23

Buck Torres escuchaba a Harry contarle cómo de un día para otro el Zip tenía más gente trabajando para él en Rapallo de las que nunca tuvo aquí, mafiosos auténticos.

– Como si el Zip y esos tipos fueran los artistas principales, y los monos de Jimmy Cap los comparsas. Me refiero a que no hay comparación.

Harry intentaba volver a ser él mismo otra vez, la autoridad, en sus habitaciones del tercer piso de Della Robbia, pero sin dejar de acercarse a la ventana para mirar hacia la calle mientras hacía sus observaciones.

– Comprendí que era el momento de largarse, así que nos fuimos. ¿Quieres saber la verdad? Pensaba irme de todos modos.

– ¿Qué me dices de Raylan Givens? -preguntó Torres.

– Sí, él estaba allí.

– Quiero decir, ¿no te ayudó?

– ¿A mí personalmente? Estaba emperrado en ayudar a Robert. Yo le dije: «¿Está loco? Robert no necesita que le ayuden. A estas horas ya les habrá dicho todo lo que sabe de mí, hasta lo que tomé de desayuno, y estará libre.» Raylan y Joyce querían saber dónde estaba, como si fuera a volver a la villa después de haberme vendido.

– ¿Esperabas que mantuviera la boca cerrada? -comentó Torres-. ¿Que muriera por ti?

– Él sabía cómo estaban las cosas, quiénes eran esos tipos. Si pago, lo menos que espero es un poco de lealtad.

Torres hizo como que no oía ese comentario.

– Así que Raylan te llevó hasta la… ¿cómo has dicho, autostrada?

– Sí, la autopista, y nos largamos. Pensé que nos seguiría, a más tardar al día siguiente.

– ¿No quedaste de acuerdo con él para poneros en contacto?

– Supuse que no le pasaría nada -contestó Harry-, porque no necesitaba mentir. ¿Dónde estaba yo? Me había ido. ¿A dónde fui? A Génova. Aquella misma noche, cogimos un vuelo a Roma y salimos de allí ayer por la mañana. No hace ni veinticuatro horas que estamos en casa. -Harry llegó a la ventana y se volvió-. Dale tiempo, volverá.

– Me llamó Joyce -dijo Torres-. Está preocupada por él.

– Es a mí al que persiguen. ¿Dijo si estaba preocupada por mí?

– ¿No quieres saber dónde está él?

– Te lo estoy diciendo, volverá.

– Tú sabes que fue allí por su cuenta.

– Después de que yo le diera plantón no una vez, sino dos. Esta vez Raylan Givens debía pensar: «Traeré a ese hijo de puta encadenado si hace falta.»

– No sé por qué, tengo el presentimiento de que no estarías aquí de no ser por Raylan.

– Te lo dije, estaba dispuesto a marcharme de todos modos.

– No es eso lo que quiero decir.

Harry prosiguió, sin hacerle caso:

– Me sentaba en la terraza de un café a mirar el panorama, a empaparme de la atmósfera… No sé la razón, pero esta vez era distinto. En parte la culpa era del tiempo, era deprimente.

– No tenías público -afirmó Torres-, nadie a quien soltarle el rollo.

– Tampoco lo tuve antes, las otras veces que fui. Pero en aquellos viajes nunca me quedé más de unos días, como mucho una semana. Esta vez estuve allí casi un mes y pensaba: «Espera un momento. ¿Voy a vivir aquí?» Era distinto. -Harry reanudó su paseo con una sonrisa-. Los dos tipos entraron en la casa, Benno y Marco, tal como te lo cuento, mañosos auténticos, sacados directamente de El Padrino, parte Segunda. Entraron en el dormitorio, me vieron sentado allí…

– ¿Solo? -preguntó Torres.

– Era un montaje. Entran en la habitación, me ven, ¿qué es esto? Miran a su alrededor. Uno de los tipos, Marco, tiene una escopeta de cañones recortados. No es de repetición, sino una escopeta normal con los cañones recortados. El otro tipo, Benno, me ve sentado tan tranquilo y se guarda la pistola en los pantalones, en la cintura. Marco dice algo en italiano; el otro, Benno, dice: «¿Quién es usted? ¿Cómo se llama?» Yo le contesto: «¿Entra en mi casa y quiere saber quién soy? ¿Quién coño es usted?» ¿Lo entiendes? Soy el cebo. Les distraigo. Raylan está al otro lado del vestíbulo con Joyce. Se acerca por detrás mientras yo hablo y le quita la escopeta a Marco.

– ¿No sabían quién eras?

– Por lo que sé, todavía no lo saben; siguen en Italia encerrados en el garaje. -Harry sonrió casi para sí mismo-. Quizá vuelva allí cuando mejore el tiempo. Ya sabes, pasar el invierno aquí y el verano allí.

– El Zip ya ha vuelto -dijo Torres-. Los tipos de la vigilancia le oyeron hablar por teléfono con Jimmy Cap. Dijo: «Le hice volver a casa. Piensa que puede esconderse, pero no hay ningún lugar al que pueda ir donde yo no pueda encontrarle.» Hablaba de ti.

– Desde luego. ¿Qué, le arrestarás? Es una amenaza contra mi vida.

– Lo único que dice es que puede encontrarte si te escondes.

– Por amor de Dios, si me encuentra me matará.

– Lo sabemos -respondió Torres-. Sólo les mantenemos bajo vigilancia porque quiero escucharle cuando lo diga. Si no, le tendremos que arrestar cuando intente matarte. Si quieres, podemos tenerte en la cárcel hasta que se abandone el proceso. Esto significa que la fiscalía no actúa contra ti en este momento y probablemente no actuará, pero que pueden mantener el caso abierto por sesenta días más si hay razones para hacerlo.

– ¿Como por ejemplo si mato a otro tipo?

– Me gustaría saber qué le has hecho a esa gente. Supongo que les has estado robando a manos llenas y se enteraron.

– No sabes lo agradable que es estar en casa -comentó Harry-, hablar con la gente, comunicarse. ¿Si les robaba? Les he robado durante toda mi vida, pero nunca tuve el menor problema hasta que ese gilipollas del FBI me tendió la trampa. Él se inventa una historia y ellos se la creen. Deciden matarme y ese cabrón de McCormick abandona la investigación porque de repente no le interesa coger a Jimmy y se inventa una excusa. Pero el verdadero motivo es que nunca conseguirá una condena. Mientras tanto, yo no puedo salir a la calle sin arriesgarme a que me peguen un tiro. Es lo que te dije hace un mes. No quiero ser testigo de nada.

– Tú y Jimmy sois socios desde hace años -dijo Torres-. ¿Por qué no le explicas que no tienes nada que ver?

– ¿Ver con qué? Nunca ocurrió. Un tipo dice que perdió una apuesta y me pagó diez billetes y la comisión. Yo le digo que no le he visto en toda mi vida y Jimmy le cree a él. Raylan le contó al Zip que todo era un montaje de los federales. Caray, eso se lo reconozco. Un agente federal intentando ayudarme.

– Pero al Zip le dio igual -afirmó Torres-. Raylan me lo dijo cuando llamó.

– Así es. Al Zip no le importa si le robé o no. Quiere mi cabeza.

– Es lo que dijo Raylan.

– Pero ¿por qué? ¿Qué le he hecho? Me refiero a algo que él sepa.

– Pienso que no tiene nada que ver contigo personalmente -dijo Torres-. ¿Me entiendes? Te intentó matar para demostrar algo, o sentar un precedente. O porque el Zip dijo que lo haría y es un hombre de palabra. No lo sé; son tus amigos, Harry. Si no eres capaz de adivinar por qué quieren matarte, no esperes que yo lo descubra.

– Mierda, me tienen cogido, ¿verdad? -Repitió el paseo hasta la ventana-. ¿Quieres una copa?


– La cuestión era -dijo Nicky-, que hablaban en italiano entre ellos y se suponía que yo debía enterarme. Como cuando se levantaron de la mesa y se fueron. Yo me quedé sentado. Tommy Bucks me mira. «¿Qué pasa contigo?» Me dice que me mueva. Se encuentran y ¿sabes? Venga besos y abrazos. Tío, no me lo podía creer. Cuando conocí a aquel tipo, al que mataron, Fabrizio, le pregunté el significado de algunas palabras. Descubrí que Tommy me trata siempre de gilipollas.

– ¿Sabes qué es un testa di cazzo? -preguntó Gloria.

Nicky se sorprendió al escuchar la expresión.

– Sí, también me llama así. ¿Qué significa?

– Capullo.

– ¿De veras? Creía que no era un insulto, porque aparece mi nombre. Testa. Como si me tratara de Testa de esto o lo otro.

– Significa capullo -repitió Gloria.

– Lo que quiero saber -dijo Nicky-, es si tengo que aguantar toda esa mierda. -Esperó una reacción de Jimmy Cap, que no se produjo.

Estaban en el jacuzzi, en la parte menos profunda de la piscina, tres rostros con gafas de sol que asomaban por encima del agua espumosa: Nicky daba su informe; Jimmy Cap permanecía con los ojos cerrados, quizá dormido; y Gloria, la amiga de Jimmy, acariciaba con los dedos del pie la parte interior del muslo de Nicky, debajo de la espuma.

– ¿Tengo que aguantar? -insistió Nicky y esperó.

Gloria le dio un codazo a Jimmy Cap.

– ¿Qué? -preguntó Jimmy.

– ¿Tengo que aguantar toda esa mierda, que me llame stronzo?

– ¿De qué hablas?

– De Tommy Bucks, siempre me está llamando cosas.

– Stronzo -dijo Gloria, con acento italiano y la voz más aguda-. Eh, stronzo.

– ¿Y yo qué tengo que ver con cómo te llame? -preguntó Jimmy.

Gloria deslizó el pie dentro del bañador de Nicky, que dio un respingo mientras decía:

– Traaabajo para ti.

– ¿Y qué?

– Vale, ¿y qué me dices de lo que te llama a ti?

– ¿De qué hablas?

– Con todos aquellos tipos de allá. Le escuché mencionando tu nombre.

– ¿Sí? ¿Qué dijo?

– Hablaban en italiano. Pero me di cuenta por la manera en que lo decía, ya sabes, el tono de voz, de que te faltaba el respeto.

– ¿Qué clase de tono?

– Ya sabes, decía tu nombre y después se reía. Una vez dijo algo sobre ti e inmediatamente hizo esto. -Nicky sacó los brazos fuera del agua y con el puño derecho se golpeó el interior del codo izquierdo-. Y qué me dices de esa idea tuya de enviarnos allá para buscar a Harry y matarle. Cogimos al tipo que trabajaba para él, el negro. Lo único que Tommy debía haber hecho era preguntarle dónde estaba Harry, dónde vivía. Pues no, Tommy estaba demasiado ocupado con aquella lumi. Se pasaba todo el tiempo con ella.

– ¿Su qué? -preguntó Gloria.

– Su lumi.

– ¿Ah, sí? -dijo Jimmy Cap-. ¿Qué tal, estaba buena?

– ¿Estás de coña? Era un zorrón. Capaz de follarse hasta a un gato. Él estaba con la tía cuando llamó el vaquero y yo tuve que ir de aquí para allá llevando mensajes porque Tommy no quería hablar con él.

– ¿Qué vaquero? -preguntó Jimmy.

Joder, no se enteraba de nada.

– El agente federal que te dije que estaba allí, con su estrella.

– El problema de Tommy -comentó Jimmy Cap-, y no le digas que yo lo dije, es que es un Zip, puro siciliano. Por eso siempre está tan serio. Yo le digo: «Venga, alegra la jeta», y él no sabe de qué hablo.

– La cuestión es -dijo Nicky-, que si yo me hubiese encargado del tema, hubiera hecho que el negro me dijera dónde vivía Harry y después hubiera ido a su casa y me lo hubiera cargado. Como aquella vez que me preguntaste qué le haría a aquel tipo de la gasolinera que te debía dinero. No es asunto mío pero da la casualidad que te oí hablar hace un rato con el Zip sobre Harry, diciéndole que se olvidara de él, que no valía la pena buscarse más follones. Y el Zip dijo: «Hicimos un trato.» Él se carga a Harry y tú le das el negocio de las apuestas, y ahora quiere que lo cumplas. Si no te importa que te lo diga, te has metido en un lío. Si le das el negocio de las apuestas, ¿qué pedirá después? Un tipo como él no hace lo que le dices. ¿Para qué le necesitas?

– Ya te veo encargándote de Tommy -dijo Gloria.

– ¿Y a ti, quién coño te ha preguntado? -exclamó Jimmy Cap.


El Zip, vestido con uno de sus trajes cruzados color beige, permaneció en la galería del patio. Observó a Nicky salir del jacuzzi, volverse y tenderle una mano a Jimmy Cap, hinchando los bíceps para levantar los ciento cuarenta kilos de grasa del agua. Caray, desnudo, el tipo era pura barriga. Después salió Gloria, en topless; cogió una toalla y se envolvió en ella como si fuera un sarong, tapándose las tetas. Ahora Jimmy hablaba con ella; parecía inquieto, hacía grandes aspavientos por alguna razón y ella se quitó la toalla y se la dio. Jimmy la cogió pero no parecía querer esa toalla. La arrojó a la piscina. Ahora el capullo musculoso le decía algo. Jimmy Cap movió la cabeza de un lado a otro, puso una mano sobre el hombro del capullo y le dijo algo a Gloria. Ella recogió el sujetador y se acercó hacia el Zip al tiempo que se lo ponía.

El Zip esperó haciendo ver que contemplaba el panorama, el Fontainebleau y el Eden Roc al otro lado de Indian Creek. Cuando ella pasó a su lado abrochándose el sujetador, el Zip le preguntó:

– ¿Cuál es el problema?

– Quiere su propia toalla.

– Me han dicho que no se ve la polla desde que superó los cien kilos.

– No se ha perdido nada -contestó Gloria sin detenerse.

– Eh, ven aquí. Espera un minuto.

Ella se detuvo y le miró por encima del hombro, ofreciéndole el perfil.

– ¿Qué hacíais en la piscina, teníais una reunión?

– Intentábamos decidir -dijo Gloria-, si Nicky es un stronzo o un testa di cazzo. -Subrayó las palabras italianas para que el Zip se hiciera una idea de su acento. A él pareció gustarle.

– ¿Sabes más palabras?

– No, pero aprendo deprisa -le respondió Gloria.


Joyce se encontraba en la sala a oscuras mirando por la ventana. Eran casi las siete cuando llamó Harry.

– Has estado bebiendo -dijo ella.

– Si quieres saber la verdad, sí.

– ¿Todo el día?

– Como unos cincuenta años. ¿Por qué?

Ella no oyó el resentimiento en su voz; menos mal. Pero al parecer Harry tenía que darse a sí mismo permiso, una razón para beber, porque añadió:

– Me inquieta estar encerrado aquí. Necesitaba algo y el Xanax me duerme. Torres vino a verme. Dijo que le llamaste.

– Para saber si tenía noticias.

– Dijo que estabas preocupada por Raylan. Y yo le dije: «¿Qué pasa conmigo? Es a mí al que buscan.»

– También estoy preocupada por ti -replicó Joyce.

– Gracias. Le pedí protección a Torres, porque no es culpa mía que alguien quiera matarme. Contestó que mandará un coche patrulla para que vigile el hotel. Como si los otros pensaran venir con carteles anunciando quiénes son. Él dijo que estarán preparados para actuar, si es necesario. Se supone que eso debe tranquilizarme. Y tú me preguntas por qué bebo.

– Si continúas bebiendo -dijo Joyce-, acabarás haciendo alguna tontería. Ya lo sabes.

– Te diré que lo peor fue aquella vez que perdí la memoria -comentó Harry-. Me desperté en un avión y no tenía ni puñetera idea de a dónde íbamos. Pensé: «¿Cómo se lo pregunto a la azafata sin parecer un idiota?» Viajo en primera clase, me acabo de tomar un vaso de Perrier porque no quiero correr riesgos, quizá volver a perder la conciencia de mis actos. Empiezo a conversar con la mujer que está a mi lado, le comento algo de la película que pasan. Sé que debo preguntárselo. Así que sin venir a cuento le digo: «Quizá le parezca una pregunta estúpida, pero ¿le importaría decirme a dónde vamos?» Ella me mira y contesta: «Las Vegas», como diciendo «¡vaya pregunta más tonta!».

– Harry, yo estaba contigo.

Él se quedó cortado por un instante.

– Tienes razón -dijo-, tú eras aquella mujer. -Hizo una pausa y añadió-: Llevabas otro peinado.


Joyce vio los faros del coche que se dirigía al sur por Meridian, avanzando despacio como si buscara un número; luego el vehículo dio media vuelta y se paró delante de los apartamentos. Eran casi las siete y media. Joyce seguía mirando desde la sala a oscuras. En cuanto la figura salió del coche, ella se levantó de un salto y corrió a abrir la puerta. Esperó al hombre que se acercaba, vestido con un traje oscuro y un sombrero como el que usaba Harry Truman. Joyce le tendió los brazos. Él se dejó abrazar sin decir ni una palabra.

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