Prólogo

A lo largo de mi vida he tenido que dar muchas explicaciones para salir de un aprieto, pero éste los supera todos.

Estoy apoyado contra la pared de un cuarto en el primer piso de un almacén portuario vacío. Estoy apoyado contra la pared porque dudo que pueda ponerme de pie sin algo que me sostenga. Trato de deducir si hay algún órgano vital en la parte inferior izquierda de mi abdomen, justo por encima de la cadera. Intento recordar los diagramas de anatomía de todas las enciclopedias que abrí de niño porque, si resulta que sí hay órganos vitales en esa zona, estoy bastante jodido.

Estoy apoyado contra una pared en un almacén portuario vacío tratando de recordar diagramas de anatomía y hay una mujer en el suelo, a un par de metros delante de mí. No me hace falta recordar las enciclopedias de mi niñez para saber que hay un órgano bastante vital en el cráneo, por más que, según parece, a mí no me ha sido de gran utilidad en las últimas cuatro semanas. En cualquier caso, la mujer del suelo ha perdido gran parte del cráneo y la totalidad de la cara. Lo que es una pena, porque era una cara hermosa. Una cara verdaderamente hermosa.

Junto a la mujer sin cara hay una gran bolsa de lona que ha caído sobre el suelo mugriento y a la que se le ha derramado la mitad de su contenido, que consiste en una cantidad ridículamente grande de billetes de banco usados y de gran valor.

Estoy apoyado contra una pared en un almacén portuario vacío con un agujero en mi costado tratando de recordar diagramas de anatomía, mientras una mujer muerta despojada de su hermosa cara yace en el suelo junto a una gran bolsa de dinero. Eso ya bastaría para decir que estoy metido en un buen lío, pero también hay un hombre grande como un oso que mira a la chica, la bolsa y luego a mí. Y tiene una escopeta: la misma que le arrancó la cara a ella.

He estado en situaciones mejores.

Creo que debo explicarme.

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