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Transcripción de una cinta grabada el 5 de noviembre, a las 14.20, interceptando el teléfono portátil de Jimmy Capotorto en su casa de Pine Tree Drive, Miami Beach, desde el muelle del Eden Roc al otro lado de Indian Creek. Jimmy Cap conversa con uno de sus ayudantes conocido como Tommy Bucks.


TB: ¿Jimmy? Tommy.

JC: Sí.

TB: Tenemos un problema para cobrarle a una gente de la que desconozco los nombres. Algunos de ellos aparecen con números.

JC: Sí, usan números.

TB: Por si acaso alguien les escucha.

JC: Harry sabe quiénes son.

TB: A eso me refiero. ¿Sabes si tiene una lista?

JC: ¿Qué tipo de lista?

TB: De los nombres, así sabré a quién debo buscar.

JC: No sé si tiene una, quizá.

TB: No hay manera de averiguar si los números que perdieron pagaron o no. Los planilleros no saben una mierda. Hablé con ellos, dicen que la gente llama preguntando dónde está Harry y a quién le tienen que pagar.

JC: Entonces, ¿cuál es el problema? Pon a un tipo en su lugar. (Pausa) Escucha, vente para aquí. No quiero hablar de esto por teléfono. Nunca se sabe, ¿no te parece?


A las 15.10 del 5 de noviembre, Tommy Bucks se presentó en el patio donde Jimmy Capotorto tomaba el sol. Se les observó mientras conversaban durante unos minutos. También estaban presentes la amiga de Jimmy Cap, Gloria Ayres, 22 años, de Hallandale, y uno de sus guardaespaldas, Nicky Testa, 24 años, de Atlantic City, Nueva Jersey, también conocido como Macho o Joe Macho.


Al Zip le ponía frenético la manera en que Jimmy te decía cosas que ya sabías o incluso cosas que tú le habías dicho en otra ocasión y que él repetía como si se las hubiera contado otro. En este momento estaba tendido boca abajo y tenías que agacharte cerca de su cuerpo para escuchar lo que ya sabías que iba a decir, muy cerca de su olor, de su espalda asándose al sol. Él volvía la cabeza. «¿Gloria? ¿Dónde está Gloria?» Y Gloría, con el cordón del tanga bien metido en el culo, esperaba a que el guardaespaldas de Jimmy, Nicky, estrujara la toalla que tenía en un cubo con hielo y se la alcanzara para que ella le secara el sudor a Jimmy y le refrescara: cuando él levantaba la cabeza se la pasaba por la cara, y después por la espalda. Jimmy gemía de placer mientras Gloria le frotaba con la toalla helada, con las tetas asomando fuera del bañador. La segunda vez que le secó, Gloria miró al Zip, inclinado sobre Jimmy, y le guiñó un ojo.

Esto hizo pensar al Zip que Gloria tomaba drogas o bien que no le tenía tanto miedo a Jimmy como era de suponer. A la chica no parecía preocuparle que Nicky, ese guardaespaldas de pacotilla, la viera tonteando con el personal. Tenían más o menos la misma edad. Nicky tenía rizos castaños y le gustaba posar, exhibir su musculatura de gimnasio. El Zip a veces les veía intercambiar sonrisas y estaba seguro de que el muchacho se la tiraba.

Sentado allí al sol, el Zip intentó imaginar a la amiga de cualquier capo de los de antes haciéndole ojitos a algún tipo que trabajara para ellos. Aquellos tíos, Luciano, Costello, Joe Adonis, eran respetados porque habían demostrado en su trayectoria que eran hombres de verdad y que más valía no meterse con ellos. Jimmy Cap era otra historia: el segundo de un capo al que le pegaron un tiro en la nuca. Si Jimmy lo había hecho o no, carecía de importancia, la cuestión era que había estado en el lugar correcto en el momento adecuado y que ahora controlaba el negocio. Extorsión, usura, prostitución, algo de heroína, suministros a bares y restaurantes; lo mismo de siempre, mientras los latinos y los negros se quedaban con toda la pasta en el sur de Florida. El Zip le dijo a Jimmy una vez: «Los negros ganan más vendiendo su mercancía en las esquinas que tus tipos.» También le dijo que debía vender crack además de heroína y Jimmy le contestó que ésa no era su línea, que lo mejor era dejar que los latinos y los negros se mataran entre ellos. ¿Lo ves? Nunca dice nada que no le hayas escuchado antes. La mayoría de las veces excusas, razones para no tener que levantar el culo y moverse.

En ese momento Jimmy le dijo algo al Zip, que se inclinó lo bastante para oír a su jefe decirle al oído:

– Tenemos que traer a otro tipo para que se ocupe del negocio de Harry. Aun así perderemos a algunos de sus apostadores, de sus asuntos y de sus contactos personales. No podemos hacer nada al respecto.

Era lo más acertado que había dicho en toda su vida.

– O encontrar a Harry. Haz lo que quieras.

El Zip, empapado en sudor, tratando de mantener la raya de sus pantalones, le preguntó a Jimmy qué sabía de Harry Arno aparte de que era de aquí y de que había vivido en Chicago durante un tiempo. Jimmy no sabía mucho más. El Zip le preguntó si Harry tenía una amiga y Jimmy le contestó:

– Sí, habla con ella, Joyce Patton. Y ve a ver otra vez a su ex esposa, quizá sepa algo.

– Ya he tenido suficiente con verla una vez -afirmó el Zip-. Comprendo por qué Harry la dejó. En un tiempo pertenecía a la Familia en Palos Heights; te diré una cosa, es más difícil averiguar algo sobre alguien que viva o haya vivido allí, en Palos Heights, que en cualquier otro lugar que yo conozca. Bueno, vamos a lo más importante -dijo el Zip e hizo una pausa-. Lo primero que quiero saber es si me vas a dar el negocio de las apuestas.

– Lo que te he dicho es que te hagas cargo de este asunto. Eso es todo.

– Y yo quiero saber, si me ocupo de esto y lo arreglo, ¿me darás el negocio de las apuestas o no?

– Vale, resuelve el asunto y lo tendrás.

– Ya me dijiste antes que me ocupara de ello y luego mandaste a ese tipo de la pesca a hacer el trabajo, el tipo del lago.

– Eh, Tommy, resuélvelo, ¿vale? Es tuyo.

– ¿Y me darás el negocio de las apuestas?

– Que sí, carajo, te encargarás de las apuestas.

– La gente metida en este negocio -dijo el Zip-, verán lo que les pasa si intentan robarme. A Harry le encontrarán muerto, muerto en el océano, en un pantano o en el lugar al que haya escapado, ¿México quizá? No me importa donde esté, a Harry le encontrarán muerto. ¿Tengo razón?

– ¿Qué? -le preguntó Jimmy cerca del hombro.

– Digo que le encontrarán muerto.

Jimmy levantó la cabeza y miró de reojo la cara del Zip.

– Se te está quemando la nariz. -Continuó mirándole y añadió-: Tienes una nariz enorme, ¿lo sabías? Basta mirarte la cara para darse cuenta. ¡Gloria!, ven aquí, dime a quién se parece Tommy.

Gloria se acercó a la tumbona de Jimmy Cap y con las manos en las caderas dijo mirando al Zip:

– No lo sé. ¿A quién?

– Eso es lo que te pregunto.

– ¿Te refieres a una estrella de cine?

– Eh, Joe Macho -le preguntó Jimmy a su guardaespaldas-. ¿A quién se parece?

El chulo de Nicky Testa, con esa coleta y sin camisa para exhibir su cuerpo, miró al Zip y dijo:

– Se parece a esos trabajadores que se ven en las fotos de los viejos tiempos. Algunos de esos tipos parecían recién bajados del barco.

Jimmy Cap sonreía, asintiendo con la cabeza, y Nicky también sonreía, sin mostrar mucho respeto. Cuando el Zip le llamaba Joe Macho, lo que no era frecuente, le daba a entender al muchacho que estaban bromeando. Pero el resto del tiempo lo llamaba Nicky y lo trataba como a un empleado.

– ¿Dónde está aquella foto que me enseñaste? -dijo Jimmy-. Aquella que recortaste.

El Zip negó con la cabeza.

– Ya no la tengo. -En realidad la tenía, pero no iba a mostrársela a ese chulo de Nick.

Era una foto de Frank Costello tomada en los treinta, que había publicado una revista el año pasado. El Zip se la había mostrado a Jimmy Cap, que la miró y dijo: «Sí, y ¿qué?», pero al darse cuenta del parecido, había enarcado las cejas y asentido con la cabeza.

Después de recortar la foto, el Zip se la había llevado a su sastre en Bal Harbour, un italiano setentón. Esperaba que el sastre dijera: «¿Quién es éste, tú?» o algo parecido, como: «¿Eres tú o tu hermano?», pero no lo hizo. El Zip le dijo:

– Esto es lo que quiero, un traje cruzado como éste. Azul oscuro casi negro, cruzado y ceñido. Seis botones delante, ¿vale? Cuéntalos. Abrochado hasta arriba para que se vea un poco la camisa blanca y la corbata gris perla. ¿Qué me dice?

– Desde luego, si es lo que quiere.

– ¿Sabe quién es el tipo de la foto? -le preguntó el Zip. El sastre contestó que no, así que el Zip se lo dijo: Frank Costello.

– Una vez le hice un traje a Meyer Lansky, hace mucho tiempo. Por aquel entonces yo estaba en Collins, en el McFadden-Deauville; le hice un traje precioso y no me pagó. ¿Se lo puede creer? ¡Con tanta pasta!

El sastre era un tipo con edad suficiente para ser sensato, pero ni siquiera él mostraba un poco de respeto. ¿Qué sabía Nicky, un chulo de su calaña, de todo esto? O Gloria, que ahora apuntaba al Zip con sus nalgas mientras refrescaba a Jimmy con la toalla helada. El Zip alargó la mano, le dio una palmadita y ella movió el culo, como diciéndole que la podía tener si quería. El Zip pensó que podía tenerlo todo, todo lo que era de Jimmy, si quería. ¿Por qué no? Ya había conseguido el negocio de las apuestas.

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