Comando Sur de Estados Unidos para que se lo notificase a la Cuarta Flota. Los barcos se dirigirían al norte de Aruba, donde simularían realizar maniobras conjuntas con la Armada Real Británica. Se les ordenaría que pusieran rumbo a Venezuela como punta de lanza de la operación Mano Tendida. Los principales líderes de la oposición venezolana y los oficiales disidentes de alto rango permanecerían a la espera con sus familias en Valencia, lejos de la zona de peligro. Unos helicópteros los transportarían a la capital y, bajo la protección de una fuerza expedicionaria de marines, el gobierno se alinearía con Estados Unidos en menos de veinticuatro horas.

Nada de eso ocurrió.

Will Piper se había cargado la operación Mano Tendida él sofito.

Cuando se publicó el artículo del Post, el vicepresidente convocó una reunión de urgencia del grupo de expertos y abortó la operación. Nada de ajustes, nada de modificaciones: directamente a la basura. No se alzaron voces discrepantes. Cualquiera con dos dedos de frente ataría cabos y vería la relación entre Área 51 y una operación militar que a toro pasado parecería planeada expresamente para coincidir con el desastre.

La ayuda humanitaria se haría llegar allí por vía aérea, y la rápida reacción estadounidense sería recibida con cordialidad por el conmocionado presidente venezolano, que se comprometería a reconstruir Caracas y mantener al país en la senda socialista.

Dos años de trabajo tirados por la borda.

Lester suspiró, consultó su agenda y anunció a su secretaria que iba a salir. Tenía la tarde totalmente libre, así que había decidido pasarse por el club para jugar unos partidos de squash.

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