Capítulo ocho

Era tarde cuando regresé a Glasgow. La primavera de Perth se había evaporado y Glasgow estaba nuevamente cubierta de smog. De noviembre a febrero era la peor época en la ciudad, pero siempre amenazaba con caer en cualquier momento del año, y la temperatura había disminuido drásticamente durante el día.

Mientras estaba sentado en el tren mirando cómo cambiaba el tiempo por la ventanilla, pensé en Powell. Estaba seguro de que era él quien estaba detrás del trabajo que habían hecho en mi oficina y de esa vaga sensación que tenía de que me seguían unas personas que sabían muy bien lo que hacían. Powell era un profesional y yo no me habría enterado de su participación en este asunto si él mismo no la hubiera anunciado a los cuatro vientos. Por alguna razón que aún no conseguía deducir, había querido que yo me enterara de su presencia.

Apenas bajé del tren me dirigí, con equipaje y todo, al bar Horsehead. Necesitaba un poco de la alegría de Glasgow después de Perth. Big Bob se acercó y me sirvió un whisky de centeno de la única botella que tenía en el bar que no era scoth.

– ¿Cómo estás? -preguntó, sin su sonrisa habitual.

– Bien. ¿Qué hay?

– Uno de los chicos de Willie Sneddon pasó por aquí. Te buscaba.

– ¿Deditos McBride?

– No. Uno de esos capullos que usan para los recados. Me dijo que te dijera que Sneddon quiere verte. Creo, Lennox, que estás jugando en el lado equivocado. No sé por qué te metes con gente de la calaña de Willie Sneddon.

– Es mi trabajo, Bob. A estas alturas ya deberías saberlo. Sneddon y yo somos viejos compañeros de juegos.

Después de dar cuenta del whisky me dirigí a una cabina telefónica y llamé a Sneddon. Lo puse al día sobre mi progreso hasta el momento, que era menos de lo que él esperaba o de lo que yo hubiera querido debido a que, por alguna razón que yo mismo no comprendía del todo, no estaba listo para transmitirle la convicción de Wilma de que había sido Frankie a quien habían ejecutado en la escalera del piso; lo único que tenía para respaldarla era la intuición de Wilma, y declarar algo así habría hecho que montones de mierda salieran volando para todos lados. Decidí reservarme esa información por el momento. Cuando terminé mi informe, Sneddon me correspondió contándome que tenía prácticamente a toda su gente husmeando en busca de algún dato que pasarme. Nada.

– ¿Así que crees que el tío del hotel se llevó a Wilma? -Por teléfono, sin la ayuda de un entorno falsamente nobiliario y de su ropa cara, Sneddon sonaba como el tipo duro de Govan que efectivamente era.

– Estoy seguro. ¿Le suena a alguien que conozca?

– No. Me acordaría de él; para mí es importante recordar una cara. Suena demasiado fino para el clan de Martillo Murphy. Podría ser de la pandilla de Cohen, pero lo dudo. Tal vez sea un aficionado, aunque por lo que me dices parece poco probable. O tal vez pertenezca a alguna empresa de fuera de la ciudad.

– No es ningún aficionado. Es un profesional en toda regla, pero hay algo en él que no se corresponde con un gánster. Sin ofender.

– No me ofendo -dijo Sneddon sin ironía-. Les preguntaré a los muchachos, a ver si les suena de algo.

No había nada más que decir, pero hice una pausa antes de colgar.

– Señor Sneddon, ¿ha oído hablar de una mujer llamada Lillian Andrews? No sé cuál sería su apellido de soltera. -Le di una descripción de la despampanante silueta de Lillian-. Igual que el tipo de Perth, es una verdadera profesional. Y de las duras. Pero no tiene el aspecto de las que necesitan trabajar la calle.

– Hay muchas chicas sexy por ahí, Lennox, y yo no conozco a todas las putas de Glasgow. Pero por lo que me dices, tiene demasiada clase para los clubes de Danny Dumfries. Tampoco trabaja en la plaza Blythswood… Si es una puta de interiores, entonces tendrías que hablar con Arthur Parks. Le diré que lo vas a llamar. -Sonreí. Que Sneddon pusiera sobre aviso a Parks significaba que éste me daría su cooperación plena-. ¿Esta mujer está relacionada con el asunto de los McGahern?

– No -respondí-. Pero está conectada con algo que obstaculiza mi investigación, señor Sneddon. Le agradezco su ayuda.

– Lennox…

– ¿Sí?

– Asegúrate de mantenerme al día con lo que averigües sobre Tam McGahern. No quiero sorpresas.

Colgué sintiéndome bastante incómodo. Si Wilma tenía razón y había sido Frankie, no Tam, el primero en morir, me estaba guardando una gran sorpresa en la manga.

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