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ALEMANIA, 1954

Las cosas eran tranquilas en la pensión Esebeck y había muy poco que hacer, excepto comer y leer los periódicos. Pero Die Welt era el único periódico que me interesaba leer. Tenía un interés especial en los pequeños anuncios que publicaba, y mi segunda mañana en Göttingen encontré el mensaje para GRIS DE CAMPAÑA que había estado esperando. Correspondía a algunos versículos del Evangelio de San Lucas 1:44, 49; 2:3; 6:1; 1:40; 1:37; 1:74.

Cogí la Biblia de un estante de la sala de estar y fui a mi habitación para reconstruir el mensaje. Que decía lo siguiente:


PORQUE TAN PRONTO COMO LLEGÓ LA VOZ DE TU SALUDO A MIS OÍDOS, LA CRIATURA SALTÓ DE ALEGRÍA EN MI VIENTRE.

PORQUE ME HA HECHO GRANDES COSAS EL PODEROSO; SANTO ES SU NOMBRE.

E IBAN TODOS PARA SER EMPADRONADOS, CADA UNO A SU CIUDAD.

ACONTECIÓ EN UN DÍA DE REPOSO, QUE PASANDO JESÚS POR LOS SEMBRADOS, SUS DISCÍPULOS ARRANCABAN ESPIGAS Y COMÍAN, RESTREGÁNDOLAS CON LAS MANOS.

Y ENTRÓ EN LA CASA DE ZACARÍAS, Y SALUDÓ A ELISABET.

PORQUE NADA HAY IMPOSIBLE PARA DIOS.

QUE NOS HABÍA DE CONCEDER QUE, LIBRADOS DE NUESTROS ENEMIGOS, SIN TEMOR LE SERVIRÍAMOS.


Después de quemar el papel con el mensaje, fui a buscar a Vigée y lo encontré en un pequeño jardín vallado que daba al canal. Como siempre, el francés parecía no haber dormido: tenía los ojos medio cerrados por el humo de su cigarrillo y sostenía una taza de café en la palma de la mano, como si fuera una moneda. Me observó con su habitual expresión indiferente pero cuando habló, enfatizó sus palabras con firmes gestos de asentimiento y rápidos movimientos de cabeza.

– Ha hecho la paz con su dios, ¿no? -Su alemán era lento pero muy correcto.

– Necesitaba tiempo para reflexionar -respondí-. Sobre algo que ocurrió en Berlín. El domingo.

– Con Elisabeth, ¿no?

– Quiere casarse -expliqué-. Conmigo.

Él se encogió de hombros.

– Felicitaciones, Sebastian.

– Pronto.

– ¿Cómo de pronto?

– Me ha estado esperando durante cinco años, Emile. Ahora que he vuelto a verla… Bueno, no está dispuesta a seguir esperando. En resumen, que me ha dado un ultimátum. Que se olvidará de mí a menos que nos casemos antes de que acabe la semana.

– Imposible -afirmó Vigée.

– Eso fue lo que le dije, Emile. Sin embargo, esta vez va en serio. Estoy seguro. Nunca la he visto decir algo que no estuviera dispuesta a cumplir. -Cogí uno de los cigarrillos que me ofrecía.

– Eso es muy poco civilizado -señaló.

– Así son las mujeres. Y yo también. Hasta ahora, nada de lo que había deseado en el mundo resultó ser tan bueno como creía. Pero tengo el presentimiento de que Elisabeth es diferente. De hecho, sé que lo es.

Vigée se quitó una hebra de tabaco de la lengua y, por un momento, la observó con ojo crítico, como si pudiese dar la respuesta a todos nuestros problemas.

– Estaba pensando, Emile. El tren de prisioneros de guerra no llegará aquí hasta el próximo martes por la noche. Si pudiese pasar el domingo con Elisabeth, en Berlín… sólo unas pocas horas.

Vigée dejó la taza de café y comenzó a sacudir la cabeza.

– No, por favor, escuche -insistí-. Si pudiese pasar unas pocas horas con ella, estoy seguro que podría convencerla de que esperase. Sobre todo si me presento con unos cuantos regalos. Quizás un anillo. Nada caro. Sólo una prueba de mis sentimientos hacia ella.

Él todavía sacudía la cabeza.

– Oh, vamos, Emile, usted sabe cómo son las mujeres. Mire, hay una tienda de joyas a mitad de precio en la esquina de la Speckstrasse. Si pudiese adelantarme unos cuantos marcos, los suficientes para comprar un anillo, estoy seguro de que podría convencerla de que me esperase. Si no se tratase de mi última oportunidad, no se lo pediría. Podemos estar de vuelta a última hora del lunes. Veinticuatro horas antes de que el tren ni siquiera llegue a Friedland.

– ¿Y qué pasa si decide no volver? -preguntó Vigée-. Es muy difícil sacar a alguien fuera de Berlín a través de la Frontera Verde. ¿Qué le impediría quedarse allí? Ella ni siquiera vive en el sector francés.

– Al menos dígame que lo pensará -le rogué-. Sería una verdadera pena si permitiese que mi propia desilusión nublase mis ojos la noche del próximo martes.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Quiero ayudarle a encontrar a Edgard de Boudel, Emile. De verdad que sí. Pero tiene que haber un poco de reciprocidad por su parte, sobre todo en una situación como ésta. Si voy a trabajar para usted, sin duda es mejor que esté en deuda con usted, monsieur. Que no haya conflictos entre nosotros.

Me dirigió una sonrisa desagradable y lanzó su cigarrillo por encima de la pared del canal. A continuación me cogió por las solapas de la americana con un puño y me abofeteó con fuerza en las dos mejillas.

– Quizá se ha olvidado de La Santé -dijo-. De sus amigos boches, Oberg y Knochen, y de sus sentencias de muerte. -Me abofeteó de nuevo para dejar claro el mensaje.

Me lo tomé con la mayor calma posible.

– Eso puede funcionar con su esposa y su hermana, franchute, pero no conmigo, ¿sabe? -Le sujeté la mano que movía cerca de mi oreja y se la retorcí con fuerza-. No permito que nadie me abofetee a menos que le haya metido la mano en las bragas. Ahora quite las zarpas de este barato traje francés antes de que le enseñe a hacerse el duro.

Lo miré a los ojos y vi que empezaba a calmarse un poco, así que le solté la mano para que pudiera quitar sus dedos de mi americana, pero entonces me golpeó con un gancho de derecha que sacudió mi cabeza como un globo colgado en un palo. Probablemente le hubiese golpeado de nuevo de no haber sido por mi propia presencia de ánimo, que era otra manera de decir que utilicé la cubierta huesuda de esa cabeza para golpearle el puente de su larga nariz ganchuda.

El francés aulló de dolor y me soltó la americana. Se apretó con los dedos el borde de la nariz y dio varios pasos atrás hasta que llegó al muro del jardín.

– Mire -dije-, deje de intentar acariciarme la barbilla y tómeselo con calma, Emile. No estoy pidiendo la devolución de Alsacia-Lorena, sólo pasar una puta tarde de domingo con la mujer que quiero. Un breve permiso, nada más. Eso no impedirá que identifique a su traidor. Yo le ayudo, usted me ayuda. A menos que usted quiera que me apunte a un curso en la universidad, no tengo muchas cosas que hacer antes de la tarde del martes.

– Creo que me ha roto la nariz -afirmó.

– No, no está rota. No sangra lo suficiente. Se lo dice alguien que ha roto unas cuantas narices en sus buenos tiempos. -Sacudí la cabeza-. Siento haberle pegado, Emile, pero durante los últimos nueve meses muchas personas me han estado maltratando y ya estoy harto, ¿lo entiende? Tengo que mirarme la cara todas las mañanas, francés. No es que sea gran cosa, pero es la única que tengo y todavía tiene que durarme algún tiempo. Así que no me gusta que las personas crean que pueden abofetearme. Soy así de sensible.

Se limpió la nariz y asintió, pero el incidente flotó en el aire entre nosotros como el olor del lúpulo quemado de una cervecería. Por un momento ambos permanecimos allí como unos estúpidos, preguntándonos qué hacer.

Podría haber sido peor, me dije a mí mismo. Por un momento había llegado a pensar en tirarlo al canal por encima de la pared.

Encendió un cigarrillo y lo fumó, como si creyese que podría mejorar su humor y apartar sus pensamientos de la nariz, que, una vez limpia de sangre, comenzaba a tener mejor aspecto.

– Tiene razón. No hay ningún motivo para que no lo podamos arreglar. Después de todo, como usted dijo, es sólo un domingo por la tarde, ¿no?

– Sólo un domingo por la tarde -asentí.

– Muy bien. Entonces lo arreglaremos. Sí, le aseguro que haría cualquier cosa por atrapar a De Boudel.

Incluso mentirme, pensé. Después de que identificara a De Boudel para ellos, nadie podía decir qué iban a hacer los franceses conmigo: enviarme de vuelta a La Santé, entregarme a los americanos o, incluso, a los rusos. Al fin y al cabo, Francia estaba apoyando a la Unión Soviética en su política exterior, y devolver a un prisionero fugado no estaba fuera del alcance de su perfidia.

– ¿Y el anillo? -pregunté, como si esa chuchería nos importase de verdad a Elisabeth o a mí.

– Sí -respondió-. Creo que eso también se podrá arreglar.

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