Anne Holt
La Diosa Ciega

Hanne Wilhemsen 1

Blind Gudinne 1993


Estaba muerto. Definitivamente y más allá de cualquier duda. Se dio cuenta enseguida. Más tarde no supo explicar con exactitud aquella absoluta certeza. Tal vez fuera la forma en que yacía, con la cara enterrada en la hojarasca putrefacta del suelo y un excremento de perro pegado a la oreja.

La mujer giró suavemente el cuerpo. La cara había desaparecido. Era imposible distinguir lo que alguna vez había sido una persona, una identidad. El tórax era el de un hombre, atravesado por tres balazos. Se volvió rápidamente y sintió fuertes náuseas, sin más consecuencia que un sabor agridulce en la boca y un doloroso espasmo en el diafragma. El cadáver, al soltarlo, había vuelto a caer bocabajo. Se percató demasiado tarde de que había desplazado el cuerpo lo justo como para que la cabeza tocara los excrementos, que ahora se deshacían en el empapado pelo rubio oscuro. Cuando se dio cuenta, vomitó. Como un gesto desdeñoso de un vivo hacia un muerto, éste se vio rodado con masa estomacal de color tomate. Los guisantes sin digerir de la cena permanecieron sobre la espalda del muerto como venenosos puntitos verdes.

Karen Borg echó a correr. Llamó al perro y lo ató a la correa que siempre llevaba encima, aunque más por apariencia. El perro corrió exaltado a su lado hasta que se dio cuenta de que su ama sollozaba, luego contribuyó al coro fúnebre con angustiados aullidos y gemidos.

Corrieron, corrieron y corrieron.

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