Miércoles, 7 de octubre

– Esto es un código de libro. Eso al menos está claro.

El anciano estaba seguro de lo que decía. Se hallaba en la cantina de la séptima planta junto con Hanne Wilhelmsen y Håkon Sand.

Era un hombre guapo, delgado y muy alto para su generación. Aunque el pelo era más escaso de lo que fue en tiempos, aún conservaba el suficiente como para tener una imponente cabellera blanquecina, peinada hacia atrás y cortada hacía poco. Tenía una cara poderosa y bien definida, con la nariz recta, de estilo nórdico, y unas gafas que se balanceaban elegantemente sobre la punta. Iba bien vestido, con un jersey rojo oscuro y unos distinguidos pantalones azules. Las manos sujetaban la hoja de papel con firmeza y tenía una alianza atascada en el dedo anular derecho.

Gustav Løvstrand era policía retirado. Había comenzado su vida laboral durante la guerra, en los servicios secretos del Ejército, pero más tarde había apostado por una carrera en la Policía, más orientada hacia el público. Era un hombre de enorme aplomo, muy apreciado y respetado por sus compañeros antes de que lo reclutara la Brigada de Información, donde terminó su carrera como consejero. Había experimentado la gran alegría y satisfacción de ver a sus tres hijos trabajando en servicios relacionados con la Policía. Gustav Løvstrand cultivaba a su mujer y sus rosas, disfrutaba de la vida de jubilado y ayudaba a todo aquel que opinaba que él aún tenía algo que aportar.

– Es sencillo ver que se trata de un código de libro. Mirad -dijo, y dejó la hoja sobre la mesa y señaló la ristra de números-: 2-17-4, 2-19-3, 7-29-32, 9-14-3,12-2-29,13-11-29,16-11-2. Increíblemente banal -añadió con una sonrisa.

Los otros dos no entendían bien lo que quería decir, fue Hanne la que se atrevió a preguntar:

– ¿Qué es un código de libro? ¿Y por qué está tan claro que lo es?

Løvstrand la miró durante un momento y después señaló la primera fila de números.

– Tres dígitos en cada grupo. Número de página, de línea y de letra. Como veis, sólo los primeros números de cada grupo tienen alguna conexión lógica. O bien es el mismo número que el anterior, o bien es más alto: 2, 2, 7, 9, 12, 13, 16 y así sucesivamente. El número más alto en segunda posición es el 43, rara vez los libros tienen más de cuarenta y pocas líneas en una página. Si se tiene el libro de que se trata, el enigma se resuelve de inmediato. -Añadió que el código no debía de estar hecho por profesionales, los códigos de libros eran fáciles de reconocer-. Pero son increíblemente difíciles de descifrar. ¡Hay que saber de qué libro se trata! Si encima han acordado un código para saber de qué libro se trata, has de tener mucha suerte para averiguarlo. Cuando me mandaste esta copia, me pasé por una librería. Me dieron una lista con más de 1.200 libros cuyo título contiene las palabras «las alas». ¡Nada menos! En realidad, estas palabras también podrían ser un código, así que estaríamos en las mismas. Sin el libro adecuado, no hay manera de resolver esto. -Plegó la hoja y se la dio a Hanne, que parecía desanimada, porque no quería quedarse con el papel, aunque fuera una copia; sus muchos años en los servicios secretos habían dejado su huella-. Pero con lo banal que es el código en sí mismo, yo buscaría lo más evidente. Buscad el libro en el entorno cercano. Tal vez tropecéis con él. Gran parte del trabajo policial de calidad es resultado de una mera casualidad. Buena suerte.

Los otros dos se quedaron sentados sin decir nada.

– Míralo positivamente, Håkon -dijo Hanne al final-.

Al menos sabemos que no andamos tan desencaminados. No creo que el abogado Olsen tuviera necesidad de escribir sus alegatos en código. Sin duda tiene que ser algo que intentaba ocultar.

– Pero ¿qué? -suspiró Håkon-. ¿Repasamos otra vez lo que tenemos?

Les llevó un rato. Al cabo de una hora, los dos estaban de bastante mejor humor. Estaba claro que cabía la posibilidad de que encontraran el libro. Además, hacia poco, les habían confirmado que el abogado Olsen se había reunido con su cliente el día que tenían una cita, aunque la reunión no había tenido lugar en el despacho y a ambos les sorprendía que se hubieran reunido en un sitio tan público como Gamle Christiania.

– Podría ser la señal de que era una reunión en confianza -dijo Håkon lúgubremente.

You never know -dijo Hanne preparándose para irse.

– ¿Por qué hablas tanto en inglés?

– Porque soy una apasionada de Estados Unidos. -La subinspectora sonrió algo avergonzada-. Sé que es una mala costumbre.

Se bebieron el resto del café y se fueron.


Esa misma tarde, dos excursionistas charlaban sentados sobre un árbol caído en Nordmarka. El mayor se había colocado una bolsa de plástico bajo el trasero para protegerse de la humedad. El otoño estaba pasando por su época más prototípica, en el aire había diminutas gotas de llovizna, además de una suave neblina. No veían gran cosa, pero tampoco estaban ahí para disfrutar del paisaje. Uno de ellos lanzó una piedra a la relumbrante laguna del bosque y ambos mantuvieron silencio mientras las ondas se extendían bellamente siguiendo las leyes de la física, hasta que el agua estuvo de nuevo quieta.

– ¿Va a reventar todo el tinglado?

Lo preguntaba el más joven de los dos, un hombre de treinta y pocos años. La voz tenía un aire de calma tensa. Estaba asustado, y se le notaba, aunque intentara parecer relajado.

– No, no va a reventar -lo tranquilizó el mayor-. El sistema está construido con esclusas cerradas. Hemos podado una de las ramas. Una lástima, la verdad, porque era lucrativa. Pero era necesario. Hay demasiado en juego.

Lanzó otra piedra, esta vez con más fuerza, como para subrayar lo que había dicho.

– Pero sinceramente -se aventuró a decir el más joven-, hasta ahora el sistema ha sido seguro, nunca hemos corrido riesgos y la Policía nunca se nos ha acercado. Dos asesinatos se toman más en serio que lo que hemos estado haciendo hasta ahora. Con lo avaricioso que era Olsen, no entiendo por qué no podíamos comprarle su parte. ¡Mierda, me siento muy sudado!

El hombre mayor se levantó y se colocó ante él. Miró hacia ambos lados para asegurarse de que estaban solos. La niebla se había espesado y no veían más allá de veinte o treinta metros. No había nadie dentro de ese radio.

– Ahora me vas a escuchar -le espetó-. Siempre hemos tenido claro que esto implicaba sus riesgos. Pero, aun así, es necesario hacer unas pocas operaciones más, para impedir que quede demasiado clara la relación entre los dos asesinatos y la droga. Vamos a dejarlo mientras estemos en la cresta de la ola, pero eso exige que tú mantengas la cabeza fría y no tropieces durante los próximos dos o tres meses. Tú eres el que tiene los contactos. Pero tenemos un pequeño problema que nos puede quemar -añadió-. Han van der Kerch. ¿Cuánto sabe?

– En principio nada. Conoce a Roger, el de los coches usados. Más allá de eso no debería saber gran cosa. Pero lleva un par de años en el sistema, de algo debe de haberse enterado. Queda descartado que sepa algo de mí. Yo no he sido tan tonto como Hansa, que inició a uno de los correos. Yo me he atenido a los códigos y los mensajes por escrito.

– Pero puede llegar a ser un problema -concluyó el mayor-. Tu problema. -Calló elocuentemente sin soltar la mirada de su compañero más joven mientras mantenía una postura amenazadora, con una pierna sobre el tronco del árbol y la otra plantada junto a los pies del otro-. Y además tienes que recordar una cosa. Nadie aparte de ti sabe nada sobre mí, ahora que Hansa se ha ido. Ninguno de los chicos que van ocupando la escala hacia abajo sabe de mi existencia, sólo la conoces tú. Eso te hace muy vulnerable, amigo mío.

Era una amenaza sin ambages. El más joven se levantó y colocó la cara a pocos centímetros del otro.

– Lo mismo te digo -dijo con frialdad.

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