La mujer de Fianzas ABC se llamaba Pam. Había trabajado con su marido y después se hizo cargo del negocio cuando uno de los clientes le asesinó de un disparo. Pam se lo contó a Raylan cuando él le preguntó qué hacía una mujer joven y atractiva como ella en el negocio de las fianzas, tratando con indeseables. Esto fue después de que él le mostrara su identificación: la estrella de federal, y ella pareciera impresionada.
ABC ocupaba un local en la Diecisiete Noroeste en el centro de Miami, a dos manzanas del Palacio de Justicia. En una ventana, un cartel pintado en letras doradas decía:
¡sacarle a usted de allí es tan fácil
como el abc!
Había en ABC un tipo mayor que trabajaba a media jornada, un ex agente de fianzas que mascaba un puro y parecía estar como en su casa en esta oficina; y un negro fornido llamado Desmond que se ocupaba de perseguir a los delincuentes que no se presentaban a los juicios. Pam le dijo que uno de cada tres acusados por los que había depositado fianza, nunca se presentaba a los juicios cuando debía. Raylan no hizo muchas preguntas, conocía el funcionamiento del negocio. Observó que Desmond no parecía capaz de perseguir a Harry Arno. El viejo del puro sin duda no lo haría y era poco probable que lo hiciera Pam, dado que dirigía el negocio.
Raylan sintió pena por ella, la pobre mujer trabajando en este agujero y tratando de parecer atractiva. Calculó que pesaba más que su esposa, Winona, que rondaba los sesenta y cinco kilos. Se la veía rellenita con su jersey blanco, llevaba un collar y pendientes de cuentas negras y un lazo de terciopelo negro en el pelo rubio, un toque femenino, a menos que sirviera para sostener el peinado.
Raylan abordó el tema de Harry Arno, preguntándole si ella estaba enterada del asunto.
Sí, alguien de la jefatura la había llamado para avisarla de que habían transmitido una orden de búsqueda y captura. Pam sacudió la cabeza.
– Es lo único que me faltaba, una pérdida de ciento cincuenta mil dólares.
– Todavía no ha llegado la fecha de presentación -dijo Raylan-. E incluso después le queda tiempo antes de pagarle al juzgado, ¿no es así? -Le demostraba que conocía el funcionamiento del sistema-. Dentro del año sólo tiene que pagar el diez por ciento.
– Eso si consigo que vuelva -replicó Pam-. Y si está en Italia o vaya a saber dónde, es poco probable que aparezca.
– ¿Quiere que yo vaya a buscarlo? -le propuso Raylan.
– Sí, claro.
– Señora, míreme. -Cuando Pam le miró, Raylan añadió-: Va en serio. ¿Quiere que yo vaya a buscarlo?
Esta vez ella tuvo que recapacitar.
– Pero usted está trabajando. -Le observó con sospecha-. ¿Es que le van a enviar allí? ¿Lo van a extraditar?
– Ha cometido una falta estatal -dijo Raylan-. Soy un federal. Lo he comprobado. La policía de Miami no piensa traerlo de regreso.
– ¿Lo hará por su cuenta?
– En mi tiempo libre. Me deben las vacaciones y puedo tomármelas cuando quiera.
Ahora Pam estaba muy ocupada pensando en todas las razones por las que el plan no funcionaría, pero no le comentó nada a Raylan.
– ¿No sabe -continuó Raylan- que la persecución de fugitivos es uno de los trabajos principales de un policía federal? Detener a los acusados y llevarlos a los tribunales.
Pam le observó durante un minuto; Raylan estaba seguro de que pensaba en cómo utilizarle.
– Supongo que me costará un riñón y parte del otro.
– La ex esposa de Arno firmó un pagaré, ¿no es así?
– Desde luego.
– Garantizando que si él se larga, ella pagará los gastos para traerle de vuelta.
– No me preocupan los gastos -afirmó Pam-. Quiero saber cuál será su tarifa.
Raylan levantó las manos para enseñarle las palmas abiertas.
– Nada. Págueme el viaje y se lo traeré.
– ¿Por qué quiere hacerlo?
– Necesito probar que puedo. Usted déme el pasaje y yo usaré mi dinero para los hoteles y la comida hasta que regrese y usted me lo reembolse. Tendrá a un agente federal a su servicio durante dos semanas, aunque dudo que necesite estar allí más de unos días.
Pam dudó, como si quisiera tener mucho cuidado con lo que iba a decir.
– Lo único que saben es que está en algún lugar de Italia. ¿Cómo espera encontrarlo?
– Porque una vez me dijo una cosa… -Raylan hizo una pausa-. De esto hace ya seis años, pero nunca olvidaré sus palabras exactas. Pasamos unas horas juntos esperando un avión, hablando, él se tomó unas cuantas copas. Me dijo: «Raylan, te diré una cosa que nunca le he dicho a nadie en toda mi vida.» Después añadió: «El diez de julio de 1945 maté a un tipo en la ciudad de Rapallo en Italia. Lo dejé seco.»
– ¿Sí? ¿Quiere decir que está allí?
– Me jugaría hasta el último céntimo -dijo Raylan-, a que está allí tan fresco, tomándose ahora mismo un café en la terraza de algún bar (ya no bebe), convencido de que nunca le encontrarán.
La mujer pareció confusa.
– ¿Ha vuelto a ese lugar porque allí mató a un tipo?
– Algo así -señaló Raylan-. Aunque hay algo más.